Fichero

LEA, por favor

En diciembre de 1984, hace casi un cuarto de siglo, la revista Válvula, órgano in house de la Constructora Nacional de Válvulas, publicaba su primer número, el que abría con el texto de una conferencia inédita de Don Arturo Úslar Pietri en la Casa de Venezuela en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.

Decía el Dr. Úslar en la introducción de su tema (La comunidad hispánica en el mundo de hoy): “Dirán que yo peco de intelectual, lo cual no es tan grande pecado, pensando que la cultura tiene mucha importancia. Y cuando yo digo cultura no me estoy refiriendo a lo que comúnmente llamamos con ese nombre, que no es sino una parte de la cultura. No es cultura solamente la popular, la folklórica: los bailes, las danzas o los cantos que los distintos pueblos han creado y que son muy disímiles. O la cultura superior: el techo de la Sixtina, la Novena Sinfonía, el Quijote, los místicos españoles. Todo esto forma parte de la cultura, pero sólo una parte de la cultura. La cultura es la manera de ser del hombre. Todos los hombres somos iguales biológicamente, pero somos infinitamente diferentes culturalmente y es la cultura la que cuenta, porque es el vestido, y el alimento, y el lenguaje, la creencia y los valores”. La advertencia era necesaria a su plan de argumentar la unión política de los pueblos ibéricos sobre la realidad de su cultura común.

Antes había declarado su regocijo por la ocasión: “Es para mí sumamente grato venir hoy a esta casa, en el corazón mismo donde palpitan el espíritu y la labor de este conjunto humano tan valioso y tan significativo que es el pueblo canario…” Y declaraba que las Islas Canarias “…tienen una función muy peculiar: han sido la puerta de América por mucho tiempo, fueron un barco de piedra o varios barcos de piedra que navegaron hacia América mucho antes de que los barcos de madera llevaran a los hombres que iban a realizar el descubrimiento, y han sido el puente natural entre eso que se llamó el Nuevo Mundo, un poco arbitrariamente, y el Viejo Mundo de Occidente; puente en que se mestizaron y mezclaron, en un encuentro sin término, esas influencias y esos aportes y que no solamente por las necesidades de navegación de la época, sino por lo que yo llamaría una especie de cámara de descomprensión, sirvió para que lo americano entrara en Europa un poco más digerido y para que lo europeo llegara al nuevo continente un poco más aclimatado”.

Lo hispánico, ciertamente, y de modo más específico lo canario, define mucho a Venezuela, aunque sólo fuera porque Francisco de Miranda era hijo de isleños. Don Pedro Grases, experto en los escritos de Simón Bolívar, demostró en discurso ante la Generalitat catalana cómo el Bolívar tardío, como lo fue el originario, era un Bolívar hispánico, cómo su último sueño era la democracia republicana en la Península. Úslar, a pesar de sus apellidos alemán y corso, compartía la misma pasión fraternalmente política.

La Ficha Semanal #194 de doctorpolítico reproduce las palabras finales de la conferencia de Úslar Pietri, publicadas en Válvula en impresión de Editorial Arte.

LEA

La comunidad ibérica

La cultura es la manera de ser del hombre. Todos los hombres somos iguales biológicamente, pero somos infinitamente diferentes culturalmente y es la cultura la que cuenta, porque es el vestido, y el alimento, y el lenguaje, la creencia y los valores. Y eso es un hecho social de primerísimo orden, porque la economía es un efecto de la cultura, como lo es también la técnica. La invención del arado romano es un hecho cultural, como lo es la invención del motor de explosión. Y no podemos olvidarnos de que eso existe y de que se están creando en el mundo, y se han creado de hecho, grandes familias de pueblos unidos por la afinidad cultural.

Veamos a una de estas familias, tal vez la más poderosa en el mundo de hoy, la anglosajona, que está distribuida en cinco continentes, pero que une efectivamente a los ingleses, a los norteamericanos, los canadienses, los de Australia y Nueva Zelandia y los de África del Sur. ¿Qué los une, dispersos por el mundo como están? Los une la comunidad cultural, una misma manera de entender al hombre, de entender al mundo, de entender el destino y de entender la sociedad. Y eso es un hecho cultural. También la familia eslava, que es una inmensa familia y que está representada por la Unión Soviética. Y tenemos, igualmente, las grandes agrupaciones asiáticas, ese inmenso espacio cultural que es la China, y la India.

Si eso es así y si ese hecho es evidente y fundamental, ¿por qué no volvemos un poco la mirada hacia lo que somos nosotros, hacia esa familia cultural que es la del mundo hispánico? Esa familia cultural tiene su unidad. Cuando decimos, por ejemplo, Europa u Occidente, nos olvidamos de las diferencias que se dan entre ellos. Europa está partida como por una cruz, por el clivaje Este-Oeste y por el del Norte-Sur. La Reforma no fue una ruptura cultural. Lutero fue la expresión de una mentalidad, de una peculiaridad, de una realidad social y mental diferente de la de los países del Sur; y por eso la comunidad europea que mal que bien se mantuvo hasta el final de la Edad Media, se rompió irremediablemente. ¿Quién la rompió? ¿La voluntad de un hombre, la idea de un monje herético que decidió un día repudiar al Papa?

Sería muy sencilla la historia si fuera el producto de los caprichos de unos cuantos que un buen día se les ocurre hacer algo que no se les había ocurrido a los demás. La historia tiene una mecánica mucho más compleja, fuerte y sólida, y los hombres, después de todo, no podemos aspirar a llegar a más que ser los intérpretes de eso que está ocurriendo, y la personificación de esas realidades subyacentes, pero no inventamos las circunstancias ni las podemos inventar.

Hay un hecho cultural debajo de toda situación de poder, política o geográfica. Ante eso, ¿qué es la comunidad hispánica? ¿Qué es la comunidad ibérica? Es una comunidad extraordinariamente importante y grande, y debería ser mucho más importante y grande y pesar mucho más en el mundo de lo que pesa. Vamos a ver rápidamente algunos de sus aspectos, porque desde luego no nos da tiempo para detenernos mucho.

Podemos contar, en primer lugar, un espacio geográfico. De esas familias unidas, la única que tiene prácticamente una continuidad geográfica es la hispánica. Los pueblos anglosajones  están repartidos en los cinco continentes. En cambio, la unidad hispánica va de la península más suroccidental de Europa hasta el inmenso espacio continental de la América del Sur, desde la frontera sur de los Estados Unidos hasta la Tierra del Fuego y la Patagonia, hasta los hielos del Océano Antártico. Semejante unidad de espacio geográfico no la tiene ninguna otra.

Tenemos, igualmente, una población muy numerosa. Hoy los hombres que hablamos el español como lengua materna pasamos de doscientos millones de personas y vamos a ser seguramente trescientos y tantos millones de personas para el año 2000. Si a eso añadimos los lusoparlantes, de los que nos separa prácticamente un matiz de lenguaje, seríamos hoy trescientos millones y el año 2000 quinientos o seiscientos millones de seres humanos, que es bastante más que los millones de angloparlantes que no van a crecer al mismo ritmo y que, desde luego, ya en ese terreno no se pueden comparar con ninguna otra colectividad de pueblos. ¿Por qué no se pueden comparar, me dirán ustedes? Y se los voy a decir: porque la lengua española –o la lengua portuguesa en este mundo ibérico– no es una lengua superpuesta sino que es una lengua compartida.

Hay lenguas que cubren teóricamente una masa de humanidad mayor. Cuando uno toma las estadísticas encuentra que en ellas, que generalmente están hechas de un modo objetable y a veces no del todo inocentes, aparecen como las mayores lenguas del mundo: el chino, con 800 millones; el inglés con 369; el ruso con 246 y el español con 200. Estas cifras no son exactas, o lo que significan no es lo que parecen significar. En primer lugar, no es cierto que 800 millones de seres humanos hablen chino, no se habla chino en toda la China: la lengua de Pekín, el mandarín, se habla en una pequeña parte de la China, de tal modo que un habitante de Pekín no puede ir a Cantón y hacerse entender hablando y eso ocurre en toda la extensión de China. Lo que los unifica es algo providencial, es que tienen una escritura ideográfica y no una escritura fonética. Si fuera fonética los dividiría, en cambio el ideograma chino lo leen los chinos de todas las lenguas sin dificultad ninguna, porque el signo que significa casa lo entienden todos, aun cuando al leerlo emitan una voz totalmente distinta.

O el caso del inglés: si uno suma la población de la Gran Bretaña, la de los Estados Unidos, la del Canadá, la del África del Sur, la de Australia y Nueva Zelandia, llegaríamos a esa suma como lengua materna. El caso del ruso es semejante; la Unión Soviética tiene 246 millones de habitantes, pero la mayoría de ellos no lo tienen como lengua materna. El ruso es lengua materna de sólo una parte de la Unión Soviética. En la Unión Soviética se hablan más de 100 lenguas y se publican libros en más de 70 de ellas. El ruso es una lengua de comunicación para la mayoría, una lengua de cultura superpuesta a las lenguas locales y nacionales que tienen.

Si eliminamos el chino porque no es una lengua común de 800 millones de seres, y eliminamos el ruso, después del inglés con 369 millones, el español es la segunda lengua del mundo. Lo hablamos hoy cerca de trescientos millones de habitantes y lo van a hablar dentro de 15 años muchos más, y si sumamos a esto el mundo lusoparlante constituimos una familia de pueblos casi lingüísticamente unida, que representará dentro de quince o veinte años 500 o 600 millones de hombres.

Este es un hecho muy importante: estoy hablando con ustedes una lengua que no me es extraña, que es mi lengua materna, que es tan materna para mí como para el hombre de Valladolid o para el de Buenos Aires o para el de Méjico. No tengo otra, las otras que tengo las he aprendido como lenguas auxiliares, de comunicación. El español no es una lengua de comunicación para mí, es mi lengua, por más que la pronuncie de modo distinto, por más que emplee algunas palabras que en otras regiones hispanoparlantes no me las entienden como yo no entiendo muchas de las que dicen en otras partes. Pero fundamentalmente yo creo que esta tarde, aquí no tenga ningún problema de comunicación lingüística. Ese es un haber extraordinario, esa unidad lingüística de lengua materna y no superpuesta es única. El francés no es lengua materna de nadie en África, es lengua de comunicación. El inglés y el francés se han extendido como lenguas de comunicación.

Esa situación de la lengua es un hecho capital, poque quien dice lengua dice cultura. Es imposible pensar que la divergencia de lenguas que hay en el mundo, y en el mundo existen cerca de diez mil lenguajes diferentes, hayan sido otra cosa que el producto del aislamiento cultural, de la evolución, de circunstancias distintas y por lo tanto expresan un hecho cultural diferente. El hecho de hablar, como lengua materna, una sola lengua doscientos millones de hombres, revela que participan de una cultura común, es decir, de una visión común del mundo, de unos valores comunes.

Tenemos un espacio geográfico inmenso y una suma de recursos inmensa, porque si sumamos lo que representa la América Hispana desde Méjico hasta la Argentina tendremos una inmensa porción de los recursos del mundo, recursos vegetales, hidráulicos, el más grande reservorio de agua y oxígeno que la humanidad tiene en el espacio amazónico, todos los climas, una parte enorme de la tierra arable, todo lo que representa una suma de recursos que muy difícilmente se dan en otra parte.

Y sin embargo seguimos separados, partidos en una veintena de países, cada uno pretendiendo tener un estilo nacional distinto. Esta realidad del mundo nos obliga a los miembros de la familia de los pueblos ibéricos e hispánicos a replantear nuestra situación y a definir lo que queremos hacer en el mundo. ¿Vamos a dejar que nos lo sigan dirigiendo los anglosajones y los eslavos? ¿Vamos a seguir comprando el radio de transistores que ellos fabricaron? ¿Vamos a seguir copiando la tecnología que ellos inventan? ¿Vamos a resignarnos a vivir en un mercado de segunda mano a perpetuidad? ¿Vamos a reducirnos a un papel de usuarios y de espectadores? ¿O vamos a resolvernos a entrar en el primer rango de la escena a jugar un papel de protagonistas?

Todo este inventario de posibilidades poblacionales y de recursos naturales está allí. Ahora habría que sumarlo de un modo que nos asegure muchas cosas. Nos asegure, en primer lugar, una cooperación realista. El gran enemigo con el que vamos a tropezar aquí, y hemos tropezado con él muchas veces, es lo que pudiéramos llamar la tendencia a lo utópico, al “todo o nada”, a pensar que es posible mañana decretar la unidad política, cultural y económica de esa familia de pueblos, lo cual es imposible. Hay que partir del hecho existente: somos una pluralidad de estados independientes, tenemos cosas distintas, no somos cien por ciento la misma gente, pero sí somos los mismos en lo que importa y cuenta. Vamos a respetar ese hecho cierto de la identidad política de cada Estado y vamos a comenzar, de un modo pragmático y modesto a ponernos en común y de acuerdo en las cosas que en común y de acuerdo podemos hacer mucho mejor que aisladamente.

Hay varios campos que se ofrecen de una vez de un modo muy claro: podemos hacer una cooperación económica –eso es obvio– mucho más amplia y efectiva que la que estamos haciendo hasta hoy.

Podemos lograr una cooperación política, ir a los grandes foros internacionales con una posición común. Va a ingresar España en la Comunidad Europea, pero ¿va a olvidarse España de todo eso que está allí y a pensar que es sólo un país europeo más? Sería una mengua que lo hiciera. Yo no me opongo a que España entre en la Comunidad Europea, entiéndase bien, y creo que hace muy bien en entrar. Pero que no entre olvidando su peculiarísima condición que le permite poder estar en los dos lados del océano, poder participar en una acción gigantesca de humanidad y de porvenir como muy pocos otros países europeos lo pueden hacer.

Esa cooperación está abierta en lo económico y en lo político. Podemos ir juntos a los foros internacionales a defender ciertas cosas en que podemos estar de acuerdo con un peso extraordinario y podemos y debemos cooperar igualmente en el aspecto cultural, científico y tecnológico.

Aquí está el hueso de la cuestión, porque hoy hablamos como si estuviéramos en el siglo XIX: de los ejércitos que tienen los países, de la población que tienen. La verdad es que hoy ni lo uno ni lo otro son causas sino efectos. Tener una gran población no es una ventaja, como lo demuestran muchos países asiáticos. Es una inmensa desventaja, es un grave problema. Yo creo que más próspera que Madagascar es la pequeña Holanda o la pequeña Noruega y que, desde luego, pesan más en el escenario mundial. Tener recursos materiales es importante, pero tampoco es todo. Allí está el Japón que demuestra de un modo impresionante lo que pueden hacer unos hombres que no tienen nada más que sus brazos y sus cabezas. El Japón no tiene prácticamente ni tierra arable, ni recursos materiales, ni petróleo, ni hierro, ni carbón y es una de las dos grandes potencias económicas y financieras del mundo. El Japón no tiene fuerzas militares. Alemania Federal no las tiene y sin embargo nadie negará que es uno de los países más importantes y poderosos y que su voz es oída con mucho respeto.

¿Dónde reside ese núcleo de poder, esa ciudadela del poder mundial? Está, sencillamente, en un solo punto: en la ciencia y en la técnica.

Cuando decimos la ciencia y la técnica pensamos que el problema es muy sencillo, que se trataría entonces de escoger algunas gentes capaces e inteligentes, mandarlas a formarse y obtener los mejores matemáticos, los mejores físicos, los mejores químicos, los mejores ingenieros y traerlos a nuestros países para que ya estuviera resuelto el problema. No es cierto, la que vamos a aprender es una técnica que en el momento mismo que la aprendemos es una técnica de ayer y la que vamos a aprender es una ciencia que en el momento mismo que la aprendemos es la ciencia de ayer. La ciencia de hoy no la vamos a aprender porque se está produciendo y si nosotros no podemos entrar a esa producción y a participar en ella por nuestra cuenta, no participamos en esa ciudadela del poder.

Esa ciudadela del poder no se ha creado por un deliberado hecho. Se ha creado por unas circunstancias históricas y está hoy concentrada geográficamente de un modo elocuente en un puñado de países e incluso de zonas de países. Estados Unidos, en la Gran Bretaña, en cierta forma en Francia, en la Unión Soviética. Esto ha sido el resultado de una confluencia. Es decir, en esos países por circunstancias históricas ha habido una acumulación de recursos materiales, de espíritu de investigación, de facilidades para trabajar en este sentido, de un clima favorable para que estas actividades se desarrollen, de convergencias de técnicas, de especialidades y de ciencias, que permiten a cada uno trabajar por su lado y encontrar finalmente lo que buscaba. Lo que se encuentra aquí beneficia allá y sirve para alcanzar lo que se está haciendo más allá. Es decir, lo que empleando una frase tomada de la física nuclear podríamos llamar “la creación de una masa crítica”. Y es en esa masa crítica donde se produce esa explosión creadora, Nosotros podemos comprar una bomba atómica, lo difícil es que la produzcamos, lo difícil es que produzcamos la bomba atómica de mañana, porque estaremos condenados a hacer la bomba atómica de ayer o la maquinaria atómica de ayer o el cerebro electrónico de ayer, porque el de hoy se está haciendo solamente en esos lugares que constituyen la ciudadela del poder mundial.

¿Cómo podríamos nosotros tener acceso a esa ciudadela que requiere inversiones enormes y apoyos de toda índole? Esta empresa requiere una concentración de recursos y de cerebros que muy difícilmente la podemos hacer a escala nacional. Pero si los pueblos hispánicos, si esos doscientos o trescientos millones de hombres de hoy o los quinientos o seiscientos de mañana resolviéramos hacer eso que llaman en inglés un “pool”, resolviéramos crear dos o tres grandes centros donde reuniéramos lo mejor de nuestra capacidad de investigación, lo mejor de nuestros recursos, todo lo que podamos tener para por nuestra cuenta participar en la creación de la tecnología y la ciencia de mañana, nuestra perspectiva histórica común cambiaría radicalmente.

Pasaríamos de ser usuarios a ser actores y pasaríamos de participar de una manera ancilar en las grandes decisiones del mundo a participar como socios a parte entera en el diseño del futuro de la humanidad. Eso está en nuestras manos, y eso es lo que yo creo que impone la conciencia de todas estas circunstancias que nos inducen, que nos reclaman, que nos imponen dar este paso. Sería mengua que no lo viéramos mucho más hoy en que las circunstancias parecen favorecer ese reencuentro de España, de Portugal y de América Ibérica, de sus pueblos entre sí con su pasado y frente a su futuro.

Faltan pocos años para 1992. Ese año celebraremos el Quinto Centenario del Descubrimiento de América. ¿Cómo lo vamos a celebrar? ¿Con los discursos tradicionales, con los desfiles que hemos hecho siempre, con un gran jolgorio, llenándonos la boca con las glorias pasadas? ¿O lo vamos a celebrar quietamente, sólidamente, orgullosamente diciendo: a los quinientos años del Descubrimiento hemos creado realmente una nueva circunstancia mundial, nos hemos puesto de acuerdo y desde ahora, en las grandes familias de pueblos, al mismo nivel de la familia anglosajona, de la eslava o de la asiática, está la familia de los pueblos ibéricos y está desempeñando un papel de primer orden?

Ésa sería la celebración digna del Quinto Centenario del Descubrimiento que nos aguarda dentro de escasos años. Es una invitación a que trabajemos para ello, a que desde hoy nos quitemos las telarañas de los ojos, a que pensemos menos en la dimensión nacional y más en la global. Yo vengo aquí a estas Islas que son puente natural entre América y Europa y que están como una lección viva de lo que puede hacerse y debe hacerse para estar en las dos orillas, a recordarles estos hechos que conocemos pero que tal vez por familiares olvidamos. Y a invitarlos a esta gran empresa que es la más grande ofrecida y abierta a esta familia de los pueblos poseedores de la cultura ibérica.

Arturo Úslar Pietri

Share This: