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Durante su reciente visita a Ecuador, el presidente Chávez reiteró sus principales consignas: que es necesaria la unidad de las naciones de América Latina, y que en un mundo de imperialismo y neocolonialismo, con hegemonía capitalista estadounidense, sería preciso construir un socialismo del siglo XXI.

Tales cosas las dice en reunión con sus pares de Ecuador y Nicaragua, esto es, en una cumbre. Ha ingresado ya a su zona de olvido aquella denuncia suya de que los presidentes se la pasaban de cumbre en cumbre, mientras los pueblos pasaban de un abismo a otro.

La integración de América Latina o, menos ambiciosamente, la de América del Sur debe ser, precisamente, predicada y vendida a los pueblos latinoamericanos o suramericanos, no a sus gobernantes. Si sólo se plantea en cumbres—o como en el caso que nos ocupa, en minicumbres—otras dinámicas conspirarán para impedir la consecución de tan necesario como difícil objetivo.

Por ejemplo, ¿es un estímulo a la integración política de América del Sur el nivel de compras de armamento por parte del gobierno presidido por Chávez? En su reciente reunión con los empresarios venezolanos, Chávez remachó su intención de convertir a Venezuela en “una potencia mediana”, y en ninguna otra cosa es más evidente ese propósito que en el rearme venezolano de los últimos años. ¿Cómo pueden recibir los mandatarios de la región una invitación a reunirse con quien militariza todo lo que toca?

Tampoco puede creerse, por otra parte, en un programa de integración que venga con la condición previa de reunir regímenes socialistas, o el anunciado fin de suscitar el derrumbe del capitalismo. (Que es lo que Chávez recomienda de nuevo, ahora cuando resuella por la herida de la negativa evaluación que Barack Obama tiene de su persona política).

La imposición de una ideología, cualquiera sea ésta, a todo un continente es desproporcionadamente pretenciosa. Ni siquiera Cuba aceptaría una cosa así. Raúl Castro acaba de declarar que lo que ahora viene en su país es un “socialismo realista”, léase à la manière chinoise. Es decir, un socialismo que se convierte en capitalismo.

Una vez más, entonces, Hugo Chávez se equivoca cuando acierta. Una cosa es repudiar el Consenso de Washington, una cosa es preferir un mundo multipolar a uno que sea unipolar bajo hegemonía de los Estados Unidos o la democracia participativa sobre la meramente representativa; otra cosa muy diferente es creer que la única opción al ya viejo catecismo del Banco Mundial y a la unipolaridad es el socialismo. Hoy en día, en el actual state of the art de la política, es ésta una opción de aficionados.

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