Típico accionista de Apple Inc.

Forrest Gump cuenta—a una dama sentada a su lado en un banco de una calle de Savannah, Georgia, mientras espera el autobús—la historia de su vida. Entre las miles de cosas que recuerda está su afortunada inversión en “una especie de compañía frutera”: Apple Computers, que hace cuatro días cumplió treinta y cuatro años de fundada. El beneficiario principal del aporte de Gump, el Sr. Steve Jobs, era nada menos que el Padre de la Computación Personal:

Se acostumbra fechar la revolución del computador personal con la aparición del primer computador Apple, en 1976. Como estamos acostumbrados a atribuir todos los hechos de esa industria a un súbito avance en materia tecnológica, la revolución de Apple se entiende comúnmente como una revolución de tecnología. Esto es sólo parcialmente exacto. Es cierto que el microcomputador es lo que físicamente “es” el computador personal. Pero éste es algo más: el computador personal es un microcomputador a un precio bajo. De hecho, varios años antes ya existía el microcomputador en uso individual. La ubicua IBM ya disponía de un modelo con todas las características básicas de los actuales computadores personales. ¿Por qué no era un computador personal en el sentido que ahora tiene? Porque lo que termina de definir a un computador como personal no es que lo use una sola persona, sino que lo pueda adquirir una persona, y el “micro” de IBM costaba decenas de miles de dólares. (Carta del suscrito a Arturo Sosa, del 7 de septiembre de 1984: KRISIS: Memorias Prematuras).

En sociedad con Steve Wozniak y Ronald Wayne—con miopía, éste vendió a los dos Steves su participación a los pocos meses en ¡800 dólares! (un poco más del precio del primer computador ofrecido)—Jobs estableció la firma en su garaje, inicialmente para vender el Apple I (un modelo para armar cuyas piezas hacía Wozniak a mano).

Un kit armado del Apple I (1976)

El resto es historia, y de la buena. Para hacerla corta: Jobs nos dio en 1984 el Macintosh, primer computador personal—luego del descontinuado Lisa—en usar un mouse y la metáfora de la pantalla de un computador como escritorio. (Desde entonces, Microsoft ha estado siempre detrás de Apple en materia de sistemas operativos). Un año después, la junta de Apple conspiró para expulsar al fundador de la compañía, quien salió para fundar Next Computers y la muy exitosa Pixar (empresa fílmica basada en computación sofisticada). Los años sin Jobs carecieron de la acostumbrada brillantez; en 1997 regresó triunfalmente para presidir la nueva y asombrosa etapa de la empresa. Esta vería los exitosos lanzamientos del iMac, el iPhone—teléfono celular del que se vendió 8.700.000 unidades tan sólo en el último trimestre de 2009— y el iPod. (A pesar de la recesión, en el cuarto trimestre de 2009 Apple vendió 3.400.000 computadores). La compañía se llama ahora Apple Inc., pues ya no inventa y vende sólo los productos para los que nació.

Presentación del iPad: Jobs’ job well done

Bueno, en el fin de semana pasado Apple y Jobs volvieron a hacer de las suyas. El 27 del pasado mes de enero, Steve Jobs presentó la última creación de la firma: el iPad, una tableta portátil con características combinadas de computación y conectividad que traerán otra revolución. Disponible al público a partir del sábado 3 de abril, al día siguiente se había vendido ¡medio millón de iPads! Los pronósticos de ventas para 2010 andan ahora en el orden de cinco millones de iPads; a un precio básico de 500 dólares por unidad, tan sólo este revolucionario dispositivo aumentará las ventas de Apple Inc. en 2.500 millones de dólares. No está nada mal para Forrest Gump. LEA

*gump.tion noun – informal – shrewd or spirited initiative and resourcefulness. (Oxford American Dictionaries). Astuta o animosa iniciativa e ingeniosidad.
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Anticipo de la revolución. Ya hay unas 1.500 aplicaciones desarrolladas para el iPad. La que muestra este video es únicamente una de ellas:

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También en Memorias Prematuras, en comentario sobre una nueva y nonata organización política, propuesta en febrero de 1985, puede leerse:

Parábola. El reino de la política de hoy se parece a la carrera de un joven visionario que presentó el concepto de un computador personal a un ingeniero de una gran firma electrónica, con la intención de llevarlo a la práctica dentro de esa empresa. El ingeniero se entusiasmó con la idea y la transmitió a sus jefes, quienes, comprensiblemente, rechazaron el proyecto. Pero el ingeniero se había entusiasmado demasiado y decidió unirse al visionario, con quien, desde un garaje, desarrolló, más que un producto, todo un mercado hasta entonces inexistente, innombrable. Así abrió para el mundo la democratización más básica de todas: la de la base tecnológica de la cultura, la democratización de los medios de producción informáticos. Más tarde, y ante el hecho ineludible de que de la noche a la mañana se había descubierto un continente desconocido, las poderosas firmas que antes habían descalificado las visiones de quien primero tocó a sus puertas, no tuvieron más remedio que unirse al movimiento, con éxito en grado variable.

(Steve Jobs no tuvo como primera pretensión desarrollar solo lo que luego sería Apple Computers. Antes de atreverse, acudió a Hewlett-Packard. El rechazo estuvo fundado en los paradigmas corporativos de H-P).

Si los actores políticos tradicionales quieren esperar, prudentemente, a que unos aventureros consigan el nuevo territorio para luego adentrarse en él, no se habrá hecho daño alguno y deberá dárseles la bienvenida. Lo que quiere decir el documento de febrero es que la probabilidad de que H-P rechazara a Steve Jobs era alta, y que por eso en la política exigida por la crisis es necesario que surja Apple Computers.

El ingeniero de H-P era Steve Wozniak. Quien escribe no consiguió a alguien equivalente en 1985. Vale.

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Apple Inc. no tiene, que uno sepa, un himno o marcha compuesta en su nombre, como sí The Washington Post, para el que John Phillip Sousa compusiera una conocidísima marcha. Mientras ocurre esa composición imprescindible, y en honor de la fuerza civilizatoria de la empresa y el aspecto lúdico de su cultura corporativa—imposibles en ambiente socialista—, he aquí—con la Orquesta de Filadelfia dirigida por Eugene Ormandy—la Marcha de los juguetes, de Babes in Toyland, la opereta de Víctor Herbert:

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