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El ministro Andrés Izarra, encargado del despacho “del poder popular” para la Comunicación e Información, ha puesto el grito en el cielo por ácidos comentarios del editor Rafael Poleo, aireados en el programa de Globovisión, Aló Ciudadano, que dirige el periodista Leopoldo Castillo. Poleo, con quien esta publicación ha estado en frecuente desacuerdo, comparó a Hugo Chávez con Benito Mussolini, y expresó su preocupación de que nuestro Presidente pudiera tener un fin parecido al del líder de los fascistas originales—no acepte imitaciones—, los italianos.

Castillo advirtió a Poleo que esa opinión pudiera ser entendida como incitación a delinquir, y es precisamente ésa la línea asumida por Izarra. Con esa interpretación clamó a CONATEL y a las instituciones de la justicia venezolana, para que se tomara cartas en el asunto, las que serían contrarias a Poleo, Castillo y Globovisión.

Con el propósito de denunciar al autor de esta nota por similar delito, se reproduce aquí texto publicado en el #16A (Extra) de esta carta, con fecha del 5 de diciembre de 2002, seis años antes del atrevimiento de Poleo. Iba como sigue:

“Es el enjambre, Presidente, lo que puede perfectamente matarle. No un asesino a sueldo, no un asalto militar. Ud. pudiera morir como Mussolini sin Petacci… Ojalá no. Pero si llegara a ser, en desagravio a Bolívar, que su cuerpo colgara de un poste, amoratado, herido de mordiscos y cuchillos, mojado de saliva ajena, desnudo y de cabeza de un árbol de la Plaza Bolívar, Ud. recordará otro árbol señero, al que nunca conoció frondoso, ante el que una vez juró su desatino”.

En la cita está claro que no se le desea tal fin al Presidente, y desde estas mismas líneas se ha declarado estúpidas las iniciativas de conspiración en torno a golpes de Estado o intentos de magnicidio, tan recientemente como hace tres semanas.

Pero hay que tener tupé para encontrar incitación al delito por opiniones como las emitidas por Poleo o el suscrito. Si Izarra fuese capaz de una mínima objetividad, debiera percatarse de que su jefe, en aplicación del criterio que ha esgrimido rayando en la histeria, sería culpable, en grado de continuidad muy pertinaz, de incitar al delito prácticamente cada vez que abre la boca. Y sus seguidores, de rango mayor o menor, repiten la peligrosa conducta. Entre los poco importantes, sin ir muy lejos, se cuenta la ciudadana Lina Ron, que comentando el más reciente artefacto explosivo lanzado a Globovisión, y aprobando de un todo la iniciativa de quienes se atribuyeron la autoría, declaró sin ambages que esa planta televisora era “objetivo militar”.

Hasta hoy, ni el ministro Izarra, ni el ministro El Aissami—que el día del atentado se atrevió a exigir a los periodistas cómo debía reportarse el hecho—han siquiera condenado las declaraciones de Ron (no precisamente Santa Teresa), y mucho menos han buscado que caiga sobre ella el peso de la ley por tan inequívoca incitación a delinquir. Probablemente esperan que la combativa chavista emita su aprobación de la bomba lacrimógena y los panfletos lanzados en el periódico que edita Poleo.

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