Machado, Ledezma, Aveledo, Barboza, García… y Rosales en el recuerdo

 

Ha comenzado a moverse el previsible tropel de precandidaturas en el campo opositor venezolano. Algunas son obvias o declaradas explícitamente: Herman Escarrá, Oswaldo Álvarez Paz— «Yo lo que quiero es ser Presidente de este país»—o Antonio Ledezma (1,5% en la encuesta de IVAD en enero), por ejemplo, que han dicho que competirán en las primarias. Su precoz emergencia sigue, con algo de morosidad o paciencia, según se mire, el ejemplo de Hugo Chávez, quien ya ha jugado peón cuatro rey, caballo tres alfil rey y alfil cuatro alfil sin que la oposición tenga todavía, naturalmente, quien pueda oponerle. Acaba de declarar el comienzo de su campaña, pero es que el 24 de septiembre del año pasado, dos días antes de las elecciones de Asamblea Nacional, anunció que calentaba los motores para su intento de 2012, y también había declarado el inicio de su cuarta candidatura ¡tres días después de tomar posesión para su actual período, el 13 de enero de 2007!

También comienzan a aparecer los outsiders, las nuevas caras, justificadas si se tiene la impresión de que los políticos convencionales no serían capaces de ganar las elecciones presidenciales del próximo año. Teódulo López Meléndez, por caso, acaba de enviar a una lista de direcciones electrónicas un programa de gobierno que incluye en su preámbulo las siguientes declaraciones: «…he sostenido en las redes sociales que debo ser considerado precandidato a la presidencia de la república. Las encuestas reflejan que el régimen es vulnerable, pero es el candidato ‘ninguno de los anteriores’ el que mayor votación obtiene, mostra[n]do de manera fehaciente que el país quiere un outsider, una cara nueva para sustituir a Chávez en la presidencia… No ha sido fácil llegar a poner mi nombre en este torneo indeterminado. He dicho que no tengo ni recursos ni medios para enfrentarla, pero si 70 mil voluntarios responden afirmativamente inscribiré mi nombre en las primarias que se realizarán a finales de este año o a comienzo del próximo».

Y, por supuesto, muchos nombres suenan como posibles candidatos. Además de los ya nombrados, puede enumerarse con facilidad a Eduardo Fernández, María Corina Machado (2,5% según IVAD), Ramón Guillermo Aveledo, Cecilia Sosa, Cecilia García Arocha, Pablo Pérez (6,3%), Henrique Capriles Radonski (7,3%, en el primer lugar), Julio Borges (1,3%), Leopoldo López (por ahora inhabilitado: «Primero debo restituir mis derechos, entonces decidiré»), Manuel Rosales (en el exilio, 6,7%), César Pérez Vivas, Henri Falcón (2,9%)—aunque a pesar de las ganas de lanzarlo de Patria Para Todos, y en un arranque de realismo, ha dicho: “No pretendo ser precandidato ni candidato presidencial»—, Henrique Salas Feo (1,0%), Henry Ramos Allup, Miguel Ángel Rodríguez, etcétera, etcétera, etcétera. (Incluso hay quien menciona a Lorenzo Mendoza como candidato formidable, y también quien cree que Blanca Rosa Mármol estaría a la orden como candidata de transacción amable en caso de trancarse el proceso de escogencia).

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No es escasez de nombres, sino todo lo contrario, lo que caracteriza el problema del campo opositor. ¿Cuántos se inscribirán en las elecciones primarias que aspiran a seleccionar un candidato unitario de las fuerzas que integran la oposición en Venezuela: Acción Democrática, Alianza Bravo Pueblo, Bandera Roja, Convergencia, COPEI, Cuentas Claras, Democracia Renovadora, Electores Libres, Fuerza Liberal, Gente Emergente, La Causa R, Movimiento Al Socialismo, Movimiento de Integridad Nacional Unidad, Movimiento Laborista, Movimiento Republicano, Por la Democracia Social (Podemos), Primero Justicia, Proyecto Carabobo, Proyecto Venezuela, Solidaridad Independiente—en 1979 el partido que antes se llamaba socialcristiano y hoy «Partido Popular» ofreció al gobierno de Luis Herrera Campíns la línea de «solidaridad inteligente»—, Unidad Democrática, Unidos Para Venezuela, Unión Republicana Democrática, Un Nuevo Tiempo, Vanguardia Popular, Venezuela de Primera, Visión Venezuela y Voluntad Popular, un total de veintiocho organizaciones?

Este archipiélago se compone de cinco islas de tamaño no muy grande y veintitrés islotes o, más bien, peñascos. El total de votos nacionales captados por estas organizaciones en las recientes elecciones de Asamblea Nacional fue de 10,99% para Un Nuevo Tiempo (concentrado en el Zulia), 7,23% para AD, 5,6% para Primero Justicia (concentrado en Miranda), 4,26% para COPEI y 3% para Proyecto Venezuela (concentrado en Carabobo). Los islotes tuvieron una captación inferior a 1% para cada uno, siendo los mayores La Causa R con 0,65% y Alianza Bravo Pueblo con 0,54%.

Cada una de estas organizaciones tiene sus méritos, cada una de las precandidaturas su propia racionalidad. El método para seleccionar una de ellas—las elecciones primarias—ha sido determinado por la Mesa de la Unidad Democrática y su Coordinador, Ramón Guillermo Aveledo, ha abogado por una campaña primaria corta, pues abriga temores de los daños que los precandidatos pudieran infligirse unos a otros. Tampoco cree que hay recursos para celebrar una segunda vuelta con los candidatos que ocupen los primeros puestos, como modo de añadir legitimidad a quien finalmente resulte ungido.

Esta reserva pudiera solventarse con el empleo de lo que los estadounidenses han bautizado como run-off election. En una «elección por vaciado» uno puede seleccionar más de un candidato; por ejemplo, tres nombres en orden de preferencia. Si el que recibe más votos no obtiene la mayoría absoluta, entonces se va pasando sucesivamente un colador que finalmente determinará el aspirante elegido. Quien queda de último en los votos que lo postulan como primera opción es eliminado. Pero quienes votaron por él no dejan de estar representados, porque su segunda opción será acumulada a los votos de los candidatos correspondientes.

De nuevo se repite el proceso. Se elimina al último—los eliminados no pueden ya recibir las transferencias—y se adjudican sus segundas opciones. (En algunos casos muy apretados puede llegarse a las terceras opciones antes de arribar a un ganador). Llega un momento en que este proceso produce un ganador con suficiente mayoría. No es un método perfecto, pero se le señalan dos ventajas. Los candidatos no pueden con facilidad transar apoyos entre sí y reciben menos ventaja de campañas de descrédito de oponentes, puesto que su suerte puede depender del apoyo secundario de quienes opten en primer término por sus contendores. Las campañas tenderían a ser más positivas y los aspirantes se respetarían más, que es lo que Aveledo busca.

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Pero más allá de asuntos de método, por supuesto, lo sustancial es la calidad de los candidatos mismos, lo que tienen en la bola. Analicemos dos casos muy diferentes: el del outsider Teódulo López Meléndez y el del duradero Eduardo Fernández. Comencemos por este último.

La edición de marzo de 2011 de la revista Campaigns & Elections trae una entrevista hecha al protocandidato por su equipo de redacción, el que de algún modo quiebra lanzas a favor de Fernández. («Aunque él lo niegue, la oposición en Venezuela tiene una vela prendida en él. Es Eduardo Fernández el nombre que se dirime entre la oposición como uno de sus candidatos rumbo al 2012». La revista está notoriamente mal informada: a Fernández lo llama «ex ministro» y escribe que el IFEDEC, presidido por él, fue fundado por Arístides Taluane).

La primera pregunta de la entrevista viene precedida de una premisa, que Fernández prescribe como condición de «un líder venezolano que arribe al poder con la representación del cambio». Ella dice que ese líder debe ser «capaz de convocar la unión nacional y además ser capaz de tener una agenda que responda a las inquietudes de la población». Y la primera pregunta es: «¿Quién se le antoja para ser candidato, alguien que reúna esas características?»

A esto responde Fernández: «Yo creo que debería ser una especie de John F. Kennedy». La revista indaga un poco más adentro: «¿Usted no lo piensa?» El entrevistado se modera pero insiste: «¿Yo? Yo ahora no estoy en eso. Primero, ya yo fui candidato, y fue una oportunidad en la que tuve enormes satisfacciones. También tuve una suerte tan grande, porque saqué muchísimos votos. Pero quien sea candidato debe de ser alguien que pueda llenar esos valores y, si consideramos a alguien que combinara el carisma de Kennedy y la sabiduría de Mandela, sería ideal». ¿Conoce Fernández a algún venezolano que fusione las cualidades de Mandela y Kennedy, tal vez él mismo?

Claro que esto no fue todo lo que dijo. Más adelante apunta vagamente en una dirección correcta, cuando señala: «La polarización es un hecho muy negativo para el país y muy negativo para la sustitución del actual gobierno. Mientras más polarización, más consolidado estará el régimen actual. (…) Si solamente decimos que el que existe actualmente es muy malo, creo que no vamos a salir de lo que existe actualmente. Es el momento en que presentemos con claridad cuál es el país que queremos construir, un país con crecimiento económico, con equidad social, con respeto a las instituciones democráticas y el Estado de Derecho».

Lo anterior, naturalmente, es una recomendación polarizante: la confrontación del régimen actual con otro modelo alterno, y esto sin decir que en 1988, cuando Fernández fue candidato, la polarización entre su candidatura y la de Carlos Andrés Pérez no le parecía que fuera un hecho negativo para el país.

Pero además, ¿qué dice en concreto su recomendación? ¿Qué candidato en su sano juicio—y es probable que alguno no responda a esta caracterización—se alzaría para recomendar que el país «que queremos construir» sea uno sin crecimiento económico, con inequidad social y sin respeto a las instituciones democráticas y el Estado de Derecho? Las formulaciones ofrecidas por Fernández son, en verdad, seudoproposiciones, puesto que nadie se atrevería a proponer lo contrario. Son generalidades que describen un estado final deseable luego de que los tratamientos eficaces hubieran sido aplicados, no los tratamientos mismos.

En otra parte Fernández reconoce el desprestigio de la política convencional: «Yo entiendo que la política existe para servir a los ciudadanos. Pero los ciudadanos perciben que los políticos existen para servirse de ellos y no para servirlos a ellos. Entonces, en eso se centra la crisis que ha tenido la política, los partidos políticos y los políticos en los últimos años». Campaigns & Elections contribuye esta lectura circular de lo que el entrevistado trata de decir: «La salvación del político, de la misma tarea política y la recuperación de los partidos, como señala Fernández, se basa más en que se recupere el prestigio que debería tener». (Esto es, que el opio adormece porque tiene una virtud dormitiva). Acto seguido, registra la profecía de Fernández: «Yo creo que la política recuperará mucho su prestigio y los partidos volverán a ser fuerzas muy representativas y muy respetados, en la medida que se cambie su actitud».

La obsolescencia de las organizaciones políticas convencionales no obedece a una equivocación actitudinal, sino a la esclerosis de sus marcos mentales; a la creencia en que la política es una lucha por el poder autorizada por una ideología particular, y todas las ideologías son medicina vieja, decimonónica, ineficaz. Tan recientemente como el 23 de junio de 2009, Eduardo Fernández reafirmaba su compromiso ideológico, al llevar a su partido (el «Partido Popular») la redacción, como Moisés apenas bajado del monte Sinaí, de su «Decálogo de un militante de COPEI».

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El caso de López Meléndez es muy diferente. Ya ha redactado un programa de gobierno el que, sin duda, contiene más de una idea valiosa. Sería extraño que una inteligencia concentrada en pensar responsablemente sobre los problemas nacionales no arribara a una que otra idea atinada. Pero el exceso de concreción programática puede llevar a la formulación de recomendaciones dudosas: «La complejidad es tal que no basta con crear policías: hacen falta los premios continuos a los funcionarios del orden, una intensa labor de inteligencia que lleve a comprar infiltrados en las organizaciones criminales…» «Soy enemigo de crear ministerios y creo que habrá que eliminar unos cuantos, pero en el caso específico estoy inclinado a la creación del Ministerio de Lucha contra la Pobreza…» Y también, paradójicamente, a la presentación de proposiciones en apariencia concretas que son realmente de una vaguedad obvia: «Hay que incorporar las medidas de conservación ambiental al concepto de desarrollo sustentable, es decir, uno centrado sobre el hombre y no meramente sobre el crecimiento económico, uno sobre la erradicación de la pobreza y la obtención de la satisfacción de las necesidades básicas».

Los errores conceptuales más gruesos del programa (Lo propongo) de López Meléndez están al mismo comienzo, cuando centra su oferta en la convocatoria de una Asamblea Constituyente:

«…en el mismo primer año será necesario llamar a una Asamblea Constituyente para la cual tengo varias ideas. La primera es establecer la elección del vicepresidente con la del presidente: no podemos seguir en esta variación continua y caprichosa de nombres. Luego, hay que restituir el Senado. De joven me inclinaba por el parlamento unicameral, pero la experiencia me indica que es necesario un equilibrio que serviría, además, de refuerzo invalorable a la descentralización. Los métodos para hacer respetar la representación proporcional de las minorías están todos inventados.

Otra cosa que es cierta es que la división político-territorial de la república no responde a ningún criterio de desarrollo y menos a hechos históricos relevantes. Antes de entrar en un conflicto con los estados prefiero instituir mecanismos compensatorios, tales como la creación de cinco Consejos Regionales de Desarrollo (Centro, Oriente, Andes, Llanos, Centrooccidente y posiblemente un sexto específico para el Zulia) integrado por los gobernadores y alcaldes. Igualmente creo necesario eliminar los Consejos Legislativos Estadales y su sustitución por una Asamblea de Alcaldes que cumpliría las funciones hoy atribuidas a esos entes, tales como la aprobación del presupuesto, el control político, la aprobación de leyes locales y todas aquellas que las constituciones regionales establecen. Nadie mejor que los alcaldes para pelear por una distribución presupuestaria equitativa que haría bajar el poder al ente local. Esas reformas tienen que incluirse en el texto constitucional, aparte de que deberá procederse de inmediato a liberar los poderes actualmente secuestrados y con cuya permanencia será muy difícil el ejercicio del gobierno. Así como con un conjunto de leyes que deberán ser revisadas cuidadosamente.

Al fin y al cabo una Constituyente será independiente y estas y otras propuestas deberán balancearse con absoluta independencia de criterio».

Para empezar, el territorio constituyente no es el propio de un presidente de la República, quien debiera concentrarse en la conducción del gobierno central para resolver problemas públicos nacionales, no tanto en el diseño arquitectónico del Estado. Es un error en el que se cae frecuentemente; Rafael Caldera prometió un conjunto de reformas constitucionales en su programa de gobierno de 1993—Carta de Intención con el Pueblo de Venezuela—, las que eran, según la Constitución de 1961, de iniciativa exclusiva del Congreso de la República. Mal podía un candidato a la Presidencia de la República prometer algo que no estaba en sus manos cumplir.

Luego, las cosas específicas que propone López Meléndez, independientemente de su idoneidad—habría que ver por qué una «asamblea de alcaldes», cargos ejecutivos e interesados, sería más idónea para determinar los presupuestos estadales—, serían fácilmente tramitables como reformas a la Constitución, las que pueden ser promovidas por el Presidente en Consejo de Ministros (Artículo 342 de la Constitución) para su consideración en referéndum, y no hace la más mínima falta la convocatoria de otra Asamblea Constituyente.

Más aún: las asambleas constituyentes, justificables si lo que se desea o requiere es una constitución radicalmente nueva, que no pueda ser obtenida por meras reformas o enmiendas, son sólo un método para arribar a ella, pero no son en ningún caso el único concebible. En la doctrina constitucional venezolana está establecido que lo que es constitucional no se agota en ninguna constitución específica, que el Poder Constituyente Originario es supraconstitucional y por tanto no está limitado por la Constitución, que constriñe sólo y directamente a los poderes constituidos. Por esto pudo celebrarse el primer referéndum de 1999, que consultó a los venezolanos si queríamos elegir una asamblea constituyente, aunque esta figura no estaba contemplada en la Constitución de 1961, entonces vigente. Por tanto, según nuestra doctrina constitucional es perfectamente posible someter a la consideración del Poder Constituyente Originario el texto de una constitución enteramente nueva, aunque éste no provenga de una asamblea constituyente.

López Meléndez, entonces, debe repensar con mayor profundidad lo que es la primera y más vistosa de sus proposiciones. Es explicable, por supuesto, que haya quienes ponen su fe en un aparato institucional de poderes míticos, como una constituyente. En esto no está solo el autor de Lo propongo; son famosos los esfuerzos de Herman Escarrá (desde 2002) y de Raúl Isaías Baduel (desde 2007), quien en junio de 2008 insistió en postular la panacea de una constituyente en su libro: Mi solución. Venezuela, crisis y salvación.

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Estos dos botones de muestra no son, por supuesto, una evaluación exhaustiva de las opciones candidaturales de la oposición venezolana, pero sí son ejemplos típicos. Puede señalarse en cada uno de ellos algunas bondades, sin la menor duda, pero pareciera que ellas son insuficientes para la tarea de alcanzar la Presidencia de la República en un cotejo que, indefectiblemente, incluirá la candidatura de Hugo Chávez, quien repetirá y ampliará su comportamiento ventajista. No es un candidato «normal» quien puede derrotar al Presidente en ejercicio. Menos suficientes todavía serían esas bondades para manejar acertadamente el Poder Ejecutivo Nacional en las condiciones esperables para 2013, en el improbable caso de que éste cayera en sus manos.

Al lector muy interesado en el tema se recomienda la lectura de un trabajo del 30 de octubre de 2008 (Retrato hablado), que contiene lo que a juicio de este blog serían los rasgos imprescindibles en un candidato exitoso, para hacer el siguiente ejercicio: preguntarse si alguno de los precandidatos que ya están comenzando su posicionamiento de cara a las elecciones de 2012 posee los rasgos enumerados allí. LEA

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