Hace unos días decía Ibsen Martínez en el diario Tal Cual: “Los lectores, pienso seriamente, deberían llevar anotaciones, como se hace en el parque de béisbol, y tomar en cuenta el average de aciertos que muestren sus analistas favoritos”. (Perder es cuestión de método, 2 de junio). No será un promedio de bateo, pero esta publicación produjo un límpido hit el pasado 13 de marzo: “No es noticia fresca para las FARC, por consiguiente, su propio desplome, signado por el repliegue, la precariedad y la disensión intestina. Es más, ahora parece probable que hubieran depuesto ya las armas para este momento de no haber mediado el aliento y el apoyo material y financiero que les haya hecho llegar el gobierno presidido por Hugo Chávez. Es muy probable que hayan sido los sueños opiáceos—más bien cocáceos—de Chávez lo que haya frenado una capitulación más temprana de los irregulares, al persuadirles de que sus fuerzas, sumadas a las tropas hermanas de Venezuela, Ecuador y Nicaragua podrían acabar con la podrida cúpula uribista, heredera de los asesinos del Libertador en Santa Marta. Pero ahora van a constatar que son tan desechables para Chávez como lo son Rafael Correa, Luis Tascón, Juan Barreto o Raúl Baduel. Ahora verán cómo el apoyo del gobierno venezolano se esfuma súbitamente. No es Chávez quien querrá mantenerse en sociedad con unos perdedores. Antes explicará a Fidel Castro que los guerrilleros en Colombia no sirven para nada, y que son una causa perdida”. (El mundo encima, Carta Semanal #278 de doctorpolítico).
Al menos acá, por tanto, no hubo sorpresa alguna en la amonestación que Hugo Chávez hiciera a las FARC en su acostumbrado sermón dominical.
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Por supuesto que la admonición se inscribe en una serie de repliegues ordenados por Chávez. Todos, por supuesto, repliegues de amagos expansivos, no de posiciones ya alcanzadas. (Es decir, tampoco se trata de devolver SIDOR a Ternium o el canal 2 a las Empresas 1BC). Cada reciente retroceso corresponde al freno de operaciones emprendidas por él o su gobierno, a las que voltea luego de que suscitan importante oposición. La imposición de normas demagógicas de admisión a las universidades, el currículo “bolivariano”, la declaración de las FARC como insurgentes, la prohibición de aumentar el costo de los pasajes en Caracas, el cobro de la transmisión de videos de Venezolana de Televisión, la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia. En apariencia estamos ante un Chávez desconocido, un Mr. Hyde que regresa a la educada placidez inglesa del Dr. Jekyll. La inglesa revista The Economist se permite decir que Chávez ha alcanzado en vueltas en U rango de experto.
¿A qué se debe conducta tan poco característica?
Una primera explicación obvia es que Chávez, escarmentado con los resultados del 2 de diciembre y enfrentado a las elecciones del próximo 23 de noviembre, no quiere poner en peligro el desempeño de las candidaturas oficialistas. Esta consideración, sin duda, ocupa sus análisis e informa sus decisiones recientes. Si una cantidad significativa de gobernaciones y alcaldías en poder de los chavistas es ganada por la oposición, aun cuando una mayoría de ellas permanezca en manos de candidatos del PSUV y sus aliados, tal cosa se interpretaría como que el gobierno pierde terreno, y como un segundo revés electoral. El mito de su invencibilidad, ya horadado profundamente en diciembre pasado, recibiría un nuevo golpe y prepararía las posibilidades para un más sonado triunfo opositor en las muy importantes elecciones de la Asamblea Nacional del año que viene.
Pero una manera complementaria de ver la cosa es que los opositores al gobierno han crecido en potencia y eficacia, y que han logrado ellos este viraje. Puede ser. En el mismo #278 de esta carta se afirmaba: “La oposición a Chávez por contención se ha vuelto de nuevo posible, a raíz de su primera derrota electoral el 2 de diciembre pasado y la incesante serie de traspiés internacionales con los que se ha tambaleado”. (Y mucho antes, Ibsen, se hablaba de esta posibilidad, por ejemplo tan temprano como en el #56, del 2 de octubre de 2003: “En 1999 fue posible recomendar que no se entendiera la oposición a Chávez como su negación. Era imposible negarle. Era un fenómeno telúrico, como el Caroní. Lo primero que puede intentarse ante un fenómeno así es la contención… La oposición pudo hacer bastante más contención de la que hizo”. Y se añadía ya desde entonces: “Pero no basta, naturalmente, la mera contención. Para ganarle a Chávez hay que rebasarlo con un discurso de orden superior. La única oposición viable a Chávez es por superposición”).
Otros dos factores, sin embargo, deben ser tomados en cuenta. El primero es el miedo. En este caso, el miedo a una intervención directa e inminente de los Estados Unidos, tal vez al estilo de la remoción quirúrgica de Manuel Antonio Noriega, en tiempos de la presidencia de Bush papá. Chávez tuvo los riñones de decir a las FARC que su mera existencia era un pretexto para el ataque del “imperio” contra él, contra Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, y que en cuanto las FARC depongan las armas la excusa estadounidense dejará de existir. Esto lo dice quien no hace nada pedía un minuto de silencio por un guerrillero muerto, cuyo ministro Rodríguez Chacín fue sorprendido en un video que lo grabó alentando efectivos de las FARC a la lucha; esto lo dice quien a comienzos de año abogaba por reconocer a las FARC como beligerantes según definición de convenciones ginebrinas.
Ahora, a toda máquina, da vuelta en U, dice a las FARC que son anacrónicas y declara que “está trabajando” para establecer relaciones amistosas y productivas con el próximo presidente de los Estados Unidos. Ha debido sentirse peligrosamente expuesto para lanzar señales tan opuestas, no a recientes ejecutorias suyas, sino a su larga prédica antiimperialista.
Ahora expone que la lucha de guerrillas ya no tiene sentido en América Latina; el año pasado, no obstante, se llenaba la boca con lo de, no uno, sino varios Vietnam en nuestro continente y con la prédica de la «guerra asimétrica», que el general Raúl Isaías Baduel había incluido en discurso suyo (1Ëš de julio de 2004) sobre las hipótesis de guerra para Venezuela. Eleazar Díaz Rangel parafraseaba a Baduel de esta manera: “1) Guerra de Cuarta Generación, con posible confrontación asimétrica; 2) desestabilización y desarticulación del país mediante golpe de Estado, subversión o acciones de grupos separatistas; 3) conflicto regional, que podría derivarse del estado de violencia interna en Colombia, en el que participa Estados Unidos con algo más que el Plan Colombia, y usar el pretexto de que Venezuela es promotor de violencia en ese país para utilizarlo como ‘casus belli’ y propiciar una intervención en el nuestro: y, 4) invasión directa de Estados Unidos, no descartable en vista de la política desarrollada por Estados Unidos, sobre todo en Oriente Próximo”. Por su parte, Edgar C. Otálvora afirmaba en julio de 2007: «Los militares de Chávez piensan que ‘el imperio’ atacará a Venezuela usando a Colombia de intermediario. En ello coinciden los generales Alberto Müller Rojas y Raúl Baduel y, seguramente, el nuevo ministro de Defensa, general Rangel Briceño». Habría razones para el miedo, aunque más recientemente Baduel también ha dado vuelta en U, al decir que sería Chávez quien busca la confrontación con Colombia y los Estados Unidos para suscitar un nacionalismo artificialmente exacerbado.
El segundo factor, característico del concepto político-estratégico de Chávez, tiene que ver con la incitación a que quienes por estos días conspiran muestren su juego. Si da apariencias de debilidad, calcula, puede hacer creer a estos enemigos que su caída es inminente—como anunciaban Carmona Estanga y Ortega el 5 de marzo de 2002 desde la quinta La Esmeralda—y provocaría así su precipitación. Este juego ya lo ha jugado antes, y de nuevo Raúl Isaías Baduel ha declarado hace poco (por algo será) que Chávez provoca la insurrección.
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Los retrocesos más vistosos, por supuesto, son la sacada de la alfombra a las FARC y la derogación de una ley (de Inteligencia y Contrainteligencia) que promulgó él mismo hace menos de un mes (14 de mayo).
En el primer caso es, naturalmente, la necesidad imperiosa de desvincularse de la comprometedora evidencia en los computadores de Raúl Reyes la preocupación principal. Ayer nomás se puso al vicepresidente Carrizales a decir que esa evidencia es inválida, de modo que el tema está muy presente en las conciencias del gobierno. Reporta Yolimer Obelmejías en El Universal: “El Vicepresidente de la República, Ramón Carrizalez, reiteró hoy que no se le puede dar validez a los informes dados a conocer por la Interpol sobre las computadoras del segundo líder de las FARC, Raúl Reyes, muerto en marzo del presente año”.
Teodoro Petkoff hizo semanas atrás una aguda observación: que sobre el affaire de los computadores de Reyes habían hablado Raimundo y todo el mundo, pero no las propias FARC. Ese silencio era, decía, atronador.
¿Qué pudieran decir ahora las FARC, cuando su más connotado campeón las abandona? Si la cosa fuese que Hugo Chávez les hubiera dejado en el esterero, entonces sería esperable la indignación del comandante Cano, quien debiera mandarlo a freír monos y de paso asegurar que todo lo que dicen las computadoras es cierto.
Pero puede muy bien ser que las FARC estuvieran avisadas del “inesperado” movimiento de Chávez. Entre las cosas que Chávez sabe hacer muy bien es percatarse de cuándo ha sido derrotado, lo que declara de inmediato. En el Museo Militar lo supo el 4 de febrero de 1992, y se rindió invitando a los restantes conjurados a deponer las armas. Lo supo en Miraflores el 11 de abril de 2002, y ofreció renunciar a su cargo. Lo supo el 2 de diciembre de 2007 y reconoció su derrota poco tiempo después de la medianoche. Luis Alberto Machado suele decir que, en momentos críticos, Chávez puede actuar como la persona más sensata.
Las FARC mismas, por otro lado, también saben cómo pinta la cosa para ellas. Una vez más, una cita del #278 de la Carta Semanal de doctorpolítico (13 de marzo de 2008): “Como ha destacado más de un analista, las propias FARC emitieron un precoz comunicado al conocerse la muerte de ‘Raúl Reyes’ en Ecuador, en el que indicaron que ese incidente no tendría por qué impedir el proceso de canje ‘humanitario’. Ellas mismas, conocedoras como nadie de su precaria situación militar, no querían interrumpir la ruta hacia su deposición de las armas, única salida que les queda. Ellas saben que sus fuerzas actuales, estimadas generosamente en 8.000 guerrilleros, ya no son sino la sombra de un cuerpo armado subversivo que hace sólo cinco años contaba con 4.000 combatientes más, y que tan sólo el año pasado desertaron de sus filas unos 2.500. Y ese comunicado fue emitido antes de que supieran del segundo golpe durísimo en dos semanas: la muerte de ‘Iván Ríos’ a manos de su propia gente para salvarse de una situación desesperada. Su eficacia terrorista ha disminuido marcadamente: Uribe, que accedió al poder en 2002 sobre la promesa de reducir a las FARC, y que aumentó la fuerza militar colombiana en 44%, ha logrado que la cantidad de secuestros disminuyera en 83% y los ataques terroristas en 76% para 2007”.
Es perfectamente posible, por tanto, que Chávez y las FARC se hayan acordado antes de las “sorprendentes” declaraciones del primero el pasado domingo. Si ahora las FARC siguieran la línea indicada por Chávez, parecerían configurar un resultado que éste pudiera capitalizar, presentándose como el artífice del fin de una guerra de más de cuatro décadas. No faltaría algún desprevenido diputado francés que propusiese su nombre para el Premio Nóbel de la Paz.
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El segundo caso dramático de viraje de ciento ochenta grados es que haya derogado la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia publicada en gaceta el 28 del mes pasado. Al justificar su “rectificación” ha dicho que el Artículo 16 de la ley era “desastroso”. Una de dos, entonces: o promulgó a conciencia ese desastroso artículo o, quizás peor, firma y promulga leyes irresponsablemente sin saber lo que hace, como pareció decir al excusarse sobre responsabilidades de “asesores” que habrían desvirtuado el espíritu democrático de la ley.
Cuidado, sin embargo; como se explicó acá la semana pasada, es la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, vigente desde diciembre de 2002, la que establece la obligatoriedad ciudadana de suministrar información relativa a la seguridad, defensa y “desarrollo integral” de la Nación y el carácter penal del desacato. (Artículo 53: “Quedan obligadas todas las personas residentes o transeúntes en el territorio nacional a atender los requerimientos que le hicieren los organismos del Estado en aquellos asuntos relacionados con la seguridad y defensa de la Nación; su incumplimiento acarreará la aplicación de sanciones civiles, penales, administrativas y pecuniarias de acuerdo con lo previsto en el ordenamiento legal vigente”. Artículo 54: “Las personas naturales o jurídicas, nacionales o extranjeras, así como los funcionarios públicos que tengan la obligación de suministrar los datos e informaciones a que se refiere la presente Ley y se negaren a ello, o que las dieren falsas, serán penados con prisión de dos (2) a cuatro (4) años, en el caso de los particulares; y de cuatro (4) a seis (6) años, en el caso de los funcionarios públicos”). Dicha ley, que sólo repite la obligatoriedad y la penalización introducidas en la Ley Orgánica de Seguridad y Defensa de 1976, que sustituyó y derogó, continúa en plena vigencia, pues el decreto de recule no la deroga. (Mal podría, pues la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación fue aprobada en legislación ordinaria de la Asamblea Nacional. En fecha de su promulgación era Willian Lara el Presidente de la Asamblea Nacional, Rafael Simón Jiménez, hoy en día militante de Un Nuevo Tiempo, su Primer Vicepresidente y Noelí Pocaterra su Segunda Vicepresidente). El lunes 24 de noviembre, al siguiente día de las próximas elecciones estadales y municipales, pudiera emplearse la muy vigente ley para detener gente.
Mas, por ahora, será declarado sin lugar el recurso de nulidad introducido hace dos días, ante el Tribunal Supremo de Justicia, por Herman Escarrá contra la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia, puesto que ella ya no existe. Será interesante ver si el abogado Escarrá proseguirá su acción con un recurso similar contra la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, que es la verdadera raíz del problema, y tal vez lo sería preguntarle por qué no se opuso, en su momento, a la antigua ley de 1976.
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Los psicólogos conductistas practicantes suelen rechazar afirmaciones genéricas de sus pacientes. Si algún niño declara en la consulta que su mamá no lo quiere, el psicólogo le pedirá que especifique instancias concretas que justifiquen tan general evaluación. (“No me deja oír la música como yo quiero”, “Me persigue para que me bañe”, “No le gustan mis amigos”, etcétera). Lo que procura el conductista es una descripción precisa de las conductas que causan la desazón del paciente. Sólo así, sostienen, será posible trazar una estrategia terapéutica eficaz.
Pareciera que el presidente Chávez hubiera consultado de nuevo a Edmundo Chirinos para preguntar por qué es que tanta gente no lo quiere. Chirinos, conductista, hubiera podido decirle que ciertas conductas concretas—el arrebatón contra RCTV, su apoyo a las FARC, la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia—explican lo que por él sienten muchos ciudadanos. Son casi innumerables los comportamientos específicos de Chávez que generan y acrecientan el rechazo a su persona. El que a hierro mata no puede morir a sombrerazos.
Y es que hay ya desde hace tiempo, incluso recientemente en una parte considerable de quienes votaron por él, la impresión firme de que el Presidente de la República adolece de serios problemas de carácter; que es pendenciero, que es insultante, que es arbitrario, que causa constante sobresalto en la población. Es quizá, entonces, no una conducta específica la razón del repudio, sino su general modo de ser. La terapéutica de los psicólogos conductistas habría sido excedida por su caso.
De ellos, no obstante, pudiera rescatarse otra prescripción típica: si se cuenta en una familia, como en casi todas, con una oveja negra que se porta malísimo, resulta de lo más recomendable reforzarla con estímulos positivos cuando quiera que pegue una y se porte bien. Así, recomendarían, habría que decir: “¡Muy bien, Hugo Rafael! ¡Qué bueno que derogaste la ley que nos tenía tan asustados!” “Te felicito, Hugo Rafael. Has puesto a las FARC en su sitio”. A lo mejor le coge el gusto a esta clase de elogio.
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