Estudiosos de la dominación: Enrique Dussel – José Manuel Briceño Guerrero

 

Enrique Dussel era argentino y ahora es mexicano. Tiene un doctorado en Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y uno en Historia de la Sorbona. Se ocupa filosófica e históricamente del tema de la liberación. (Con preferencia por la opresión de Felipe Calderón sobre la liberación de Cristina viuda de Kirchner). Es un intelectual que atrae recientemente la atención de Hugo Chávez—quien usa y abandona intelectuales izquierdosos luego de inconstantes enamoramientos—y por eso acaba de recibir (15 de noviembre) el Premio Libertador al Pensamiento Crítico. Las sinuosas «líneas de Chávez» de esta semana, cursis y aburridas como siempre, declaran: «Para Dussel, desde la izquierda no se ha analizado suficientemente la función del liderazgo en el crecimiento de la democracia participativa. El liderazgo es un servicio y un magisterio obediencial, democrático y político: ello es así porque el liderazgo aparece simultáneamente con la emergencia del pueblo como actor colectivo y sólo puede entenderse dentro de los límites de una democracia participativa y representativa. El liderazgo es obediencial—¡qué bueno una palabra insólita que suene inteligente y especializada!—con respecto al pueblo y debe ser obediente a sus exigencias y necesidades: sólo se puede gobernar obedeciendo». Debe ser por esto que obedece a Fidel Castro.

El mismo Dussel dijo al recibir el premio: “Dicho liderazgo aparece simultáneamente por emergencia del pueblo como actor colectivo. El que lo ejerce tiene plena conciencia de los límites de su poder simbólico, que es siempre delegado e investido por el pueblo que es la última instancia soberana. El liderazgo político legítimo se transforma en lo contrario, cuando se fetichiza—casos Hitler y Pinochet—, olvidando el cumplimiento de las exigencias democráticas requeridas”. (Interesadamente, Dussel optó por no mencionar los casos de Castro o Stalin como evidentísimas instancias de «fetichización». Le habrían quitado el premio).

Chávez no ha obedecido al pueblo jamás. Las encuestas de 1991 mostraban que una clara y abrumadora mayoría del pueblo no quería aventuras golpistas para resolver el agudo problema del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez; sin embargo, Chávez hizo caso omiso y se alzó a comienzos del año siguiente. Ocasiones no han faltado en las que gente del pueblo ha logrado acercársele para pedir y reclamar y la rechaza, con el argumento de que él es el líder del proceso y sabe lo que está haciendo. Si el pueblo usuario del Metro de Caracas osa expresar «sus exigencias y necesidades» es entonces encarcelado, y los trabajadores de Barrio Adentro que se acercan a Miraflores también son reprimidos y detenidos, aun cuando sean partidarios del Presidente. El 17 de julio de 2003, en la Carta Semanal #45 de doctorpolítico, recordé lo siguiente:

Pero el propio Chávez carece del más mínimo respeto por el valor político de los Electores. Cuando comenzaba 1998 y la campaña electoral de ese año arrancaba definitivamente, el chavismo anunció que forzaría la convocatoria de una asamblea constituyente mediante un referendo originado en la iniciativa popular. Recogiendo firmas, pues. (La Ley Orgánica del Sufragio había sido objeto de una reforma por parte del Congreso de 1997, mediante la que se había introducido todo un nuevo título sobre referendos para consultar al pueblo sobre materias «de especial trascendencia nacional». La convocatoria podía hacerla el Presidente en Consejo de Ministros, el Congreso de la República o 10% de los Electores inscritos).

Más avanzada la campaña, cuando Chávez veía que triunfaría en las elecciones, se olvidó pronta y convenientemente de la recolección de firmas. Ya no necesitaba al pueblo para convocar a referendo sobre la constituyente, dado que como Presidente podría hacerlo directamente. En efecto, fue uno de sus primeros actos de gobierno. Tal vez recordemos que la primera formulación del decreto de convocatoria debió ser retirada y sustituida por otra, puesto que la redacción de la pregunta a los Electores era obviamente totalitaria. Chávez pedía que le dejásemos a él, solamente a él, la responsabilidad de determinar todo lo concerniente a la bendita asamblea constituyente.

El interés de Chávez en Dussel consiste en poder citarlo como certificación de que su liderazgo dominador no contradice la democracia; por lo contrario, sería imprescindible. Ahora bien, el mismo Dussel ha hecho advertencias acerca de la dominación del tipo chavista. En su propio sitio web oficial, Dussel ha colocado trabajos exegéticos sobre su obra, y uno de éstos es Sobre la Ética de la Liberación en la Edad de la Globalización y la Exclusión de Enrique Dussel, cuyo autor es Jesús Rodolfo Santander. En ese trabajo postula Santander la correcta interpretación de Dussel (la que éste aprueba, al publicarla):

¿Hay que pensar entonces que la ética de la liberación nos está proponiendo una nueva utopía, esta vez la de la definitiva superación de toda opresión? Por cierto, no. Siempre estará el hombre en una situación de opresión. Aunque una determinada situación de opresión pueda ser superada, otra situación opresiva volverá a renacer al instaurarse una nueva moralidad, la cual con el tiempo tendrá que ser nuevamente superada, pues se habrá convertido a su vez en una totalidad opresora.

Bien por Dussel y su libro de 2006 (Filosofía de la cultura y la liberación); le felicito por el premio al segundo volumen de su Política de la liberación. Pero ya nos habían dicho antes que la superación de una situación de opresión conduce a una nueva totalidad opresora. Entre 1977 y 1982—no podía ser en referencia a Chávez—escribió José Manuel Briceño Guerrero, apureño con doctorados en Filosofía y Filología de la Universidad de Viena, los trabajos que componen El laberinto de los tres minotauros. Dejo que su pluma ayude a cerrar este comentario. Ella ha escrito Discurso salvaje, una de las tres partes del libro mencionado. Allí dice, hablando como oprimido:

Suele ocurrir también que pardos de ambición impaciente quieran forzar el ascenso dentro de su categoría, acelerarlo para llegar por un canal extraordinario al rango superior. Entonces se sirven de nosotros; nos organizan política o militarmente con una ideología revolucionaria, con planes revolucionarios, con promesa de cambios radicales. Nos hacen combatir y cuando logran llegar a importantes magistraturas desde donde se acomodan, se desligan de nosotros o nos mantienen organizados en las capas bajas de partidos políticos reformistas, en calidad de clientela y tropa de choque.

En el esfuerzo que hago para esta lucha me comprometo más que en el trabajo de los campos, el servicio doméstico, la construcción y las fábricas; me doy entero, arriesgo todo. Mi salario es la ilusión de triunfo, la exaltación momentánea, el desahogo, los instantes del asalto y del grito. Pero no logro realizar mi anhelo. Al contrario, mi rebeldía se incorpora aún más al dinamismo del sistema opresor, le sirve y lo fortalece. Mi peligrosidad se ve disminuida y retardada por esa masturbación periódica.

En cambio ellos sí logran sus fines; además de mantenerme en cintura, canalizan mi torrente hacia sus molinos, me cogen de escalera, arriman mi brasa a su sardina.

Amonedan mi furia para comprar poder los dirigentes revolucionarios. Se vuelven ricos con la plusvalía de esa empresa llamada lucha revolucionaria en la que yo pongo mi fuerza de combate, mi capacidad de sacrificio, mi agonía, Plusvalía revolucionaria.

¿No te has fijado, hermano, que los dirigentes revolucionarios son blancos o pardos? Los caudillos negros o indios de las revoluciones han sido «cachicamos trabajando para lapa».

He visto también—deseara no haberlo visto—que la revolución, caso de ser practicada en serio y caso de triunfar, conduce a formas de injusticia y opresión más abominables que las actuales. Esas formas nuevas de injusticia y opresión las he visto en los ojos y en las palabras de los dirigentes más sinceros, más esforzados, más leales a la causa. Se sienten salvadores mesiánicos, avatares de la historia; creen conocer mis intereses, mis deseos y mis necesidades mejor que yo mismo; no me consultan ni me oyen; se han constituido por cuenta de ellos en representantes míos, en vanguardias de mi lucha; son tutelares y paternalistas; prefiguran ya el Olimpo futuro donde tomarán todas las decisiones para mi bienestar y mi progreso; las tomarán y me las impondrán en nombre mío, a sangre y fuego en nombre mío. Yo bajo la cabeza diciendo «Sí camarada, sí compañero, eso es lo que hay que hacer, tiene razón, viva». Les sigo la corriente para que no me peguen y para no desanimarlos; pueden producir esos momentos de relajo, de caos, cuando parpadea la vigilancia de los gendarmes, cuando puedo descargar impune mi rencor, mi cólera reprimida, mi odio; después de todo, ese alivio esporádico es el mendrugo que me toca en el tejemaneje revolucionario mientras llegan días peores, los del triunfo revolucionario.

La dominación de Chávez, sólo obediencial al G2 cubano, es ante todo una descomunal estafa: con el pretexto de liberar, domina y oprime. Él se gloría en premiar al pensamiento crítico, con tal de no ser el criticado. LEA

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