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En diciembre de 1994 el suscrito comentaba un libro de Moisés Naím, recientemente publicado, en su revista mensual referéndum, la que fue editada entre febrero de 1994 y septiembre de 1998. El libro constituía el primer intento interpretativo de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, por quien fuera uno de los ministros del gabinete económico del período.
Naím expresaba en él sorpresa por el “Caracazo” en 1989 y por los intentos de golpe de Estado en 1992. No lograba explicarse cómo el aumento de precios de algunos rubros alimenticios pasó sin causar disturbios, y en cambio el aumento del precio de la gasolina degeneró en una violencia urbana de proporciones descomunales. Pero la explosión del 27 de febrero de 1989 no fue detonada por el encarecimiento de la gasolina sino por el del transporte interurbano—la mecha se encendió en Guarenas—y este último llegaba, justamente, a coronar molestias previas por los aumentos en los precios del pan y la leche. Por otra parte, estas cosas ocurrían poco después del acto de toma de posesión de Pérez con gran boato y dispendio y, más importantemente, eran tan sólo las más recientes privaciones impuestas a un pueblo de largo sufrimiento y longevas carencias. Casi dos años antes había advertido el contendor de Pérez, Eduardo Fernández: “El pueblo está bravo”.
La Ficha Semanal #180 de doctorpolítico recoge el texto del comentario sobre el libro de Naím. En él se destaca, entre otras cosas, que el economista norteamericano Jeffrey Sachs había asesorado a Pérez en ese fatídico año de 1989, el año de instalación de un “paquete económico” modelado sobre los preceptos del Consenso de Washington, que constituyeron la receta estándar exigida por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Vale la pena, entonces, recordar dos pasajes que han sido citados antes—el primero fragmentariamente—en esta publicación. Primero, unos trozos de L’Ancien Régime et la Revolution, de Alexis De Tocqueville, cotejables con la sorpresa admitida por Naím. Dicen así:
“Ningún gran evento histórico está en mejor posición que la Revolución Francesa para enseñar a los escritores políticos y a los estadistas a ser cuidadosos en sus especulaciones; porque nunca hubo un evento tal, surgiendo de factores tan alejados en el tiempo, que fuese a la vez tan inevitable y tan completamente imprevisto… Las opiniones de los testigos oculares de la Revolución no estaban mejor fundadas que las de sus observadores foráneos, y en Francia no hubo real comprensión de sus objetivos aún cuando ya se había llegado al punto de explotar… es decididamente sorprendente que aquellos que llevaban el timón de los asuntos públicos—hombres de Estado, Intendentes, los magistrados—hayan exhibido muy poca más previsión. No hay duda de que muchos de estos hombres habían comprobado ser altamente competentes en el ejercicio de sus funciones y poseían un buen dominio de todos los detalles de la administración pública; sin embargo, en lo concerniente al verdadero arte del Estado—o sea una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro—estaban tan perdidos como cualquier ciudadano ordinario”.
El siguiente pasaje proviene del propio Jeffrey Sachs, que en 2005 escribió en The End of Poverty:
“De algún modo, la actual economía del desarrollo es como la medicina del siglo dieciocho, cuando los doctores aplicaban sanguijuelas para extraer sangre de los pacientes, a menudo matándolos en el proceso. En el último cuarto de siglo, cuando los países empobrecidos imploraban por ayuda al mundo rico, eran remitidos al doctor mundial del dinero, el FMI. La prescripción principal del FMI ha sido apretar el cinturón presupuestario de pacientes demasiado pobres como para tener un cinturón. La austeridad dirigida por el FMI ha conducido frecuentemente a desórdenes, golpes y el colapso de los servicios públicos. En el pasado, cuando un programa del FMI colapsaba en medio del caos social y el infortunio económico, el FMI lo atribuía simplemente a la debilidad e ineptitud del gobierno. Esa aproximación, por fin, está comenzando a cambiar”.
Jeffrey Sachs estaba hablando de su propio cambio, pues once años antes de “El fin de la pobreza” se mostraba tan sorprendido como Naím de los terribles acontecimientos de 1989 y 1992, y para nada renuente a la aplicación de sanguijuelas que luego denunciara.
LEA
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Minotauro de papel
El Fondo Carnegie para la Paz Internacional estimuló a Moisés Naím, antiguo Ministro de Fomento durante el segundo período de Carlos Andrés Pérez, a escribir un libro sobre la política económica de ese período. La invitación culminó en la edición de un libro de Naím en inglés—Paper Tigers & Minotaurs: The Politics of Venezuela’s Economic Reforms (Tigres de Papel & Minotauros: La Política de las Reformas Económicas de Venezuela)—que el propio Fondo Carnegie publicó.
El libro incluye una presentación de Morton Abramovitz, el presidente del Fondo Carnegie, y una introducción de Jeffrey Sachs, profesor de la Universidad de Harvard y asesor del gobierno de Pérez en 1989. Naím dejó su cargo de ministro para trabajar en el Banco Mundial, desde donde pasó a ser un asociado senior en el Fondo Carnegie. Esto explica que el libro esté escrito en inglés (probablemente pensado en ese idioma), y que Naím haya escogido hablar del tema desde su cómoda postura académica en los Estados Unidos de Norteamérica.
El libro en cuestión no constituye realmente una sorpresa. Los razonamientos de Naím, las explicaciones que ofrece, son ciertamente las esperables en alguien que fuera uno de los teóricos del paquete perecista. En la conclusión, por ejemplo, eleva a la categoría de “eslabón perdido” del proceso del segundo período de Pérez una estrategia de comunicación eficaz, cuya ausencia habría sido el factor determinante de las crisis políticas que caracterizaron a esa fase de la política venezolana. El título del libro alude a uno de los focos centrales del mismo: los factores que se opondrían al “gran viraje” de Pérez, entre los que habría “tigres de papel”, opositores que se creía fuesen más fuertes y decididos que lo que resultaron, y “minotauros”, oponentes que lo fueron mucho de modo inesperado.
Aun cuando Naím se refiere en más de un punto al tema de la pobreza, y reconoce la existencia de un mar de fondo de descontento previo, confiesa haberse sorprendido con los intentos de golpes de Estado de 1992 y con algunas otras cosas, como la aparente inconsistencia popular, que produjo los desórdenes del 27 de febrero de 1989 y los días subsiguientes pero habría dejado de protestar contra otros aumentos de precio. Traducimos un poco de su primer capítulo para ilustrar el punto: “La predicción de cuáles medidas serían aceptables al público y cuáles provocarían un clamor hostil era igualmente propensa al error. Por ejemplo, nadie anticipó que los venezolanos saldrían a la calle a protestar por la elevación de los precios de la gasolina y los pagos hipotecarios mientras toleraban pasivamente precios de la comida y las medicinas que colocaban a estos rubros fuera del alcance de muchos consumidores. La reacción popular fue tan feroz que forzó al gobierno a abandonar el plan de aumentar el precio de la gasolina (aun cuando todavía hubiera estado entre los más bajos del mundo) y a poner en práctica un costoso subsidio a las hipotecas de las viviendas. Entretanto, los precios de los alimentos y las medicinas continuaron aumentando sin provocar siquiera una reacción remotamente proporcional de los políticos, los medios o el público”. (Pág. 14). Antes Naím declara: “…nadie había sospechado que en Venezuela—uno de los pocos países latinoamericanos que se había ahorrado los horrores de las dictaduras militares de los sesenta y los setenta—las fuerzas armadas influyeran significativamente la política de las reformas económicas. El minotauro militar saltó a la acción dos veces inesperadamente”. (Pág.14).
Tenemos que disentir de esa lectura de Naím, puesto que tales eventos habían sido tanto anticipados como advertidos. El 21 de julio de 1991 el editor de esta publicación argumentaba desde El Diario de Caracas: “Por problemas menores que los que enfrenta el Presidente, Isaías Medina fue derrocado. No pudo nunca recuperar sus derechos políticos. En cambio, Richard Nixon todavía influye en la política mundial y de su país, porque tuvo la sabiduría de, por menos que lo que acongoja al Presidente, renunciar a la presidencia de los Estados Unidos… El Presidente debiera considerar la renuncia. Con ella podría evitar, como gran estadista, el dolor histórico de un golpe de Estado, que gravaría pesadamente, al interrumpir el curso constitucional, la hostigada autoestima nacional”. Bastante antes de esa advertencia, escribía también en “La Posibilidad de una Sorpresa Política en Venezuela”: “Por lo que respecta a un golpe militar antes de las elecciones de 1988 las probabilidades aparecen como minúsculas, aun cuando el deterioro continuase, como parece lo inevitable. Sólo un deterioro muy fuertemente acelerado en lo que resta desde ahora hasta las elecciones, pudiera provocar un intento serio de golpe militar. Por esto el sistema político venezolano deberá estar pendiente de acciones intencionales de agitación y agravamiento de la situación por parte de elementos que estuviesen jugando a esta posibilidad. En cambio, de ganar las elecciones de 1988 uno de los candidatos tradicionales, probablemente lo haría con un porcentaje muy reducido de votos. En ese caso el próximo gobierno sería, por un lado, débil; por el otro, ineficaz, en razón de su tradicionalidad. Así, la probabilidad de un deterioro acusadísimo sería muy elevada y, en consecuencia, la probabilidad de un golpe militar hacia 1991, o aún antes, sería considerable”. (Septiembre de 1987). En la introducción de este estudio decía: “En la primera sección de este trabajo discutiremos los rasgos que permiten calificar a la situación venezolana como altamente propensa a la sorpresa política. En las subsiguientes, y tratadas de modo distinto, dos clases generales de sorpresa: la posibilidad del outsider democrático en las elecciones de 1988; la posibilidad del golpe militar”.
También opinábamos en el mismo estudio: “Las mismas condiciones que hacen en general más probable la aparición de un hecho político sorpresivo son las que han aumentado la base con la que contaría un intento militar de tomar el control de las cosas: las condiciones de creciente deterioro de la situación. Sería muy raro que en las condiciones venezolanas de la actualidad no hubiesen aumentado las aproximaciones al tema y el examen de las consecuencias de un hecho tal por parte de actores con alguna posibilidad técnica de intentarlo… la posibilidad subsiste, y su cristalización supondría un deterioro más acusado, tal vez con la explosión de violencia social previa y la ausencia de una solución civil eficaz a los ojos de los militares que estuviesen pensando en esa dirección”.
Eso, pues, por lo que respecta al punto de la predecibilidad. En cuanto al fondo del problema, la óptica de Naím corresponde a una perspectiva clásica, newtoniana, mecanicista, según la cual “debería ocurrir” una explosión social por el aumento de los precios de alimentos y medicinas porque ocurrió una con el aumento de los precios del transporte. El propio Naím reconoce que la explosión del 27 de febrero de 1989 fue espontánea. Como hemos expresado acá, no es una visión clásica la que permite una explicación satisfactoria del fenómeno, sino modelos más actualizados de la teoría del caos y la teoría de la complejidad, la que, dicho sea de paso, permite entender, a través del fenómeno de la autorganización de sistemas complejos, las estabilidades que Naím no entiende.
Pero también está todo el libro en línea con la idea, más o menos difundida, de que el programa de Pérez era un programa esencialmente correcto. Las equivocaciones habrían sido, como reportamos antes, comunicacionales ante todo, las que serían más importantes que otras explicaciones que Naím minimiza, como la siguiente: “Los defensores del enfoque con orientación de mercado echan la culpa de la agitación política al gobierno de Pérez. Argumentan que su gobierno era corrupto y falló al no poner suficientemente atención a los costos sociales de los cambios que puso en práctica. No hizo nada para forzar el goteo hacia abajo de los beneficios de las reformas a las clase pobre y media” . Naím dice que estas “…generalizaciones son engañosas y dejan de capturar la esencia de la experiencia venezolana con las reformas”. (Pág. 12)
En este tipo de perspectiva lo acompañan ambos prologuistas. Sachs se sorprende, como Naím: “La gran paradoja de la experiencia venezolana es que logros macroeconómicos significativos—un rápido crecimiento del PNB, el haber esquivado la hiperinflación, la promoción de exportaciones—hayan sido acompañados por una profunda agitación política, incluyendo dos intentos de golpe. ¡Uno se estremece de pensar en lo que un fracaso macroeconómico hubiera producido!”. (Pág. 5).
Por su parte, Abramovitz establece la equivocación en las mismas primeras líneas de todo el libro: “La gerencia de las reformas de mercado es quizás el principal problema público en más y más países, desde los viejos países socialistas hasta las diversas economías de América Latina”.
Que estos estudiosos de los problemas públicos den prioridad al tema del mercado por encima del inmenso, principalísimo, decididamente central problema de la distribución de la riqueza en nuestros países, es evidencia de la tecnocrática ceguera y académica autosuficiencia que caracterizó, como a otros gobiernos en el mundo, al segundo período presidencial de Carlos Andrés Pérez, del que Moisés Naím fue destacado protagonista. Por fortuna, el libro de Naím no pasa de ser un minotauro de papel, aunque tal vez se trate, en su caso particular, de un minotauro de papel moneda.
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