El protagonista principal del referéndum del 2 de diciembre pasado no fue Raúl Isaías Baduel; tampoco Jon Goikoetxea, Marisabel Rodríguez, Teodoro Petkoff, Julio Borges o Manuel Rosales; ni siquiera el movimiento estudiantil considerado como un todo. Todos ellos integraron el estelar elenco, pero el Oscar al Mejor Actor cabe, sin duda alguna, al enjambre ciudadano entero, al Pueblo de Venezuela.
Es ese conjunto, un sistema complejo en el que como tal se revelan “propiedades emergentes”, la entidad que estuvo rumiando durante 2007 y finalmente decidió no aumentar más los poderes que ya excesivamente acumula el Presidente de la República.
No ha cesado de rumiar. Desde entonces, ha contemplado en calma la farsa cada vez más evidente de la revolución “bolivariana”, la vaciedad de su discurso, la peligrosidad de sus ejecutorias. La más reciente de sus cavilaciones es obvia: con foco en lo que denuncian las computadoras incautadas por el ejército colombiano en el campamento de Raúl Reyes en Ecuador.
Es el comportamiento más infrecuente entre los humanos el reconocimiento responsable de una falta cometida. Quien choca el automóvil de otro por detrás usualmente se baja a insultar al agraviado, y a transferirle su culpa porque no habría puesto una luz de cruce o apartado el carro. Es posible contar con diez dedos los casos de delincuentes, aun flagrantes, que en toda la historia del hombre han admitido ser culpables.
Chávez no es la excepción a esta regla. Si el 4 de febrero de 1992 asumió la responsabilidad de sus actos fue porque estaba ya reducido y preso; si el 11 de abril de 2002 ofreció renunciar era porque tenía a casi todos los mandos militares en su contra. Pero esta vez, sabedor de la inmensa gravedad de lo que los computadores guerrilleros guardan en sus unidades de almacenamiento, se niega a admitir lo que ya es transparente para el mundo entero porque son datos duros compatibles con su ya larga conducta complaciente hacia las FARC. En vez de aceptar la verdad, la emprende entonces contra la cabeza de Interpol y ordena que la pertenencia de Venezuela a este organismo técnico sea revisada.
Nada de esto, nada de su claro significado, escapa al enjambre ciudadano, harto de la procaz pugnacidad de su presidente. Va destilando así, pacientemente, sus conclusiones, para hacerlas prevalecer en el oportuno momento de la madurez política.
No necesita que ningún iluminado providencial venga a enseñarle nada, ni a regañarlo porque, presuntamente, se degrada moralmente. (“Queremos que la sociedad nos acompañe con su aliento tomando conciencia cada quien del riesgo que corremos como pueblo, si no sucede un viraje urgente como el que, aquí y ahora, proponemos en nombre de todos los venezolanos”. “Movimiento 2 de diciembre” “¿… esperaremos insensibles hasta alcanzar el último grado de la degradación moral?”, Antonio Sánchez García).
Por lo contrario, el Pueblo de Venezuela ha aprendido y crecido en todos estos años de despropósito chavista (y opositor, también), ciudadana y, sobre todo, moralmente. Y no es nada bruto; más bien es muy inteligente.
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