LEA, por favor
Niall Ferguson (Glasgow, 1964) ha sido llamado por The Times londinense “el más brillante historiador británico de su generación”. Es esta evaluación la que aparece al pie de su nombre, como lema heráldico, en la edición de bolsillo que hiciera Penguin Books (2004) de su libro “Imperio: cómo Inglaterra hizo el mundo moderno”. En todo caso, Ferguson escribe con gran amenidad, y revela la erudición con la que acomete sus temas en una profusa provisión de citas y documentos curiosos e interesantes.
Al comienzo de la introducción de ese libro Ferguson dice: “Cómo es que un archipiélago de islas lluviosas a las afueras de la costa nor-occidental de Europa llegó a gobernar el mundo, es una de las cuestiones fundamentales no sólo de la historia británica, sino de la del mundo”. Y luego añade: “La segunda y quizás más difícil cuestión es, simplemente, si el Imperio fue una cosa buena o mala”. La respuesta que Ferguson dará se pronuncia del lado positivo, no sin reconocer lo siguiente: “Hoy día es bastante convencional pensar que, a fin de cuentas, fue una mala cosa. Probablemente la razón principal de que el Imperio cayese en descrédito fue su involucración en el tráfico atlántico de esclavos y en la esclavitud misma”. Así cierra la introducción: “Para bien o para mal… el mundo que conocemos hoy es en gran medida el producto de la era británica del Imperio. El asunto no es si el imperialismo británico no tuvo manchas. Las tuvo. El asunto es si pudo haber un camino menos sangriento hacia la modernidad”.
Ferguson cree que en teoría esto era posible, aunque no en la práctica. Es una postura extraña en quien ha abogado por un “contrafactualismo histórico” y sostiene que no hay leyes históricas inexorables y que es la acción de los hombres concretos lo que determina la trayectoria humana.
La Ficha Semanal #202 de doctorpolítico contiene el fragmento final de la obra, el cierre de su capítulo de conclusiones. En éste hace, primeramente, un balance que arroja saldo positivo para el Imperio Británico: “…el Imperio del siglo diecinueve indudablemente fue pionero del libre comercio, los movimientos libres de capital y, con la abolición de la esclavitud, del libre trabajo. Invirtió inmensas sumas en el desarrollo de una red global de modernas comunicaciones. Esparció y defendió el imperio de la ley en vastas áreas. Y aunque peleó muchas guerras menores, el Imperio mantuvo una paz global sin parangón antes o después”.
Pero luego admite Ferguson que los Estados Unidos son, en efecto, una nación tan imperial como la inglesa. Le da, por tanto, la razón a Hugo Chávez en este punto. Y eso que Ferguson aprobó abiertamente a George W. Bush y su invasión de Irak. Claro, a Ferguson le gustan los imperios de bandera anglosajona. Lo evidencia su imperioso lenguaje.
LEA
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Gringo imperator
¿Qué lecciones pudieran aprender los Estados Unidos de la experiencia imperial británica? Una obvia es que la más exitosa economía del mundo—como Inglaterra fue durante la mayor parte de los siglos dieciocho y diecinueve—puede hacer mucho por imponer sus valores preferidos sobre sociedades menos avanzadas tecnológicamente. Es realmente sorprendente que Gran Bretaña fue capaz de gobernar tanto del mundo sin requerir un presupuesto de defensa especialmente grande. Para ser precisos, el gasto británico de defensa fue en promedio poco más de 3 por ciento de su producto nacional neto entre 1870 y 1913, y fue menor aún por el resto del siglo diecinueve.
Era dinero bien gastado. Sin duda es cierto que, en teoría, unos mercados internacionales abiertos hubieran sido preferibles al imperialismo pero, en la práctica, el libre comercio global ni estaba ni está ocurriendo. El Imperio Británico lo imponía.
En comparación, los Estados Unidos de hoy son inmensamente más ricos en relación con el resto del mundo que lo que alguna vez fuera Inglaterra. En 1913, la cuota de Inglaterra del producto total del mundo era de 8 por ciento; la cifra equivalente para los Estados Unidos era de 22 por ciento en 1998. No puede pretenderse que, al menos en términos fiscales, el costo de expandir el Imperio Americano llegaría a ser prohibitivo, aun cuando significase muchas guerras pequeñas como la de Afganistán. En 2000, el gasto de defensa estadounidense era de algo por debajo de 3 por ciento del producto nacional bruto, comparado con un promedio de 6,8 por ciento para los años 1948-98. Aun después de grandes recortes en el gasto militar, los Estados Unidos son todavía la única superpotencia del mundo, con una capacidad financiera y militar-tecnológica que no tiene rival. Su presupuesto de defensa es catorce veces el de China y veintidós veces el de Rusia. Inglaterra jamás disfrutó una ventaja tal sobre sus rivales imperiales.
La hipótesis, en otras palabras, es la de un paso en dirección de una globalización política, con un desplazamiento de los Estados Unidos de un imperio informal a uno formal, como una vez lo hiciera la Inglaterra victoriana. Esto es lo que ciertamente es de esperar si en verdad la historia se repite. Aunque su imperialismo no fue totalmente inconsciente, Inglaterra no se había propuesto gobernar una cuarta parte de la superficie terrestre. Como hemos visto, su imperio comenzó como una serie de bases costeras y esferas de influencia informales, en mucho como el “imperio” americano después de 1945. Pero las amenazas reales y percibidas a sus intereses comerciales tentaron constantemente a los británicos a progresar del imperialismo informal al formal. Fue así como tanto del mapamundi llegara a colorearse con el rojo imperial.
Nadie podría negar la extensión del imperio americano informal—el imperio de las corporaciones multinacionales, de las películas de Hollywood e, incluso, el de los evangelistas de televisión. ¿Es esto algo muy distinto del incipiente imperio británico de compañías comerciales monopolistas y misioneros? Tampoco es una coincidencia que un mapa que muestra las principales bases militares de los EEUU en el mundo se parezca notablemente a un mapa de las estaciones de aprovisionamiento de carbón de la Marina Real de hace cien años. Incluso la política exterior americana reciente recuerda la diplomacia de cañoneras del Imperio Británico en su apogeo victoriano, cuando algún pequeño problema en la periferia podía ser resuelto con un breve y aguzado “golpe quirúrgico”. La única diferencia es que las cañoneras de hoy vuelan.
Sin embargo, en tres aspectos el proceso de “anglobalización” es hoy en día fundamentalmente diferente. Desde una inspección más cercana, las fortalezas de América pueden no ser las fortalezas de un hegemón imperial nato. Por una parte, el poderío imperial británico dependía de la exportación masiva de capitales y gente. Pero desde 1972 la economía americana ha sido importadora neta de capital (a razón de 5 por ciento del producto doméstico bruto en 2002), y sigue siendo el destino favorito de inmigrantes de todo el mundo, no un productor de posibles emigrantes coloniales. En su apogeo, Inglaterra fue capaz de girar sobre una cultura de desvergonzado imperialismo que se remontaba al Periodo Isabelino, mientras que los EEUU—nacidos no de una guerra contra la esclavitud, como el Sr. Blair parecía sugerir en una conferencia, sino de una guerra contra el Imperio Británico—siempre será gobernante de otros pueblos a regañadientes. Desde la intervención de Woodrow Wilson para restaurar al gobierno electo en México en 1913, el enfoque americano ha sido, demasiado a menudo, disparar algunos proyectiles, penetrar marchando, celebrar elecciones y luego irse al diablo… hasta la próxima crisis. Haití es un ejemplo reciente; Kosovo otro. Afganistán pudiera ser el próximo, o quizás Irak.
En 1899, Rudyard Kipling, el poeta más grande del Imperio, dirigió una poderosa petición a los Estados Unidos para que asumieran sus responsabilidades imperiales:
Asuman la Carga del Hombre Blanco—
Envíen los mejores de su cría—
Comprometan a sus hijos en exilio
A servir la necesidad de sus cautivos;
A atender con arnés pesado
Pueblos que aletean salvajes—
Sus pueblos sombríos, recién conquistados,
Medio diablos, medio niños.
Asuman la Carga del Hombre Blanco
Y cosechen su vieja recompensa:
La acusación de quienes mejoren,
El odio de los que protejan…
Nadie se atrevería hoy a usar un lenguaje tan políticamente incorrecto. La realidad es, no obstante, que los Estados Unidos han tomado—lo admitan o no—algún tipo de carga global, tal como urgía Kipling. Se consideran responsables no sólo de pelear una guerra contra el terrorismo y los Estados forajidos, sino también de diseminar los beneficios del capitalismo y la democracia fuera de su territorio. Y del mismo modo que el Imperio Británico antes que él, el Imperio Americano actúa infaltablemente en nombre de la libertad, aun cuando su propio interés se manifieste de manera primordial. Éste fue el punto que señalaba John Buchan, mirando hacia el apogeo del kindergarten imperialista desde el ventajoso y oscuro punto de 1940:
“Yo soñaba con una hermandad planetaria con historia de una raza y un credo común, consagrada al servicio de la paz; Inglaterra enriqueciendo al resto con su cultura y sus tradiciones, y el espíritu de los Dominios como un viento fuerte que refrescara el aire viciado de los viejos países… La ‘carga del hombre blanco’ es ahora una frase casi sin sentido; antes implicaba una nueva filosofía política y un estándar ético, serio y seguramente no innoble”.
Pero Buchan, como Churchill, encontró un heredero de este legado al otro lado del Atlántico:
“…Sólo hay en el globo dos organizaciones probadas de unidades sociales de gran escala, los Estados Unidos y el Imperio Británico. Este último ya no puede exportarse… pero los Estados Unidos… son el ejemplo supremo de una federación en acto… Si el mundo va a tener alguna vez prosperidad y paz, debe haber alguna clase de federación—no diré de democracias, pero sí de Estados que acepten el reino de la Ley. Para tal tarea, aquéllos me parece que son el líder predestinado”.
Descontando la retórica de tiempos de guerra, hay algo más que un poco de verdad en eso. Y, sin embargo, el imperio que hoy gobierna el mundo es a la vez más y menos que su progenitor británico. Tiene una economía mucho más grande, mucha más gente, un arsenal mucho mayor. Pero es un imperio que carece del impulso para exportar su capital, su gente y su cultura a aquellas regiones atrasadas que los necesitan con mayor urgencia y que, si son desatendidas, generarán las mayores amenazas a su seguridad. Es un imperio, en suma, que no se atreve a pronunciar su nombre. Es un imperio en negación.
El Secretario de Estado americano Dean Acheson dijo, célebremente, que Inglaterra había perdido un imperio y fracasado en encontrar un rol. Quizás la realidad es que los americanos han asumido nuestro viejo rol sin enfrentar el hecho de que un imperio viene con él. La tecnología del gobierno allende los mares puede haber cambiado—los acorazados pueden haber cedido el puesto a los F-15. Pero guste a quien guste, niéguelo quien lo niegue, el imperio es hoy una realidad, como lo fuera durante los trescientos años cuando Inglaterra gobernó, e hizo, el mundo moderno.
Niall Ferguson
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