Varias veces se ha traído acá una observación de George Lakoff, experto en el empleo de “marcos lingüísticos”. El profesor describe la hábil expresión “alivio fiscal”, introducida por el gobierno de George W, Bush para camuflar su trato preferente a los grandes capitales, a los que favorece con rebajas impositivas. Al usar la palabra “alivio”, se sugiere que quien alivia es bueno y que quien se le opone es malo. Escribe Lakoff: “Pronto una buena cantidad de gente estaba usando la expresión ‘alivio fiscal’, y antes de darnos cuenta los demócratas comenzaron a usar la expresión ‘alivio fiscal’ y se dieron un tiro en el pie”. Se oponían a ventajas adicionales a los más grandes empresarios, pero al copiar la terminología del gobierno actual de los Estados Unidos, sin percatarse encarnaron a villanos desalmados que se oponían a un “alivio”.
Por estos lados se cae en trampas similares. Una notoria es la aceptación de los términos “Cuarta República” y “Quinta República”. Ramón Guillermo Aveledo, por ejemplo, en hábil y justa defensa de los gobiernos democráticos anteriores al de Chávez, tituló a su útil y más reciente libro “La 4ta. República” (Lo bueno, lo malo y lo feo de los civiles en el poder).
Esta semana se convocaba, en el sector de la caraqueña urbanización Sebucán, una asamblea de ciudadanos con el fin de organizar oposición al proyecto oficialista de reforma curricular. Pero al vocear la convocatoria desde vehículos con altavoces, o incitar a la asistencia con afiches pegados por toda la urbanización, declaraban que la iniciativa iba contra el “Proyecto de Currículum Bolivariano”. Esta peculiar construcción, con mayúsculas y todo, se hace eco de la terminología gubernamental y por eso mismo la consagra indebidamente. Es como darse un tiro en el pie.
No hay nada de bolivariano en el proyecto de currículo que vende Adán Chávez. No es ésta una república bolivariana, y mucho menos es bolivariana esta “revolución”, que es más bien involución, puesto que se trata de un retroceso.
A pesar de que la proclamen pasaportes, cédulas, billetes de banco, vallas y gigantografías, la república que Hugo Chávez preside no es bolivariana. Nos hemos dejado arrebatar el exacto significado del concepto bolivariano, y hemos permitido un uso adulterado del mismo por parte de un gobierno sin escrúpulos, que manipula a punta de propaganda mientras pretende el monopolio del adjetivo y ha convertido a Bolívar en marca y franquicia.
Cada vez que admitimos que a algún despacho “del poder popular” se le llame así, que se caricaturice la hazaña democrática venezolana como “Cuarta República”, que se etiquete cualquier cosa—las ejecutorias, por caso, de Barreto y Bernal—como bolivariana, reforzamos, sin proponérnoslo, la perniciosa coartada chavista.
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