Fichero

LEA, por favor

Un inusitado interés recibió la ficha de la semana pasada, con texto de Benjamín Constant sobre la piedra angular de la constitucionalidad: el principio por el que la soberanía, aun siendo el primero de los poderes, no debe ser ilimitada. Los amables suscritores que comentaron la edición coincidieron en alabar la claridad de Constant y la fuerza de sus verdades. Uno de ellos escribió, muy gráficamente: “Este texto es muy sorprendente. Aunque habría que agiornarlo a una redacción más contemporánea, su claridad es maravillosa y habría que darle con él en la cabeza a cada Consejo Comunal, Círculo Bolivariano y demás intentos de embudos que pretenden representar la voluntad ciudadana. Yo diría que contiene prescripciones para una hipotética Constitución. Merece ser divulgado con megáfonos”.

Esta semana se compone la Ficha Semanal #192 de doctorpolítico con un texto complementario, escrito por el mismo Constant. Lo que se reproduce acá es la primera mitad de “La libertad individual”, que es el décimo octavo capítulo de sus “Principios de Política”. Es esta primera parte una denuncia y un rechazo de la forma arbitraria de gobernar. Menos general que el texto de la semana anterior, es sin embargo igualmente transparente y poderoso.

En un capítulo todavía anterior (Inviolabilidad de la propiedad privada), ya Constant arremete contra el ejercicio arbitrario del poder, y dice: “Las arbitrariedades contra la propiedad son muy pronto seguidas por arbitrariedades contra las personas: primeramente, porque la arbitrariedad es contagiosa, en segundo lugar porque la violación de la propiedad provoca necesariamente resistencia. La autoridad obra con severidad contra el oprimido que resiste; y porque ella ha querido arrebatarle su bien, es conducida a atentar contra su libertad. Yo no trataría aquí en este capítulo sobre las confiscaciones ilegales y otros atentados políticos contra la propiedad, pues no se pueden considerar esas violencias como prácticas usadas por los gobiernos regulares; ellas son de la naturaleza de todas las medidas arbitrarias, no son una parte inseparable de ellas; el desprecio por la fortuna de los hombres sigue de cerca al desprecio por su seguridad y su vida”.

En su introducción a la obra cumbre de Constant, explica Nicholas Capaldi: “En los Principios, Constant reafirma su compromiso de toda una vida con la libertad individual e institucional y la ausencia del poder arbitrario. Él afirma que incluso un solo acto arbitrario pone al gobierno en la senda del despotismo. Constant vio siempre a la libertad como un fenómeno orgánico: atacarlo en cualquier punto particular era atacarlo de forma general”.

LEA

Vicio de arbitrariedad

Todas las constituciones que ha tenido Francia garantizaban igualmente la libertad individual, y bajo el imperio de esas constituciones, la libertad individual ha sido violada sin cesar. Es que no basta una simple declaración, son necesarias garantías; son necesarios cuerpos bastante potentes para emplear en favor de los oprimidos los medios de defensa que consagra la ley escrita. Nuestra actual constitución es la única que ha creado sus garantías e investido de bastante poder a los cuerpos intermedios.

La libertad de la prensa colocada encima de todo ataque, gracias a los juicios con jurados; la responsabilidad de los ministros, y sobre todo la de sus agentes inferiores; finalmente la existencia de una representación numerosa e independiente, tales son los bulevares de los cuales la libertad está hoy día rodeada.

En efecto, esta libertad es la finalidad de toda asociación humana; sobre ella se apoya la moral pública y privada; sobre ella reposan los cálculos de la industria; sin ella no hay para los hombres ni paz, ni dignidad, ni felicidad. La arbitrariedad destruye la moral; pues no existe moral sin seguridad, no existen amables afectos sin la certeza de que los objetos de esos afectos reposan arropados bajo la égida de su inocencia. Cuando la arbitrariedad golpea sin escrúpulo a los hombres que le son sospechosos, no es sólo a un individuo a quien persigue, es a la nación entera a quien en primer lugar indigna y luego degrada. Los hombres tienden siempre a liberarse del dolor; cuando lo que ama está amenazado, ellos se apartan o lo defienden.

Las costumbres, dice M. de Paw, se corrompen repentinamente en las ciudades atacadas por la peste; los moribundos se roban entre sí; la arbitrariedad es a lo moral lo que la peste a lo físico.

Es enemiga de los lazos domésticos, pues la sanción de los lazos domésticos es la esperanza fundada en vivir juntos y libres bajo la protección que la justicia garantiza a los ciudadanos. La arbitrariedad fuerza al hijo a ver como se oprime a su padre sin poder defenderle, a la esposa a soportar en silencio la detención de su marido, a los amigos y los vecinos a negar los más sagrados afectos.

La arbitrariedad es el enemigo de todas las transacciones que fundan la prosperidad de los pueblos; quebranta el crédito, aniquila el comercio, afecta todas las seguridades. Cuando un individuo sufre sin haber sido reconocido culpable, si carece de inteligencia se creerá amenazado, y con razón; pues destruida la garantía, todas las transacciones se resienten por ello, la tierra tiembla y sólo se vive con terror. Cuando la arbitrariedad es tolerada, se disemina de tal modo que el ciudadano más desconocido puede de golpe encontrarla dispuesta a atacarle. No basta mantenerse aparte y dejar golpear a los demás. Mil lazos nos unen con nuestros semejantes y el egoísmo más inquieto no consigue romperlos todos. Os creéis invulnerables en vuestra voluntaria oscuridad pero tenéis un hijo, la juventud lo arrastra; un hermano menos prudente que vosotros se permite una murmuración; un antiguo enemigo que en otro tiempo habéis herido, ha sabido conquistar alguna influencia. ¿Qué haréis entonces? Después de haber censurado con amargura todo reclamo, rechazada toda queja, ¿váis a quejaros a vuestra vez? Estáis condenados de antemano por vuestra propia conciencia y por esta opinión pública envilecida que vosotros mismos habéis contribuido a formar. ¿Cederéis sin resistencia? Pero ¿se os permitirá ceder? ¿No se desechará, no se perseguirá un objeto inoportuno, monumento de una injusticia? Habéis visto a los oprimidos; les habéis juzgado culpables; habéis, pues, abierto el camino donde camináis a vuestra vez.

La arbitrariedad es incompatible con la existencia de un gobierno considerado bajo la razón de su institución, pues las instituciones políticas no son sino contratos; la naturaleza de los contratos es la de establecer límites fijos; así igualmente la arbitrariedad siendo precisamente opuesta a un contrato, socava en su base toda institución política.

La arbitrariedad es peligrosa para un gobierno, considerado bajo el producto de su acción; pues, aun cuando precipitando su marcha le da a veces aire de fuerza, no obstante quita siempre a su acción la regularidad y la duración. Diciendo a un pueblo: vuestras leyes son insuficientes para gobernaros, se autoriza a ese pueblo para responder: si nuestras leyes son insuficientes queremos otras leyes; y con esas palabras, toda la autoridad legítima es puesta en duda: no queda más que la fuerza; pues también sería demasiado creer en la ingenuidad de los hombres el decirles: habéis consentido en que se os imponga tal o tal obligación para asegurarnos tal protección, ahora os quitamos esta protección, pero os dejamos la obligación; soportaréis, por un lado, todas las trabas del estado social, y por el otro, estaréis expuestos a todos los azares del estado salvaje.

La arbitrariedad no es de ninguna ayuda para un gobernante, desde la perspectiva de su seguridad. Lo que un gobernante hace por la ley contra sus enemigos, sus enemigos no pueden hacerlo contra él por la misma ley, pues ella es precisa y formal; pero lo que él hace contra sus enemigos por la arbitrariedad, sus enemigos también pueden hacerlo del mismo modo contra él, pues la arbitrariedad es vaga y sin límites.

Cuando un gobierno regular se permite el empleo de la arbitrariedad, sacrifica la finalidad de su existencia a las medidas que toma para conservarla. ¿Por qué se quiere que la autoridad reprima a aquellos que atacarían nuestras propiedades, nuestra libertad o nuestra vida? Para que esos goces nos sean asegurados. Pero si nuestra fortuna puede ser destruida, nuestra libertad amenazada, nuestra vida perturbada por la arbitrariedad, ¿qué bien sacaríamos de la protección de la autoridad? ¿Por qué se quiere que ella castigue a aquellos que conspirarían contra el Estado? Porque se teme ver sustituida una organización legal por un poder opresivo.

Pero si la autoridad ejerce ella misma este poder opresivo, ¿qué ventaja conserva? Una ventaja de hecho, quizás, durante algún tiempo. Las medidas arbitrarias de un gobierno consolidado son siempre menos numerosas que las de las facciones que tienen aún que establecer su poder; pero incluso esta ventaja se pierde en razón de la arbitrariedad. Una vez admitidos sus medios, tan concisos, tan cómodos, no se quiere emplear otros.

Presentados primeramente como un recurso extremo en circunstancias infinitamente escasas, la arbitrariedad llega a ser la solución de todos los problemas y la práctica de cada día.

Lo que preserva la arbitrariedad es la observancia de las formas. Las formas son las divinidades tutelares de las asociaciones humanas; las formas son las únicas protectoras de la inocencia, las formas son las únicas relaciones de los hombres entre ellos. De hecho, todo es oscuro; todo está entregado a la conciencia solitaria, a la opinión vacilante. Únicamente las formas son evidentes, es únicamente a las formas que el oprimido puede acudir. Lo que remedia la arbitrariedad es la responsabilidad de los agentes.

Los antiguos creían que los lugares mancillados por el crimen debían sufrir una expiación, y yo creo que en el porvenir el suelo manchado por un acto arbitrario necesitará, para ser purificado, el castigo manifiesto del culpable, y toda vez que vea en un pueblo un ciudadano arbitrariamente encarcelado y no así el pronto castigo de esta violación de las formas, diré: Ese pueblo puede desear ser libre, puede merecer serlo; pero desconoce aún los primeros elementos de la libertad. Algunos no perciben en el ejercicio de la arbitrariedad sino una medida de policía; y como aparentemente ellos esperan ser siempre los distribuidores de ello, sin jamás ser los objetivos, la encuentran muy bien calculada para la paz pública y el orden correcto; otros más sombríos no disciernen, sin embargo, más que una vejación particular; pero el peligro es mucho mayor. Dad a los depositarios de la autoridad ejecutiva el poder de atentar contra la libertad individual y anularéis todas las garantías, que son la primera condición y la única finalidad de la asociación de los hombres bajo el imperio de las leyes.

Benjamín Constant

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