Benedicto XVI atraviesa ahora, apropiadamente en Semana Santa, su propia pasión, todavía no su muerte en tanto pontífice. Todo lo que ahora hace la Santa Sede transcurre ante el telón de fondo del escándalo internacional de la pederastia clerical católica, que los medios informativos del mundo escudriñan sin piedad. Es un Sanedrín mediático que delibera mucho más que el que condenara a Jesús de Nazaret. Sin embargo, últimamente el papa Ratzinger, que enviara una carta de regaño al episcopado irlandés por lo que considerara tratamiento inadecuado de sus casos, ha optado por seguir sus oficios litúrgicos como si la cosa no fuera con él. En las ceremonias que presidió ayer, Jueves Santo, no hizo la menor alusión al gravísimo problema.
Lo mismo reclamó al episcopado nacional, en Miércoles Santo, el señor que firma sus contribuciones en el diario izquierdista VEA con el seudónimo de Marciano: José Vicente Rangel. Ya era raro que el gobierno que tanto pelea con la jerarquía eclesiástica venezolana no hubiera tocado el espinoso asunto. De hecho, el mismo diario publicó el sábado 27 de marzo Las líneas de Chávez, quien se limitó a dedicar su primera sección al Domingo de Ramos, concluyendo: “Sirva… la remembranza de este domingo sagrado para reiterar que nuestra Revolución tiene en el Cristo de los desposeídos el mayor de los guías en la lucha por la dignidad humana. Tras sus pasos vamos”. Del escándalo, nada.
Pero Rangel sí abrió fuegos. En su columna Piedra de tranca (El silencio de los inocentes), y luego de revolver la herida global, espetó:
¿Por qué la Conferencia Episcopal Venezolana guarda silencio ante una situación que conmueve al mundo, que copa las primeras planas de todos los medios de comunicación, que desata opiniones diversas y desencadena la polémica? ¿Por qué la CEV, la del cardenal Urosa, la de los obispos Lückert y Porras, siempre pronta a decir la última palabra frente al delito, reclamar la defensa de la familia y de los menores, calla ahora ante la gravedad de lo que ocurre? ¿Es que acaso una situación tan grave no amerita ser tratada por la jerarquía de la Iglesia Católica venezolana para explicar racionalmente el tema, para orientar a una sociedad católica conturbada, abatida por el escándalo que afecta los resortes más sensibles de su fe? ¡Insólito, verdaderamente insólito!
Los obispos de Venezuela deben entender que lo de Rangel es, muy probablemente, sólo un abreboca, y que Chávez ha preferido no explotar el tema durante la Semana Mayor. Pero sería poco característico en él que no recogiera ese mango bajito, que pelara ese boche.
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Es de esperar que la Conferencia Episcopal Venezolana haya deliberado intensamente sobre la muy comprometedora situación, pero no debe serle muy fácil arribar a la política correcta. ¿Será por esto que los más recientes discursos episcopales, incluyendo el del muy explícito monseñor Lückert, han estado dirigidos a recomendar la reconciliación y el perdón?
Pero es muy posible que la CEV no obtenga luces eficaces del propio Benedicto XVI. El 25 de marzo, la revista alemana Der Spiegel publicaba un artículo de Peter Wensierski, quien destacó una cierta propensión de Ratzinger a meterse en problemas: “…como papa, ha hecho más daño que bien a su iglesia. Varias veces ha puesto tensas las relaciones con los judíos, ha jugado con fuego en las relaciones entre cristianos y musulmanes con su discurso de Ratisbona, ha irritado a los pueblos indígenas durante su viaje por América Latina, ha alienado a los protestantes y se ha mostrado conciliatorio con negadores del Holocausto. Incluso los católicos leales están aturdidos por el curso de la acción que ha emprendido. Y ahora, encima de todo, un área en la que ha sido consistente durante décadas ha sido la de su negligencia al tratar con los pedófilos en el seno de su propia institución”.
Claro que el Vaticano se defiende, cuando no directamente, mediante la voz de varios cardenales que han salido en defensa de Benedicto XVI. También han contraatacado. El mismo día del artículo de Rangel, el cardenal William Levada, estadounidense que preside la Congregación para la Doctrina de la Fe, reprendía en el sitio web del Vaticano a uno de los periódicos que más implacables se han mostrado: “No estoy orgulloso del periódico americano en cuestión, The New York Times, como modelo de equidad”.
Pero entonces Diane McNulty, vocera del periódico, reviró: “Los alegatos de abuso dentro de la Iglesia Católica son un asunto serio, como el Vaticano ha reconocido en muchas ocasiones. Cualquier papel que el papa actual pueda haber jugado en respuesta a tales alegatos a lo largo de los años es un aspecto significativo de esta historia”. McNulty defendió cada reportaje publicado por el periódico, no sin observar que nadie había arrojado dudas sobre los hechos expuestos.
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La incomparable figura de Dalí, Dios Cristo, es contemplada desde la perspectiva de Dios Padre, desde arriba. Pero Cristo tiene bajo su mirada un paisaje costero, con una barca de pescador—la de San Pedro, el primer papa—sobre una playa del lago de Tiberíades. ¿Qué pensará del causahabiente de Pedro, su pescador de almas?
Un amigo docto en materias eclesiales observó por estos días que quienes hoy vivimos, y la gente de todo el siglo XX, hemos tenido la fortuna de conocer sólo grandes papas: León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II. (Juan Pablo I, de efímero papado, no tuvo tiempo de manifestar sus cualidades). Luego dijo tersamente: “Esto, como sabemos, no ha sido siempre así”. De algún modo sugería que, en comparación con esos gigantes, Benedicto XVI es de ligas menores o, al menos, que se le mediría contra tales figuras.
El escandaloso proceso ya se ha convertido en septicemia, una infección generalizada. Es muy difícil que la Iglesia Católica pueda recuperarse de esa gravedad si Ratzinger insiste en presidirla. Claro, no se trata de nada que sea psicológicamente fácil. Benedicto XVI puede pensar que The New York Times es el Anticristo apocalíptico, al que debe combatir, y sentir que el propio Satán le tienta con el alivio personal que le daría la renuncia. Como Jesús, se dirá a sí mismo, es su deber repudiar la tentación demoníaca. LEA
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Actualización: A pesar de las inmensas dificultades, la Conferencia Episcopal Venezolana no se repliega. Reporta el sitio web de El Universal (1º de abril, 11:40 p. m.): «Líderes de la Iglesia Católica de Venezuela criticaron el jueves el intento del presidente Hugo Chávez de convertir al país en un Estado marxista, aun cuando instaron a los adversarios políticos a resolver sus diferencias pacíficamente. La Conferencia de Obispos venezolanos emitió un comunicado diciendo que le preocupa el creciente espíritu antirreligioso diseminado por el pensamiento marxista, informó AP». LEA
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De la obra musical más excelsa que fuera dedicada a estos días, La Pasión según San Mateo (BWV 244) de Juan Sebastián Bach, el coral O Haupt voll Blut und Wunden (Oh cabeza llena de sangre y heridas):
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