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El 30 de diciembre de 2008, el Diario Las Américas—el más viejo periódico de habla hispana de Miami, fundado en 1953—publicó un artículo cuyos autores son Alexander Alum, de la Escuela de Leyes de la Universidad Northwestern, y Rolando Armando Alum, de Palisades Medical Enterprises en Nueva Jersey, padre del primero. Esta Ficha Semanal #226 de doctorpolítico se contrae a reproducir la pieza en cuestión.
El artículo de los Alum lleva un propósito sencillo: dar aviso de un libro que demuele la noción, sostenida propagandísticamente por el régimen cubano, de que la Medicina y los sistemas de salud en Cuba son excelentes. Este cliché, verdadera coartada del régimen que ha cumplido este mes medio siglo de feroz opresión, es demolido por la autora de la obra, Katherine Hirschfeld, médica norteamericana que ejerce ahora la docencia en la Universidad de Oklahoma y conoció en 1996, en visita románticamente emprendida, el monstruo sanitario cubano por dentro. Hirschfeld había sido atraída por la ingenua noción de una excelencia médica cubana, pero su propia enfermedad, y las investigaciones históricas que emprendiera, la llevaron a las conclusiones que expone valientemente, y nadando contra la corriente de la falsa versión estándar, en Health, Politics and Revolution in Cuba Since 1898. (Puede obtenerse de Amazon el libro desde http://www.amazon.com/Health-Politics-Revolution-Cuba-Since/dp/0765803445).
La revista Choice reseña: “Es sorprendente conocer, en este recuento etnográfico por una antropóloga médica estadounidense, que el gobierno de Castro aparentemente ha estado alterando los libros de contabilidad… Habiendo sido golpeadas sus idealizaciones preconcebidas por ‘discrepancias entre la retórica y la realidad’, observa un sistema represivo, burocratizado y secreto, amplio en ‘militarización’ pero corto en derechos de los pacientes, con ‘doctores familiares’ empleados por el Estado que no sólo son responsables por la salud de esos pacientes, sino también de exponer su disensión política… La autora, recurriendo a documentos históricos concluye que el régimen mostró avances en salud pública después de 1959, pero concomitantemente manipuló tanto las estadísticas de salud como el impacto de una previa involucración de los Estados Unidos en Cuba para resaltar los supuestos éxitos de la revolución de 1959. Una mirada reveladora y persuasiva sobre la salud pública bajo el socialismo. Altamente recomendable”.
Hirschfeld se ha limitado a exponer, mediante el empleo de una rigurosa metodología, la mentira que nuestro presidente ha enarbolado en el Panteón Nacional para celebrar cincuenta años de opresión.
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Médicos espías
El régimen reinante en Cuba marca medio siglo este primero de enero. Sus apologistas en el extranjero aún se afincan, particularmente, en la defensa de supuestas mejorías en los sistemas de salud y de educación. A pesar de la extensa bibliografía cubanológica, no ha habido hasta ahora suficientes estudios académicos que desglosen dichos mitos; pero ya tenemos uno ejemplar. Según cuenta en Health, Politics and Revolution in Cuba Since 1898—Salud, Política y Revolución en Cuba desde 1898—(Transaction: 2008), la antropóloga Katherine Hirschfeld se fue a Cuba en 1996 atraída por los supuestos logros en la salud pública. Pero esta joven estadounidense resultó ser otro intelectual más cuyo idealismo ingenuo se desvaneció al experimentar en carne propia la horrible realidad de la Cuba de hoy.
La autora residió por un tiempo en Santiago de Cuba, en donde devino en una verdadera “observadora-participante” al contraer el dengue, la fiebre infecciosa que las autoridades habían declarado erradicada una década atrás, por lo que la epidemia de 1996-97 fue considerada un “secreto de Estado.” Hirschfeld atravesó por una experiencia surrealista en un hospital santiaguero, el cual estaba sub-equipado y sub-atendido—irónico, ya que Cuba envía personal médico, supuestamente “de exceso,” a otros países (por. ej., Venezuela, en donde muchos de ellos desertan).
Al igual que le ha ocurrido a otros investigadores extranjeros (por ej., el controversial antropólogo Oscar Lewis a finales de los 60), la metodología de Hirschfeld—entrevistando a ciudadanos comunes—levantó las sospechas de la Seguridad del Estado cubana, por lo que fue interrogada en repetidas ocasiones. La antropóloga se marchó, pues, a La Habana, en donde, aunque con limitaciones, pudo examinar documentos históricos en algunos archivos. Su conclusión es que el sistema de salud post-1959 llegó, con el tiempo, a todos los rincones del país; pero acarreando un precio político-represivo, ya que es parte integral del complejo aparato de control socio-legal. Todo personal médico es considerado “un soldado revolucionario” entrenado a espiar a sus propios pacientes.
La autora clasifica los servicios de salud de la isla en tres estratos: El primero, para las élites privilegiadas del Partido Comunista y los extranjeros que pagan con los codiciados dólares, es el nivel que tanto celebran no pocos académicos y periodistas en el extranjero, así como ciertas personalidades de Hollywood. El segundo plano, de inferior calidad—y en coordinación con los infames Comités de Vigilancia—es para el resto de la población. Es ahí donde los disidentes políticos confrontan una gran desventaja al no recibir atención médica adecuada.
La tercera categoría la constituye una “red” informal de salud a la cual el cubano promedio recurre al no confiar en el sistema médico burocrático. Típicamente, profesionales del sector de la medicina—incluyendo odontólogos—ejercen clandestinamente a cambio de efectivo, así como por trueques (por ej., enseres robados de agencias estatales, y/o enviados por familiares emigrados). Hirschfeld explica que las autoridades se hacen de la “vista gorda,” ya que esta red “subterránea” alivia al estado de pacientes.
Se desprende del estudio de Hirschfeld—si es que quedaba alguna duda—que un sin número de servicios en Cuba dependen de remesas y envíos caritativos del Exilio, el cual, paradójicamente, es blanco de ataques constantes por parte del gobierno, así como de sus fanáticos defensores en el exterior. Quizás el lector familiarizado con la problemática cubana no encuentre nada nuevo en este libro; pero las Ciencias Sociales se reducen a menudo a documentar lo obvio. Lo cierto es que Hirschfeld describe, etnográficamente, aspectos de la vida cotidiana vistos desde adentro, y desde abajo, a diferencia de aquellos intelectuales que tratan de negar la realidad, pontificando cómodamente desde el extranjero, a veces basándose en meras breves visitas semi-turísticas.
No obstante, lo más admirable de Hirschfeld es su integridad intelectual. Con notables excepciones, el gobierno de La Habana es todavía considerado una vaca sagrada en ciertos medios intelectuales extranjeros. Sin embargo, Hirschfeld—ahora profesora universitaria en Oklahoma—no escatima en aplicar fuertes calificativos a la longeva y dinástica dictadura, llamándola totalitaria y despótica. La loable audacia de la Dra. Hirschfeld radica en su candidez, retando a aquellos intelectuales que otorgan al callar la verdad, aquellos autores que menosprecian la honestidad que se espera de los estudiosos comprometidos con la objetividad cándida, esencial en las Ciencias Sociales.
Hirschfeld reafirma que el acometimiento más evidente del régimen no ha sido el mejorar la calidad de vida del ciudadano promedio, sino su efectividad en difundir una imagen falsa, manufacturando y manipulando estadísticas a su favor. Ella desafía esa propaganda que parece todavía influenciar a ciertos intelectuales en el extranjero, quienes tienden a identificarse, no con las pobres víctima—como es costumbre en las Ciencias Sociales—sino, insólitamente, con la anacrónica gerontocracia dominante. En fin, este paradigmático primer libro de Hirschfeld merece ser traducido al español cuanto antes.
Rolando Alum Jr. & Alexander Alum
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