Cartas

Quien escribe se propone adquirir, para leerlo con respeto y detenimiento, el libro recientemente presentado por el general retirado Raúl Isaías Baduel: “Mi solución. Venezuela, crisis y salvación”. (Editado por Libros Marcados). Hasta tanto eso no ocurra, será imposible que el suscrito arribe a una opinión responsable sobre el libro en cuestión, que es en todo caso saludable, puesto que es útil al país que sus ciudadanos lo piensen y propongan soluciones a sus problemas.

Pero es posible anticipar, no obstante, algunas evaluaciones, por cuanto el general Baduel peroró un amplio discurso—cuyo texto ha sido reproducido en su totalidad en varios medios—el día del bautizo del libro, acto en el que junto a él oficiaron Ismael García, el jefe de Podemos, y Leopoldo López, anfitrión, ya que el acto tuvo por escenario la sala de la Fundación Cultural Chacao.

El discurso versó sobre dos únicos temas, y por ende es posible suponer que ambos constituyen las cumbres de “Mi solución”. El primero tiene que ver con la economía del petróleo. Haciéndose eco de la teoría de M. King Hubbert (una curva acampanada de producción de petróleo con un punto máximo en el centro), Baduel alertó sobre nuestra excesiva dependencia económica del petróleo que alojamos, producimos y vendemos. Se trata, probablemente, de una prédica oportuna y, seguramente, de una advertencia con mucho sentido. Baduel admite que ya antes se ha hablado de agotamiento del petróleo: “En segundo lugar, si se piensa que éste es nada más otro cuento del fin de petróleo, como aquél de los años 40 del siglo pasado, cuando en verdad se pensaba que el petróleo iba a durar dos décadas, pudiese estarse cometiendo un gravísimo y costosísimo error. Pudiésemos bien convertirnos en la encarnación del cuento aquel de Pedro y el Lobo”. (Acá Baduel confunde la fábula del pastor que advierte sobre la venida del lobo, atribuida a Esopo, con el cuento ruso Pedro y el lobo, escrito y musicalizado por Sergei Prokofiev y estrenado en 1936. Los asuntos de ambas narraciones son diferentísimos).

El segundo gran tema del discurso (y el libro) de Baduel versó sobre su proposición—“su solución”, la “salvación” que nos ofrece de la “crisis”—de convocar, elegir y realizar una nueva asamblea constituyente, a diez años de la de 1999. Este es un tema recurrente en Baduel—habló de ella el año pasado en varias ocasiones, justificándola de distintas maneras—, pero en esta ocasión ofreció más detalle. Conocemos ya, por tanto, su argumentación, y entonces es posible analizarla y juzgarla. Antes, sin embargo, recordemos cuáles eran las razones que adujo a fines del año pasado para proponer una nueva constituyente.

La primera fue la de levantar un “muro inexpugnable”, una “barrera infranqueable” a las pretensiones de Chávez. Era la segunda vez que usaba esas expresiones; la primera vez las empleó, idénticas, para referirse a los resultados del referéndum del pasado 2 de diciembre. En el #267 de esta carta (Un kilo de estopa) se comentaba ese repetido argumento de esta forma: “Luego está, en las declaraciones de Baduel, el concepto militar de ‘barrera infranqueable’ que el evento del 2 de diciembre habría erigido. Si Baduel señala que hay que salir al paso de intentos gubernamentales por eludirla, la muralla no puede ser tan infranqueable; tampoco cuando dice que el tal muro inexpugnable sólo podría ‘solidificarse’ con la constituyente. Él mismo, pues, describe su muro ‘infranqueable’ como flojito”.

A continuación, Baduel expuso que la constituyente reconciliaría al país. Una vez más, esta publicación comentó así esa segunda motivación: “Se trata, en el fondo, de la misma idea expuesta el 25 de septiembre de este año… por Manuel Rosales…” Rosales declaró entonces: “Yo creo que, definitivamente, en Venezuela, después de este referendo constitucional hay que pensar seriamente en la realización de una Asamblea Nacional Constituyente porque es la refundación y la reconciliación del país”. Respecto de este argumento se escribió acá: “En primer término, resulta ser realmente ingenuo—o insincero—postular que la elección de un centenar y pico de diputados constituyentes, y su reunión en asamblea todopoderosa, pueda servir para ‘reconciliar’ al país. Un proceso electoral cualquiera es una competencia, y no son precisamente las competencias los mecanismos idóneos para la reconciliación…  La operación misma de una asamblea tal, además, es la de un debate, y habría que ver cómo dentro de un cuerpo de confrontación argumental, cuyas decisiones se toman por mayoría, emerge la reconciliación. (¿Se reconcilia Bolivia con su constituyente, cuando más bien ha servido para que Santa Cruz haya decidido declarar su autonomía?) Por otra parte, el ministro Pedro Carreño, a quien la oposición debe agradecer efusivamente, por brutas, sus más recientes manifestaciones, ha dicho ya que ‘no puede haber reconciliación posible (tal como ha planteado la oposición) porque la verdadera reconciliación venía establecida en la propuesta de reforma constitucional’.”

Luego propuso Baduel algo que el #267 (13 de diciembre de 2007) registró así: “Un tercero y novedoso concepto introducido por Baduel ayer es anatómico. Según el reencarnado general, el cuerpo social se divide ahora en tres partes (cabeza, tronco y extremidades): ‘Han quedado marcados tres sectores en la sociedad venezolana: los que se abstuvieron (44% del electorado), los que votaron NO y los que votaron SÍ’. (Reporta El Universal). Tan nítida sería esta organización tripartita de Venezuela que Baduel propone, para integrar la constituyente, que ‘deben ser seleccionados representantes de los tres sectores (NO, SÍ y abstencionistas)’. Este concepto es, por decir lo menos, una sociología simplista que no puede aspirar a describir con justicia la muy compleja variedad de opiniones del país. (‘Cada cabeza es un mundo’). Consideremos tan sólo a quienes se abstuvieron: en ellos hay gente que ha podido simpatizar con la ‘reforma’. ¿Pueden éstos ser representados por los mismos diputados que representarían a los abstencionistas que la rechazaban?”

Como el general continuó abundando sobre el asunto, cupieron en el #267 los siguientes dos párrafos:

“Una cuarta idea adelantada por Baduel contradice frontalmente la noción misma de constituyente, al prescribir una garantía de ‘que no puedan tocarse los valores fundamentales de la Constitución’. Las constituyentes tienen por misión, justamente, sustituir una determinada constitución por otra radicalmente distinta. Si éste no fuese el propósito no se requeriría una constituyente, y bastarían los mecanismos de enmienda o reforma constitucional. Para preservar los ‘valores fundamentales’ de la Constitución no se requiere una constituyente”.

“Finalmente, Raúl Isaías Baduel es quien pareciera desconocer la decisión soberana del 2 de diciembre, que entre otras cosas fue un rotundo no a la pretensión de instaurar en Venezuela un sistema socialista. Así perfora el general su propia ‘barrera infranqueable’: ‘La Constitución puede ser mejorada en sentido progresivo. Para definir la sociedad que queremos no podemos remitirnos solamente a gritos y consignas, tiene que haber una profundización de lo que es el ‘socialismo del siglo XXI’, con método, orden, ciencia y conciencia. No es incompatible un modelo de producción socialista con un sistema político profundamente democrático, con contrapesos y división de poderes’.”

Añadamos una interpretación, ofrecida por el propio general Baduel, de lo que significaría profundizar el “socialismo del siglo XXI” mediante “método, orden, ciencia y conciencia”. El 18 de julio del año pasado, hace todavía menos de un año, Baduel abandonaba la cartera de Defensa con un discurso en el Patio de la Academia Militar. Allí dijo: “En el Aló Presidente del 27 de marzo de 2005, el Señor Presidente Chávez indicó, cito: ‘el Socialismo de Venezuela se construiría en concordancia con las ideas originales de Carlos Marx y Federico Engels’, fin de la cita. Reiterando lo que al respecto he mencionado en una oportunidad anterior, si la base para la construcción del Socialismo del Siglo XXI es una teoría científica de la talla de la de Marx y Engels, lo que construyamos sobre ella no puede serlo menos, so pena de que la estructura construida no pase a ser más que una humilde choza levantada sobre los cimientos de un rascacielos”. Al menos, pues, hasta diciembre de 2007, el método, el orden, la «ciencia» y la conciencia de Baduel eran marxistas. (No pareciera haber leído La miseria del historicismo, de Karl Popper, ni su Logik der Forschung).

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El lunes de esta semana dijo Baduel en el discurso sobre “Mi solución”: “En lo político propongo lo que considero la única salida posible: la convocatoria a una Asamblea Constituyente”. De seguidas, mientras descalificaba a “los políticos”, expuso crudamente lo que siempre fue el real objetivo de su proposición de constituyente, que ahora reencarna como “Mi solución”: “Sin embargo, a pesar de que este mecanismo es tan atrayente, es lamentable que la mayoría de los ‘políticos’, de ésos que llaman ‘la oposición’ y que dicen representar a la mitad del país, no se hayan dado cuenta, que incluso es la mejor vía para salir rápido del actual régimen, de manera eficiente, democrática, pacífica y legal”.

“Mi solución”, pues, consiste en salir rápidamente del actual régimen: “Entre los destituibles y candidato número uno a ello está, ¿quién más?, el señor Hugo Chávez, principal responsable del desastre actual y de buena parte de los futuros”. Sobre esta evaluación abundó ampliamente, con estructura retórica de infomercial que vende baba de caracol: “¿Cansados de esperar contrario a Dios, a que una enfermedad grave nos quite a este dictador disfrazado del camino? ¿Fastidiados de esperar la vergüenza de una invasión de los Marines y demás fuerzas especiales norteamericanas o de que un organismo internacional nos salve u otros países intervengan? ¿Duda ante la posibilidad de que con las elecciones de alcaldes y gobernadores (si es que las hay), Chávez se vea ‘acorralado’? ¿Se angustian al pensar, que para que Chávez entregue el poder, hacen falta más de cuatro años? Pues no se preocupen, la Constituyente es la solución a sus angustias”.

Y también: “Es decir, podemos quitarnos de una vez a Chávez y su combo completo de poderes vasallos, al removerlos o disolverlos a través de un acto de la Soberana Asamblea Constituyente”.

Y también, en párrafo de una sola y farragosa oración de ciento noventa y seis palabras ya hacia el final: “A los que creen en el Presidente Chávez, que están en su derecho, aun compartiendo con él que nos vengamos todos abajo y él sea el rey de la Venezuela pobre, porque hacia allí estamos siendo conducidos nosotros y también ustedes, sus familias, sus hijos, sus nietos y todas las generaciones con la dependencia de este recurso y la aniquilación del aparato productivo nacional en paralelo, convirtiéndonos en una economía de puerto y engañando a los ciudadanos ofreciendo unas medidas económicas recientes en beneficio de los supuestos pequeños productores que no son tales, sino pequeños importadores en su mayoría porque ya nada se produce aquí, manteniendo el yugo burocrático para los verdaderos productores que deben ser potenciados para abastecer la demanda nacional, obligándolos a adoptar un modelo productivo atrasado con fines políticos perversos ya rechazado por el pueblo el 2 de diciembre pasado, y así con la destrucción del país, provocar una estampida de los venezolanos que no estén de acuerdo con el autoritarismo del estado y con la locura de Hugo Chávez, logrando progresivamente el debilitamiento e intimidación de todos los actores políticos y económicos que se opongan a la muerte de nuestra república libre”.

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Bueno, no haremos paráfrasis de tan abundante y resbaladiza caracterización del régimen chavista, pero sí cabe intercalar aquí una observación (antes de proseguir en el análisis de la propuesta misma). El general Baduel trabajó para el presidente Chávez, más de una vez bajo sus órdenes directas, en 1999 (cuando fue su primer secretario privado), en 2000, 2001, 2002, 2003, 2004, 2005, 2006 y hasta julio de 2007 (cuando dejó de ser Ministro del Poder Popular para la Defensa), un total de más de ocho años. ¿Cuándo fue que se dio cuenta de que Hugo Chávez es el “principal responsable del desastre actual y de buena parte de los futuros”? ¿Cuándo vino a percatarse de que “el proceso constituyente de 1999 fue un completo fraude”, como aseguró hace tres días? ¿Cuándo entendió que el andamiaje político de Chávez era un “combo completo de poderes vasallos”? ¿Era que por entonces preparaba laboriosamente “Mi solución” y esta labor no le permitía ver lo que tenía frente a sus narices?

Más de una vez, muchos opositores a Chávez han recibido como salvadores a personas que trabajaron con Chávez y cohonestaron sus ejecutorias. Cuando aún no había tenido lugar el intento revocatorio de 2004 muchos pensamos que podía ser exitoso, y que entonces tendríamos que elegir perentoriamente a un nuevo Presidente de la República. Más de uno pescueceó para posicionarse como posible candidato, y uno de los mejor recibidos era el difunto Alejandro Armas. En una sesión destinada a escuchar su autopromoción se le apuntó: “Don Alejandro, usted ha mencionado el tema del presidente de la transición, y ha señalado algunos rasgos deseables en esa figura. Tal vez convendría también especificar algunos de los rasgos que no debiera tener. Uno de ellos es que haya participado por un tiempo significativo en el proyecto de Chávez y lo haya aupado, por cuanto ese proyecto estuvo perfectamente claro desde 1992, y quedó más claro todavía durante la campaña electoral de 1998, y clarísimo también desde que comenzó a gobernar. Por tanto, quienes hayan incurrido en un error tan grueso como el de equivocarse con Chávez, demostraron cabalmente poseer, al menos, poca claridad y visión poco penetrante, que son seguramente dos defectos que no debiéramos tolerar en el presidente de tan difícil transición”. (Armas estuvo apoyando al gobierno desde la campaña de 1998 hasta mediados de 2002).

Antes de este caso, fue uno notorio la pretensión de Alfredo Peña, primer Alcalde Metropolitano de Caracas, de suceder de inmediato a Chávez. En enero de 2002 inició un ataque decidido contra el Presidente, y curiosamente incluyó en su crítica que Chávez se había alzado en 1992, dato naturalmente conocido por Peña y que no le había causado escrúpulo alguno para apoyarlo desde Venevisión en 1998, para ser su primer Ministro de la Secretaría de la Presidencia, ni para despegar desde su portaaviones para convertirse en diputado a la Constituyente de 1999 o Alcalde Mayor.

Y antes de Peña, por supuesto, tuvimos a Francisco Arias Cárdenas, tan golpista como Chávez, en candidatura presidencial opuesta a éste en 2000 que contó con increíble apoyo de recursos opositores porque era “cuña del mismo palo”.

Hay una clientela opositora que acoge irreflexivamente estas iniciativas y llega a concebir que figuras como ésas—o la del general Lameda, o la del general Rosendo, o la del general Usón (¡qué broma, todos militares, como Baduel!)—, que gobernaron bajo Chávez, pueden ser los líderes de “Mi solución”. Baduel ha sugerido que su participación en el gobierno de Chávez se debió al estricto cumplimiento profesional en su carácter de militar obediente, pero ésta fue exactamente la excusa de los jerarcas nazis juzgados en Nuremberg: que obedecían órdenes.

Obviamente, es de celebrar que personas que hayan apoyado largamente al gobierno ahora le adversen. (“Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”, Lucas 15, 7). Eso es una cosa y otra muy distinta recibirles como los líderes que requerimos. Por la medida chiquita, exhibieron miopía política en grado de continuidad, y si algo debe exigirse de un líder es visión. (Para Alexis de Tocqueville, ésa era precisamente la cualidad central de lo que llamó “el verdadero arte del Estado”).

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Retomando los más frescos argumentos (los del lunes) de Raúl Isaías Baduel. El general reencarnado dijo: “La salida es fácil, está disponible y es a la vez rápida, eficiente, pacífica y legal. La salida es convocar a una Asamblea Nacional Constituyente de carácter originario, popular. Un organismo de ese rango puede llamar a rendición de cuentas a todos los poderes constituidos, destituirlos y sustituirlos provisoriamente por mecanismos ad hoc, mientras se aprueba una constitución, en la que nos sintamos representados todos los venezolanos, producto del mejoramiento de la que tenemos en sentido progresivo, no dejando ya más lugar a dudas ni a interpretaciones acomodaticias de su articulado y aclarando las sombras de la actual”. (A tal «nueva constitución», por supuesto, podría llegarse, sin necesidad de constituyente, mediante enmiendas o reformas, sobre todo si se toma en cuenta que a juicio de Baduel se trata “del mejoramiento de la que tenemos en sentido progresivo”).

Al explicar el punto de la legalidad, expone: “Apenas si haría falta decir por qué la Asamblea Constituyente es una salida perfectamente legal, a no ser por el desconocimiento que casi la gran mayoría de los venezolanos tenemos, del verdadero contenido y fin de ese importante documento que es la Constitución Nacional. En sus artículos 347, 348 y 349 se establece clara y taxativamente que la Asamblea Constituyente puede convocarse, si se cumplen los requisitos allí establecidos. En el caso de una Asamblea originaria, es decir, una que nazca como resultado de la convocatoria por el pueblo mismo, sólo se necesita de la manifestación de voluntad del 15% de los electores inscritos en el Registro Electoral”.

Para empezar, el Artículo 349 no habla en absoluto de la posibilidad de convocar una constituyente, como Baduel afirma descuidadamente. Luego, en los dos párrafos citados emerge la común confusión entre Poder Constituyente Originario y Asamblea Constituyente.

Esta confusión era interesada en Chávez ante la convocatoria de la Constituyente de 1999. Las posiciones del debate de la época eran las siguientes: Chávez decía que la asamblea sería “originaria”; la oposición que sería “derivada”. (He allí el primer éxito de Chávez como nomenclador, que introducía términos y expresiones que la oposición acogía desprevenidamente para ahorcarse a ella misma. Había que imaginar la recepción que tendría un orador de oposición en un barrio, si trataba de vender una constituyente “derivada”).

Lo que ha debido decirse en 1999 es que la constituyente era un poder tan constituido como el Congreso de la República o, si a ver vamos, como la misma Presidencia de la República. Que sólo el Pueblo tiene el carácter de Poder Constituyente Originario, y que ese carácter no lo pierde jamás y es intransferible. Que lo único originario sería el referéndum final con el que nos pronunciaríamos sobre el proyecto de nueva constitución que la constituyente lograra preparar.

En lugar de asumir esta postura, la oposición se dejó. La constituyente presidida por Luis Miquilena, otro largo colaborador de Chávez, decapitó al Congreso de la República cercenándole la Cámara del Senado, y Henrique Capriles Radonsky no dijo nada porque entonces presidía la Cámara de Diputados, que no fue tocada por don Luis, y los diputados de oposición continuaron llenando sus curules y cobrando, a pesar de que no existía aún una constitución distinta de la de 1961, que claramente prescribía un Senado.

En suma, la Constituyente de 1999 se extralimitó, suspendiendo un órgano constituido por la constitución de 1961 antes de derogarla por superposición de la constitución nueva.

Y es que, de nuevo, una asamblea constituyente es un poder constituido por el único poder que tiene carácter originario, por el Pueblo. Los diputados constituyentes no son otra cosa que apoderados del Poder Constituyente Originario, de nosotros. Naturalmente, podemos conferirles poderes muy especiales y suficientes, pero nunca serán “originarios” esos diputados.

Y también es una confusión la idea de que hay asambleas constituyentes “originarias” cuando nacen, en palabras de Baduel, “como resultado de la convocatoria por el pueblo mismo”, es decir, por la iniciativa popular que contempla el Artículo 348. Por un lado, mal puede equipararse el Poder Constituyente Originario a una minoría de 15% de los electores. Por la otra, ese artículo no distingue la asamblea que convoque tal porcentaje de los electores de las que pudieran convocar el Presidente de la República en Consejo de Ministros, las dos terceras partes de la Asamblea Nacional o “los Consejos Municipales en cabildos, mediante el voto de las dos terceras partes de los mismos”. Se trata exactamente de la misma clase de asamblea, cuyo propósito es, según el Artículo 347: “transformar al Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución”. El artículo no dice, por cierto, que sea el objeto de una constituyente destituir a los mandatarios constituidos por elección o nombramiento, o “salir de un régimen”.

Es para este propósito que precisamente existe la institución electoral. Los gobiernos democráticamente electos, como el de Chávez, se sustituyen, en democracias, por elección popular. En nuestro caso, además, podemos causar anticipadamente una elección presidencial mediante un referéndum revocatorio. Este expediente vuelve a estar disponible desde el arranque de 2010. Baduel ha estimado que tomaría todo un año instalar la constituyente omnímoda (“originaria”) que vislumbra. Es decir, que pudiera destituirse a Chávez (en su opinión) no antes de mediados de 2009. El ahorro temporal que propone, por tanto, sería de sólo seis meses, si es que en verdad puede cumplirse el cronograma que ha previsto.

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Pero es verdad que el Poder Constituyente Originario—no, repetimos, una asamblea constituyente—tiene la cualidad de supraconstitucionalidad. Es doctrina constitucional venezolana, asentada en sabia decisión de la antigua Corte Suprema de Justicia (19 de enero de 1999), que el Pueblo, que crea la Constitución, no está limitado por ella, que sólo limita al Poder Constituido. El Poder Constituyente Originario, no una asamblea constituyente, sólo está limitado por los derechos humanos—ni siquiera un referéndum de asistencia universal y voto unánime puede autorizar la tortura—y los tratados internacionales válidamente admitidos (porque otro Estado es par del nuestro y tan soberano como el nuestro).

En particular, el Poder Constituyente Originario, no una asamblea constituyente, puede abolir enteramente a un gobierno particular por acto directo en cualquier instante, esté o no cumplido un período constitucional o madura la ocasión para un referéndum revocatorio. La doctrina pertinente fue expuesta por primera vez, y con gran claridad, en la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776): “…cuando cualquier gobierno resultare inadecuado o contrario a estos propósitos [el beneficio común y la protección y la seguridad del pueblo, la nación o la comunidad] una mayoría de la comunidad tendrá un derecho indubitable, inalienable e irrevocable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, del modo como sea considerado más conducente a la prosperidad pública”.

La clave del asunto reside, como se ha destacado más de una vez en esta publicación, en que el sujeto de ese derecho es una mayoría de la comunidad. Y he aquí, finalmente, el quid político de la cuestión. ¿Existe en los actuales momentos una mayoría clarísima y suficiente para abolir el régimen de Chávez desde el Poder Constituyente Originario? No lo creemos. La encuestadora estadounidense Evans McDonough (Varianzas) concluyó hace dos semanas una encuesta de 1.200 entrevistas (error de muestreo de 2,8% y nivel de confianza de 95%) que arrojó, entre otros muchos, los siguientes datos: el 43% de los encuestados evalúa negativamente la gestión de Chávez, pero 42% lo hace positivamente y 14% la tiene por “regular”.

¿Puede garantizar Raúl Isaías Baduel que esas proporciones habrán variado dramáticamente contra Chávez al cabo de un año, que es lo que piensa tomaría elegir una asamblea constituyente? Es difícil asegurar ese resultado, sobre todo si se toma en cuenta la reciente muestra de astucia conciliatoria que Chávez ha ofrecido, lo que puede amellar las navajas opositoras que lo tallan, con razón, como arbitrario y pendenciero, un cargo que le ha costado sus puntos.

Es por tales razones que esta carta decía en su número 278 (El mundo encima, 13 de marzo de 2008, citado la semana pasada por otras razones): “Una cierta sabiduría emerge en Venezuela en cabezas opositoras a Chávez y parece generalizarse. En días recientes, quien escribe ha podido escuchar y leer, en más de un sitio, la paciente y sensatísima opinión de que todavía debe permitirse que Chávez se cueza en su propia salsa. Es preciso, se sostiene, que el rechazo nacional a su figura crezca hasta el borde de la unanimidad; que el aprendizaje del pueblo acerca de su malignidad se haya generalizado. Sólo así, se arguye, será posible su abandono del poder sin que sea tenido como mártir inmolado por su fe antiimperialista. Es necesario que su coartada quede descubierta universalmente. No debe haber apuro, entonces. La oposición a Chávez por contención se ha vuelto de nuevo posible, a raíz de su primera derrota electoral el 2 de diciembre pasado y la incesante serie de traspiés internacionales con los que se ha tambaleado. Esto es, seguramente pagaríamos un costo mientras se generaliza la opinión en su contra. pero eso sería un costo muy menor al que ya hemos pagado, puesto que su capacidad para hacer estropicios se ha visto considerablemente reducida”.

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En síntesis: la idea de convocar una nueva constituyente es pésima. Si lo que quiere el general Baduel es “salir del régimen” con la fuerza del Poder Constituyente Originario, que apele directamente a él y le haga firmar, en clara mayoría, una sencilla acta de abolición. No es necesario, para nada, el engorroso e incierto trabajo de convocar y elegir una constituyente que muy bien pudiera ser un clásico tiro por la culata (imagen que el militar que es Baduel—“Yahvé Elohim de los ejércitos”—entenderá perfectamente).

Son estas cosas las que opongo a “Mi solución”, mientras adquiero ese libro y puedo leerlo con seriedad.

LEA

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