Puesto que el ciudadano Presidente de la República ha venido dedicando una buena parte de sus comentarios y atención a la política y economía estadounidenses, puede uno considerar comme il faut empatarse en lo mismo. A fin de cuentas, se trata de la mayor polis y la mayor economía del planeta, y a pesar de que la primera apreciación de Miraflores sugería que el brollo financiero de Nueva York no nos afectaría para nada, puesto que nuestro previsivo líder nos había desenganchado por completo—ya no exportamos ni un barril de petróleo a los Estados Unidos ni le compramos absolutamente nada—, ahora proclama el desplome del capitalismo y la simultánea aurora del socialismo, no sin reconocer que como que sí nos va a molestar algo el gravísimo desarreglo del sistema financiero mundial. (Dos de sus más recientes aliados, Rusia y China, se han puesto nerviosos: el segundo bajando sus tasas de interés para sintonizar con lo que, en coordinación internacional sin precedentes, los más grandes bancos del mundo hacen; el primero cerrando su bolsa de valores a cada rato).
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Por lo que toca a la descomunal crisis financiera, y a la recesión generalizada que ya la acompaña, estamos apenas entrando en ella. Ni la ley de emergencia aprobada por el Congreso de los Estados Unidos sobre plan del Secretario del Tesoro, ni las extraordinarias medidas de su Reserva Federal—duplicación de la liquidez y recorte de la tasa de interés—ni las decisiones europeas parecen ser eficaces para restañar la hemorragia. Los terapéuticos anuncios logran causar mejorías momentáneas de media hora en las cotizaciones bursátiles, pero ya no son las preocupaciones por los activos tóxicos o la desvalorización inmobiliaria o el derrumbe de bancos la base del pánico; ahora es la certeza de que la economía estadounidense y mundial han entrado en recesión, y es precisamente tal vasoconstricción inmensa lo que detendrá la sangría. No hay Prozac eficaz contra esta depresión planetaria. ¿O sí?
¿Qué tiene de malo que cada cierto tiempo haya una contracción de la economía? La terre entière agradecería que se le exigiera bastante menos por un rato. La Tierra diría que ya el calentamiento global que la quebranta pudiera hacerse repentinamente fiebre, y entonces las pérdidas económicas del mundo harían que las de estos días lucieran pálidas. Nadie imagina la fuerza devastadora de un deslave a escala de cordilleras enteras, un invierno nuclear de mediano tamaño llevado por huracanes más grandes y frecuentes desde el Mar Rojo hasta la masa norteamericana, tsunamis anchos en el Océano Índico o terremotos de 9 grados Richter en media Faja del Orinoco, carcomida la dermis llanera por una succión de petróleo que cava la mayor caverna de la Tierra. Lo que puedan terminar perdiendo las economías del mundo por los actuales deslaves financieros es juego de niños ante una pérdida geofísica de proporciones mundiales, así que pudiéramos aprovechar la contracción económica para pensar la economía. Es tiempo de frugalidad, tiempo de ensimismamiento.
Hay que pensar, por ejemplo, que pésele a quien le pese, existe una economía mundial, global. La globalización está acá hace rato, y la mejor demostración de que somos, en verdad, una sola economía es esta crisis de 2008. ¿Cuáles deben ser las estructuras públicas de esa economía? ¿Cómo se escoge a quienes las operen? ¿Hasta dónde van sus facultades? ¿Tiene sentido una moneda planetaria, suerte de dólar o libra de la Organización de las Naciones Unidas? ¿Debiera haber una sola bolsa de valores del mundo?
El mes pasado pasamos a ser 7.020 millones de humanos—Homo—en el planeta. ¿En qué no estamos siendo económicamente sapiens? ¿No debiéramos, durante la pausa que fuerza la Segunda Gran Recesión, examinar la posibilidad de que hubiese un solo sistema mundial de seguridad social, que asegure la dignidad económica de todos los habitantes terrestres?
Todas estas cosas, y muchas otras, son cuestiones que pudieran y debieran ser puestas a la cavilación. Entre las erogaciones de las guerras que libran los Estados Unidos, aun si decidieran terminarlas, y las de tratamientos del cataclismo de sus mercados financieros, tan sólo, sin contar el costo financiero planetario ni las pérdidas de valor de compañías o sus accionistas, estamos hablando de no menos de 3 billones (castellanos) de dólares. Esa sola cantidad habría permitido, a comienzos del nuevo milenio, más que duplicar el ingreso diario (no más de dos dólares) de los pobres de todo el mundo (2.700 millones de personas).
Es preciso que la humanidad encuentre una forma de aumentar, al menos en 50%, el ingreso de esa población desfavorecida, porque también son concebibles caracazos a escalas continental o planetaria y, de nuevo, las pérdidas de estos días y la talla de esta recesión terrestre empalidecerían ante la magnitud de tamaños estropicios.
Es de estos tamaños que debemos preocuparnos.
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Por lo que atañe a la política de los Estados Unidos, nada más auspicioso que lo que parece será un deslave—landslide—de votos populares y colegios electorales a favor de Barack Obama, porque éste es el único de los candidatos presidenciales que parece percatarse de la erosión del prestigio internacional de su patria. McCain, con todos los méritos que pueda encontrarse en él, es un candidato que piensa imperialmente; Obama es más conciliador, no es belicista, sabe que el gobierno de su país ha abusado de su poder.
Hoy ha aumentado su ventaja sobre McCain en todas las encuestas, sin tomar en cuenta el efecto del segundo debate (CNN/Opinion Research midió 54-30 a favor de Obama en opinión general sobre quién lo había ganado, e Ipsos/McClatchy 61-39 en la de votantes indecisos). Pero hay un indicador importantísimo que asegura a Obama la más clara de las victorias: se está batiendo récords en la inscripción de votantes jóvenes en los Estados Unidos para su elección presidencial, y 61% de los votantes menores de 30 años prefiere a Obama, contra 32% que favorece a McCain (encuesta de USA Today/MTV/Gallup). Es todo un pueblo, la gran democracia estadounidense, que se apresta a dar un golpe de timón y cambiar la preocupante trayectoria (política) reciente de su país. Ojalá Obama esté a la altura del compromiso que va a asumir; al menos parece saber que los cambios que hay que hacer en los Estados Unidos nunca habían sido tan difíciles.
El 15 de septiembre próximo pasado llevaba Bloomberg una nota (El “Nuevo Orden Mundial” de Bush da paso a la Era “Post-Americana”, por James Neuger) que afirma que sea quien sea el próximo presidente de los Estados Unidos “heredará lo que el científico político Francis Fukuyama llama un mundo ‘post-americano’, que reemplaza el ‘nuevo orden mundial’ que proclamó el presidente George H. W. Bush después del colapso de la Unión Soviética. Ya no más la «hiperpotencia» de los noventa, los Estados Unidos están resbalándose hacia un status de primero entre iguales, estrechando las opciones de política exterior de quien sea se mude a la Casa Blanca en enero. Durante 20 años, los líderes de los Estados Unidos ‘han supuesto la dominación americana; han supuesto que trabajaban en un mundo unipolar’, dice Fukuyama, quien obtuvo fama en 1992 al declarar que el colapso del comunismo soviético anunciaba el triunfo inevitable de la democracia liberal al ‘fin de la historia’. Ahora, dice: ‘ha habido esta gran redistribución del poder’.”
Con antelación de un año se escribió acá (#252, El sueño americano”, 30 de agosto de 2007):
¿Son estas cosas signos inequívocos de una decadencia norteamericana, tantas veces anticipada? Lo cierto es que ya no es el optimismo acerca de los Estados Unidos el sentimiento dominante. A la caída de la Unión Soviética muchos se apresuraron a pronosticar una ineludible supremacía norteamericana, y Francis Fukuyama fue tan lejos como para anunciar ‘el fin de la historia’, pues ya nada podría evitar la generalización planetaria de la democracia y los mercados. Los hechos más recientes han hecho que el académico más famoso de los noventa, antaño neo-conservador partidario del gobierno de George W. Bush, se haya distanciado de éste y sugerido algunos ajustes a su simplista visión de la época. El tocayo del presidente norteamericano, el financista y activista de la democracia George Soros, ha escrito un ensayo que titula The Bubble of American Supremacy (La burbuja de la supremacía americana), en obvia analogía con las ‘burbujas’ de expansión financiera efímera. Soros argumenta que el gobierno de Bush hijo ha dejado a los Estados Unidos en situación muy comprometida, que niega la posibilidad de continuación de la supremacía estadounidense. Si evaluaciones como ésta son atinadas, lo esperable a la salida de la actual administración en Washington—que tiene cada vez menor apoyo electoral y se ha visto forzada a quedarse sin las estrellas de su estado mayor—es una contracción de la actividad y presencia norteamericana en el mundo. Ya a estas alturas, Vladimir Putin aprovecha la evidente debilidad para reafirmar su poder y restaurar la fortaleza de Rusia como potencia, Mahmoud Ahmadinejad para proseguir impertérrito en su carrera armamentista y Hugo Chávez para retar todos los días a la superpotencia norteña y culparla de todo lo malo que pueda suceder en Venezuela. Es una suerte para el mundo que pueda distinguirse en China la postura de un socio de buena fe, que no está apostando a la desestabilización, ni financiera ni política, de los Estados Unidos. Pudiera ser que, en un sentido, el sueño americano estuviese tocando a su fin. En todo caso, las nuevas realidades que ahora confrontan los Estados Unidos pudieran acelerar la conformación de una polis planetaria verdaderamente multipolar, en la que la patria de Washington pudiera aspirar, si acaso, al sitial de primus inter pares, a la usanza de una baronía medieval que elegía al monarca de su seno.
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El nuevo presidente estadounidense también tendrá que cambiar significativamente, para mejorar, la orientación de las relaciones de su gobierno con los restantes estados del hemisferio occidental. El 3 de los corrientes escribía Stuart Grudgings desde Río de Janeiro para Reuters: “La crisis empujará a Latinoamérica aun más lejos de la influencia de los Estados Unidos”, y citaba a varias voces. La de Lula, por ejemplo, que decía: “Quienes pasaron las últimas tres décadas diciéndonos lo que tenían que hacer no lo hicieron ellos mismos”. O la de Peter Hakim, Presidente de Diálogo Interamericano, que afirma que la hecatombe financiera fortalece la credibilidad y resonancia de la retórica y el lenguaje de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa.
El ejemplo más honesto tal vez lo provea el presidente hondureño Manuel Zelaya, que sumó su país al bloque del ALBA y pospuso por una semana la acreditación del embajador de los Estados Unidos, para solidarizarse con Bolivia cuando el gobierno de este país adujera que el principal diplomático estadounidense aupó las recientes y sangrientas protestas opositoras. Zelaya admitió con la mayor ingenuidad, ante una reunión con líderes empresariales, que cuando, hace seis meses, los elevados precios de los alimentos golpearon a Honduras, buscó la ayuda del sector de negocios de su país, de los Estados Unidos y del Banco Mundial, pero que sus peticiones cayeron en oídos sordos. Entonces, Zelaya buscó apoyo en Hugo Chávez y éste le ofreció 300 millones de dólares de inmediato. “Los aliados, los amigos, no me ayudaron cuando pedí ayuda”, explicó después en nota de prensa.
Si Barack Obama llegare a ser electo Presidente de los Estados Unidos, si no traiciona los criterios que hasta ahora ha expuesto y si no lo matan, si los Estados Unidos ponen fin a sus invasiones y a la pretensión de inmunidad por crímenes de guerra, si dejan de creerse el jefe del mundo, si son más cuidadosos y responsables con sus actividades financieras, si dejan de negarse a los deberes ecológicos, si abren su comunicación respetuosa con todas las naciones y dejan de regañarlas, entonces eso será la mejor de las noticias políticas posibles y el mundo abrirá sus admirados brazos a la que es, sin duda y a pesar de sus errores, la más admirable de las naciones y la tendrá por primus inter pares.
El 4 de este mes me escribía un apreciado y joven amigo desde los Estados Unidos: “La gente está deprimida (a veces un poco agresiva) con una visión a futuro de rendición”. Sería estupendo que esa vergüenza pudiera trocarse en nuevo e inmenso orgullo del grande y nuevo pueblo de los Estados Unidos, que ahora tiene la oportunidad de hacer un cambio difícil pero factible, un cambio políticamente hermoso, éticamente valioso, mundialmente beneficioso.
Al desplome de la Unión Soviética, los poderosos Estados Unidos han debido procurar la conciliación mundial y ofrecerse como hermano mayor, no como figura paterna. Todavía están a tiempo.
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