Cartas

Según la mitología, Zeus había asignado una medida apropiada y un justo límite a todos los seres: el gobierno del mundo coincide así con una armonía precisa y mensurable, expresada en las cuatro frases escritas en los muros del templo de Delfos: “Lo más exacto es lo más bello”, “Respeta el límite”, “Odia la hybris [insolencia]”, “De nada demasiado”.

Umberto Eco

Historia de la belleza

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La disfrazada propuesta de enmienda constitucional, que permitiría la reelección indefinida del actual Presidente de la República, está obviamente peleada con la exactitud (ha sido hecha confusa e imprecisa adrede, a través de la manipulación y la mentira) y, por tanto, no es la más bella. Es igualmente obvio que no respeta el límite establecido por el Poder Constituyente Originario en referéndum del 15 de diciembre de 1999 y ratificado en otro del 2 de diciembre de 2007. Todo el cambiante planteamiento se ha caracterizado, además, por la más flagrante insolencia presidencial, y es aparente que su propósito es ejercer el poder en demasía. En síntesis, las mesuradas virtudes principales de la civilización occidental, cuya cuna es precisamente Grecia la antigua, son despreciadas por el mandatario de turno, cuyo proceder es deliberado.

Una vez más, la barbarie—muy a conciencia, muy divertida consigo misma—contra la civilización. Rufino Blanco Fombona acuñó en su tiempo el término “barbarocracia”, para referirse a la autocracia gomecista, la misma que persiguió estudiantes, los apresó en Puerto Cabello y La Rotunda y los expatrió a raíz de sus protestas de 1928.

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Puesto a escoger, creo que habría preferido La Rotunda a La Piedrita. La primera era con frecuencia irreversible: muchos que en ella entraron jamás salieron vivos. Era, por supuesto, el más rotundo emblema de la más implacable dictadura del siglo XX venezolano. La Piedrita, en cambio, es azarosa; no tiene la inevitabilidad de La Rotunda, no tiene su certeza. No se sabe nunca cuándo descargará su alevosa y cobarde mano. La Rotunda no respetaba derecho humano, en su tortura arbitraria y su desalmado asesinato, pero era al menos un elemento de orden público. El general Gómez era un hombre serio. Uno habría sabido a qué atenerse.

La Piedrita no es la misma cosa; que se sepa, no ha matado a nadie todavía, aunque más de una de sus traicioneras hazañas hubiera podido causar víctimas fatales. Pero cumple un papel más siniestro: las cárceles de las dictaduras son lugar de castigo y escarmiento para sus opositores; la función de La Piedrita es amedrentar la opinión libre en general, mantenerla en zozobra, hacerla neurótica. Exhibe su impunidad con impudicia: en verdad, ministro El Aissami, si usted sabe la ubicación exacta de esa gavilla en la geografía caraqueña ¿cómo es que usted no ha ordenado ya reducirla, desarmarla, apresar a sus miembros y enjuiciarles? ¿Es que en el exiguo ámbito territorial de La Piedrita está suspendido el Estado de Derecho? ¿Es que ese grupo terrorista es más poderoso que las fuerzas a su orden?

Claro, como destaca la publicación Veneconomía—en artículo reproducido por el Latin American Herald Tribune—la violencia contra quienes osen disentir de la línea gubernamental es política de Estado. (“Es evidente que, como buen autócrata y discípulo de Norberto Ceresole, Chávez cree en la violencia como arma política legítima para alcanzar sus objetivos”). Son las normas de Ceresole, no las de Zeus, las que rigen la actuación política del gobierno.

Esta sistemática táctica no es en absoluto nueva; tan sólo se ha hecho últimamente más grosera—ahora siembra bombas preparadas por la policía para incriminar a la oposición estudiantil, la que más le irrita—a medida que toma conciencia de sus crecientes dificultades. El 17 de octubre de 2002, por ejemplo, se reportaba (en la novena edición de esta carta) acerca de los primeros ataques de afectos del gobierno contra el diario El Nacional, escenificados un año antes a raíz de virulento abuso verbal del propio Presidente de la República. Entonces se registró: “Son incontables las intimidaciones verbales y las agresiones físicas, con lesiones personales y daño a la propiedad, en contra de periodistas que procuran reflejar diariamente el acontecer venezolano. Y éstas son manifestaciones incitadas y auspiciadas por el gobierno. En una ocasión fue agredido un camarógrafo de televisión por un sujeto que minutos más tarde aparecía refugiado en el propio Palacio de Miraflores, tras la figura del actual Ministro del Interior y Justicia, Diosdado Cabello…” Sólo empezaban entonces; ahora es obvio que están terminando.

Cosas como ésas son más que sabidas por los embajadores que debieron aguantar siete horas y media de peroración presidencial en la Asamblea Nacional. ¿Cuándo es que sus respectivos gobiernos van a darse por enterados y decir algo al respecto?

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Es muy probable que la pretensión continuista de Hugo Chávez resultaría claramente derrotada aunque no circulase ya ni un solo folleto más contra la enmienda que ha promovido, aunque ya nadie dijera nada en su contra, aunque nadie marchara para repudiarla o izara una pancarta para recordarnos palabras de Bolívar que hemos ya memorizado. La matriz de opinión está sembrada, porque lo que está en juego es obvio y nuestro pueblo no es bruto. Ni que se pare de cabeza convencerá, en lo que falta hasta la consulta, a una mayoría nacional a su favor.

Se habla ahora de sondeos recientes de la opinión que retratarían una pelea más o menos pareja entre el pro y el contra de la enmienda. En verdad, los sondeos posteriores a los trucos más obscenos—la ampliación de la reelegibilidad a todo funcionario por elección y la camuflada redacción final de la pregunta—están todavía en proceso. (La encuestadora Datos, por ejemplo, a pesar de lo que sugiriera hace poco algún articulista, no ha concluido el procesamiento de su encuesta). Pero los que fueron hechos en diciembre reflejan todos una ventaja marcada para la negativa.

Un estudio particularmente interesante fue el dirigido por Roberto Briceño León, John Magdaleno, Olga Ávila y Alberto Camardiel. Este esfuerzo combinó una encuesta nacional  (22 de diciembre) y la realización de focus groups bastante especiales, pues fueron compuestos de modo que no se mezclaran partidarios del gobierno, sus opositores o gente no alineada con ninguno de esos polos.

Naturalmente, este estudio combinado encontró un cincuenta por ciento de claro rechazo a la enmienda, mientras que registró sólo treinta y seis por ciento de apoyo. (La gente más joven y la población femenina es la que más repudia la pretensión continuista; en términos etarios, el proyecto sólo tiene mayoría en las personas mayores de cincuenta y cinco años; en términos socioeconómicos, sólo el estrato E—numéricamente menor que el D—le da una mayoría de apoyo. También registra la conocida aprobación mayoritaria a la gestión de gobierno, 61,4%; pero al mismo tiempo computa en 52% la proporción de la población que tiene poca o ninguna confianza en Hugo Chávez).

Los focus groups arrojaron detalles muy significativos; tal vez el principal es la presencia de dudas e incomprensiones, hasta vergüenza, en los grupos conformados con partidarios del gobierno. La interpretación de la encuesta, por su parte, pone de manifiesto el carácter crucial de los electores no alineados ni con el gobierno ni con la oposición.

Quien escribe tuvo la fortuna de asistir a una rica presentación de Briceño León y Magdaleno sobre estos resultados. Como es su costumbre, no se limitaron a la medición y el diagnóstico, y enhebraron a partir de sus datos una serie, mayormente sensata, de recomendaciones estratégicas para afirmar el rechazo a la proposición continuista. Una recomendación específica llama la atención.

Briceño y Magdaleno, luego de expresar su convicción de que la inminente consulta ofrece una oportunidad para “reposicionar” a la oposición, argumentaron que era de la suprema importancia la elección de quienes debieran hacer ostensiblemente frente—fronting—al proyecto de enmienda. Hablaron de una disyuntiva—falsa, a mi manera de ver—entre estudiantes y líderes convencionales, dando a entender que no había otras voces posibles. (En intento pedagógico hablaron, debe reconocerse, de encontrar los “badueles” o “marisabeles” de 2009). Esto es, la recomendación de Briceño y Magdaleno es la de constituir un coro de tres voces: la de aquellos que aún no están listos (estudiantes), la de los rechazados (líderes convencionales), la de los saltadores de talanquera (“badueles” y “marisabeles”). ¿Es que no hay otras voces en Venezuela?

Llama la atención que, después de haber expuesto que sería decisiva la participación de los electores no alineados—el estudio combinado mide su tamaño a la par de quienes apoyan a Chávez y mayor que el de sus opositores, como lo han hecho desde hace al menos seis años todas las encuestadoras, en proporciones cambiantes que oscilan entre 35% y 50%—, no se saque la conclusión obvia. Antes que “badueles” o “marisabeles”, urge conseguir voces no alineadas, con discurso no alineado y argumentos no alineados para asestar el golpe definitivo a las pretensiones continuistas de Hugo Chávez.

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Pero lo que está en juego es de la mayor gravedad, y a pesar de que la sensación más generalizada es que la fantasía de poder vitalicio será erradicada a mediados de febrero por una mayoría del pueblo, que ahora rumia en silencio su propia opinión acerca de la inoportuna, arrogante y perniciosa enmienda pretendida, es preciso acumular todos los esfuerzos para que la claridad del decreto del Soberano en esta materia sea deslumbrante.

Queda muy poco tiempo, gracias a la tramposa prisa impuesta por el Presidente de la República. ¿Qué puede hacerse?

Quizás lo primero sea percatarse de que no hay una oposición a esta enmienda; las oposiciones son muchas. Esto, en sí, no es tan malo, puesto que en gran medida la materia es asunto del enjambre ciudadano.

La confrontación, no obstante, es importantísima y decisiva. ¿Qué se hace en casos como éste? Los estadounidenses originarios, que habitaban en total un área inferior a la de Venezuela, decidieron en 1776 que no tolerarían más las imposiciones arbitrarias de Jorge III de Inglaterra, sabiendo que tal decisión les traería la guerra. ¿Formaron entonces trece ejércitos, uno por cada colonia rebelada? Formaron uno solo, y eligieron un solo comandante supremo: Jorge Washington.

Queda muy poco tiempo antes del referéndum buscado, en actitud insolente pero verdaderamente suicida, por el régimen. Si quienes, entre los opositores a la enmienda, pueden adjudicar recursos financieros y comunicacionales para combatirla, conviniesen en reconocer en persona concreta, ya no un nuevo Baduel o una segunda Marisabel, sino a un Washington, pudieran aumentar en mucho la probabilidad del éxito contra el anormalmente recrecido apetito de poder de Hugo Chávez. Una decisión de esa monta permitiría el uso más eficiente de los escasos recursos e introduciría la coordinación que garantizaría la eficacia.

Si se prefiere una imagen que no sea bélica, entonces que escojan un director de orquesta, para confiarle la responsabilidad de disponer los instrumentos y las voces para el gran concierto. Los cantores e instrumentistas también podrían comprender con facilidad que conviene dejarse coordinar, frente a un evento que no elige absolutamente a nadie.

Este comandante único debe ser persona avezada en lides políticas, preferiblemente más allá del bien y del mal; un buen estratega, claro e inteligente. Los lectores no se sorprenderán de conocer que, si estuviera en mí tal escogencia, optaría con los ojos cerrados por la persona de Teodoro Petkoff.

Ya no tiene partido, ya no pretende la Presidencia, pero es una de las personas más lúcidas, valientes y experimentadas de este menguado período de la política venezolana. Por mí, que tome la batuta.

luis enrique ALCALÁ

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