Cartas

En los tiempos ya idos del segundo gobierno de Rafael Caldera, un viraje en la atención de la cancillería venezolana desplazó significativamente la mirada preferente hacia el sur; más específicamente, hacia Brasil. Eran los tiempos de una intensa amistad con el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, el presidente brasileño que había vivido en Venezuela y hecho sentir su bonhomía y su inteligencia de sociólogo en los predios del CENDES (Centro de Estudios del Desarrollo) de la Universidad Central de Venezuela. (Antes, en su primer gobierno, Caldera había logrado finalizar la demarcación de límites entre Brasil y Venezuela).

Tan estrecho fue el acercamiento entre Cardoso y Caldera, que Ramón Adolfo Illarramendi, antiguo embajador venezolano en Jamaica, a la sazón al mando de una unidad de análisis de políticas para la segunda presidencia del yaracuyano, jugaba con una idea para la que encontró cierta resonancia aun en algunas cabezas brasileñas. Ésta era la utopía de crear dos nuevos estados en América del Sur: uno estaría formado por la mayor parte del Brasil actual; el otro se constituiría por la fusión de Venezuela y la parte más norteña de Brasil.

Naturalmente, de este sueño sin destino no trascendió nada hacia los objetivos del causahabiente de Caldera, Hugo Chávez Frías. Lo que si heredó este sucesor fue la camaradería con el gigantesco país portugués y, todavía durante la presidencia de Cardoso, Chávez firmó acuerdos bilaterales con Brasil. Muy poco después, la simpatía aumentó marcadamente con la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva, en el año 2002.

Para algunos opinadores en Venezuela—notablemente para Alejandro Peña Esclusa—la llegada de Lula al poder en Brasil era un desarrollo ominoso. A comienzos de 2002, antes de los sucesos de abril, Peña Esclusa argumentaba que había que salir de Chávez antes de que Lula se encaramase en la presidencia de su país, pues una vez que esto ocurriera la alianza Chávez-Lula—presuntamente manifiesta en sesiones del Foro de Sao Paulo—significaría que el presidente venezolano sería prácticamente inamovible.

Pero la trayectoria de Lula en la jefatura del estado brasileño no exhibe la misma radicalidad que la propugnada por Chávez. Lula se ha mudado del socialismo a la socialdemocracia, y en un curso que pudiera ser tenido por reformista, ha presidido un sostenido progreso económico de su país y un aumento considerable de su importancia política. Hace un año, cuando George W. Bush emprendía una morosa gira latinoamericana, que Chávez procuró boicotear con su propia contragira, Lula recibía al presidente de los Estados Unidos para marcar su autonomía con una muy distendida y amigable bilateralidad. Lula no cree que Bush huele a azufre.

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La nueva visita de Chávez a Brasil lleva tres propósitos ostensibles. El primero y más obvio es el de continuar promoviendo la entrada plena de Venezuela a Mercosur, que se ha visto entorpecida, entre otras cosas, por el pésimo cartel que tiene Chávez en el Senado de Brasil, al que una vez acusara de estar formado por loros repetidores del discurso de Washington. La sola relación comercial bilateral entre Venezuela y Brasil alcanzó el año pasado la suma de 5.000 millones de dólares (el nivel sostenido con Colombia), tras un aumento de 36% respecto del año anterior.

El segundo propósito es de naturaleza energética. Desde 2005 hay conversaciones entre PDVSA y Petrobrás para la construcción y operación conjunta de una refinería en territorio brasileño—en Recife, bajo el nombre de José Inácio Abreu e Lima, el revolucionario brasileño que peleara del lado patriota en la guerra venezolana por la independencia—propuesta por primera vez ya en el año 2000. El esquema ha mantenido una participación brasileña de 60% y una de 40% para Venezuela. Según recientes declaraciones de Petrobrás, falta dilucidar muy poco para concluir el arreglo definitivo, pero la petrolera brasileña ya ha comenzado los movimientos de terreno en el sitio, y ha hecho saber que procedería con el proyecto aun sin Venezuela. (La capacidad inicial sería de 200 mil barriles diarios, para ser duplicada en pocos años. El importante yacimiento petrolífero descubierto recientemente en Brasil permitiría a este país justificar la inversión en la refinería a partir de su propio suministro). Ya se sabe que el acuerdo definitivo no podrá ser firmado por ambos presidentes durante esta visita, y se estima consumir al menos dos meses más en las negociaciones de puesta a punto.

Pero el más vistoso objetivo de la reunión entre Chávez y Lula tiene que ver con el reino de la seguridad continental. El segundo ha propuesto la constitución de un “Consejo de Seguridad” de América del Sur, organismo de consulta dentro del que pudiera absorberse los amagos de conflicto militar interno, como el que hace nada puso en movilización contingentes de Ecuador y Venezuela hacia sus respectivas fronteras con Colombia.

Cada quien, por supuesto, interpreta las cosas a su manera. Lo que en principio está pensado como un mecanismo de consulta y resolución de conflictos al estilo del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, para Chávez es una suerte de OTAN de América del Sur que permita la defensa de nuestra masa continental contra “el imperialismo, los neoliberales y la acción militar preventiva”. En verdad, es éste el concepto que hace poco expusiera Chávez en visita a Nicaragua, y que propusiera tan temprano, aunque menos beligerantemente, como en el año 2000.

Esta última concepción, la más atrevida, tiene mucho sentido geopolítico, y no es en absoluto invento original de Hugo Chávez. En artículo (Tema de Estado) publicado en La Verdad de Maracaibo en septiembre de 1998, antes de la llegada de Chávez al poder, el suscrito adelantaba la opinión de que la integración de América del Sur era más viable que la de América Latina entera, y que vista la escala de Brasil, probablemente sería más sensato entender esa integración como la convergencia de tres bloques: Brasil, el Cono Sur y una gran república bolivariana, formada por el territorio de las repúblicas liberadas por Bolívar. Éstos eran los términos: “Como espacio geopolítico y ecológico, pues, tiene sentido pensar en su organización política de conjunto. Y tiene sentido en momentos cuando asistimos a la manifestación del intento de NAFTA en Norteamérica, del intento de la Comunidad Europea, de los reacomodos que ya se han producido en el área asiática. Tiene más sentido aún si consideramos que el mundo va hacia una planetización política, en la que la coexistencia de culturas diversas será una realidad. América del Sur puede ser una maqueta de este proceso más amplio de integración, pues además de la obvia presencia de la cultura latina, incluye a los pueblos de las distintas Guayanas y a los de las Malvinas. (Si es que no incluyésemos también a las Antillas Neerlandesas o a Trinidad y Tobago). Pero América del Sur incluye a Brasil, y su escala no debe ser ignorada. Por esto no deja de ser una idea a considerar, antes de un pacto continental de América del Sur, la conformación de una república boliviana, de la verdadera Bolivia, la amplia. Definida como el territorio que Bolívar liberó de la corona española, esa república es un hexágono abierto que abarca desde los límites superiores de Panamá hasta los inferiores de Bolivia. Eso sí provee un mercado suficiente para un grado de diversificación básico y toma en cuenta las escalas de Brasil y el cono sur para formar, de un modo más equilibrado, la Organización del Tratado de América del Sur”.

Antes, en diciembre de 1984, coincidía con Arturo Úslar Pietri en la imaginación de una integración política del área iberoamericana, y las consideraciones de defensa ya entraban en la formulación, que propugnaba el tratamiento al señalar: “En el nivel político, más que nunca la ‘tercera ola’ será una discusión de grandes interlocutores. Y hasta ahora sólo parece que conversarán los sajones, los eslavos, los europeos dependientes de los sajones y los dependientes de los eslavos, los chinos y los japoneses, los hindúes. Es decir, unidades políticas de centenares de millones de personas”. (La verdad que ya no podemos eludir, Válvula, diciembre de 1984). Algo más tarde escribía: “No es insensato pensar en un aumento de las pretensiones de dominio norteamericano sobre nuestra zona. Las nuevas tecnologías de comunicación no hacen sino aumentar la potencialidad de control y dominación que una supernación desarrollada en ese aspecto puede querer emplear, sobre todo si se trata de asuntos que esa potencia considera vitales para sus intereses más fundamentales… Por la integración política en un contexto cultural homogéneo Venezuela consigue resolver varios problemas importantes de un golpe. Para comenzar, es necesario precisar que el tratamiento propuesto es el de una integración federativa. Esto es, la integración no consiste en transferir todas  las funciones públicas a un gobierno supranacional, sino únicamente las funciones de Estado clásicas: representación diplomática o relación política con terceros estados, defensa ante terceros estados, emisión de una moneda única del área integrada, principalmente… Hay otros efectos diferentes del estrictamente económico que hacen atractiva a Venezuela (y a los demás países participantes) la opción de convertir su razón de Estado a través de una confederación de estados del área latina, aún cuando también el aumento de eficacia se traduce en muchos casos en un menor gasto por concepto de funciones de Estado. Por ejemplo, tenemos lo concerniente a seguridad y defensa. El ahorro sería considerable si, en vez de hacer como ahora, que además de defender con ejércitos el perímetro latino, gastamos en una defensa interfronteriza, elimináramos este último renglón. Es así como la contribución que cada país haría al presupuesto federal de defensa sería menor que la cantidad que cada quien gasta por separado. Por supuesto, es de esperar que la agregación de las posibilidades de defensa individuales daría como resultado unas fuerzas armadas comunes de considerablemente mayor tamaño y potencia. El efecto que la emergencia de esta nueva postura de defensa tendría sobre la actual tensión mundial pudiera ser altamente beneficioso, de continuar el nuevo Estado, como es de suponer, en la tradición pacifista de la mayoría de los países del conjunto”. (Dictamen, junio de 1986).

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Pero aun cuando en las consideraciones anteriores se incluía la referencia a las apetencias norteamericanas, aun antes del desplome de la Unión Soviética y la emergencia de la pretensión unipolar, la unión propuesta no cobraba sentido en una pretensión antinorteamericana. La idea de la defensa suramericana no debe ser formulada adversariamente; se sostiene a sí misma sobre la simple conciencia de que, además de la presencia de más de doscientos “municipios del planeta” (sus actuales naciones-estado), la polis planetaria en construcción vendrá determinada por acomodación de los macrofeudos o grandes agregados políticos: China, India—estos dos en curso de acercamiento—Estados Unidos, Rusia, Europa, etcétera. En esa nueva Tabla Redonda de grandes barones, América del Sur no ha logrado todavía reunirse para pretender un asiento, y ya es hora de que lo haga, desde una postura pacifista. No es sano entender una “OTAN de América del Sur” como una organización contraria a los Estados Unidos, ni tampoco contraria a ninguna otra entidad nacional o supranacional.

Brasil, por otra parte, va a halar en una dirección distinta de la que Hugo Chávez quiere. Es altamente sintomático que, un día antes de esta nueva visita de Chávez a Brasil, el canciller de esta nación, Celso Amorim, haya ofrecido declaraciones clarísimas y contundentes, poco características de la proverbial y plácida indefinición de Itamaraty. Amorim marcó muy preciso distanciamiento de la posición venezolana respecto del conflicto interno colombiano. No sólo reafirmó que Brasil no asume neutralidad en este conflicto, sino que además disiente de la idea, formulada por Chávez, de conceder a las FARC el status de fuerza beligerante. Dijo Amorim (habla Lula, por tanto): “Brasil, por ejemplo, discrepa totalmente de la posición del presidente de Venezuela en relación con las FARC como fuerza beligerante. Nosotros no concordamos con esa idea. No creo que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia merezcan ningún status político, porque practican secuestro, crímenes abominables”. Y luego de sucesivas preguntas de los periodistas, reiteró más específicamente: “Brasil condena la acción de las FARC, el presidente Lula condenó el crimen de secuestro, que es abominable. Brasil no es neutro entre las FARC y el gobierno colombiano”, al tiempo que opinó que los rehenes en poder de las FARC “tendrían que ser sueltos unilateralmente, sin condiciones”.

Una vez más, alguien le para el trote a Chávez, y esta vez es su anfitrión, la víspera misma de su visita, con advertencias inequívocas en mentís de las alarmas que Peña Esclusa prendía hace seis años.

Tampoco encontrará eco Chávez en Brasil para su postura antinorteamericana principista. Siendo un político pragmático, Lula no sólo ofreció a George W. Bush la más amable bienvenida durante su deslucida gira latinoamericana del año pasado, sino que ha dirigido una política económica que nunca pudiera ser descrita como anticapitalista. No en balde, la inversión extranjera en Brasil creció el año pasado cerca de un 40% respecto de la recibida en 2006.

Menos todavía desacelerará Brasil su inversión militar, con o sin OTAN sudamericana. Muy por encima de Colombia, que a su vez supera a Venezuela en capacidad y apresto bélico, Brasil es la primera potencia militar de América del Sur, soportada por una estructura industrial que no es monoproductora ni dependiente sólo de sus  exportaciones. Y para este mismo año de 2008, el presupuesto de defensa de Brasil experimentará un crecimiento de 50% sobre lo invertido en 2007.

Venezuela debió haber buscado, primero, el fortalecimiento del área andina—bolivariana, en el recto sentido—antes que una bilateralidad con Brasil que obviamente es desproporcionada. Pero Chávez se dio a la tarea, explícitamente desde 2006, de torpedear a la Comunidad Andina de Naciones, y a agriar las relaciones con sus dos mayores componentes: Colombia y Perú. Son los más débiles del área, Bolivia y Ecuador, sus aliados del momento. Pero así es como funciona la cabeza geopolítica de nuestro presidente.

En 1943, Walt Disney lanzó una segunda película de dibujos animados que apelara a la América Latina: Los tres caballeros. El neurótico Pato Donald representaba a los Estados Unidos, José Carioca era un divertido loro brasileño y Pancho Pistolas un alocado gallo charro, en representación de México. El amistoso trepador carioca puede pasar por Lula; las pistolas—de procedencia rusa—son ahora esgrimidas por Chávez, ya no por Pancho, mientras la irascible personalidad de Donald sigue siendo representación de Bush, pero no es fácil decir que la conducta del mandatario venezolano sea la de un caballero.

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