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En 1928, Jóvito Villalba cumpliría veinte años (el 23 de marzo), pero antes, el 6 de febrero de ese mismo año bisiesto, pronunció un discurso que le haría famoso. Desde entonces se le tendría como eximio orador.
La ocasión era el día de una ofrenda al Libertador en el Panteón Nacional de los estudiantes universitarios de Caracas, presididos por su flamante reina de carnaval: Beatriz (Peña) Primera. Se celebraba la Semana del Estudiante, y cada uno de los actos de este festejo se convirtió en protesta no demasiado velada contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez. (Además del discurso de Villalba, debe anotarse uno de Rómulo Betancourt y otro de Joaquín Gabaldón Márquez, amén de versos con intención subversiva de Pío Tamayo en el acto de coronación de la reina estudiantil). Gómez ordenó la captura y prisión de los protagonistas.
Esta Ficha Semanal #263 de doctorpolítico reproduce la pieza oratoria del joven Villalba. Su estilo es el de la época: hiperbólico, repetitivo, poético, épico. Apartando su empatía con la raíz española de los venezolanos—Villalba hablaba de “esta América española nuestra”—que el actual Presidente de la República rechazaría, otros rasgos del discurso se encuentran en la retórica oficialista de estos tiempos. Por una parte, la denuncia y rechazo del imperialismo estadounidense: “la absurda pretensión imperialista de otra raza”. Luego, el tono épico que decreta grandes momentos históricos: “el milagro bíblico de una nueva creación”. También, la superstición etnocéntrica: «el destino altísimo de nuestra raza sudamericana».
Por último, la fijación sobre la figura de Simón Bolívar. En la Carta Semanal #230 de doctorpolítico, del 22 de marzo de 2007, se opinaba así: “Nuestro derecho civil designa por emancipación al momento cuando el adolescente se hace adulto y ya no necesita de la guía moral de los padres. Él es ahora capaz de su propia determinación ética. Necesitamos pues, una segunda emancipación. La primera nos habrá liberado del yugo español; la segunda debe librarnos de la patológica fijación en la figura del ‘Padre de la Patria’. Hasta que no terminemos de enterrar a Bolívar y permitirle descanso, no seremos una república adulta. Es ley de vida, y signo ineludible de madurez, la emancipación del padre”.
Nuestra política debe dejar de ver hacia el pasado, por más heroico o meritorio que haya sido el nuestro.
Por supuesto, el celebrado discurso de Villalba era una oración juvenil: ampulosa, críptica (por necesidad política), hasta pedante. Pero fue, sin duda, un discurso galvanizador, y la dictadura leyó correctamente su potencialidad revolucionaria. El orador había anunciado una nueva época y descrito la hora como oscura. Era una declaración de guerra al régimen, y Juan Vicente Gómez la entendió como tal.
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En el Panteón
¡Majestad! ¡Compañeros!:
Desde la atalaya altísima de una tribuna, donde se forjó la redención todavía no cumplida de un pueblo, José Martí dijo cierta vez, como trompetazo de orgullo vidente, que al Libertador le faltaba mucho por hacer en América.
Hoy, compañeros, en este día de la ofrenda, venimos ante el Libertador, porque ha llegado para él, precisamente, inminentemente, la hora de volver a ser.
Ante la conciencia libre de América, surge íntegro, encendido de fuerza, el grito de una protesta unánime, el mismo ideal de fraternidad latinoamericano, que cien años antes cupo holgado en la mirada visionaria del Libertador, y en todos los espíritus de esta América española nuestra, ese ideal es lo bastante generoso, para servir de causa, donde se sostiene y donde se llena de horizonte, frente a la absurda pretensión imperialista de otra raza el destino altísimo de nuestra raza sudamericana.
Al propio tiempo, en tierras de Venezuela, reduciéndole al límite de la patria, la afirmación de que ha vuelto a sonar el momento del héroe se revela también, como nueva campanada para esta tumba gloriosa en la inquietud de nosotros, que es la inquietud del gesto que ha de venir.
Por eso lo buscamos aquí donde se halla incontaminado el ambiente, como soterráneo hontanar de idealismo para las generaciones de la patria, a fin de incorporarle en la recia cruzada de que es lírica y juvenil anunciación esta fiesta; y a fin de que volviéndose luminoso su recuerdo, en la oscuridad de esta hora les alimente la pupila a todos los que en la patria venezolana la conserven intacta, diáfana, transparente, después de haber estado de cara al sol durante veinte años.
Incorporándola a nosotros, su obra, que es de todos. Él se difundirá en nuestras almas como un soplo siempre nuevo de juventud eterna, “divino tesoro” que a través de cien años se nos guarda incólume, sin que la extinga en el eslabón de las generaciones patrias el brusco vacío de quienes renunciaron dolorosamente en la claudicación. Virtualidad de él es precisamente esa de poder renacer, sin resentirse de anacronismo, aquí, entre nosotros, en la Universidad como un súbdito más de Beatriz I. Porque en el fondo de su obra se encuentra como título de nacionalidad para nuestro venezolanísimo reinado universitario, el mismo comprensivo amor hacia la patria, que todos los días diafaniza de ideal el alma lírica del estudiante, porque él no fue sólo el Libertador, el hombre que condujo invicto un ejército ante el asombro inédito de un Continente. Todo eso, y sobre todo eso algo más: un hijo de América, que forjó ese ideal que fue hasta ayer demasiado alto para contarse, como un número más, junto a doctrinas oportunistas en el programa teatral de conferencias panamericanas.
Como tal, como verdadero hijo de América, supo comprender y sentir en honda belleza de sacrificio y de promesa, la angustia de esta raza americana nuestra, que había de buscar en la explicación de un siglo, el sentido total de su destino para el porvenir.
¡Libertador!: Ha llegado de nuevo la hora de tu acción, que coincide para nosotros con este momento de definirnos ante el destino y ante nosotros mismos. Sentado estás, como te vio Martí, en la roca de crear, con la Federación de Estudiantes, con esta fiesta de la Primavera Universitaria, con el reinado de esta reina integral. ¡Oh! Samaritana de la siembra, de cuya belleza trasciende hacia ti como en una parábola de lirismo, el viejo dolor de tu pueblo: con todo eso, arraigo del futuro. Y propiciado el surco, pedimos a tu serenidad, con esta ofrenda, la palabra que ha de gestar el milagro bíblico de una nueva creación.
Habla, ¡oh, Padre! ante la Universidad donde se forjó la patria hace años. Pueda oírse otra vez tu voz rebelde de San Jacinto. En este sitio, cuando Beatriz Primera de Venezuela te haya ofrendado la nueva ternura de estas flores, dinos el secreto de tu orgullo, que es el mismo secreto de trescientos años, revelado ayer por el Ávila, por el viejo monte caraqueño, a María de 1783.
Padre nuestro, Simón Bolívar,
Padre nuestro, Libertador,
Cómo han puesto los esbirros
Tu Santiago de León.
Jóvito Villalba
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