Después del 26 de septiembre, el presidente Chávez se fue a Cuba para regresar con una obsesión nueva: anticipar el futuro. Así, todas las salas situacionales se ocupan ahora de la «prospectiva». (Quien entiende el pasado de modo distorsionado y es incapaz de manejar el presente pretende predecir el porvenir).
La temática del análisis está centrada sobre la previsión de una explosión social que el oficialismo juzga harto probable, a partir de los datos que maneja sobre la miríada de protestas que ha emergido en el país. (A menos que la población «continúe» siendo sumisa. Para asegurar esto último los analistas gubernamentales se ocupan también de imaginar nuevos métodos de control social).
La crítica interna se extiende. Desirée Santos Amaral se dio el lujo de criticar las contramarchas sobre los aguinaldos, y destacó para censurarlo el cíclico y frecuente desmantelamiento que Chávez mismo hace de sus propias plataformas comunicacionales. Un funcionario de Miraflores expresó su temor de que «esto se le vaya de las manos al Presidente».
Éste está cada vez más amorochado con el trotskismo (Alan Woods es el nuevo favorito), que es ahora la corriente doctrinaria dominante en el entorno presidencial. Y Chávez no habría podido convencer a los cubanos de que el país no está preparado para el socialismo. Tanto Woods como Castro le han aconsejado la radicalización.
El PSUV está midiendo ahora sólo 10% de apoyo. Quiso hacer un acto en La Candelaria para lanzar la «nueva fase» del partido; esperaba 50.000 personas y reunió a 3.000. En cambio, las encuestas miden un respeto creciente a la oposición, aunque también cansancio con el tema político (lo que se ha visto antes), y miedo en proporciones altas en la población general.
La protesta por el tema de los aguinaldos fraccionados hizo colapsar las comunicaciones de la red telefónica: los ministros levantaban sus teléfonos para escuchar voces que les reclamaban el pago con insultos groseros; de allí la reculada de Chávez. Y los baños de Miraflores aparecieron pintados con mensajes favorables a Polar («Polar es amor», «No me quites a Polar»).
La intención prospectiva se ve impedida por el desorden estadístico, que es monumental. Las contradicciones entre las fuentes (BCV, INE…) hacen imposible el trabajo de las salas situacionales.
En el seno del chavismo cayó muy mal el matrimonio de Chávez con Rangel Silva. Se lo considera un grave error porque sería el empate con quien tiene, por decir lo menos, una reputación dudosa. El rechazo interno a todo el affaire es generalizado.
Esto huele a colapso, el que Chávez buscará evitar con un ataque despiadado sobre quienes imagina o postula como conspiradores en su contra—Guillermo Zuloaga-Globovisión, banca—pero la viabilidad de esta táctica es muy cuestionable. Ante la pérdida de apoyo popular y de sus propios cuadros, tal vez sus amenazas no pasen de ladridos de perro que no muerde, de gestos simbólicos, como el acto incoherente del martes 23 de noviembre en la Asamblea Nacional (para condenar la «agresión del imperialismo y por la dignidad de la patria»). Una aceleración estatizadora en diciembre sería repudiada hasta por su mamá, y debe haber sacado cuentas de su caída en opinión que le sea favorable.
La oposición, sin embargo, luce inepta para capitalizar el inocultable deterioro. (Eugenio Martínez acaba de destacar en El Universal: «…la oposición ha sido incapaz de tomar los votos que pierde el jefe del Estado. El mejor ejemplo es el 26 de septiembre cuando Chávez pierde 890 mil sufragios y la oposición sólo crece en 119 mil sufragios, menos incluso que el crecimiento del Registro Electoral»). Cada uno de los opositores actúa por su cuenta–Henry Ramos Allup en giras precandidaturales y procura de posible alianza de social-demócratas (AD, Un Nuevo Tiempo, Alianza Bravo Pueblo); Leopoldo López en construcción de alianzas de líderes antes que de organizaciones (con Henri Falcón, con César Pérez Vivas)—mientras la Mesa de la Unidad Democrática promueve marchas para defender derechos y, muy especialmente, para rechazar las estatizaciones, sin anunciar que son para repudiar el tema principalísimo de la amenaza Chávez-Rangel Silva.
Frente a este cuadro, sin embargo, el miedo y la irracionalidad pueden predominar en Hugo Chávez al saber su sueño perdido. Pudiera, por ejemplo, hacer caso a quienes—CONATEL—abogan ahora por un control definitivo de lo que se dice en Internet, mediante una reforma de la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión. La Constitución Nacional garantiza otra cosa:
Artículo 57. Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión, y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse censura. Quien haga uso de este derecho asume plena responsabilidad por todo lo expresado. No se permite el anonimato, ni la propaganda de guerra, ni los mensajes discriminatorios, ni los que promuevan la intolerancia religiosa.
Se prohíbe la censura a los funcionarios públicos o funcionarias públicas para dar cuenta de los asuntos bajo sus responsabilidades.
Artículo 58. La comunicación es libre y plural, y comporta los deberes y responsabilidades que indique la ley. Toda persona tiene derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, de acuerdo con los principios de esta Constitución, así como el derecho de réplica y rectificación cuando se vean afectados directamente por informaciones inexactas o agraviantes. Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a recibir información adecuada para su desarrollo integral.
Pero, claro, la Constitución sólo sirve para ser mostrada, asida con mano zurda su edición de bolsillo, cuando conviene al mandamás del régimen. (Cada vez menos). LEA
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