Antes de creerse el Pueblo

No se le habría ocurrido a Luis XIV, por supuesto, que se limitó a identificarse con el Estado. El prototipo del absolutismo se consideraba por encima del Pueblo y no habría podido ser marxista. Tampoco a Salvador Allende, quien sí lo era. A Chile llegó, para aconsejarle sobre la instalación de un gobierno computarizado, Stafford Beer, el prestigioso cibernetista inglés. En una sesión en la que Beer, armado de diagramas de flujo, explicaba al mandatario el sistema de información que supuestamente controlaría desde un centro la economía chilena toda, Allende preguntó—cuenta Beer en Platform for Change (1975)— qué era una cajita sin nombre que aparecía sobre una red de flujo, entre otras muchas cajas que se extendían por todo el diagrama. Beer explicó: “Esa cajita representa el pináculo de todo el sistema, esa cajita es usted, Señor Presidente”. Entonces Allende dijo: “Ah, pero si esa caja es la cima de todo el sistema esa caja no soy yo. Esa caja es el Pueblo”.

Chávez ha dicho: “Yo soy el Pueblo”. Es muy posible que en su crónico estado de alucinación así lo crea.

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De 1954 es Destination Unknown, una entre las decenas de novelas policíacas de la reina del género, Agatha Christie. Es ése el año cuando llega Hugo Chávez al mundo, y uno de los personajes del relato dice, premonitoriamente: “He llegado a la conclusión de que este lugar es manejado por un loco. Un loco, déjame decirte, puede ser muy lógico. Si eres rico y lógico, y también loco, por muy largo tiempo puedes tener éxito en vivir tu ilusión. Pero al final—se encogió de hombros—, al final esto se desintegrará. Porque, ve, lo que ocurre aquí no es razonable. Al final, lo que no es razonable debe siempre pagar sus cuentas”.

Un profeta más próximo—Yehezkel Dror, Crazy States (1971)—también certificó la posible coexistencia de lógica y locura. Los rasgos de un «Estado loco» serían los siguientes: 1. tiene objetivos muy agresivos en contra de otros; 2. mantiene un profundo e intenso compromiso con esos objetivos (dispuesto a pagar un alto precio por su logro y a correr grandes riesgos); 3. está imbuido de un sentido de superioridad frente a la moralidad convencional y las reglas habitualmente aceptadas de la conducta internacional (dispuesto a la inmoralidad e ilegalidad en términos convencionales en nombre de «valores superiores»); 4. exhibe un comportamiento lógicamente consistente dentro de tales paradigmas; 5. lleva a cabo acciones externas que impactan la realidad (incluyendo el uso de símbolos y amenazas). O sea, Dror pintó el retrato del Estado chavista cuando su ductor no era todavía mayor de edad.

Y está llegando la hora de pagar la cuenta. El espectáculo que ofrece el gobierno es de desintegración. Por más advertencias que Ramón Carrizales haga acerca de las razones «estrictamente personales» que le llevan, y también a su esposa, a separarse de su cargo—Vicepresidente Ejecutivo él, Ministra del Ambiente su consorte—en momentos tan delicados para el régimen, es un signo inequívoco de profundo malestar intestino. Cuando el gobierno enfrenta, incompetente, además de problemas tan persistentes como la criminalidad—que pretende conjurar atribuyendo su causa a una «burguesía» que la habría contratado—, una inflación explosiva provocada por la devaluación tardía con fines de fiscalismo electorero (sin que ceje el mercado paralelo), y una crisis de suministro eléctrico sólo atribuible a su desidia, que nadie menos que el Vicepresidente Ejecutivo de la República abandone el barco en estos precisos momentos es una señal de ingobernabilidad, de inestabilidad creciente.

De nuevo, la protesta juvenil se extiende como pólvora encendida con el paso de las horas. De nada vale la estúpida represión de jóvenes que expresan su opinión en un estadio con pancarta humorosa y beisbolística, antes de que la saña de Chávez y Cabello la emprendiera una vez más contra RCTV y reavivara el fuego del disgusto ciudadano. De nada vale que Rodolfo Sanz, Ministro de Industrias Básicas, afirme que todo está normal en Guayana, cuando una alianza de obreros, profesionales, pequeños empresarios y estudiantes mantiene a Puerto Ordaz varios días en pie de guerra contra «la destrucción de Guayana». De nada vale la táctica de amedrentamiento a base de expropiaciones.

Chávez no es el Pueblo, y éste se está levantando. LEA

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