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Una vez más, vuelve a la Ficha Semanal de doctorpolítico el célebre financista George Soros. En esta ocasión, la #228 reproduce dos secciones de la primera parte de su libro más reciente: El nuevo paradigma de los mercados financieros (Taurus, 2008).
Soros no oculta para nada que se considera discípulo de Karl Popper (mencionado en la Carta Semanal #318, de la semana pasada). De hecho, The Open Society Institute fue el nombre que escogió para denominar a su fundación insignia, y el término “sociedad abierta” fue tomado de Henri Bergson por Popper, quien lo expandió a una completa tesis en su conocida obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945). Una sociedad abierta es, en esencia, una sociedad democrática, abierta a la diversidad de opiniones que pueden ser expresadas libremente. El propio Soros ofrecía—en La amenaza capitalista, artículo en The Atlantic Monthly en su edición de febrero de 1997—la siguiente definición: “Entiendo la sociedad abierta como una sociedad abierta a su mejora. Debemos comenzar por el reconocimiento de nuestra propia falibilidad, la que se extiende no sólo a nuestras construcciones mentales sino también a nuestras instituciones. Lo que es imperfecto puede mejorarse mediante un proceso de ensayo y error. La sociedad abierta no sólo permite este proceso sino que lo estimula, al insistir sobre la libertad de expresión y el amparo de la disensión”.
Soros ha convertido la noción de sociedad abierta en la principal de sus causas en tanto ciudadano universal. Pudiera decirse entonces, con alguna inexactitud, que es ella su ideología.
Por otra parte, ha elevado a causa en el sentido explicativo el fenómeno que llama reflexividad: una relación circular, autorreferencial, entre causas y efectos en medio de una situación social. Un ejemplo clásico de procesos reflexivos lo ofrecen las llamadas «profecías autocumplidas». (Definidas por el sociólogo norteamericano Robert Merton sobre idea de su antecesor William Thomas, que trató el asunto bajo la forma de un teorema: If men define situations as real, they are real in their consequences). Si los jugadores de bolsa se convencen de que un cierto título bajará de precio, tenderán a venderlo, con lo que el precio en efecto bajará.
Soros cree que esta clase de dinámica es fundamental en la comprensión de la actual crisis financiera, pero en las secciones reproducidas acá relaciona la reflexividad con el problema político general. El dilema que le preocupa es el de poder o verdad, y correctamente conjetura que la solución del mismo reside en las exigencias que hagan los electores. Es lo que había entendido ya Bárbara Tuchman (The March of Folly, Alfred A. Knopf 1984): “The problem may not be so much a matter of educating officials for government as educating the electorate to recognize and reward integrity of character and to reject the ersatz”. (El problema pudiera ser no tanto una cuestión de educar a funcionarios para el gobierno como de educar al electorado para que reconozca y recompense la integridad de carácter y rechace lo postizo).
LEA
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Poder y verdad
LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD
Ahora que sabemos que la realidad puede manipularse, es mucho más difícil comprometerse con la búsqueda de la verdad de lo que lo era en el tiempo de la Ilustración. Primero, es más difícil establecer lo que es la verdad. La Ilustración consideraba la realidad algo dado e independiente y, por tanto, cognoscible; pero, cuando el curso de los acontecimientos depende de las creencias sesgadas y de las concepciones erróneas de los participantes, la realidad se convierte en un blanco movedizo. Por otra parte, no es autoevidente que la búsqueda de la verdad deba tener prioridad sobre la búsqueda de poder. E, incluso si el electorado estuviera convencido de ello, ¿cómo puede conseguir que los políticos sean honestos?
La reflexividad nos da parte de la respuesta, aunque deja sin resolver el problema de cómo conseguir que los políticos sean honestos. Nos enseña que la búsqueda de la verdad es importante precisamente porque las concepciones erróneas tienden a generar consecuencias adversas no queridas. Desafortunadamente, la gente no entiende bien el concepto de reflexividad. Eso puede ser parte de la influencia de largo alcance que han ejercido la tradición de la Ilustración y, más recientemente, el lenguaje posmoderno, sobre la visión del mundo que tiene la gente. Ambas interpretaciones de la relación entre pensamiento y realidad están distorsionadas. La Ilustración ignora la función manipulativa. El enfoque posmoderno va al otro extremo. Al tratar la realidad como un conjunto de narrativas habitualmente en conflicto, no da suficiente importancia al aspecto objetivo de la realidad. El concepto de reflexividad ayuda a identificar las carencias de cada enfoque. Dicho esto, la reflexividad no es ni mucho menos una representación perfecta de una realidad muy compleja. El mayor problema del concepto es que busca describir la relación entre pensamiento y realidad como entidades separadas cuando en realidad el pensamiento forma parte de la realidad.
He adquirido un sano respeto por el aspecto objetivo de la realidad tanto por haber vivido bajo los regímenes nazi y comunista como por haber especulado en los mercados financieros. La única experiencia que te infunde más respeto por una realidad externa más allá de tu control que la de perder dinero en los mercados financieros es la de la muerte —y la muerte propia no es una experiencia real de la vida—. Es muy difícil que un público que ocupa gran parte de su tiempo en la realidad virtual de los espectáculos televisivos, los videojuegos y otras formas de entretenimiento desarrolle ese respeto. Es digno de mención que la gente en Estados Unidos hace lo posible para negar u olvidar la realidad de la muerte. Pero, aunque no hagas caso de la realidad, ésta te alcanza.
iQué mejor momento que el actual para traer este argumento a colación, cuando son tan evidentes las consecuencias adversas no intencionadas de la guerra contra el terror y la realidad virtual de los productos financieros sintéticos ha desbaratado nuestro sistema financiero!
EL LENGUAJE POSMODERNO
Hasta hace poco, no había prestado mucha atención a la visión posmoderna. No la había estudiado, y no la había comprendido del todo, pero pensaba descartarla directamente porque parecía en conflicto con el concepto de reflexividad. Consideraba la visión posmoderna del mundo como una sobrerreacción a la fe excesiva de la Ilustración en la razón, en particular, a la creencia de que la razón es capaz de abarcar la realidad. No veía ninguna conexión directa entre el lenguaje posmoderno y las ideologías totalitarias y las sociedades cerradas, aunque me daba cuenta de que, al ser muy condescendiente con los diferentes puntos de vista, la posición posmoderna podía fomentar el surgimiento de ideologías totalitarias. Recientemente, cambié de idea. Ahora veo una conexión directa entre el lenguaje posmoderno y la ideología de la administración Bush. Esa revelación me vino cuando estaba leyendo un artículo en octubre de 2004 de Ron Suskind en el New York Times Magazine. Esto es lo que decía:
En el verano de 2002 [… ] tuve una reunión con un asesor jefe de Bush. Me mostró el disgusto de la Casa Blanca [por una biografía de Paul O’Neill, El precio de la lealtad, de Ron Suskind], y entonces me dijo algo que en ese momento no entendí del todo, pero que ahora creo que es la clave de la presidencia de Bush.
El auxiliar dijo que los tipos como yo estaban «en lo que nosotros denominamos la comunidad basada en la realidad» que él definía como la gente que «cree que las soluciones surgen de vuestro estudio ponderado de una realidad perceptible». Asentí y murmuré algo sobre los principios de la Ilustración y el empirismo. Me cortó. «Ésa ya no es la forma en que el mundo funciona hoy», continuó. «Ahora, somos un Imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estudias la realidad —por muy ponderado que seas— actuaremos de nuevo, creando otras realidades nuevas, que también puedes estudiar, y así es como se explican las cosas. Somos actores de la historia… os dejamos a ti, a todos vosotros, que estudiéis lo que hacemos».
El auxiliar, supongo que Karl Rove, no sólo reconocía que se puede manipular la verdad, también alentaba esa manipulación como si se tratara de una perspectiva privilegiada. Esto interfiere directamente con la búsqueda de la verdad tanto porque la revela inútil como porque la hace mas difícil dado que la manipula constantemente. Además, el enfoque de Rove llevó a la restricción de las libertades al manipular a la opinión pública con el objeto de aumentar los poderes y prerrogativas del presidente. Eso es lo que llevaba implícito la administración Bush cuando declaraba la guerra contra el terror.
Creo que la guerra contra el terror es un excelente ejemplo de los peligros inherentes en la ideología de Rove. La administración Bush usó la guerra contra el terror para invadir Irak. Éste fue uno de los ejemplos con más éxito de manipulación, pero sus consecuencias para Estados Unidos y la misma administración Bush fueron poco menos que desastrosas.
La gente está ahora despertando, como si se tratara de un mal sueño. ¿Qué podemos aprender de la experiencia? Que la realidad manda y, si la manipulamos, es bajo nuestra responsabilidad. Las consecuencias de nuestras acciones pueden divergir de lo que esperamos. Por muy poderosos que seamos, no podemos imponer nuestra voluntad al mundo: tenemos que comprender cómo funciona. El conocimiento perfecto no está a nuestro alcance; pero debemos intentar acercarnos a él tanto como podamos. La realidad no es un blanco fácil, pero debemos buscarla. En definitiva, la comprensión de la realidad debe tener prioridad sobre su manipulación.
Tal y como están las cosas, se suele preferir la búsqueda del poder a la búsqueda de la verdad. Popper y sus seguidores —yo incluido— nos equivocamos cuando dimos por supuesta la búsqueda de la verdad. Reconocer el error no nos debe llevar a abandonar el concepto de sociedad abierta. Al contrario, la experiencia con la administración Bush debe reforzar nuestro compromiso con la sociedad abierta como una forma deseable de organización social. Sin embargo, debemos cambiar nuestra definición de lo que implica una sociedad abierta. Ademas de las típicas cualidades de la democracia liberal —elecciones libres, libertades individuales, división de poderes, Estado de derecho, etcétera—, la sociedad abierta también implica un electorado que insista en ciertos estándares de honestidad y veracidad. Primero debe determinarse con cuidado en que consisten estos estándares y, después, deben ser generalizadamente aceptados.
George Soros
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