En principio, el actual período de gobierno concluye al comienzo de febrero del año 2013, casi exactamente cinco años desde hoy. De aquí hasta allá, varias consultas electorales marcan la agenda política de la Nación, comenzando por las elecciones de gobernadores y alcaldes previstas para noviembre de este mismo año. Pero aun con eso, es indudable que el elemento dominante en la psiquis política nacional es la presencia del factor Chávez: el ejercicio de la Presidencia de la República por su actual titular. Mientras Hugo Chávez sea Presidente, el sobresalto continuará marcando nuestro proceso político, y a la muy considerable cantidad de estropicios institucionales y sociales causados por su atípica administración habría que añadir los que se le ocurrirán a lo largo de todo un quinquenio por agotar.
Ahora bien, no es en absoluto despreciable la probabilidad de que este quinquenio no culmine. Muchos factores, en convergencia no necesariamente planeada, pueden suscitar un desenlace distinto: la interrupción del mandato de Chávez antes de que llegue a su término constitucional.
En efecto, Chávez debe vérselas ahora con un cúmulo heterogéneo de tendencias adversas: externamente, un juicio francamente negativo de su gobierno, muy generalizado en la comunidad internacional, con sólo muy pocas excepciones (Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Irán, quizás Cuba y Argentina por motivos clientelares); internamente, una oposición escarmentada y aprendida que comienza a atinar políticamente, un patio interno en grado considerable de desarreglo (con signos claros de insatisfacción y crítica dentro de sus propias filas), una economía desabastecida críticamente, una protesta social creciente y desilusionada.
Para el manejo de esta complejidad adversa, la coartada del imperio será cada vez menos convincente. Es difícil atribuir al Departamento de Estado estadounidense un servicio deteriorado de la Electricidad de Caracas o de CANTV, puesto que éstas son ahora empresas estatizadas, y cualquier tropiezo importante de nuestra actividad petrolera ya no será excusable con el chivo expiatorio de ninguna transnacional cerril, pues el Estado venezolano ejerce el control absoluto de esa industria. Y ya se nota que los aportes de PDVSA a las distintas misiones inventadas por el gobierno han descendido marcadamente: en el primer semestre de 2007 PDVSA aportó a las misiones 26,7% menos recursos que en igual período del año anterior, con las consecuencias naturales. Por señalar un caso, “…la Misión Madres del Barrio llegó a su clímax con 250.000 beneficiarias que recibían un monto que equivalía hasta a 80% del salario mínimo. El número de mujeres prometía crecer pero, al contrario, el año pasado la cifra bajó a 62.000 beneficiadas por el programa”. (Marianna Párraga, El Universal, 26 de febrero de 2008).
Tampoco está disponible la excusa de la “Cuarta República”. Después de casi una década de hegemonía chavista, ya no hay gobierno anterior al que echar la culpa del deterioro, menos aún cuando el que lo precediera, el segundo de Rafael Caldera, no fuese precisamente un gobierno del bipartidismo. De hecho, cualquiera de las excusas esgrimidas para intentar la justificación de los alzamientos de 1992 ha sido reproducida y excedida con creces por los resultados de la administración de Chávez. La corrupción es mayor, la inseguridad es mayor, la pobreza es mayor. La habladera, sobre todo, es mayor.
Superpuesta a este cuadro, la personalidad errática y pendenciera de Hugo Chávez, y su invasión de cuanta instancia de decisión política pueda existir en el país (como la elección de las autoridades del PSUV y sus candidatos para noviembre), resaltarán meridianamente que la situación nacional, que se deteriora por minutos, tiene un supremo y único responsable: Hugo Rafael Chávez Frías.
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Es sabido que en el seno de la sociedad venezolana persisten convicciones, no poco justificadas, de que hay que salir de Chávez cuanto antes. Algunos de quienes las sostienen conspiran activamente para que este objetivo se cumpla a como dé lugar. Sin embargo, no es necesario que tal conspiración sea exitosa, ni siquiera que sea real. En ciertas condiciones, una convergencia perfectamente natural y azarosa de tendencias e intereses hace que los sistemas complejos se comporten como si hubiera una conspiración centralizada, aunque ésta no exista. A pesar de que el efecto de prédicas como las de Alejandro Peña Esclusa es verdaderamente marginal, un deterioro continuado—muy difícil de detener—puede generalizar la impresión de que la situación es insostenible. En este caso, varios incidentes y secuencias relativamente aleatorias e inconexas pueden desembocar en la salida de Chávez del poder, sobre todo porque éste persiste en mantener un curso general que es, precisamente, el que nos ha traído hasta aquí.
Pero es que incluso si rectificare una vez rebasado cierto límite, la rectificación misma sería signo de debilidad, y entonces una corrección de rumbo sería, más bien, un acelerador de su caída. Cuando Carlos Andrés Pérez resistía, luego del 4 de febrero de 1992, a la designación de un consejo consultivo (que terminó nombrando a regañadientes), lo hacía precisamente por no mostrarse más débil de lo que estaba, así como la cascada de cambios ministeriales de Pérez Jiménez entre el 1º y el 23 de enero de 1958, sólo sirvió para generalizar la impresión de la grave crisis, terminal, de su gobierno. Si Hugo Chávez no es capaz de rectificar la dirección de su gobierno antes de las elecciones del 23 de noviembre de este año, y éstas reportan a la oposición una ganancia significativa—al menos ocho gobernaciones, en las circunscripciones donde se derrotó la propuesta constitucional de Chávez el pasado 2 de diciembre—es posible que se haya excedido ya el tiempo útil para la rectificación. De aquí hasta aquella fecha, no parece probable que el gobierno tenga éxito en revertir la percepción generalizada de una situación mala del país.
Todas estas cosas, pues, han aumentado considerablemente la probabilidad de una falta absoluta del Presidente de la República. Suponiendo que ella no ocurriera por un golpe de Estado, ¿a qué nos enfrentaríamos en términos constitucionales?
Dos casos son factibles, Si se le hiciera posible a Chávez llegar reptando hasta enero de 2011, lo que sería ciertamente muy difícil, entonces se aplicaría el último parágrafo del Artículo 233 de la Constitución, que dice : “Si la falta absoluta se produce durante los últimos dos años del período constitucional, el Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva asumirá la Presidencia de la República hasta completar el mismo”. Quienquiera que Chávez haya designado en ese cargo para la fecha—y seguramente veríamos más de un enroque en la posición—completaría el traumático período.
Pero si se diera el caso más probable, que este gobierno no sea capaz de sostenerse tres años más—porque sea revocado o por cualquiera otra causa constitucional—, entonces rige el tercer parágrafo del mismo artículo, que reza: “Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente o Presidenta de la República durante los primeros cuatro años del período constitucional, se procederá a una nueva elección universal y directa dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva”. Es decir, el Consejo Nacional Electoral, que no es precisamente de gran celeridad funcional, tendría que organizar una elección presidencial en el plazo de un mes, lo que significa que los candidatos a suceder a Chávez tendrían, en el mejor de los casos, treinta días de campaña a su disposición, y los electores treinta días para formar su intención de voto. Se trata, evidentemente, de un plazo harto insuficiente.
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Suceder a Hugo Chávez en la Presidencia de la República es, sin duda, un asunto enormemente complejo, y al menos cuatro niveles de la cosa son teóricamente distinguibles. El primero es obvio: como dice el adagio político norteamericano, you can’t fight somebody with nobody. Si se ve la cosa desde el punto de vista de la oposición a Chávez, la ausencia de una figura nacional clara, con suficiente arraigo, es la más evidente carencia política.
Luego, sustituir a Chávez significa sustituir sus programas de gobierno. En una elección en la que participarían también figuras del chavismo—Diosdado Cabello, por caso—el aspecto programático tendría alguna gravitación sobre la brevísima campaña, aunque probablemente esta dimensión sería menos importante que un mero cambio estilístico-ideológico, que en esencia sería lo que los electores apreciarían.
En tercer término, sustituir exitosamente a Chávez comporta arribar al escenario político con una gramática política diferente, pues es toda una teoría interpretativa e histórica la que Chávez ha impuesto como discurso explicador de absolutamente todo. (Algunos llaman a esto el problema de la “narrativa”). Aquí se trata no de una dimensión programática, sino de una legitimación paradigmática. La viabilidad de un sucesor de Chávez, no sólo de su simple elección, dependerá fuertemente de su capacidad para pensar y articular la política desde un plano conceptual radicalmente distinto, más moderno y convincente.
Las dos últimas condiciones, estos dos últimos planos, pueden entenderse como indisolublemente ligadas al primero. Un nuevo paradigma político no ocurre en el vacío, sino que debe ser encarnado por una persona concreta. Es una persona concreta la que debe hablar el nuevo idioma, y es también de una persona concreta su plataforma programática.
Falta el cuarto nivel: el organizativo. En ausencia de una estructura opositora monopolista—ningún partido entre los existentes, ni siquiera uno de los más nuevos, tiene fuerza suficiente, no digamos aplastante—basta la capacidad para organizar un grupo nacional de electores que sea eficaz. Aunque sigue siendo de gran importancia la movilización de electores el día de la votación, ha bajado en importancia el problema del cuidado de los votos con la automatización de nuestro proceso electoral. (El Grupo La Colina ha argumentado convincentemente a este respecto). Iniciativas como las de Súmate, por otra parte, han enseñado cómo es posible organizar, en tiempos más bien breves, una cantidad significativa de activistas adiestrados.
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¿En qué momento puede producirse la falta absoluta del Presidente de la República? Si se buscase ésta mediante referéndum revocatorio, la condición constitucional se cumple desde febrero de 2010. (Artículo 72 de la Constitución, Parágrafo Primero: “Transcurrida la mitad del período para el cual fue elegido el funcionario o funcionaria, un número no menor del veinte por ciento de los electores o electoras inscritos en la correspondiente circunscripción podrá solicitar la convocatoria de un referendo para revocar su mandato”). Por como van las cosas, es difícil que Hugo Chávez pudiera superar un segundo referéndum revocatorio en su contra, siempre y cuando éste sea organizado inteligentemente—por actores distintos a la Coordinadora Democrática, por ejemplo—y siempre y cuando exista para el momento una figura aceptable para la sucesión.
No es, por supuesto, la revocación la única forma constitucional que cause la falta absoluta del Presidente de la República, pero probablemente sea la más sana y viable de todas. Sólo un deterioro grandemente acelerado, que no es imposible, pudiese exigir la aplicación de otros remedios. (Inhabilitación por incapacidad física o mental o renuncia, constitucionalmente, o la abolición del régimen, supraconstitucionalmente).
Lo más probable es que el régimen de Chávez pueda superar este año de 2008, especialmente porque la población querrá esperar la consulta electoral de noviembre, que será un indicador muy significativo del apoyo que haya podido conservar. Todavía pudiera sobrevivir a 2009. La mera inercia de un ente tan enorme como el gobierno hará que su caída no sea excesivamente rápida, como debe comenzar a frenarse un supertanquero unas buenas decenas de kilómetros antes de llegar a Rotterdam, so pena de encallar en medio de la ciudad. El éxito de un referéndum revocatorio será más seguro en la medida en que se haya hecho universalmente insoportable el gobierno de Chávez, y para esto deberá invertirse lo que queda de este año y el siguiente. Así como Chávez tuvo la paciencia de esperar cinco años para revocar la licencia de señal abierta a RCTV, así debiera tenerse pulso firme para eludir atajos desesperados y asegurar la revocación.
Pero claro, tenemos en la Presidencia a una persona de psicología anormal, por una parte, y además, por la otra, los indicadores del deterioro y las oposiciones internas y externas seguirán ejerciendo su efecto corrosivo sobre el gobierno. Ante esto es lo más sensato prepararse de una vez. Es muy racional, por supuesto, prepararse para los futuros más probables, pero también para aquellos futuros improbables que, de ocurrir, tendrían un impacto desproporcionado sobre nuestras existencias.
De todos los preparativos aconsejables, ninguno es más crucial que la emergencia e identificación de una verdadera contrafigura para Chávez. A pesar de que la agenda de este año está marcada con elecciones regionales, el teatro nacional no puede ser descuidado. Que comiencen a salir las nuevas caras.
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