Hace exactamente una semana, el suscrito almorzaba con un economista y un ingeniero venezolanos. El primero, presidente de una compañía del área financiera, aumentó el valor ya considerable del condumio—por lo sabroso de los platos y la interesante e intensa conversación—al insertar un comentario final. Primeramente, apuntó que el referéndum previsto para la consideración del proyecto de “reforma” constitucional introducido por Hugo Chávez no era revocatorio de su mandato, ni una instancia de elección en la que su cargo estuviera en juego. (Luis Ugalde, entre otros, también ha expuesto esta importante distinción). Siendo así, argumentó el compañero de almuerzo y financista del mismo, los partidarios de Chávez en el Consejo Nacional Electoral pudieran estar menos dispuestos a dar su vida por el proyecto, y estarían inclinados a hacer valer los resultados aun en el caso de que éstos fueren adversos a la proposición. Es, sin duda, una observación inteligente, un empujón adicional a favor de la creciente tendencia de ir a votar para rechazar explícitamente el proyecto de Chávez.
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Como han destacado importantes estudiosos de la opinión pública—Luis Vicente León, Alfredo Keller, Oscar Schemel—el gobierno perdería el referéndum constituyente si la abstención fuese más bien baja. Sabemos, sin embargo, que hay una prédica muy activa a favor de abstenerse y que, más gravemente aún, unos cuantos presuntos salvadores de la Patria conspiran de nuevo para suscitar una “crisis de gobernabilidad” que, según ellos, conduciría a una acción militar—o remoción quirúrgica a la Noriega—que terminaría con la dominación chavista. Teodoro Petkoff editorializó el martes de esta semana en Tal Cual, alertando sobre la tontería de repetir récipes fracasados en 2002 y 2003, los que, por otra parte, han marcado a la oposición venezolana con un dañoso estigma golpista del que no ha sabido—o querido—desembarazarse. Y el ingeniero del almuerzo referido, militar retirado, se refugió en una tesis terca y simplista: que como Chávez era militar, sólo un militar podría sacarlo del poder. Como si poseyese la verdad política definitiva, remachó su afirmación con una parábola del juego de bolas criollas: una bola saca a otra bola con un boche. Hasta allí la superficial sociología de su dogmatismo.
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Dos tipos básicos de crítica han sido dirigidos sobre Raúl Isaías Baduel, pero se hermanan en una cosa: provienen ambos de posiciones extremas. El chavismo radical encamburado o enchufado—Cilia Flores, Jorge Rodríguez, Pedro Carreño, Diosdado Cabello, Jorge Luís García Carneiro, Orlando Maniglia (mayoría de militares en proporción de dos a uno)—ha optado por ignorar el fondo de las aseveraciones de Baduel y procurar su descalificación con meros epítetos. El oposicionismo radical estuvo de acuerdo con su entera exposición… hasta que recomendó ir a la votación para decir no. Allí se perdió esa cosecha, dijeron los ultrosos de la oposición. Para ellos, Baduel ha debido decir todo lo previo y de seguidas llamar a la abstención. De hecho, el militar-ingeniero del acontecido almuerzo del jueves pasado reportó que algunos militares activos con los que habla periódicamente le habrían dicho exactamente eso: “Mi general Baduel apuntó mal. Todo iba muy bien, hasta que llamó a votar. Ahí nos decepcionó”.
Pero no ha decepcionado a una persona muy particular: un influyente teórico marxista, cuya opinión pesa sobre toda la izquierda latinoamericana y aun en el pensamiento neo-marxista mundial. La referencia es a Heinz Dieterich, quien hasta no hace mucho parecía ser uno de los más importantes apoyos teóricos de Chávez. Dieterich acaba de colocar en su página en Internet (http://www.rebelion.org/dieterich.htm) un preocupado artículo (8 de noviembre) sobre el distanciamiento de Chávez y Baduel. (La ruptura Chávez-Baduel: impedir el colapso del proyecto popular). En su texto no sólo sale Dieterich en decidida defensa de la trayectoria y personalidad de Baduel, no sólo considera que con su reciente jugada éste “procura ocupar el centro político del país”, sino que recomienda a Chávez la búsqueda de un acuerdo con su antiguo Ministro de Defensa y además se atreve a decir: “Es evidente que la nueva Constitución no es necesaria para avanzar el carácter antiimperialista y popular del proceso bolivariano que encabeza el Presidente en los ámbitos nacional e internacional, ni tampoco es necesaria para avanzar hacia el Socialismo del Siglo XXI. Y es igualmente obvio que el modelo actual tiene una serie de debilidades estructurales, que pueden hacer crisis el próximo año, particularmente en la economía y en la falta de dialéctica en los órganos de conducción del país”. O sea, dice a Chávez que su proyecto de “reforma” constitucional es enteramente prescindible y, de paso, se refiere al mismo como lo que verdaderamente es: una “nueva Constitución”. Al mismo tiempo, remata con la premonición de una crisis “estructural” en 2008, la que sobrevendría por razones económicas—Maza Zavala ya las advierte en PDVSA—y por, traduzcamos, la mordaza a la discusión impuesta por el gobierno.
Ya antes, el 2 de agosto de este año, Dieterich había insertado otras advertencias en su sitio web. (Hugo Chávez, Raúl Baduel, Raúl Castro y el Bloque Regional de Poder Popular avanzan el Socialismo del futuro). Allí, en torno al problema de un “socialismo del siglo XXI”, pone: “Después de dos años de discusión, en gran medida caótica, irrespetuosa y superficial, que empieza a mermar la credibilidad del discurso socialista del Presidente, es una necesidad política para Hugo Chávez y la Revolución bolivariana pasar a la etapa del debate científico”.
Esto lo dice Dieterich justamente al término de la sección que dedica a Raúl Isaías Baduel, con cuyo nombre, además, inicia el artículo entero y al que coloca delante del de Chávez y el de Raúl Castro. El artículo arranca así: “1. Aporte de próceres y aporte obrero a la economía socialista: En los últimos días el Socialismo del Siglo XXI ha dado un gran paso adelante. El ex Ministro de Defensa de Venezuela, Raúl Isaías Baduel, ha definido sin ambages que el socialismo no se puede construir sin la ciencia. Hugo Chávez ha reconocido públicamente que la informática define el carácter de la economía política contemporánea y el Presidente interino de Cuba, Raúl Castro, ha recalcado la función cibernética vital que cumplen los precios en toda economía moderna. A su vez, el sector obrero del Bloque Regional de Poder Popular-Argentina (BRPP) dio a conocer que presentará, en el ‘Segundo Encuentro de Pueblos y Estados por la Liberación de la Patria Grande’ (en noviembre), la compleja contabilidad socialista (valores) de un gran buque mercante de 45 mil toneladas y de un automóvil”. Es decir, aparte de la conmovedora noticia del logro histórico de haber podido sacar—¡por fin!—cuentas socialistas sobre un vehículo naval y uno terrestre, Dieterich ejecuta su acostumbrada colgadita para declarar “próceres” a Castro, Chávez y Baduel, y ubica a este último a la cabeza de la serie, no sin destacar lo que pudiera representarle honorarios de consultoría: que el “socialismo del siglo XXI” necesita ciencia y en especial cibernética, que son precisamente las cosas que él presume conocer.
Algo muy grave está ocurriendo ahora mismo en las entrañas y el contexto del chavismo, cuando el interesado consultor Dieterich se arriesga a dejar sentado por escrito que está mermando “la credibilidad del discurso socialista del Presidente”.
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Hace exactamente dos semanas la editorial El Tapial organizó un foro-bautizo del libro “La Revolución Bolivariana: Nuevos desafíos de una creación heroica”, cuyo autor es Amílcar Figueroa, Presidente Alterno del Parlamento Latinoamericano y antaño miembro del PRV-Ruptura. El libro, se dijo, quiso ser una contribución a la “autocrítica del proceso”. En el acto, celebrado en la Sala 1 de Parque Central, hablaron ante un lleno total de chavistas el cubano Roberto Regalado, historiador, Douglas Bravo, ex guerrillero, Elio Hernández, líder del MVR y delegado al Congreso del Partido Socialista Único de Venezuela, y Víctor Moronta, dirigente estudiantil que es igualmente delegado al Congreso del PSUV. Freddy Bernal había sido anunciado, pero no se presentó en el lugar.
Los panelistas venezolanos ofrecieron—¡oh sorpresa!—una feroz crítica al proyecto de “reforma” constitucional, al liderazgo mismo de Hugo Chávez—hubo quien aludiera a él como el “nuevo Führer”—y a la constitución del PSUV. De no haber sido porque fustigaban la adulteración del proyecto socialista, se hubiera podido pensar que el evento había sido convocado por el “Comité Nacional de la Resistencia”. De Chávez se dijo que imponía una conducción excluyente y que pretendía la concentración de todo poder, eliminando, de paso, los controles que mantuvieran a raya la corrupción. (Nombres concretos de funcionarios y dirigentes corruptos se escucharon en el salón, dentro de una nómina parcial de la “boliburguesía”).
Hubo también una crítica descarnada del proceso de conformación del PSUV, y se dijo que se había suprimido en él toda discusión doctrinaria, para constreñir el Congreso de la naciente organización a un debate secundario sobre el reglamento del partido. Hubo la denuncia de la predecapitación de la autocrítica revolucionaria. Hubo la condena del proyecto de “reforma” de Chávez como neocapitalista. Hubo queja de su afiliación con ideólogos extranjeros—¿Dieterich? ¿Harnecker?—mientras desprecia los aportes locales, autóctonos, folklóricos y endógenos.
No parece que esta especie de chavismo—ya no sin Chávez sino contra él—vaya a decir sí al proyecto presidencial de deformación constitucional en el referéndum de diciembre próximo.
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Quien escribe no dispone de datos que le permitan afirmar que Raúl Baduel decidió oponerse de modo farisaico a la nueva constitución que Chávez quiere. Por lo contrario, lo que se conoce de Baduel apunta a su seriedad y a su valentía. Además, y por encima de todo, tiene toda la razón al oponerse. Pero sería ingenuo pensar que en su postura sólo hay motivos altruistas y patrióticos. Del modo más legítimo Baduel pudiera soñar con ser Presidente de la República. (Lo que en sí mismo puede ser altruista y patriótico). Es venezolano por nacimiento, no posee ninguna otra nacionalidad, tiene más de treinta años de edad, es de estado seglar y no está sometido a condena por sentencia de firmeza definitiva. Tiene todo el derecho. ¿Qué se opone a este derecho y a la posibilidad de ejercerlo, que tal vez quisiera Baduel materializar en 2012? El proyecto de Chávez, que estrecha el paso a toda ambición que no sea la suya. (No la anula de un todo; de salirse con la suya, Chávez tendría aún que presentarse a reelección. Todavía no tenemos una norma constitucional que prescriba su presidencia vitalicia, ni siquiera en su proyecto).
Más de uno hace sus cálculos pensando en 2012. Las cuñas televisivas de Leopoldo López, por ejemplo, parecieran llevar esa intención. Los cuatrillizos de Julio Borges habrán reforzado su pretensión presidencial, y Manuel Rosales todavía sueña con lograr lo que Pedro Carmona, aun con su apoyo, no pudo preservar. Herman Escarrá se imagina Presidente, y Diosdado Cabello, en su estilo sibilino, calcula lo mismo. No ha disminuido—al contrario, debe haber aumentado—el contingente de venezolanos que se visualizan despachando desde Miraflores. Al suscrito mismo le pica ese zancudo de cuando en cuando.
Y lo que el proyecto de Chávez pretende es que esos apetitos no sean saciados. Baduel no puede estar contento con eso y, por lo visto, Dieterich tampoco. Éste sabe, estudioso de la historia del socialismo como es, que en las filas del chavismo militan muchos que se creen con aptitudes para dirigir el Estado venezolano, y que el proyecto reconstituyente de Chávez inevitablemente les frustra. Menos contentos todavía están los congregados en la Sala 1 de Parque Central el pasado 1o. de noviembre.
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Un asunto distinto es que Baduel sea un sucesor conveniente. Obviamente puede reivindicar cualidades de seriedad, discreción, prudencia, profesionalismo y coraje. ¿Es esto suficiente?
Apartando que su fe personal en la reencarnación, y su sacralización del código samurai, no sean precisamente indicios de modernidad, Baduel comulga con la ideología marxista. Ya el hecho de inscribirse en una ideología, aunque fuera liberal, socialcristiana o socialdemócrata, señalaría su afiliación a un paradigma obsoleto. Pero más allá de este dato fundamental y previo, la que escoge es marxista, y ésta es la más equivocada de todas. Baduel cree, desinformada e ingenuamente, que el marxismo es una ciencia: “…si la base para la construcción del Socialismo del Siglo XXI es una teoría científica de la talla de la de Marx y Engels, lo que construyamos sobre ella no puede serlo menos…” (Discurso del 18 de julio de 2007).
El marxismo no es ninguna ciencia. No exhibe, como pusiera Karl Popper en evidencia, la refutabilidad que caracteriza a toda ciencia digna del nombre, y un eventual Jefe de Estado que crea que Marx y Engels hacían ciencia, con la rigidez que eso implica ante una época de humildad y apertura debidas, no será un mandatario que nos convenga. Además, Baduel es, antes que nada, un militar. ¿Y no estamos viviendo la hipertrofia cancerosa del militarismo en Venezuela, que requeriremos reducir?
De aquí a 2012 Baduel pudiera concebiblemente recomponer, en dificilísimo pero no imposible ejercicio, su estructura paradigmática personal; pudiera reaprender. Hasta tanto eso no ocurra, no puede sostenerse que sea el mejor sucesor de Chávez entre los imaginables. Pero bienvenido sea su vigoroso y corajudo rechazo a las pretensiones de Hugo Chávez, y bienvenida sea su convocatoria a votar. En ambas cosas tiene razón.
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Es verdad que una normalidad constitucional difiere la posibilidad de sustituir a Chávez para 2012. (Si no logra hacer aprobar su proyecto de deformación de la Constitución; en caso contrario el Tribunal Supremo de Justicia, seguramente, le adjudicaría una ñapa de un año, pues también quiere extender el período a un septenio, como Guzmán Blanco). Pero podemos perfectamente pensar en una travesura, que pasa a ser expuesta.
El 19 de enero de 1999, la Corte Suprema de Justicia, en decisión histórica, sentenció que podía preguntarse al pueblo si quería elegir una asamblea constituyente, a pesar de que esta figura no estuviese contemplada en la constitución vigente en ese momento, que era la promulgada el 23 de enero de 1961. Más adelante, la Corte especificó (13 de abril de 1999) que “la asamblea constituyente tiene por único objeto dictar una nueva Constitución”.
Una constitución es, por supuesto, entidad superiorísima y mucho más fundamental que un presidente cualquiera. Si un mero referéndum consultivo sirvió para dilucidar si queríamos, mediante asamblea constituyente no contemplada en la constitución, sustituir la que nos regía por otra enteramente nueva, ¿qué pudiera oponerse a la noción de que otro referéndum consultivo nos preguntara si queremos elegir un nuevo presidente, aunque formalmente no se haya cumplido el período especificado para quien esté en ejercicio?
Las condiciones constitucionales son muy sencillas: “Artículo 71. Las materias de especial trascendencia nacional podrán ser sometidas a referendo consultivo por iniciativa del Presidente o Presidenta de la República en Consejo de Ministros; por acuerdo de la Asamblea Nacional, aprobado por el voto de la mayoría de sus integrantes; o a solicitud de un número no menor del diez por ciento de los electores y electoras inscritos en el registro civil y electoral”.
No podría discutirse que una pregunta tal sea o no “de especial trascendencia nacional”, y el corte definitivo del registro electoral (31 de agosto de 2007) indica que en estos momentos son reconocidos 16.112.857 ciudadanos como electores. Esto es, tan sólo 1.611.286 firmas—no de caligrafía similar—harían inevitable ese preciso referéndum.
Esto se dice acá porque, como ya temen Baduel y Dieterich, el gobierno de Chávez puede verse inmerso en profunda crisis a cortísimo plazo. Herr Dieterich la vislumbra en 2008 (como el Arúspice de Los Palos Grandes desde hace ya bastante), y sólo menos de dos meses nos separan de ese próximo año. Y a juzgar por los lapidarios juicios de Parque Central, ya la crisis se ha concretado.
Hugo Chávez ha escogido—como Marcos Evangelista Pérez Jiménez, como Luis Napoleón Bonaparte—la fecha del 2 de diciembre para su nuevo golpe de Estado. Si llegamos a superar la torpe prédica de la abstención y vamos a votar con valentía y responsabilidad, no sólo se habría detenido la pretendida deformación constitucional, sino que la popularidad del régimen quedaría gravemente afectada. La abstención es totalmente incapaz de lograr ese efecto.
Conviene, pues, ir pensando en decisiones excepcionales del Poder Constituyente originario, que somos nosotros.
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