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El mundo no para. Mientras algún sobresalto de origen oficialista captura la atención de los venezolanos—las recientes acusaciones contra Isaías Rodríguez o de la familia latifundista presidencial, por ejemplo—el planeta produce millones de acontecimientos significativos cada día. De éstos sólo podemos enterarnos de unos pocos, y es más fácil captar los que suceden en los países más prominentes, sobre todo si con ellos tenemos una importante relación.

De todas las cosas que ocurren en los Estados Unidos, si a ver vamos, dos noticias destacan por estos últimos días. Una de ellas, ominosa, es la evaluación que acaba de presentar el Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sobre las perspectivas inmediatas de la economía estadounidense, ante el Comité Económico Conjunto de ambas cámaras del Congreso de su país.

Bernanke reconoció que el desempeño económico más probable de los Estados Unidos, durante el primer semestre de 2008, era el de un estancamiento, sin descartar la posibilidad de una contracción:  “Parece ahora probable que el producto nacional bruto no crecerá mucho, si es que lo hace, en la primera mitad de 2008, y pudiera incluso contraerse ligeramente”.

El jefe del banco central de los Estados Unidos añadió que los mercados financieros continuaban bajo presión considerable, limitados en su capacidad de añadir crédito, y dijo que esperaba un aumento del desempleo, reducción de las nóminas en términos monetarios y una caída de la construcción. Puso su esperanza, sin embargo, en una recuperación durante el segundo semestre del año. La recesión en los Estados Unidos, pues, ya ha sido predicha oficialmente.

La dinamicidad de la economía norteamericana tiene mucho que ver con la del planeta entero, y en nuestro caso impacta la demanda general de petróleo. No tenemos nada que celebrar cuando el gigante norteamericano se enferma.

Tampoco cuando allá se destapa, es la segunda noticia, un memorándum procedente del Departamento de Justicia, dirigido al Pentágono en 2003. En él se daba libertades a los militares estadounidenses para que obviaran cualquier principio humanitario, en el tratamiento de prisioneros de su guerra privada contra el terrorismo, Es decir, era la autorización de la tortura. La pieza se conoce ya como el “memo Abu Ghraib”, en alusión a la infame cárcel en Irak. ¿Qué más puede decirse del gobierno de George W. Bush para certificarlo como el peor en la historia de los Estados Unidos?

La buena noticia es que en los Estados Unidos se puede descubrir cosas así y repudiarlas públicamente, sin que el jefe del ejecutivo pueda atribuir ese examen al “terrorismo mediático”. Hasta Sony Entertainment Television ha puesto en el aire una rochelera comedia—That’s my Bush—que ridiculiza su figura por nombre y apellido, presentándola sin tapujos como la de un incompetente. Aquí se enviaría huestes de franela roja a atacar a quien osara una producción independiente de ese tipo.

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