Mientras debatían en Long Island los principales aspirantes a la Presidencia de los Estados Unidos, los agentes bursátiles de Asia hacía tiempo que se habían levantado a vender lo que pudieran. Habiendo cogido seña del índice Dow Jones—baja de 733 puntos ayer, la segunda más grande en su historia—, todas las bolsas asiáticas se despertaron—“Ya es mediodía en China”, diría Luis Chataing—en un empinado tobogán. Australianos y neozelandeses arrancaron a la baja y, como efecto dominó, cada bolsa del Extremo Oriente cayó por una pendiente. Al receso del almuerzo, la bolsa japonesa había perdido 9,55% (descenso de casi 912 puntos en el índice Nikkei), las de Hong Kong y Singapur 6% cada una, la de China 4%, la de Indonesia 4,7%, la de Filipinas 5% y la de Corea del Sur 7%. Atención Chocolates El Rey: el primer ministro Aso pidió cacao desde Japón: dijo que los Estados Unidos deben aumentar su plan de salvamento, que considera insuficiente.
No muy lejos de Wall Street, cruzando el East River, Barack Obama y John McCain se midieron en debate por tercera y última vez en la campaña electoral estadounidense de 2008. A la confrontación había llegado en ventaja el primero de los nombrados. Desde que explotó la crisis bursátil—el lunes 29 de septiembre—, los sondeos de opinión política registraron un desplome equivalente de la popularidad de George W. Bush y un masivo traslado de intención de voto a favor de Obama, al punto de darle ventaja de dos dígitos, por primera vez en la campaña, sobre McCain.
El desplazamiento tiene cierta lógica. Por una parte, es el tema de la crisis financiera y la recesión que, ahora se sabe, la precedía, el nuevo punto focal de las elecciones en los Estados Unidos. Y como una marcada mayoría de dos a uno entre los electores supone que Obama puede capear el temporal mejor que McCain, es natural que el primero haya tomado más distancia del segundo. Luego, la selección de Sarah Palin, Gobernadora de Alaska, como compañera de fórmula, le ha representado a McCain más costo que beneficio; no llega a 30% la proporción de votantes que creen que Palin está preparada para encargarse de la presidencia, y McCain, después de todo, tiene 73 años de edad. Finalmente, en los últimos días la campaña del republicano aumentó los ataques personales contra Obama—Palin lo acusó de encompincharse con terroristas—y este giro ha caído mal a la mayoría de los electores estadounidenses.
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¿Por qué ocuparse de una campaña en el norte cuando sólo treinta y ocho días nos separan de un importante certamen electoral en Venezuela? La respuesta es obvia: quiéralo o no el gobierno venezolano, la economía nacional está estrechamente acoplada a la de los Estados Unidos, que son nuestro principal socio comercial, y desde que Hugo Chávez gobierna la relación política con ese país ha sido su constante obsesión y su más útil coartada. Ayer reconoció que el desarrollo de la crisis podía significar que continuara cayendo el precio del petróleo; en esto no se llama a engaño.
Pero es que, además, el destino de los Estados Unidos, tanto económico como político, es de suprema importancia para todo el mundo, y durante la presidencia de George W. Bush la reputación de los Estados Unidos ha sufrido grande erosión. Prácticamente en cada rubro de interacción con el exterior, los Estados Unidos se han conducido poco solidariamente con el resto de los países. Para 2007, por ejemplo, la oficina del Secretario General de las Naciones Unidas conjuntamente con la agencia española DARA, dedicada a la evaluación de la ayuda internacional en el mundo, publicó una lista de veintitrés naciones ordenada según su “índice de respuesta humanitaria”; los Estados Unidos ocuparon el puesto dieciséis, detrás de Suecia, el líder, y de Noruega, Dinamarca, Holanda, la Comisión Europea, Irlanda, Canadá, Nueva Zelanda, el Reino Unido, Suiza, Finlandia, Luxemburgo, Alemania, Australia y Bélgica. En materia de solidaridad internacional, los Estados Unidos sólo superaron a España, que le siguió muy de cerca, y a Japón, Francia, Austria, Portugal, Italia y Grecia. Esto, sin contar su conducta autoproteccionista en las rondas de la Organización Mundial de Comercio o sus reticentes posturas respecto del Protocolo de Kyoto.
Por supuesto, la guerra en Irak ha contribuido grandemente al descrédito de los Estados Unidos. Antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001, e incluso antes de tomar posesión por primera vez de la presidencia de su país, ya George Bush tenía a Irak entre ceja y ceja, como documentara abundante y detalladamente Bob Woodward en Plan of Attack: “Comenzando enero de 2001, antes de que George W. Bush tomase posesión, el vicepresidente electo Dick Cheney envió un mensaje al secretario de defensa saliente, William S. Cohen, un republicano moderado que prestó sus servicios en la administración demócrata de Clinton. ‘Realmente necesitamos informar al presidente electo sobre algunas cosas’, dijo Cheney, añadiendo que quería una ‘discusión seria acerca de Irak y las diferentes opciones’. El presidente electo no debiera recibir el rutinario y enlatado paseo por el mundo que normalmente se ofrece a los presidentes entrantes. El Tema A debía ser Irak”. (En la Ficha Semanal #6 de doctorpolítico, 3 de agosto de 2004).
La guerra contra Irak fue predicada sobre dos argumentos: que el régimen iraquí auspiciaba a los terroristas de Al Quaeda y que almacenaba peligrosísimas armas de destrucción masiva. Ninguna de las acusaciones resultó ser cierta, y la presencia militar estadounidense en el país de Las Mil y Una Noches protegió la lucrativa intervención de Halliburton, empresa en la que el vicepresidente Cheney—y la petrolera familia Bush—tenía obvio interés.
A continuación, el gobierno de Bush permitió la tortura de prisioneros de esa guerra, y protegió la práctica con aberrantes doctrinas que suspendían los derechos humanos de sus rehenes, alegando que no eran merecedores de trato humanitario. No contento con eso, el gobierno norteamericano buscó, bilateralmente, la inmunidad de sus funcionarios ante eventuales juicios contra agentes suyos por crímenes de guerra que pudieran perpetrar: “Pero en lo que sí se comportan los Estados Unidos como descarados hegemones es en su decisión de suspender su ayuda militar—incluyendo el adiestramiento—a 35 países que apoyan a la Corte Penal Internacional pero no han ‘exceptuado’ a los Estados Unidos de eventuales causas en su contra por genocidio y crímenes de guerra. Según la agencia Fox News, los Estados Unidos, que son signatarios del pacto que creó la corte el año pasado, ‘temen que [el tribunal] pueda procesar causas políticamente motivadas en contra de sus líderes militares y civiles’. La administración de Bush está muy dispuesta, naturalmente, a levantar las sanciones—que incluyen a Colombia y a seis países de Europa oriental—cuando los países en cuestión consientan en conceder bilateralmente inmunidad para los funcionarios estadounidenses”. (Carta Semanal #43 de doctorpolítico, 3 de julio de 2003).
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Tan sólo la semana pasada se exponía acá: “Si Barack Obama llegare a ser electo Presidente de los Estados Unidos, si no traiciona los criterios que hasta ahora ha expuesto y si no lo matan, si los Estados Unidos ponen fin a sus invasiones y a la pretensión de inmunidad por crímenes de guerra, si dejan de creerse el jefe del mundo, si son más cuidadosos y responsables con sus actividades financieras, si dejan de negarse a los deberes ecológicos, si abren su comunicación respetuosa con todas las naciones y dejan de regañarlas, entonces eso será la mejor de las noticias políticas posibles y el mundo abrirá sus admirados brazos a la que es, sin duda y a pesar de sus errores, la más admirable de las naciones y la tendrá por primus inter pares”. Parece que la primera de esas numerosas condiciones se hará realidad en poco más de dos semanas. Antes se había apuntado: “Por lo que atañe a la política de los Estados Unidos, nada más auspicioso que lo que parece será un deslave—landslide—de votos populares y colegios electorales a favor de Barack Obama, porque éste es el único de los candidatos presidenciales que parece percatarse de la erosión del prestigio internacional de su patria. McCain, con todos los méritos que pueda encontrarse en él, es un candidato que piensa imperialmente; Obama es más conciliador, no es belicista, sabe que el gobierno de su país ha abusado de su poder”.
Ayer predecía CNN, agencia que transmitió cada uno de los debates entre Obama y McCain, que el candidato demócrata obtendría, si las votaciones fuesen ahora, un total de 277 votos electorales (contra 174 para el republicano), siete más de los necesarios para resultar electo. (Suma de estados “seguros” e inclinados a favor de cada candidato, mientras 85 votos electorales pudieran todavía definirse por alguno de los dos. Aunque todos éstos lo hicieran por McCain, el candidato republicano no alcanzaría los votos necesarios). Tal valoración se desprendía de estudio del equipo de analistas políticos de la televisora de Atlanta, que tomó en cuenta varios factores incluyendo, por supuesto, los datos de los últimos sondeos de opinión. Éstos muestran cómo ciertos estados clave, que votaron por Bush en la última elección, se han pasado al campo de Obama. (Colorado, ventaja de 4% para Obama; en Florida, ventaja de 5 puntos; en Virginia, ventaja de 10%). En términos de historia, de las trece colonias originales de los Estados Unidos en 1776, sólo dos—Carolina del Sur y Georgia, los estados más sureños—todavía favorecen a McCain. De hecho, es una nueva guerra de secesión el reparto actual, pues son los confederados los que apoyan a McCain, y los azules del norte, los estados de mayor desarrollo cultural, los que favorecen a Obama.
Estas cifras fueron tomadas antes del tercer y último debate de los dos candidatos. La misma CNN, en una muestra nacional de televidentes que vieron la discusión—de la que 40% dijo simpatizar con los demócratas y 30% con los republicanos—, encontró que 58% opina que ganó Obama el cotejo. (Versus 31% por McCain, para una diferencia de 27% a favor de su contendor). También midió que antes del debate 63% tenía opinión favorable sobre Obama (51% sobre McCain) y que después del evento 66% opinaba favorablemente de él (y McCain bajaba a 49%, para ventaja de Obama de 17%). Con estos resultados, Obama ha sido pronunciado triunfador en todas las tres confrontaciones que sostuvo con McCain.
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Al tiempo de concluir esta redacción—3:30 p. m. del 16 de octubre en Tokyo—el índice Nikkei ha caído 1.089 puntos. Las bolsas asiáticas reaccionan a una estadística y una opinión: que las ventas al detal en los Estados Unidos han resultado menores que las predichas y que Standard & Poor pudiera rebajar la calificación crediticia de los bancos de Corea del Sur, a siete de los cuales ha colocado en lista de observación. Aunque la septicemia financiera pareciera estar bajo relativo control, luego de la acción unánime de los más grandes bancos centrales, es ahora la debilidad general del paciente planetario el motivo de preocupación, y la incertidumbre sobre la duración de su convalecencia. El atleta que hasta hace poco corría está aún aquejado de una grave infección, y no puede esperarse que recupere su antigua forma en pocos días.
No puede ser más crucial que la de ahora otra elección anterior de un nuevo Presidente de los Estados Unidos. Esta nación, que todavía es la más grande fuerza de civilización en el mundo, debe rehabilitarse para bien del planeta entero. Barack Obama ha mostrado reiteradamente que es sensible a un bajón pronunciado, ahora agudo, de la reputación de su país. Aunque sólo fuera por eso, está mejor dispuesto que John McCain para la muy difícil tarea de repararla.
Desde aquí, desde Venezuela, la grave crisis mundial debe verse con preocupación solidaria, no acompañarse con fáciles y groseros chistes socialistas, muy de mal gusto. Durante bastante tiempo se advirtió, incluso por alguna que otra voz sensata en el seno de la OPEP, que los elevados precios del petróleo podían incitar una recesión de la economía global. Si bien no tenemos parte en el desbarajuste del crédito internacional, sí atizamos el fuego recesivo. Y en un sistema tan complejo como la economía de 7.000 millones de personas, de suyo “sensitivo a “las condiciones iniciales”, un factor de tamaño tan moderado como el petróleo venezolano puede tener efectos de magnitud desproporcionada, por aquello del “efecto de ala de mariposa”. Sólo un gusto patológico por lo cataclísmico puede celebrar lo que hoy ocurre en la economía del mundo y las tribulaciones que aquejan a su líder.
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