La tortilla política venezolana se ha volteado por completo en las últimas semanas. No sólo el abstencionismo ha entrado en agonía, sino que la intención de votar a favor del proyecto de “reforma” constitucional de Hugo Chávez y su Asamblea Nacional colapsa aceleradamente con el paso de las horas. Lo único que crece es una ola gigantesca de rechazo, que el 2 de diciembre se expresará en un landslide o deslave que detendrá en seco el “segundo motor”—reforma constitucional— de la “revolución bolivariana” y, en acoplamiento inevitable, el tercero, el cuarto y el quinto. (Moral y luces, la nueva “geometría” del poder y la explosión del poder comunal). Chávez va a quedarse con sólo la quinta parte de su fuerza motriz—la ley habilitante—y a este motor se le acaba la gasolina el 1º de agosto de 2008. (Si es que el tsunami del domingo no acaba también con éste).
De todas las encuestas que predicen—todas ellas—el fracaso chavista, puede destacarse lo sugerido por la del Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD, Félix Seijas), que vislumbra un peor y un mejor caso de la votación de repudio. Dice esta encuesta que en el peor de los casos el NO ganará por nueve puntos (NO 54%, sí 45%), y que pudiera darse un mejor caso de veinte puntos de diferencia. (NO 60%, sí 40%).
Chávez se encuentra ahora en un disparadero en el que él mismo se metió. Ebrio de egomanía después de su reelección en diciembre de 2006, calculó mal y pretendió hacer una nueva constitución mediante el inapropiado mecanismo reservado a las reformas que, como dice la Constitución, no pueden modificar “la estructura y principios fundamentales del texto Constitucional”. A medida que crece la información acerca del proyecto, la ciudadanía se percata de que Chávez procura no sólo meternos gato por liebre, sino convertirse en un autócrata consagrado constitucionalmente, en dominación de potencialidad vitalicia.
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La obviedad de la ola de rechazo al plan absolutista ha terminado por derruir los últimos bastiones significativos del abstencionismo. Acción Democrática ha acabado por sumarse a la convocatoria a votar y, más significativamente, también lo ha hecho el Comando Nacional de la Resistencia. En rueda de prensa en la que Oscar Pérez ofreciera declaraciones para anunciar su viraje, brilló por su ausencia la figura de Herman Escarrá, quien no estaba en el presidium. (El diario Vea asegura que ha adquirido pasaje de avión para España, y una aguda observadora ha indicado que como lo de él es el “no retorno”, probablemente se quede en ese país para siempre). Pérez, por cierto, lanzó un astuto reto al gobierno, dirigido principalmente al vicepresidente Jorge Rodríguez: que se instalen cámaras de Venezolana de Televisión y de Globovisión en el peaje de Tazón jueves y viernes—para registrar cuántos autobuses alimentan los cierres de campaña de ambos lado del dilema referendario—y también en el tope del antiguo Caracas Hilton y en el helicóptero de la DISIP que habitualmente vigila las grandes manifestaciones en Caracas. Hasta María Corina Machado ha salido en la pantalla de “Aló Ciudadano” para convocar a la votación, cuando hasta hace nada Súmate parecía mantenerse equidistante del abstencionismo y el voto. La avalancha es indetenible. Hasta Tibisay Lucena, Rectora Presidenta del Consejo Nacional Electoral, ha saludado estos más recientes llamados a votar, no sin aspirar a que se les complemente con una declaración de respeto a los resultados que tendrá que anunciar.
Un rasgo positivo de esta convergencia espontánea—a la que se sumara recientemente FEDECÁMARAS—ha tenido la ventaja de que quienes hubieran podido marcar la oposición con el desprestigio de previos fracasos se han añadido a última hora. El apoyo de Acción Democrática en la hora undécima no tendrá ya el efecto deletéreo—el “beso de la muerte”—que tuvo su apoyo moroso a Salas Römer en 1998. La organización patronal tampoco asumió protagonismo en esta consolidación del repudio, y el Comité Nacional de la Resistencia, que hasta hace horas predicaba la abstención y la frustración del referéndum, no puede pretender que el NO sea su franquicia. Fueron otras las voces, incluyendo las de antiguos aliados—Podemos, Baduel y otros chavistas menores—, que pusieron el piso de la nueva mayoría. La nueva generación estudiantil pudiera alzarse con el título de jugador más valioso de la serie.
En cambio, aquellas manifestaciones tardías tienen un efecto beneficioso: la aniquilación del abstencionismo recalcitrante. Quedarán, por supuesto, rescoldos radicales, pero si no un rey, tal vez un duque o un mero vizconde pueda decirle a Alejandro Peña Esclusa: “¿Por qué no te callas?”
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¿Qué opciones quedan a Hugo Chávez en esta situación, que le llevan a su tercera derrota importante? (La primera, el 4 de febrero de 1992; la segunda, el 11 de abril de 2002).
El desconocimiento de la voluntad mayoritaria sería muy cuesta arriba. El estamento militar, que Raúl Isaías Baduel conoce íntimamente, no parece estar dispuesto a prestarse a una patraña fraudulenta. Es esta posición, justamente, la que calculó el general recientemente retirado para abrirse de capa en rechazo al proyecto presidencial. Y sin el apoyo militar, que en Chile se negó a nadie menos que Pinochet en situación similar, Chávez no podrá imponer su voluntad, por más rabietas que coja.
También puede crear un clima de violencia. Hay ya furgonetas armadas de tripulación pro gubernamental, las que disponen de ventanillas a través de las que se puede disparar, recorriendo Caracas en horas de la tarde y de la noche. De nuevo, la Fuerza Armada, que se ha propuesto proteger el acto electoral, sería un obstáculo prácticamente insalvable para intentos desesperados de esa índole. No faltará quien haya analizado las virtudes salvadoras de la declaración de un estado de emergencia: el de una emergencia producida por el mismo gobierno, según el modelo del incendio del Reichstag en Alemania de 1933. En esa lejana época, sin embargo, no existía CNN, a la que ahora Chávez, con otro ineficaz cohete de humo, acusa de incitar a su asesinato. (El titular “¿Quién lo mató?”, transmitido por la cadena televisiva mundial, correspondía a la noticia de la muerte de Sean Taylor, pero acompañaba la fotografía de Chávez; también la de Uribe, pero el primero se coge todo para él). Un incendio del país por los grupos chavistas de choque sería televisado al mundo entero.
Puede procurar Chávez, por último, una retirada estratégica: hacer que algún habitante o alguna habitanta de Sabaneta de Barinas introduzca un último recurso ante el Tribunal Supremo de Justicia para que éste por fin lo admita, como no ha hecho con ninguno de los recursos anteriores, y salve al Presidente sonando la campana de round concluido. La propia Sala Constitucional pudiera redactar el recurso, en perfecta alineación con la doctrina que ha venido asentando con cada inadmisión. Pero esto sería en sí mismo una pérdida, pues el efecto de “motores” detenidos es, al fin y al cabo, el mismo que causaría una derrota directa, y el carácter de maniobra de un recurso tal sería evidente.
Chávez, pues, no tiene en realidad otro recurso que medirse. Será medido, y será derrotado.
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Como se ha comentado antes, el reciente desempeño internacional de Chávez ha afectado negativamente la percepción interna de su persona política. Es una receta clásica del poder la fabricación de un conflicto externo para justificar el control interno de la población. El problema que tiene Chávez es que no se trata de un conflicto, sino de muchos. Algo aplacados los que se buscó con México, Perú y Brasil, ahora tiene nuevos frentes abiertos con Chile, España y Colombia. Con este último país, nada menos que vecino y antiguo confederado—en la Gran Colombia bolivariana—, ha entrado en un curso de colisión que le costará caro, no en términos económicos—Colombia se vería más afectada por una detención del comercio bilateral, puesto que su balanza comercial con Venezuela es superavitaria—sino políticos. La colonia colombiana en Venezuela es la más numerosa de las que pisan tierra venezolana, y ya muchos de sus miembros, nacionalizados y cedulados por el gobierno de Chávez en procura de su aquiescencia, votan en nuestros actos electorales y referendarios. La colonia española en Venezuela es asimismo numerosa.
El cálculo del Presidente ha fallado a este respecto. Si lo que se propone es introducir una última distracción—la ruptura formal de relaciones con Colombia, que ya ha declarado imposibles mientras Álvaro Uribe ejerza su Presidencia—horas antes del referéndum, tal cosa no hará sino confirmar lo que seguramente es un acicate para votar No: la constatación del carácter ridícula e innecesariamente pendenciero de Hugo Chávez, que preocupa desde hace un tiempo hasta a sus más íntimos colaboradores. Una vez más, el estamento militar venezolano no ve con buenos ojos la escalada de un conflicto colombo-venezolano, que llevaría al país a su primera guerra intramericana, pues las únicas guerras en las que participó fueron para liberarse de España y emancipar a otros países, incluida Colombia, de esa Madre Patria. Si Bolívar nació, sin escogerlo, en Caracas, eligió morir en Santa Marta. De hecho, liberó primero a Colombia en Boyacá, dos años antes de Venezuela en Carabobo.
En las últimas horas se quiso perfilar incluso una querella con la Unión Europea. Alejandro Fleming, embajador venezolano ante la entidad supranacional, hizo una airada advertencia en contra de lo que suponía pudiera ser una ingerencia indebida de la Unión en el referéndum del 2 de diciembre. Su actuación se evidenció como inútil, pues el Parlamento Europeo se limitó a exhortar a “todos los participantes”, gobierno y oposición, para que se garantice los derechos democráticos y se logre un ambiente de tranquilidad y libre acceso a la información.
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A partir del 2 de diciembre tendremos en Venezuela un paisaje político recompuesto. El propio Chávez lo sabe y lo dice. Sabe que su derrota dejaría paralítica a su revolución—“Si no se aprueba la reforma la revolución entrará en una fase de peligrosa desaceleración que pudiera llevarla a velocidad cero”—y que su mandato terminaría más temprano que tarde. Ha admitido que tendría que irse y buscar un sucesor, de nuevo usurpando una decisión que no le toca, sino a nosotros los Electores. La institución del “gallo tapado” es mexicana (en el viejo uso del PRI), no venezolana.
No es esta dinámica de crisis una que pueda ser eludida por Chávez en su nuevo papel estelar de detective histórico, que busca comprobar que Bolívar fue asesinado por antepasados de Uribe Vélez, porque “en la época de la muerte de Bolívar la tuberculosis no era tan letal como para acabar con la vida de una persona en sólo semanas”. (El Universal). Ni siquiera admite ahora que los restos que reposan en magnífico catafalco en el Panteón Nacional, ante los que ha ido tantas veces a rendir honores, sean verdaderamente los del Libertador. Este nuevo capricho médico forense no servirá tampoco como elemento distractor, y Diógenes Escalante ya empieza a lucir, comparativamente, como persona bastante cuerda.
Hay quienes abogan por una nueva asamblea constituyente como expediente capaz de canalizar pacíficamente la crisis que se avecina. La idea pudiera no ser mala para ese propósito, aunque los procesos constituyentes no debieran estar destinados a estas funciones de salvavidas.
En el plazo inmediato hay que rebasar el peligroso escollo del proyecto presidencial-asambleístico de “reforma” constitucional y, también, el que le seguirá instantáneamente: la reacción de un ego desbocado y agresivo a la bofetada popular. Por esto la previsión más importante será la de eludir las provocaciones de violencia. Ni siquiera para protestar un improbable fraude será necesaria otra cosa que la presencia decidida, pero siempre pacífica, en las calles.
Para posteriores decisiones habrá tiempo, y acerca de ellas deberá exigirse inteligencia y seriedad.
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