Cartas

Hace ya más de dos décadas que Arturo Úslar Pietri explicara pedagógicamente, a una reunión del Grupo Santa Lucía, algo como lo que sigue:

“Un grupo de colonos que venía de Inglaterra se asentaba en alguna región de Norteamérica, donde cada familia ocupaba una parcela que cercaba y procedía a cultivar. Al cabo de un tiempo se encontrarían los vecinos y surgía la idea en ellos de construir entre todos un granero común, que ubicarían en un sitio céntrico. Años más tarde volverían a encontrarse cuando ya sus hijos habían crecido y convenían que sería útil contratar entre todos una maestra que los enseñara, por lo que construían una escuela. Un poco más adelante, ya con la prole extendida numerosamente, decidían que necesitaban un pastor y éste un templo, que también construían. Un día se daban cuenta de que con el tiempo habían fundado un pueblo, y sólo entonces le daban nombre.

Más al sur, en cambio, llegaba al valle del Guaraira Repano, el de los caracas, Don Diego de Losada al frente de una tropa, uno que otro fraile y gente agricultora y artesana. Allí, donde no había otra cosa que un río que vigilaban desde lejos escondidos y atemorizados aborígenes, bajaba Don Diego de su caballo y clavaba en tierra un pendón con el signo de la cruz,  declarando que el sitio era ahora Santiago de León de Caracas, antes que la primera casa fuese erigida o la primera calle trazada”.

Hay, pues, una suerte de bipolaridad cultural entre sajones e hispánicos, la que explica buena parte de sus diferencias. Un interés supremo por las cosas concretas facilita un derecho casuístico y aluvional, inductivo como el anglosajón, y una preocupación por las palabras y las categorías generales soporta mejor un derecho deductivo, piramidal como el latino. Situados en el campo de análisis de Michel Foucault, al sur se está más cómodo con les mots, mientras que el norte se entretiene con les choses.

Hugo Chávez es perfecto ejemplo de una preferencia por las palabras antes que por los hechos. Sus actos de gobierno son discursos, sus logros más señalados son palabras y títulos. Por eso habla interminablemente. Él es en esto, muy a su pesar, más español que indígena; de los indios es proverbial su parquedad. Él no es parco; él es hombre de palabras, de motes, cognomentos y etiquetas: el árbol de las tres raíces, el eje Orinoco-Apure, el desarrollo pentapolar, el año de las “tres erres”, los núcleos endógenos, los gallineros verticales, la quinta república, la batalla de Santa Inés, la misión identidad, el plan Bolívar 2000, el socialismo del siglo XXI, la participación protagónica del pueblo, la nueva geometría del poder y los demás motores de la revolución (bonita), la bicha… Parla pura.

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La manifestación más reciente de esta propensión presidencial a la parla—DRAE: Verbosidad insustancial—es su proposición de que no se llame más “terroristas” a las FARC, sino “beligerantes”. Un conjuro mágico—el pensamiento mágico ocupa buena parte de la actividad mental del Presidente—bastaría para encaminar a Colombia hacia la paz. Bastaría reconocer la beligerancia de las FARC para que éstas ya no secuestraran a más nadie. Dice Chávez: “Las FARC y el ELN no son cuerpos terroristas; son ejércitos, verdaderos ejércitos que ocupan un espacio en Colombia. Hay que darles reconocimiento a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y al Ejército de Liberación Nacional. Son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político y bolivariano, que aquí es respetado”. Eso fue en la Asamblea Nacional, durante lo que se supone debió ser una presentación del informe de su gestión en 2007. Luego, en el programa “Aló Presidente” #300, desde Guárico, lo puso así: “Presidente Uribe, si usted le reconoce a las FARC estado de beligerancia y las FARC lo aceptan, entrarían de inmediato en los Protocolos de Ginebra, no podrían usar el secuestro”. Es decir, yo soy maluco, pero si usted deja de llamarme maluco ya no lo seré más.

Esta nueva simpleza de Chávez, meramente nominal, antifáctica, ha recibido un rechazo casi unánime en todo el mundo. En verdadera cayapa, gobernantes y dirigentes de la Unión Europea, Alemania, Argentina, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Perú, Reino Unido y, por supuesto, Colombia, han desestimado, con mayor o menor intensidad, el despropósito promovido por el Presidente de Venezuela. Una gloria de España, Javier Solana, ha dicho con toda claridad, a nombre de la Unión Europea: “Si ahora se cambiara la posición con respecto a lo que son las FARC creo que cometeríamos un gravísimo error”. (Hay excepciones: Ricardo Cantú Garza, parlamentario mexicano, apoya la idea de Chávez, y anuncia que el asunto será elevado no sólo al Congreso de México, sino al mismo Parlamento Latinoamericano. Una hija de la rehén Ingrid Betancourt, Mélanie Delloye, dijo que “otorgar la categoría de fuerza beligerante a la guerrilla podría permitir el diálogo con el gobierno de Álvaro Uribe y abrir un camino hacia la paz en Colombia”). Muy significativos son los distanciamientos de habituales aliados de Chávez, Jorge Correa y Cristina Kirchner, pero más definitiva es la contundente declaración del propio Álvaro Uribe Vélez: “En el momento que las FARC quieran, que hagan demostraciones de buena fe, que quieran negociar la paz, el gobierno de Colombia está dispuesto a concederle todos los beneficios dentro de nuestra Constitución para facilitar ese proceso de paz. El gobierno de Colombia, en el momento que avance la paz con las FARC, sería el primero que dejaría de llamarlos terroristas y el primero que le pediría al mundo que, como una contribución a la paz, en adelante no se les llame más terroristas”.

Autogol, autocayapa. La escritora colombiana Laura Restrepo, que no oculta su insatisfacción con Uribe, ha declarado: “Me da un dolor inmenso por los secuestrados que veían una luz en la mediación de Chávez. Y ahora resulta que Chávez se inhabilita a sí mismo para ser mediador. Nunca he visto en política un autogol tan patético”.

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Pero no debe desestimarse la proposición hecha por Chávez sin detenerse, aunque sea someramente, en el significado concreto de la misma. ¿Qué se requiere para que una fuerza armada sea tenida por beligerante según las normas ginebrinas?

Los criterios son los establecidos previamente en las Convenciones de La Haya (1899 y 1907). La segunda de ellas, expandiendo la regulación establecida en la primera, incluyó un anexo acerca de las “Regulaciones respecto de las leyes y costumbres de la guerra en tierra”, cuya primera sección trata justamente “De los beligerantes”. El artículo primero de su capítulo primero (Las calificaciones de los beligerantes) dice a la letra:

Art. 1. Las leyes, los derechos y los deberes de la guerra no se refieren solamente al ejército sino también a las milicias y a los Cuerpos de voluntarios que reúnan las condiciones siguientes:

1. Tener a la cabeza una persona responsable por sus subalternos;

2. Tener una señal como distintivo fijo y reconocible a distancia;

3. Llevar las armas ostensiblemente;

4. Sujetarse en sus operaciones a las leyes y costumbres de la guerra.

Ya la primera condición es problemática, pues por estos mismos días se reporta una disputa por el liderazgo de las FARC entre Manuel Marulanda y “el Mono” Jojoy, pero admitamos que el anciano Tirofijo califica como “responsable por sus subalternos”, a pesar del fraccionamiento observable en la guerrilla colombiana. Es este fraccionamiento, por cierto, la causa del papelón de la “Operación Emmanuel”, pues Marulanda no sabía que el hijo de Clara Rojas ya no estaba bajo su control. Y ahora, en clásicas trapacería y desfachatez, las FARC echan la culpa de su incumplimiento al gobierno de Colombia: “Si el niño Emmanuel no está en brazos de su madre, es porque el Presidente Uribe Vélez lo tiene secuestrado en Bogotá”. (Comunicado del 10 de enero).

Menos problemas tienen las FARC para llenar la segunda y la tercera condición. En efecto, la mayor parte del tiempo tienen distintivos en sus uniformes, vehículos e instalaciones, y no hay duda de que llevan armas muy ostensiblemente.

Es la última condición la que no cumplen en absoluto. La Cuarta Convención de Ginebra (1949) prohíbe específicamente “la violencia contra la vida y la persona” (en particular el asesinato de cualquier clase, la mutilación, el tratamiento cruel y la tortura), la “toma de rehenes” y la violación “de la dignidad personal” (en especial el tratamiento humillante y degradante). Tan sólo la detención de 774 rehenes (la cuenta más reciente) no corresponde a ninguna ley o costumbre de la guerra, para no señalar la matanza de inocentes o el tratamiento infamante que las FARC imponen a ciertos secuestrados. Esto es, no hay cabida para la calificación de beligerantes a las FARC. Quienquiera que haya asesorado a Hugo Chávez al respecto le ha aconsejado muy mal. Para su edificación se copia de seguidas el primer numeral del Artículo 3 de la IV Convención de Ginebra, que dentro de sus Disposiciones Generales se refiere a los conflictos no internacionales:

Artículo 3 – Conflictos no internacionales

En caso de conflicto armado que no sea de índole internacional y que surja en el territorio de una de las Altas Partes Contratantes, cada una de las Partes en conflicto tendrá la obligación de aplicar, como mínimo, las siguientes disposiciones:

1) Las personas que no participen directamente en las hostilidades, incluidos los miembros de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera de combate por enfermedad, herida, detención o por cualquier otra causa, serán, en todas las circunstancias, tratadas con humanidad, sin distinción alguna de índole desfavorable, basada en la raza, el color, la religión o la creencia, el sexo, el nacimiento o la fortuna, o cualquier otro criterio análogo.

A este respecto, se prohíben, en cualquier tiempo y lugar, por lo que atañe a las personas arriba mencionadas:

a) los atentados contra la vida y la integridad corporal, especialmente el homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura y los suplicios;

b) la toma de rehenes;

c) los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes;

d) las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal legítimamente constituido, con garantías judiciales reconocidas como indispensables por los pueblos civilizados.

Y ya que examinamos la legislación ginebrina de la guerra, hay en ella ciertas provisiones que pueden aplicarse, por analogía, a la calificación de los oficios emprendidos hasta ahora por Hugo Chávez. Por ejemplo, para mediar en conflictos entre naciones las convenciones de Ginebra crearon la figura de “potencia protectora”, que es una tercera nación que no es parte en un conflicto y tiene por misión “salvaguardar los intereses de las Partes en ese conflicto”. Sus funciones: “De conformidad con los Convenios y el Protocolo, por colaboración en la aplicación de los Convenios se entiende el ejercicio de buenos oficios, previstos expresa o implícitamente, y el cometido de intermediario”. En materia de los buenos oficios se estipula: “ Los buenos oficios de la Potencia protectora dependen en primer lugar, del cometido general que se le asigna para que colabore en la aplicación de los Convenios y del Protocolo. Los buenos oficios consisten únicamente en poner en contacto a las Partes en conflicto, sin participación alguna en el debate o en la negociación”. ¿Se ha atenido Hugo Chávez a este papel, absteniéndose de participar en el debate o la negociación? ¿O ha mostrado su sesgada preferencia por las FARC, sin perder oportunidad, como señaló ayer el canciller colombiano, de fustigar al gobierno de Colombia? A veces cabe que se considere reclutar a algún sustituto, y  entonces se prevé: “Las Partes en conflicto pueden convenir, en cualquier momento, en confiar a un organismo que ofrezca todas las garantías de imparcialidad y eficacia las tareas asignadas a las Potencias protectoras”. ¿Puede ofrecer Hugo Chávez la más mínima garantía de imparcialidad?

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¿Qué impele a Chávez a actuar de esta forma? Al menos dos respuestas de distinto nivel pueden ofrecerse a esa pregunta. La primera tiene que ver con lo que constituye su proyecto político personal. En julio de 2000 la junta directiva de una transnacional petrolera (que ya no está en el país) solicitó al suscrito una primera presentación que le permitiera “entender a Chávez”. En aquella ocasión recibieron una opinión sintética acerca del “sueño impulsor de Chávez” en los siguientes términos: “Los Estados Unidos Bolivarianos. El sueño de poder de Chávez se extiende claramente más allá de las fronteras venezolanas para incluir, al comienzo, el área representada por los países liberados por Simón Bolívar. En esta concepción, por ejemplo, el actual gobierno colombiano pertenece a la misma categoría de ‘cúpulas podridas’ que él denuncia en Venezuela, lo que explica sus posturas tolerantes hacia las guerrillas colombianas”. Hace más de siete años de esa evaluación, pero la conducta reciente de Chávez confirma lo que era evidente ya por entonces.

Sin embargo, esa explicación no es suficiente. Chávez ha empleado por muchos años un estilo confrontacional e insultante respecto de gobernantes e instituciones públicas de muchos países. Ha insultado directamente a Bush, Blair, Aznar, Fox, Calderón, García, el Grupo Andino como un todo y el Senado brasileño, entre otros; pero desde que Uribe asumiera la Presidencia de Colombia en 2002 hasta noviembre del año pasado, cuando fuera dejado cesante como mediador—a raíz de sus indiscreciones y la violación de expreso pedimento de su homólogo colombiano—Chávez eludió meterse directamente con Uribe. Hace días se refirió a este período como la “luna de miel” con Uribe. (Algo larga para calificar como etapa selénico-melosa). ¿Qué lo hace cambiar?

Es aquí donde los rasgos patológicos de su personalidad ofrecen la clave. Para una persona en quien es fácil diagnosticar lo que por estos días se reporta en la emproblemada Britney Spears—la doble condición de desorden bipolar y desorden narcisista—no era fácil manejar el despido que Uribe le infligiera. Durante semanas había estado resollando por la herida que le causara Juan Carlos de Borbón, había recibido un tentequieto de parte del Rey de Arabia Saudita en la OPEP y la presidenta Bachelet le había manifestado desagrado ante sus intromisiones en asuntos bilaterales de Bolivia y Chile. De estos agravios—al enfermo de desorden bipolar se le decía antes maníaco-depresivo, y una de las manías comunes es la persecutoria: “ A mí me tiene [Bush] en una lista también”, “Lo siguiente que harían, por órdenes del imperio, sería venir por mí”—estaba a punto de recuperarse, gracias a que el flamante presidente Sarkozy le había dado beligerancia por su interés en la liberación de la franco-colombiana Ingrid Betancourt. Pero hete aquí que cuando planeaba recibir máximos honores planetarios, y buscaba el beneplácito de un dictador de larguísima agonía, y llamaba desde Cuba a militares colombianos, Uribe le hacía la afrenta de despedirlo, de arruinarle uno de los mejores papeles de su vida. En rápida sucesión, para colmo, fue derrotado en el referéndum del 2 de diciembre y las FARC lo arrastraron al ridículo, ofreciendo entregar a un niño que hacía rato era objeto de protección por el gobierno de Bogotá. Ha sido demasiado.

El narcisismo de Chávez es obvio desde hace tiempo; su bipolaridad ha sido disimulada con más éxito. El Chávez que se muestra es el eufórico, el parlanchín infatigable. No aparece cuando está deprimido.

El desorden bipolar es una dolorosa condición, una cruz cruel e injusta que aqueja gratuitamente a un buen número de personas. La lucha contra horribles depresiones adquiere dimensiones verdaderamente heroicas en quienes la padecen, y la fase eufórica es la sobrecompensación del alma a un castigo verdaderamente espantoso. Muchos de los aquejados por ese mal logran funcionar la mayor parte del tiempo en un difícil y precario equilibrio, y son personas socialmente útiles y más meritorias que quienes no lo sufren. Ahora bien, conmiserados con Hugo Chávez persona porque está sometido a tan ingrato y lacerante desorden, ¿debemos permitir que Hugo Chávez presidente siga decidiendo el curso, hoy errático, de la República?

El 10 de noviembre de 2007, en la Nota Ocasional #16 de doctorpolítico, escrita a raíz de la poderosa pregunta del Rey de España en Santiago, se decía: “…lo desaforado de la actitud de Chávez, incapaz de controlarse mientras estaba Rodríguez Zapatero en el uso de la palabra, permite comprender la reacción regia y entretener serias dudas acerca de la cordura del presidente venezolano… una reiteración de frecuencia creciente de episodios de descontrol en Chávez pondría en primer plano el primer parágrafo del Artículo 233 de La Constitución, en el que subrayamos la redacción pertinente: ‘Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la República: la muerte, su renuncia, la destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, la incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado éste por la Asamblea Nacional, así como la revocatoria popular de su mandato’.”

Porque es que la conducta de Hugo Chávez ante Colombia, producto de su lacerante dolor íntimo, arriesga un escenario terrible: una confrontación armada con el país hermano. El Presidente de la República ha tenido muchísimos momentos de gran lucidez, y pudiera él mismo darse cuenta de su enfermedad y renunciar para someterse a tratamiento. Eso sería, para él, preferible a la humillación definitiva: que sus propios partidarios, que su Asamblea Nacional y su Tribunal Supremo de Justicia se vieran forzados a inhabilitarlo. Sería una trágica y amarga decisión de quienes hasta ahora lo han seguido fielmente, pues la iniciativa no puede venir de un lado distinto del chavismo. Los demás podríamos argumentarla, pero nunca promoverla.

LEA

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