Al día siguiente de la elección del cuadragésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos, el 5 de noviembre, escribía Roger Simon para Capitol News: “La victoria de Obama no señala un desplazamiento ideológico en este país. Significa que el público americano se ha hartado de las ideologías”.
Pocos días después otras voces dirían cosas parecidas. Como es su costumbre, la revista TIME escoge una “persona del año”, y 2008 no fue ni una excepción al uso ni trajo una sorpresa. ¿Quién otro que Barack Obama, el primer hombre de color en la Presidencia de los Estados Unidos, hubiera podido ser escogido? Pero un finalista ilustre entre varios considerados por la revista fue Nikolás Sarkozy. TIME pidió a Tony Blair que escribiera para la ocasión una escueta semblanza del Presidente de Francia. Blair lo elogió como un verdadero líder, nada convencional, y opinó: “…está preparado para pensar fuera de la caja. Reflexionemos por un momento, y veremos que la construcción de su gobierno es un logro notable. Su Ministro de Relaciones Exteriores—el inmensamente capaz Bernard Kouchner—es un socialista, como lo son varios otros ministros. Nicolás ha adoptado el bipartidismo no sólo con una gracia natural, sino también con un sincero abrazo de corazón. Él se yergue en el moderno molde post-ideológico”.
Por lo que atañe al número uno, además de la extensa pieza analítica sobre Obama, propuesta el 16 de diciembre por David Von Drehle, la edición de TIME publicó una reveladora entrevista hecha nueve días antes a quien entonces era todavía sólo un presidente electo. (A Von Drehle le acompañaron esta vez el Editor en Jefe y el Editor Ejecutivo de la revista, John Huey y Richard Stengel, en señal de respeto y por la importancia de la ocasión).
La primera pregunta de la entrevista fue: “¿Qué clase de mandato ha recibido usted?”
Esto dijo Obama: “Bueno, creo que ganamos una victoria decisiva. Sin embargo, cuarenta y siete por ciento del pueblo americano votó por John McCain. Por consiguiente, no creo que los americanos quieren arrogancia en su próximo presidente. Pienso que recibimos un fuerte mandato de cambio… Esto significa un gobierno que no esté impulsado ideológicamente”.
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Naturalmente, la primera tentación, al reflexionar sobre lo dicho por Obama, es lamentarse porque el presidente venezolano no entiende que, por las mismas razones que expone el presidente norteamericano, su notoria arrogancia está de más. Que debiera gobernar como Sarkozy, tendiendo puentes.
Más profundo asunto es, no obstante, esta cosa de lo post-ideológico. No es casualidad que los presidentes más vivaces del día, Obama y Sarkozy, hayan entendido que desde una postura ideológica no llegarían a ningún lado, ni tampoco es casual que Blair diga que lo moderno es dejar atrás a las ideologías.
No es la primera vez que se prescribe o anuncia el abandono o deceso de lo ideológico. Exactamente en 1960, el sociólogo Daniel Bell, próximo a cumplir noventa años, publicó El fin de la ideología (The End of Ideology: On the Exhaustion of Political Ideas in the Fifties), una obra cuya influencia alcanza a nuestros días. De algún modo, Francis Fukuyama recogió la noción en The End of History and the Last Man (1992), y hasta Michel Foucault (Les mots et les choses: Une archéologie des sciences humaines, 1966) es responsable por un post-historicismo y un post-humanismo que se deriva de su idea de que “el hombre es un invento reciente” (en tanto concepto elaborado por los humanistas) y su provocadora declaración de que “el hombre ha muerto”.
Foucault y Fukuyama, claro, discurren en el exquisito terreno de la filosofía, y el segundo de ellos llegó a pensar que el desplome de la Unión Soviética equivalía a la entronización definitiva de la democracia y el mercado, poniendo fin a la historia justamente en el mismo sentido predicho desde el opuesto punto de vista de Marx: que una vez que triunfara el socialismo e impusiera un régimen comunista, ya la ideología sería innecesaria.
El planteamiento de Bell, en cambio, ocurre en el campo sociológico y se limitó a proponer que las ideologías clásicas—el liberalismo, el marxismo y los tipos intermedios, así como los nacionalismos extremos del fascismo y el nazismo—que surgieron en el siglo XIX y principios del siglo XX, se habían agotado como fuente de discurso político pertinente. Bell suponía que en su lugar aparecerían ideologías de corte localista.
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Todo esto está muy bien, pero ¿qué demonios es una ideología? El concepto es impreciso, como ocurre con muchas de las ideas con las que se discurre en ciencias o filosofía de lo social. (Si se cree, por ejemplo, que la ampliamente usada idea de “paradigma”—en el significado propuesto por Thomas Kuhn en The Structure of Scientific Revolutions—es un concepto bien definido, considérese que Margaret Masterman encontró que el propio Kuhn empleaba la palabra en no menos de veintiún sentidos diferentes en su libro de 1962).
La Real Academia Española coloca en su diccionario una segunda acepción de la palabra, la que define así: “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc”. El Oxford American Dictionary propone un significado parecido—“las ideas y maneras de pensar características de un grupo, clase social o individuo”—pero también una primera acepción que define ideología como “un sistema de ideas e ideales, especialmente aquel que forma las bases de la teoría económica y política”. Wikipedia, en cambio, produce una definición más amplia: “Una ideología es un conjunto de metas e ideas, especialmente en política. Puede ser entendida una ideología como una visión comprehensiva, como un modo de ver las cosas, o como un conjunto de ideas propuestas por la clase dominante de una sociedad a los miembros de ésta. El propósito principal de una ideología es el de ofrecer un cambio en la sociedad a través de un proceso de pensamiento normativo… Implícitamente, toda tendencia política involucra una ideología, sea o no propuesta como sistema de pensamiento explícito”.
Para los propósitos de esta discusión, digamos que una ideología es un sistema de creencias acerca de cuál es la sociedad humana perfecta o preferible. En este sentido, La ciudad de Dios—escrita por San Agustín poco después del saqueo de Roma por los visigodos en el año 410 de nuestra era—contiene elementos ideológicos, por más que el término ideología, en su significado original de “ciencia de las ideas”, no fuera acuñado sino hasta 1796 por Destutt de Tracy. (El DRAE acoge este sentido arcaico en la primera acepción: “Doctrina filosófica centrada en el estudio del origen de las ideas”). De hecho, el residuo atávico de este original sentido etimológico contribuye al prestigio de la palabra entre incautos, que construyen inadvertidamente por sí mismos el siguiente teorema: las ideas son la manifestación más elevada de la humanidad; por consiguiente, una ideología, que vendría siendo algo así como las ideas que son obtenidas científicamente, es algo de gran elevación que debe ser admitido. Los partidos “serios” son los que esgrimen una ideología; es por esto que realizan “congresos ideológicos”. Un partido que no disponga de una ideología no pasaría de ser un aparato pragmático que sólo procura hacerse con el poder del Estado.
Lo cierto es que todo partido político es, en el fondo, una organización con el pragmático propósito de obtener poder político y, si dispone de ideología, esgrime ésta como justificación (coartada) de su objetivo. Descrita como aglomeración de “principios” y “valores”, la ideología partidista santifica al partido y a sus líderes, pues éstos serían “hombres de principios”. Decir estas cosas, de todos modos, no equivale a negar que amplios contingentes de personas puedan creer honestamente que deben “defender” esos principios y que una política inspirada en ellos sería la mejor entre las posibles. Tampoco significan que la acción política no deba estar sujeta a normas morales. La bondad cabe con holgura en el reino de la eficacia.
En verdad, es la proximidad entre moral e ideología lo que suscita intensas emociones a los socios ideológicos. Quien cree que una cierta ideología es la correcta y adhiere a ella tiende de modo natural a sentirse superior a los que no le acompañan. Con frecuencia, lamentablemente, esta conciencia de superioridad moral se hace patológica, hasta el contrasentido de procurar la eliminación del contrincante conceptual, precisamente miembro de la sociedad que quiere hacerse justa y feliz. Es la carga emocional lo que convierte a la ideología en causa, el factor capaz de provocar “una añoranza por una causa en la cual creer”, como describe Bell en el capítulo 13 de El fin de la ideología. Es decir, las ideologías no se derivan, por más que algunas lo pretendan, del conocimiento científicamente obtenido; ellas son, más bien, asunto de fe, “causas en las cuales creer”. Al actuar como religiones, las ideologías están sujetas a la infecciosa enfermedad de los fanatismos.
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Una ideología se compone, entonces, de una explicación y una prescripción. Por el primero de sus componentes, pretende entender cómo funciona una sociedad dada o, como en el caso de la más pretenciosa de todas (el marxismo), la historia entera de la humanidad. (Historicismo marxista o materialismo histórico). Es este componente el que se quiere hacer pasar por científico. Aunque fue la pareja Marx-Engels la que acuñó el término “socialismo utópico”, fue el segundo quien catalogó las teorías de Marx como “socialismo científico”. Muchos creen conmovedoramente que esto es así. Por ejemplo, el general Raúl Isaías Baduel, con ocasión de su pase a retiro el 18 de julio de 2007, dijo en su discurso de despedida: “…si la base para la construcción del Socialismo del Siglo XXI es una teoría científica de la talla de la de Marx y Engels, lo que construyamos sobre ella no puede serlo menos, so pena de que la estructura construida no pase a ser más que una humilde choza levantada sobre los cimientos de un rascacielos”. (Destacado añadido).
Fue, sin embargo, nadie menos que Karl Popper, el papa de la filosofía de la ciencia en el siglo XX, quien mostrara y demostrara que el “historicismo”, en particular el marxista, era un discurso contracientífico. (En La miseria del historicismo. El título alude a La miseria de la filosofía, obra de Marx para refutar La filosofía de la miseria, de Proudhon). Antes, en La lógica de la investigación científica, Popper establece un sólido criterio, el famoso “criterio de demarcación”, para distinguir entre un discurso científico y uno que no lo es. El marxismo no pudo nunca superar la barra del criterio popperiano.
La explicación proporcionada por la ideología usualmente consigue culpables de un estado indeseable de la sociedad—indeseabilidad que se establece según los “valores” de la ideología concreta—que resalta en su crítica. Así, por ejemplo, el marxista sostendrá que la culpa del subdesarrollo es de la empresa privada, cuyo afán de lucro produce la “exclusión” de grandes contingentes humanos en su afán por mantener privilegios de clase, y que el Estado revolucionario está llamado a corregir ese estado de cosas; por lo contrario, un liberal argüirá que el subdesarrollo es culpa de la excesiva intromisión del Estado en la economía y que, si se deja tranquila a la “libre empresa”, será posible alcanzar un desarrollo avanzado. En medio de estos polos extremos se ubican las ideologías intermedias: básicamente la socialdemocracia (socialismo evolucionista o reformista), una suerte de socialismo de virulencia atenuada fundado desde Alemania por Eduard Bernstein hacia 1896, y la democracia cristiana o socialcristianismo, desarrollado a partir de principios expuestos en las “encíclicas sociales” de los papas a partir de León XIII (1891), y que desde un inicio se perfilaba explícitamente como un “tercer camino”.
Estas cuatro “medicinas”—precientíficas todas, por cierto—suponen ser panaceas que curan la calvicie y la indigestión políticas, el estreñimiento y los calambres económicos, la urticaria y la impotencia sociales y la obesidad y el sabañón culturales. Como prescripción sirven—pretenden quienes las propugnan—para resolver cualquier problema público. Incluso formalmente, son panaceas en tanto son nombres genéricos que funcionan como etiquetas o marcas. Nadie sabe exactamente qué contiene el frasco que las luce. Piénsese, por caso, en el cacareado “socialismo del siglo XXI”, pero también en la “democracia nueva” de una cierta campaña electoral de 1988 o el “pacto social” de una de 1983. Para esta ocasión, algún prestigioso político publicó un folleto de intención explicativa acerca de lo que sería el mentado “pacto social”, pero su peculiar retórica sólo tuvo éxito, si acaso, en precisar lo que no era el pacto social. (“No debe entenderse por pacto social esto o lo otro… No debe confundirse el pacto social con eso o aquello…” Etcétera). La frase “centralidad de la persona humana” sirvió para que un cierto obispo contestara todas las entrevistas que se le hicieron en televisión, durante un par de años de auge de su popularidad. Era la receta que ofrecía al ser consultado sobre materia o problema cualesquiera.
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La Política es, o debe ser y es lo que podemos los ciudadanos exigir, el arte de resolver problemas de carácter público. Ninguna otra cosa la justifica. El objetivo con la reelección de algún mandatario, por ejemplo, no consiste en “recompensar a quienes [el pueblo] estime como sus mejores gobernantes”, como propuso anteayer el magistrado Francisco Carrasquero López a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, sino la facultad del pueblo de mandar que continúe sirviéndole un empleado que ha demostrado su eficacia y honradez. Es una aberración la bendita teoría de la reelección como “premio al buen gobernante”, que el Presidente de la República ha aprendido y recita porque le conviene. La Primera Magistratura Nacional no es un trofeo.
Se trata, con la Política, de un oficio difícil y delicado. El político se entromete con una sociedad y su historia. Es lo que hace un médico, un odontólogo, un enfermero, con un paciente a la escala personal. A éstos exigimos que estén al día en el estado del arte de su profesión; por esto no puede ser que algún galeno interprete a estas alturas un cuadro patológico a partir de una teoría (ideología) de los miasmas, o prescriba la ingestión de esmeraldas molidas—más de una vez rayaron la mucosa gástrica de señores renacentistas que podían pagar ese tratamiento—porque tengan una presunta virtud astrológica.
La misma cosa puede exigirse ahora de nuestros políticos. No hay ideología que sea explicación suficiente de nuestro actual estado como república; menos todavía hay alguna de la que derive una solución universal de nuestros problemas. En particular, Venezuela sufre hoy de la pretensión pueril—malacrianzas incluidas—de imponernos una ideología socialista desde el gobierno nacional. Irónicamente, fue el mismo Marx quien sostuviese que las ideologías de la clase dominante de una sociedad son propuestas (o impuestas) al resto de la sociedad, para que los intereses de la clase gobernante parezcan ser los intereses de todos.
Pero también las fuerzas formales que se oponen a ese designio cojean de la misma pata ideológica. El Movimiento Al Socialismo, Podemos, Patria Para Todos ondean banderas marxistas; Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo son partidos de la socialdemocracia; COPEI, Primero Justicia, Proyecto Venezuela y lo que quede de Convergencia son organizaciones socialcristianas. La misma redundancia de opciones dentro de una misma corriente ideológica ya es signo de que, incluso para ellas, lo ideológico no es lo importante.
La ideología debe, por ende, ser suplantada por la metodología: la que sea más eficaz para resolver, con menor costo social, un problema público concreto. Esto suena muy pragmático, pero se trata de un pragmatismo responsable.
luis enrique ALCALÁ
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Tu razonamiento, asi como las citaciones propuestas se acuerdan con mi pensamiento.
Sin tener la cultura filosofica o politica que es evidente en tu escrito, pienso que la suplantacion de una mal llamada ideologia (que quizas podria atribuirse en cierto sentido al los «ideales» juveniles de justicia por ejemplo, con toda la energia que ello aporta) el uso de una metodologia eficaz es un concepto dificil de aplicar, porque implica definir correctamente el «asunto social» a resolver y por ende, la participacion de esa sociedad.
No he leido todavia tus otros dos articulos que me enviaste como regalo que enriquece mis pensamientos: «El mercado politico nacional» y «La tesis de la elegancia», que quizas dan respuesta a este planteamiento.
El uso del pragmatismo eficaz es no solo una forma de menor costo monetario, es igualmente de menor costo de energia personal.
Gracias
El asunto social a resolver varía de sociedad a sociedad y de época en época. Entiendo la Política como arte o profesión de carácter médico—tu padre habría aprobado eso—cuyo propósito es resolver en lo posible problemas de carácter público. Es por esto que lo serio es una metodología, incluso la metodología de la creación, y unas reglas de conducta profesional. Puedes ver el código de ética que compuse y juré públicamente cumplir en 1995.
Muy interesante tu conexion entre la politica y la medicina. Tambien concierne la metodologia empleada para resolver un problema especifico y bien definido. Lei tu codigo de ética, que en cierta forma tiene parecido al Juramento Hipocratico. Mi padre no es médico ni politico; sin embargo, mi abuelo, Basil Paneyko, Ukraniano del Este, Secretario de Estado y delegado en Viena durante la Conferencia de Paz (Pres. Wilson), fue no solo politico, sino tambien abogado y periodista. Casandose con una francesa, se instalo en Francia donde el Servicio Secreto lo utilizo (usando el persuasivo argumento: nos ayudas o te entregamos a ti y a tu familia a Rusia) para «colaborar» entre otras a manipular a su amigo y contemporaneo y heredero de la «dinastia» de los Habsburg (ver T. Snyder : The Red Prince: The fall of a Dynastie) a «huir» de Francia por fraude. Mis abuelos huyeron a New York y mi padre cruzo la frontera de los Pirineos hasta llegar a Madrid. Mi padre no regreso a Paris ni a Ukrania, ni a Rusia que muchos años despues de la «reorganizacion» europea. La conexion que haces con mi padre y la medicina, supongo que viene de la «Medica Paris». La concepcion de esta libreria fue de mi madre, el cerebro vasco de la familia y estudiante de quimica en España antes del encuentro con mi padre y fundadora y organizadora de las Damas Azules, voluntarias en hospitales. Regresando a la metodologia, que para mi es imprescindible, te refiero a https://www.facebook.com/french.hospitals?ref=hl y en esa pagina, a mi pequeña informacion a la Ministra de Salud de Francia (en el ANNEXE de una de sus dos correspondencias) que evidentemente no le agrado. La politica, asi como la medicina yo las considero como una forma de arte creativo. Como toda creacion, para que sus resultados sean eficaces, necesitan, como tu expresas mucho mejor que yo, un proceso de idea, pensamiento, planificacion y accion. Y, para que los resultados sean en fin positivos, la ética es indispensable. Lei El estado delincuente, y en mis comentarios, que seran mas cortos que este, te dire lo que pienso del «binomio» Obama/Sarkozy
Conocí a tu padre y tu madre en 1959, cuando compré entre otros libros los tres tomos de la Anatomía de Rouviere en la Librería Médica París de El Rosal antes de iniciar mis estudios de Medicina en Mérida. Ya mudada a La Gran Avenida, fui muchas veces al cercano apartamento de los Paneyko para reuniones del consejo editorial de una publicación política mensual (en la línea de Este & Oeste e inspirada por Arístides Calvani). Recuerdo la asistencia de Pedro Pablo Aguilar y Justino de Azcárate. Usé el Juramento de Hipócrates como guía para componer el mío, sobre todo para el orden expositivo.
La primera Medica Paris abrio durante la dictadura de Perez Jimenez y se situaba frente al «fuerte» ?? – cuando fue tumbado mis padres abrieron las puertas para que la gente pudiera escaparse hacia la casa que se situaba detras de la nuestra. Recuerdo haber visto un hombre ser decapitado por «error» de identificacion en la acera de enfrente. Se escondieron algunos en closets de la casa. Uno se hizo pasar como nuestro tio y nos contaba cuentos mientras comamos sopa de fideos. Fue despues que compraron la casa del Rosal. Alli me recuerdo ayudar a hacer panfletos politicos en las famosas maquinas de tinta negra. Cuando se mudaron a la Gran Avenida, en el edificio Arauca, recuerdo tambien a Pedro Pablo Aguilar y Aristides Calvani y reuniones «secretas» 🙂 … y me gusta mucho saber que de una manera u otra, en cierta forma, tenemos una conexion
Tuve una larga relación con tu padre. Una vez promovió una edición especial de un libro—Locos egregios—del psiquiatra español Juan Antonio Vallejo-Nágera, que fue bautizada y presentada en su librería en marzo de 1985. (Fue una edición de Mediciencia, cuya sede quedaba entonces en Los Chaguaramos). Pierre me invitó al acto y me presentó elogiosamente al autor; éste procedió a dedicarme un ejemplar: «A mi colega en la afición a escribir…» Aunque dejé la Medicina en 1962 para terminar buscando la política en la Sociología, continué visitando la librería (que no sólo tenía libros médicos) para conversar de política con él.
me alegra mucho saberlo, su formacion politica fue tambien una vivencia politica – despues de la muerte de mama, el tuvo un ACV pequeño, que se repitio varias veces hasta que otro un poco mas fuerte el año pasado renforzo la demencia senil que ya habia comenzado hace unos años … ahora, cuando ocasionalmente, para no causarle dolor, hablo en frances con el por skype siento en su mirada la pérdida que ha sufrido
Siento mucho la muerte de María y el estado de Pierre.