La tercera acepción del término “político” en el Diccionario de la Real Academia Española lo hace equivaler a los adjetivos “cortés” y “urbano”. La cuarta es definida así: “Cortés con frialdad y reserva, cuando se esperaba afecto”. En femenino, y operando como sustantivo, la décima acepción es “Cortesía y buen modo de portarse”.
Ése es el sentido en el que decimos “Fulano es muy político”, queriendo significar que Fulano no dice cosas imprudentes en momentos comprometedores de una conversación. Fulano siempre encuentra manera de eludir definiciones incómodas y de pronunciar alguna frase que agrade a sus interlocutores.
Ese significado de la palabra “político” es muy apropiado. La conducta que describe es comúnmente recomendada en la práctica cotidiana de la política, y no sólo en países que hablan castellano. En los de habla inglesa se hicieron populares, a partir de los años setenta, las expresiones “políticamente correcto” y “políticamente incorrecto” para aludir a quienes se comportan o no de modo “político”. Niall Ferguson nos decía anteayer (Ficha Semanal #202 de doctorpolítico), refiriéndose a versos de Rudyard Kipling: “Nadie se atrevería hoy a usar un lenguaje tan políticamente incorrecto”, a pesar de que, en su estimación, Kipling pronosticaba algo que llegaría a ser verdadero.
Hay una oposición, por consiguiente, entre ser “político” y la verdad. En julio de 1972 Yehezkel Dror ofrecía acá en Caracas, según los casos, recomendaciones contradictorias: “Si quieres ser eficaz es necesaria la transparencia de los valores; si pretendes mantener el consenso será mejor que los valores sean opacos”. Así, la eficacia, que precisamente debiera ser el valor supremo de la política, frecuentemente es supeditada a la necesidad de guardar la armonía, y se prefiere políticas mediocres con tal de no alborotar un avispero de opiniones disímiles. Los “consensos-país” son ciertamente formulaciones con las que es muy difícil estar en desacuerdo, puesto que escasamente proponen cosas tan generales que en realidad significan poco.
………
Quien escribe ha recibido, bastante más de una vez, consejos de que debe ser más “político”. La última vez que esto fuera explícito se dio el sábado 24 de noviembre del año pasado. Entonces escuché la opinión de que escribía, de cuando en cuando, juicios lapidarios; “al estilo de Robespierre”, se me dijo. Algo de justo debe haber en ese reclamo, pues lo he escuchado con variantes en otras ocasiones. En 1995 llamó a la casa un querido amigo a decir que estaba muy contento, pues uno de sus políticos favoritos me había elogiado. Añadió prontamente, sin embargo, que la misma persona se había quejado de que yo sería “una roca inamovible”, con la que era muy difícil o imposible negociar o transar.
De ser cierto esto último, el suscrito estaría impedido de cumplir un papel político, puesto que el paradigma prevaleciente, sobre su verdadero rostro de política del poder (Realpolitik) lleva el antifaz de la conciliación de intereses. En efecto, se busca el poder a toda costa, por medios no siempre santos, para emplearlo luego en la concertación de intereses habitualmente opuestos en el seno de una sociedad. La mayoría de las veces se sacrifica la verdad en esa búsqueda del acuerdo. (El “gran acuerdo nacional”, la “concertación”, el “pacto social”, el “consenso-país”). Los mejores pactos, sin duda, como el de Punto Fijo o los de la Moncloa, son los más francos.
………
No hay duda de que la realidad política, aquí y en todas partes del mundo, incluye el forcejeo y el regateo, la negociación y la transacción. Lo que es innecesario es la transacción de los principios o de la verdad. No es necesario mentir para ser un buen negociador.
Pero, se dirá, el problema no es mentir, sino que hay ciertas verdades que no deben ser dichas. Esto es rigurosamente cierto. Tampoco es necesario decir toda la verdad. Convertir el compromiso con la verdad en el prurito de revelarla toda, sin mirar a las consecuencias, no es sabio. Los humanos somos seres sensibles, y somos particularmente sensitivos a la crítica. Si escuchamos que alguien nos censura, no sentiremos simpatía por él. De hecho, aun cuando lo que sea criticado sean nuestras ideas, normalmente tomamos el asunto como si se tratara de algo personal. (“No hay nada tan humillante como una derrota intelectual”. Estudio Especial #1 de doctorpolítico, 26 de junio de 2008). Y la política viene de polis, que en griego significa “muchos”; no es posible ejercerla en soledad. El poeta político que fuera Andrés Eloy Blanco ya ponía en Coloquio bajo la palma (Canto a los hijos):
Por eso quiero, hijo mío,
que te des a tus hermanos,
que para su bien pelees
y nunca te estés aislado;
bruto y amado del mundo
te prefiero a solo y sabio.
A Dios que me dé tormentos,
a Dios que me dé quebrantos,
pero que no me dé un hijo
de corazón solitario.
El asunto es, sin embargo, como lo pone Dror, que para ser eficaces es necesario decir las cosas claras. Es la principal responsabilidad del político, sobremanera si ejerce una función pública, la de encontrar y aplicar los tratamientos más eficaces, entre los disponibles, para la solución de los problemas públicos, y la mentira nunca es una solución. Se puede ser enfermizo, por supuesto, cuando el compromiso con la verdad pasa a ser una pasión, o cuando se la presenta de modo insultante. En esta patología descuella, evidentemente, nuestro actual Presidente. No siempre dice la verdad, por supuesto, pero usualmente es agresivo aun cuando la pronuncia.
Hay, de todos modos, la patología inversa. Cuando un actor determinado se esfuerza por caer bien en toda circunstancia, puede llegar a una situación en la que haya perdido toda credibilidad. Hace unos años, un importante político nacional confiaba a quien escribe lo que sería su principal problema: “Me han dicho que soy el único político venezolano que es a la vez de los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes”. Quien fuera su mano derecha por mucho tiempo, decía de él por esa época: “Si algún día llegare a ser Presidente, Miraflores no tendría espacio para recibir a quienes pudieran jurar que les ha prometido un ministerio”.
De modo, pues, que en esta cuestión debe encontrarse un punto medio. La eficacia que se busca a través de la verdad puede ser destruida en un santiamén por una frase imprudente o injusta, tanto como puede ser anulada en postura ecléctica, excesivamente “política”. No hay ninguna necesidad de andar por la vida sin otra cosa que hacer que enderezar entuertos a punta de agresiones muy sinceras, pero tampoco es una virtud decir que sí a todo, por el temor de negar lo que debe ser negado.
………
Las críticas a personas “políticamente incorrectas”, por otra parte, son muchas veces asimétricas, dependiendo de quien sea la persona política a quien aquéllas ataquen. Los mismos que rechazan la crítica a algún copartícipe de nuestra tendencia, montan una fiesta cuando las más gruesas invectivas son dirigidas al oponente. Es como si éste hubiera dejado de ser gente, tan de carne y hueso como nosotros, tan susceptible a la censura como nosotros mismos.
La cosa no es fácil. Por más empeño que pongamos en una política clínica, es innegable que se combate con acritud contra los adversarios. (En especial si se lidia con un contendiente, como Chávez, que es él mismo agresivo en grado sumo). No obstante, es posible disciplinarse a este respecto. Una regla útil es procurar la descalificación del contrario, no por su negatividad, sino por la insuficiencia de su positividad. A fin de cuentas, lo que interesa a los ciudadanos es la solución de los problemas públicos, antes que el descrédito de algún actor concreto. Siendo esto así, lo que más importaría a un trámite político responsable es mostrar que nuestro oponente propone políticas ineficaces o insuficientes.
¿Es tal disciplina posible? Hace casi cinco años se escribía acá (Carta Semanal #51, del 28 de agosto de 2003) lo siguiente: “…el boxeo, deporte de la lucha física violenta, fue objeto de una reglamentación transformadora con la introducción de las reglas del Marqués de Queensberry. Así se transformó de un deporte ‘salvaje’ en uno más ‘civilizado’, en el que no toda clase de ataque está permitida”. Si esto fue posible a los boxeadores, ¿por qué no lo sería a los políticos?
Pues porque tal cosa no es necesariamente tan valorada como una actitud más combativa, especialmente en una cultura que exalta a los peleadores—olímpicamente destacamos, desde hace tiempo, en tiro, esgrima, boxeo, judo y tae kwon do, siendo una notable excepción a esta tendencia la del querido nadador Rafael Vidal—, o cuando la representación del electorado es el vehículo de su propia ira. En junio de 1986 completó el suscrito un trabajo que llamó Dictamen, su primer ejercicio de política clínica o medicina política. En su introducción se lee:
…los pueblos esperan, primero, que sus gobernantes aprendan y entiendan, que sus gobernantes resincronicen y favorezcan los cambios. A menos que sus gobernantes decidan no cambiar, y entonces también todo el pueblo se pasa, por un trágico momento, al bando de la ‘política realista’. También le ocurre a los pueblos que en ocasiones se sienten moralmente obligados a ganar por todos los medios.
Trece meses después, Eduardo Fernández diría en sesión solemne del Congreso de la República: “El pueblo está bravo”. En 1989 esto se supo con el “Caracazo”, y un pueblo bravo eligió a Hugo Chávez, cuya ira se hizo evidente antes en una madrugada de febrero.
………
El pueblo está ahora, sin embargo, cansado de la animosidad política, empezando por la del Presidente de la República, indudablemente la más cargada y virulenta de las que haya visto Venezuela en toda su historia. Pero Chávez no inventó la Realpolitik, ni la noción de que la política es combate. En famoso discurso decía Rafael Caldera, uno de nuestros presidentes de mejor costumbre: “…porque no estoy en las alturas del poder, sino en las arenas de la lucha política”. Si se le ocurría a algún periodista solicitar a Carlos Andrés Pérez o Jaime Lusinchi que se definieran, cualquiera de los dos (así lo hicieron más de una vez) contestaría: “Yo lo que soy, ante todo, es un luchador político”. Y los militantes del Movimiento Electoral del Pueblo debieron inventar un saludo estatutario. No podían decirse entre sí, como antes, “compañeros”, ya que acababan de separarse de Acción Democrática y así se saludaban los adecos, ni tampoco podían decirse “camaradas”, puesto que tal es el saludo por antonomasia de los comunistas, así que decidieron llamarse oficialmente combatientes. Más recientemente, reportaba El Universal el 31 de mayo de este año: “Daniel Santolo, Secretario General de esta tolda [Causa R] afirmó que el respaldo a Leopoldo López está motivado por su condición de luchador social…”, y la misma nota traía el abundamiento de Andrés Velásquez, quien señalaba: “el apoyo a López está estrechamente ligado a la lucha por defender nuestra Constitución y nuestros derechos políticos, democráticos…” En el sitio web de Un Nuevo Tiempo se leía el lunes de esta semana en su primera reseña: “Las mujeres siguen en la lucha en las parroquias…” Y en un folleto de Carlos Ocariz—por quien el suscrito votará para la Alcaldía del Municipio Sucre, justamente por su valentía al decir cosas “políticamente incorrectas”, como que en octubre de 2004 había perdido las elecciones por abstención opositora y no por fraude gobiernista—se encuentra la siguiente primera definición: “Como incansable luchador por las justas reivindicaciones de la gente…”
Chávez, por supuesto, ha llevado este paradigma bastante más allá, casi hasta sus últimas consecuencias. (En verdad, el chavoma es una dolencia más bien leve, si se le compara con el hitleroma o el fideloma). En este campo, Chávez no obedece a la urbanidad con la que habitualmente combaten y se agreden políticos más convencionales; no come con cubiertos. Y, naturalmente, tiene formación profesional beligerante.
………
El paradigma descrito no es fácil de superar. A la larga, sólo puede ser la presión de los electores lo que induzca el cambio paradigmático que instaure una exigencia clínica: que la política sólo se justifica si logra resolver los problemas de carácter público. Mientras esto no ocurra, mientras el pueblo no tome conciencia de que puede imponer ese concepto, la tentación de ser “político” es difícil de rechazar. Habrá cosas “que no se dicen”.
Posiblemente fuera la primera reconvención que el suscrito recibiera a este respecto una llamada telefónica a mediados de 1986, rememorada en el #224 de esta publicación, del 8 de febrero del año pasado: “Había escrito sobre tema político unas ‘memorias prematuras’, en las que hacía mención detallada de algunos intercambios con personas concretas y conocidas. Se me dijo que esto no era de buena educación. Recuerdo haberme defendido al apuntar que Manuel Antonio Carreño, autor del famoso ‘Manual de urbanidad y buenas costumbres’, señalaba como del todo incivil y grosero que la gente entrara al interior de las casas montada en sus caballerías. Los corceles debían llegar solamente al patio, donde serían amarrados. Pero salvaba que en casos de emergencia los médicos podían llegar a caballo hasta el comedor. Así, dije a mi amable crítico, creo que estamos en emergencia, y en lo político médico soy”. Cuando una sociedad padece grave dolencia política, el escrúpulo de urbanidad debe dejar paso a la verdad, lo que no desdice de un comportamiento médico.
De hecho, en 1995 me preocupé de componer, y luego jurar, un código “hipocrático” para la política. La segunda de sus estipulaciones dice: “Procuraré comunicar interpretaciones correctas del estado y evolución de la sociedad general, de modo que contribuya a que los miembros de esa sociedad puedan tener una conciencia más objetiva de su estado y sus posibilidades, y contradiré aquellas interpretaciones que considere inexactas y lesivas a la propia estima de la sociedad general y a la justa evaluación de sus miembros”.
Pero un tal compromiso crítico debe ser asumido sin arrogancia. Quien critica debe estar él mismo abierto a la crítica. La quinta estipulación del código aludido es: “Consideraré mis apreciaciones y dictámenes como susceptibles de mejora o superación, por lo que escucharé opiniones diferentes a las mías, someteré yo mismo a revisión tales apreciaciones y dictámenes y compensaré justamente los daños que mi intervención haya causado cuando éstos se debiesen a mi negligencia”. Y la séptima dice: “No dejaré de aprender lo que sea necesario para el mejor ejercicio del arte de la Política, y no pretenderé jamás que lo conozco completo y que no hay asuntos en los que otras opiniones sean más calificadas que las mías”. La octava exige: “Reconoceré según mi conocimiento y en todo momento la precedencia de aquellos que hayan interpretado antes que yo o hayan recomendado antes que yo aquello que yo ofrezca como interpretación o recomendación, y estaré agradecido a aquellos que me enseñen del arte de la Política y procuraré corresponderles del mismo modo”.
Debo admitir que esa práctica es exigente, y que tiende a traer costosas consecuencias a la vida personal de quien ose seguirla, aunque también puedo decir que no son intolerables. De resto, la crítica política que con frecuencia se encuentra en estas páginas es el ejercicio de una responsabilidad. No podría edulcorar mis evaluaciones, presentando inexactas lecturas al lector, porque una más cruda pero fiel interpretación me cause problemas. Podría simular que los recibo con alguna indiferencia.
Una vez me fue de ayuda leer a Cristopher Hodgkinson en The Philosophy of Leadership:
La indiferencia debe entenderse acá, naturalmente, en un sentido especial. No es que al líder no le importe. Al líder le importan y tienen que importarle los resultados, especialmente aquellos resultados humanos y organizacionales en los que tiene responsabilidad plena o parcial. A lo que, en razón del honor, debe ser indiferente es a los resultados de las acciones en tanto le afecten personalmente. Suponiendo que su curso de acción sea correcto, que ha descubierto cuál es su deber y cumplido con él, lo que es entonces un asunto de indiferencia, de despreocupación, es su propio éxito o fracaso. Ése es el ideal. Su propio ego debe dejar de importar, tiene que ser eliminado de la ecuación de las variables organizacionales. Tiene que ser trascendido. Y aunque esto pueda parecer escandalosamente idealista, esa praxis es también posible.
LEA
_________________________________________________
intercambios