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No es porque Barack Obama lo haya hecho, y lo sigue haciendo, con éxito que la nueva política debe existir en la red de redes. Es porque la red de redes es la nueva realidad.

En un planeta con 6.700 millones de habitantes, 1.700 millones navegan habitualmente por Internet; esto es, la cuarta parte de la humanidad está conectada en modo que no existía disponible para los mortales comunes antes de 1995. En Venezuela, más de seis millones de compatriotas son internautas, y de éstos las dos terceras partes serían ubicadas por las estadísticas en las clases D y E. Hay en el barrio venezolano una poderosa vocación de modernidad que debe ser acompañada.

José Rafael Revenga nos da el siguiente dato alucinante: el parque mundial de teléfonos celulares ya alcanza los cuatro mil millones de aparatos, y la cuarta parte de ellos fue vendida el año pasado. O uno lee en Wikipedia en español: “Un netbook es un subportátil, es decir, una categoría de ordenador de bajo coste y reducidas dimensiones, lo cual aporta una mayor movilidad y autonomía. Son utilizados principalmente para navegar por Internet y realizar funciones básicas como proceso de texto y de hojas de cálculo”. Pues bien, en medio de la descomunal crisis económica planetaria, ABI Research estima que el mercado de estos últimos dispositivos crecerá por lo menos en 100% durante 2009.

El gran libro de Marshall MacLuhan era un ensayo más bien compacto: “La comprensión de los medios: las extensiones del hombre”. Allí nos proponía entender el automóvil como una extensión del aparato locomotor, y el telescopio como una extensión del ojo. Pero ahora las redes y los procesadores nos extienden el cerebro total, la capacidad general de pensar y comunicar. Estamos bien enredados, como predijo Teilhard de Chardin sin saber cuál sería el sustrato físico de una conciencia colectiva que culminaría la evolución humana, o como sintió Yehezkel Dror—“Ahora se construye el cerebro del mundo”—ignorando la misma cosa.

No somos ya, pues, Homo sapiens; ha nacido una nueva especie del género Homo. Extendidos en facultades, somos el producto de una mutación que ha producido el Homo retis, el hombre de la red. Y éste no es el gladiador reciario, que lanzaba su red sobre el contrincante. Por más que la conectividad planetaria puede ser, local y temporalmente, empleada con maldad o desalmadamente para la agresión, el enjambre planetario tiene un tamaño enorme, y forma una célula sobrehumana cuya prioridad será su homeostasis: la supervivencia. El hombre de la red es primordialmente el hombre de la cooperación.

¿Qué es un referéndum de escasos once millones de votantes ante uno que pudiera, en plazo más bien breve, concitar a un par de miles de millones?

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