Ha comenzado a moverse el previsible tropel de precandidaturas en el campo opositor venezolano. Algunas son obvias o declaradas explícitamente: Herman Escarrá, Oswaldo Álvarez Paz— «Yo lo que quiero es ser Presidente de este país»—o Antonio Ledezma (1,5% en la encuesta de IVAD en enero), por ejemplo, que han dicho que competirán en las primarias. Su precoz emergencia sigue, con algo de morosidad o paciencia, según se mire, el ejemplo de Hugo Chávez, quien ya ha jugado peón cuatro rey, caballo tres alfil rey y alfil cuatro alfil sin que la oposición tenga todavía, naturalmente, quien pueda oponerle. Acaba de declarar el comienzo de su campaña, pero es que el 24 de septiembre del año pasado, dos días antes de las elecciones de Asamblea Nacional, anunció que calentaba los motores para su intento de 2012, y también había declarado el inicio de su cuarta candidatura ¡tres días después de tomar posesión para su actual período, el 13 de enero de 2007!
También comienzan a aparecer los outsiders, las nuevas caras, justificadas si se tiene la impresión de que los políticos convencionales no serían capaces de ganar las elecciones presidenciales del próximo año. Teódulo López Meléndez, por caso, acaba de enviar a una lista de direcciones electrónicas un programa de gobierno que incluye en su preámbulo las siguientes declaraciones: «…he sostenido en las redes sociales que debo ser considerado precandidato a la presidencia de la república. Las encuestas reflejan que el régimen es vulnerable, pero es el candidato ‘ninguno de los anteriores’ el que mayor votación obtiene, mostra[n]do de manera fehaciente que el país quiere un outsider, una cara nueva para sustituir a Chávez en la presidencia… No ha sido fácil llegar a poner mi nombre en este torneo indeterminado. He dicho que no tengo ni recursos ni medios para enfrentarla, pero si 70 mil voluntarios responden afirmativamente inscribiré mi nombre en las primarias que se realizarán a finales de este año o a comienzo del próximo».
Y, por supuesto, muchos nombres suenan como posibles candidatos. Además de los ya nombrados, puede enumerarse con facilidad a Eduardo Fernández, María Corina Machado (2,5% según IVAD), Ramón Guillermo Aveledo, Cecilia Sosa, Cecilia García Arocha, Pablo Pérez (6,3%), Henrique Capriles Radonski (7,3%, en el primer lugar), Julio Borges (1,3%), Leopoldo López (por ahora inhabilitado: «Primero debo restituir mis derechos, entonces decidiré»), Manuel Rosales (en el exilio, 6,7%), César Pérez Vivas, Henri Falcón (2,9%)—aunque a pesar de las ganas de lanzarlo de Patria Para Todos, y en un arranque de realismo, ha dicho: “No pretendo ser precandidato ni candidato presidencial»—, Henrique Salas Feo (1,0%), Henry Ramos Allup, Miguel Ángel Rodríguez, etcétera, etcétera, etcétera. (Incluso hay quien menciona a Lorenzo Mendoza como candidato formidable, y también quien cree que Blanca Rosa Mármol estaría a la orden como candidata de transacción amable en caso de trancarse el proceso de escogencia).
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No es escasez de nombres, sino todo lo contrario, lo que caracteriza el problema del campo opositor. ¿Cuántos se inscribirán en las elecciones primarias que aspiran a seleccionar un candidato unitario de las fuerzas que integran la oposición en Venezuela: Acción Democrática, Alianza Bravo Pueblo, Bandera Roja, Convergencia, COPEI, Cuentas Claras, Democracia Renovadora, Electores Libres, Fuerza Liberal, Gente Emergente, La Causa R, Movimiento Al Socialismo, Movimiento de Integridad Nacional Unidad, Movimiento Laborista, Movimiento Republicano, Por la Democracia Social (Podemos), Primero Justicia, Proyecto Carabobo, Proyecto Venezuela, Solidaridad Independiente—en 1979 el partido que antes se llamaba socialcristiano y hoy «Partido Popular» ofreció al gobierno de Luis Herrera Campíns la línea de «solidaridad inteligente»—, Unidad Democrática, Unidos Para Venezuela, Unión Republicana Democrática, Un Nuevo Tiempo, Vanguardia Popular, Venezuela de Primera, Visión Venezuela y Voluntad Popular, un total de veintiocho organizaciones?
Este archipiélago se compone de cinco islas de tamaño no muy grande y veintitrés islotes o, más bien, peñascos. El total de votos nacionales captados por estas organizaciones en las recientes elecciones de Asamblea Nacional fue de 10,99% para Un Nuevo Tiempo (concentrado en el Zulia), 7,23% para AD, 5,6% para Primero Justicia (concentrado en Miranda), 4,26% para COPEI y 3% para Proyecto Venezuela (concentrado en Carabobo). Los islotes tuvieron una captación inferior a 1% para cada uno, siendo los mayores La Causa R con 0,65% y Alianza Bravo Pueblo con 0,54%.
Cada una de estas organizaciones tiene sus méritos, cada una de las precandidaturas su propia racionalidad. El método para seleccionar una de ellas—las elecciones primarias—ha sido determinado por la Mesa de la Unidad Democrática y su Coordinador, Ramón Guillermo Aveledo, ha abogado por una campaña primaria corta, pues abriga temores de los daños que los precandidatos pudieran infligirse unos a otros. Tampoco cree que hay recursos para celebrar una segunda vuelta con los candidatos que ocupen los primeros puestos, como modo de añadir legitimidad a quien finalmente resulte ungido.
Esta reserva pudiera solventarse con el empleo de lo que los estadounidenses han bautizado como run-off election. En una «elección por vaciado» uno puede seleccionar más de un candidato; por ejemplo, tres nombres en orden de preferencia. Si el que recibe más votos no obtiene la mayoría absoluta, entonces se va pasando sucesivamente un colador que finalmente determinará el aspirante elegido. Quien queda de último en los votos que lo postulan como primera opción es eliminado. Pero quienes votaron por él no dejan de estar representados, porque su segunda opción será acumulada a los votos de los candidatos correspondientes.
De nuevo se repite el proceso. Se elimina al último—los eliminados no pueden ya recibir las transferencias—y se adjudican sus segundas opciones. (En algunos casos muy apretados puede llegarse a las terceras opciones antes de arribar a un ganador). Llega un momento en que este proceso produce un ganador con suficiente mayoría. No es un método perfecto, pero se le señalan dos ventajas. Los candidatos no pueden con facilidad transar apoyos entre sí y reciben menos ventaja de campañas de descrédito de oponentes, puesto que su suerte puede depender del apoyo secundario de quienes opten en primer término por sus contendores. Las campañas tenderían a ser más positivas y los aspirantes se respetarían más, que es lo que Aveledo busca.
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Pero más allá de asuntos de método, por supuesto, lo sustancial es la calidad de los candidatos mismos, lo que tienen en la bola. Analicemos dos casos muy diferentes: el del outsider Teódulo López Meléndez y el del duradero Eduardo Fernández. Comencemos por este último.
La edición de marzo de 2011 de la revista Campaigns & Elections trae una entrevista hecha al protocandidato por su equipo de redacción, el que de algún modo quiebra lanzas a favor de Fernández. («Aunque él lo niegue, la oposición en Venezuela tiene una vela prendida en él. Es Eduardo Fernández el nombre que se dirime entre la oposición como uno de sus candidatos rumbo al 2012». La revista está notoriamente mal informada: a Fernández lo llama «ex ministro» y escribe que el IFEDEC, presidido por él, fue fundado por Arístides Taluane).
La primera pregunta de la entrevista viene precedida de una premisa, que Fernández prescribe como condición de «un líder venezolano que arribe al poder con la representación del cambio». Ella dice que ese líder debe ser «capaz de convocar la unión nacional y además ser capaz de tener una agenda que responda a las inquietudes de la población». Y la primera pregunta es: «¿Quién se le antoja para ser candidato, alguien que reúna esas características?»
A esto responde Fernández: «Yo creo que debería ser una especie de John F. Kennedy». La revista indaga un poco más adentro: «¿Usted no lo piensa?» El entrevistado se modera pero insiste: «¿Yo? Yo ahora no estoy en eso. Primero, ya yo fui candidato, y fue una oportunidad en la que tuve enormes satisfacciones. También tuve una suerte tan grande, porque saqué muchísimos votos. Pero quien sea candidato debe de ser alguien que pueda llenar esos valores y, si consideramos a alguien que combinara el carisma de Kennedy y la sabiduría de Mandela, sería ideal». ¿Conoce Fernández a algún venezolano que fusione las cualidades de Mandela y Kennedy, tal vez él mismo?
Claro que esto no fue todo lo que dijo. Más adelante apunta vagamente en una dirección correcta, cuando señala: «La polarización es un hecho muy negativo para el país y muy negativo para la sustitución del actual gobierno. Mientras más polarización, más consolidado estará el régimen actual. (…) Si solamente decimos que el que existe actualmente es muy malo, creo que no vamos a salir de lo que existe actualmente. Es el momento en que presentemos con claridad cuál es el país que queremos construir, un país con crecimiento económico, con equidad social, con respeto a las instituciones democráticas y el Estado de Derecho».
Lo anterior, naturalmente, es una recomendación polarizante: la confrontación del régimen actual con otro modelo alterno, y esto sin decir que en 1988, cuando Fernández fue candidato, la polarización entre su candidatura y la de Carlos Andrés Pérez no le parecía que fuera un hecho negativo para el país.
Pero además, ¿qué dice en concreto su recomendación? ¿Qué candidato en su sano juicio—y es probable que alguno no responda a esta caracterización—se alzaría para recomendar que el país «que queremos construir» sea uno sin crecimiento económico, con inequidad social y sin respeto a las instituciones democráticas y el Estado de Derecho? Las formulaciones ofrecidas por Fernández son, en verdad, seudoproposiciones, puesto que nadie se atrevería a proponer lo contrario. Son generalidades que describen un estado final deseable luego de que los tratamientos eficaces hubieran sido aplicados, no los tratamientos mismos.
En otra parte Fernández reconoce el desprestigio de la política convencional: «Yo entiendo que la política existe para servir a los ciudadanos. Pero los ciudadanos perciben que los políticos existen para servirse de ellos y no para servirlos a ellos. Entonces, en eso se centra la crisis que ha tenido la política, los partidos políticos y los políticos en los últimos años». Campaigns & Elections contribuye esta lectura circular de lo que el entrevistado trata de decir: «La salvación del político, de la misma tarea política y la recuperación de los partidos, como señala Fernández, se basa más en que se recupere el prestigio que debería tener». (Esto es, que el opio adormece porque tiene una virtud dormitiva). Acto seguido, registra la profecía de Fernández: «Yo creo que la política recuperará mucho su prestigio y los partidos volverán a ser fuerzas muy representativas y muy respetados, en la medida que se cambie su actitud».
La obsolescencia de las organizaciones políticas convencionales no obedece a una equivocación actitudinal, sino a la esclerosis de sus marcos mentales; a la creencia en que la política es una lucha por el poder autorizada por una ideología particular, y todas las ideologías son medicina vieja, decimonónica, ineficaz. Tan recientemente como el 23 de junio de 2009, Eduardo Fernández reafirmaba su compromiso ideológico, al llevar a su partido (el «Partido Popular») la redacción, como Moisés apenas bajado del monte Sinaí, de su «Decálogo de un militante de COPEI».
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El caso de López Meléndez es muy diferente. Ya ha redactado un programa de gobierno el que, sin duda, contiene más de una idea valiosa. Sería extraño que una inteligencia concentrada en pensar responsablemente sobre los problemas nacionales no arribara a una que otra idea atinada. Pero el exceso de concreción programática puede llevar a la formulación de recomendaciones dudosas: «La complejidad es tal que no basta con crear policías: hacen falta los premios continuos a los funcionarios del orden, una intensa labor de inteligencia que lleve a comprar infiltrados en las organizaciones criminales…» «Soy enemigo de crear ministerios y creo que habrá que eliminar unos cuantos, pero en el caso específico estoy inclinado a la creación del Ministerio de Lucha contra la Pobreza…» Y también, paradójicamente, a la presentación de proposiciones en apariencia concretas que son realmente de una vaguedad obvia: «Hay que incorporar las medidas de conservación ambiental al concepto de desarrollo sustentable, es decir, uno centrado sobre el hombre y no meramente sobre el crecimiento económico, uno sobre la erradicación de la pobreza y la obtención de la satisfacción de las necesidades básicas».
Los errores conceptuales más gruesos del programa (Lo propongo) de López Meléndez están al mismo comienzo, cuando centra su oferta en la convocatoria de una Asamblea Constituyente:
«…en el mismo primer año será necesario llamar a una Asamblea Constituyente para la cual tengo varias ideas. La primera es establecer la elección del vicepresidente con la del presidente: no podemos seguir en esta variación continua y caprichosa de nombres. Luego, hay que restituir el Senado. De joven me inclinaba por el parlamento unicameral, pero la experiencia me indica que es necesario un equilibrio que serviría, además, de refuerzo invalorable a la descentralización. Los métodos para hacer respetar la representación proporcional de las minorías están todos inventados.
Otra cosa que es cierta es que la división político-territorial de la república no responde a ningún criterio de desarrollo y menos a hechos históricos relevantes. Antes de entrar en un conflicto con los estados prefiero instituir mecanismos compensatorios, tales como la creación de cinco Consejos Regionales de Desarrollo (Centro, Oriente, Andes, Llanos, Centrooccidente y posiblemente un sexto específico para el Zulia) integrado por los gobernadores y alcaldes. Igualmente creo necesario eliminar los Consejos Legislativos Estadales y su sustitución por una Asamblea de Alcaldes que cumpliría las funciones hoy atribuidas a esos entes, tales como la aprobación del presupuesto, el control político, la aprobación de leyes locales y todas aquellas que las constituciones regionales establecen. Nadie mejor que los alcaldes para pelear por una distribución presupuestaria equitativa que haría bajar el poder al ente local. Esas reformas tienen que incluirse en el texto constitucional, aparte de que deberá procederse de inmediato a liberar los poderes actualmente secuestrados y con cuya permanencia será muy difícil el ejercicio del gobierno. Así como con un conjunto de leyes que deberán ser revisadas cuidadosamente.
Al fin y al cabo una Constituyente será independiente y estas y otras propuestas deberán balancearse con absoluta independencia de criterio».
Para empezar, el territorio constituyente no es el propio de un presidente de la República, quien debiera concentrarse en la conducción del gobierno central para resolver problemas públicos nacionales, no tanto en el diseño arquitectónico del Estado. Es un error en el que se cae frecuentemente; Rafael Caldera prometió un conjunto de reformas constitucionales en su programa de gobierno de 1993—Carta de Intención con el Pueblo de Venezuela—, las que eran, según la Constitución de 1961, de iniciativa exclusiva del Congreso de la República. Mal podía un candidato a la Presidencia de la República prometer algo que no estaba en sus manos cumplir.
Luego, las cosas específicas que propone López Meléndez, independientemente de su idoneidad—habría que ver por qué una «asamblea de alcaldes», cargos ejecutivos e interesados, sería más idónea para determinar los presupuestos estadales—, serían fácilmente tramitables como reformas a la Constitución, las que pueden ser promovidas por el Presidente en Consejo de Ministros (Artículo 342 de la Constitución) para su consideración en referéndum, y no hace la más mínima falta la convocatoria de otra Asamblea Constituyente.
Más aún: las asambleas constituyentes, justificables si lo que se desea o requiere es una constitución radicalmente nueva, que no pueda ser obtenida por meras reformas o enmiendas, son sólo un método para arribar a ella, pero no son en ningún caso el único concebible. En la doctrina constitucional venezolana está establecido que lo que es constitucional no se agota en ninguna constitución específica, que el Poder Constituyente Originario es supraconstitucional y por tanto no está limitado por la Constitución, que constriñe sólo y directamente a los poderes constituidos. Por esto pudo celebrarse el primer referéndum de 1999, que consultó a los venezolanos si queríamos elegir una asamblea constituyente, aunque esta figura no estaba contemplada en la Constitución de 1961, entonces vigente. Por tanto, según nuestra doctrina constitucional es perfectamente posible someter a la consideración del Poder Constituyente Originario el texto de una constitución enteramente nueva, aunque éste no provenga de una asamblea constituyente.
López Meléndez, entonces, debe repensar con mayor profundidad lo que es la primera y más vistosa de sus proposiciones. Es explicable, por supuesto, que haya quienes ponen su fe en un aparato institucional de poderes míticos, como una constituyente. En esto no está solo el autor de Lo propongo; son famosos los esfuerzos de Herman Escarrá (desde 2002) y de Raúl Isaías Baduel (desde 2007), quien en junio de 2008 insistió en postular la panacea de una constituyente en su libro: Mi solución. Venezuela, crisis y salvación.
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Estos dos botones de muestra no son, por supuesto, una evaluación exhaustiva de las opciones candidaturales de la oposición venezolana, pero sí son ejemplos típicos. Puede señalarse en cada uno de ellos algunas bondades, sin la menor duda, pero pareciera que ellas son insuficientes para la tarea de alcanzar la Presidencia de la República en un cotejo que, indefectiblemente, incluirá la candidatura de Hugo Chávez, quien repetirá y ampliará su comportamiento ventajista. No es un candidato «normal» quien puede derrotar al Presidente en ejercicio. Menos suficientes todavía serían esas bondades para manejar acertadamente el Poder Ejecutivo Nacional en las condiciones esperables para 2013, en el improbable caso de que éste cayera en sus manos.
Al lector muy interesado en el tema se recomienda la lectura de un trabajo del 30 de octubre de 2008 (Retrato hablado), que contiene lo que a juicio de este blog serían los rasgos imprescindibles en un candidato exitoso, para hacer el siguiente ejercicio: preguntarse si alguno de los precandidatos que ya están comenzando su posicionamiento de cara a las elecciones de 2012 posee los rasgos enumerados allí. LEA
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Si de ti dependiera la selección del candidato de la Unidad ¿a quién elegirías?
En primer término, no quisiera decidir sobre opciones no manifestadas en su plenitud. Debo dar el beneficio de la duda a quienes todavía pudieran sorprenderme gratamente, pero hasta ahora me parece que ninguno de los que nombré ostenta los rasgos descritos en el trabajo cuya lectura recomendé al final del artículo.
Más en general, la Mesa de la Unidad Democrática se define como de oposición, y esta manera de explicar su presencia es meramente negativa. En 1996, COPEI consideró su deber explicar al país sus «líneas de estrategia», y Oswaldo Álvarez Paz dijo en su nombre que eran: a. oponerse al gobierno de Rafael Caldera; b. deslindarse de Acción Democrática; c. continuar en procura de alianzas con el MAS, La Causa R y otros partidos similares. En síntesis, una estrategia alienada, fuera de sí, explicada sólo en función de terceros actores. No hubo en esas «líneas» ninguna referencia a su propia sustancia, como esa gente que se define como posmoderna porque no atina a conseguir un nombre propio que la identifique.
En ese Retrato hablado cuya lectura recomendé, se estipula como uno de los rasgos del candidato con probabilidades de éxito: «El primero de ellos, paradójicamente, es que no sea una contrafigura de Chávez. Es decir, que su razón de ser no sea oponerse al actual Presidente de la República. El discurso de una contrafigura exitosa, si bien tendrá que incluir una refutación eficaz del chavismo, deberá alojar asimismo planteamientos nacionales que debiera sostener aun si Chávez no existiese. El problema político venezolano es más grande que Chávez».
He propuesto en las redes sociales que todos los precandidatos vayamos a un debate televisado a confrontar nuestros programas de gobierno y nuestra visión de país. He agregado que escojamos de mutuo acuerdo dos encuestadoras que midan la reacción de nuestros compatriotas y que yo me comprometo a retirarme si no quedo entre los dos primeros. Es la manera más idónea de escuchar a los venezolanos y de respetar su voluntad.
Teódulo López Meléndez
Creo que esa proposición es una buena idea. Es esencial informar suficientemente a los electores sobre sus opciones electorales.
¡Qué situación tan compleja ésta en la que estamos metidos! El artículo del Sr. Alcalá merece un estudio minucioso, por la cantidad de información y relaciones y opciones que desarrolla en él. Excelente síntesis y análisis. Sin embargo, lo más obvio de todo el escenario político y candidatural presente es la atomización tan evidente de la fuerza política opositora, producto de la eficientísima gestión desestabilizadora del mismísimo Presidente, Sr. Hugo Rafael Chávez Frías. Podríamos utilizar el aforismo divide et vinces—atribuido a Julio César, pero aparentemente es original de Nicolás Maquiavelo—, como anillo al dedo, para describir este laberinto de posibilidades y enredos tan tremendo y fabuloso.
Por otro lado, ¡qué interesante la utilización del vocablo pelotón en el título de este artículo para describir algo tan verdaderamente amorfo. Dos de las acepciones de esa palabra me parecen tremendamente significativas: 1) «conjunto de personas sin orden y como tropel» (éste es seguramente el sentido que le asigna el Sr. Alcalá al título), pero también 2) «pequeña unidad de infantería que suele estar a las órdenes de un sargento o cabo» (éste sería el sentido que le daría el Sr. Chávez Frías).
Los que creemos que de este galimatías político debería salir una fuerza que, eventualmente, reemplace al régimen actual, debemos preocuparnos por entender bien este rompecabezas y comenzar a discutir abierta y extensamente, desde ya, las opciones viables y convenientes, para que se vaya depurando la visión del camino que debemos seguir.
Saludos, Jokin Zubizarreta
La atribución de significados del término pelotón es correcta por lo que a mí concierne. La primera oración del artículo, justamente, dice: «Ha comenzado a moverse el previsible tropel de precandidaturas en el campo opositor venezolano». En verdad, pensaba más en el uso hípico de pelotón, puesto que se trata de una carrera. No puedo saber la acepción que emplearía el Presidente de la República, pero presumo que no le daría connotación militar. A fin de cuentas, un pelotón de soldados es un cuerpo organizado.
Divide et vinces (Divide ut imperes, Divide ut regnes) es una frase apócrifa, atribuida a numerosos autores (Julio César, Maquiavelo, Filipo de Macedonia, Luis XI de Francia). Puede que Julio César la haya dicho, aunque no se la consigue en ninguno de sus textos. Pero no creo que debe cargarse al presidente Chávez la responsabilidad de la atomización de la oposición formalizada en partidos convencionales. Cuando Chávez no era aún el Presidente, ya se habló de «chiripero» y Acción Democrática carga a cuestas una larga historia de divisiones espontáneas (MIR, ARS, MEP, etc.). El MAS se dividió en MAS Gobierno y MAS Oposición. Hasta el MIN original de Renny Ottolina, minúsculo, se partió en dos.
La oposición no ha necesitado ayuda de nadie para dividirse, pues tiene especialistas propios. Por ejemplo, Leopoldo López fue uno de los fundadores de Primero Justicia—desde que era una ONG—y recibió un útil cheque de PDVSA gestionado por su Sra. madre cuando ambos eran empleados de la estatal petrolera, bajo la presidencia de Luis Giusti. Luego se separó por desavenencias con Julio Borges—sus compañeros de secesión, Ramón José Medina y Liliana Hernández, afirmaban que PJ quería decir Primero Julio—y anunció que formaría «Primero Justicia Popular». Entonces se apuntó en Un Nuevo Tiempo, organización de la que salió porque quiso poner su propio candidato, Emilio Graterón, a la Alcaldía de Chacao, contra la candidatura de su dos veces copartidaria—Liliana Hernández, que también fue de Primero Justicia y de Un Nuevo Tiempo y antes de Acción Democrática—, no sin antes quejarse de que, mientras aún pertenecía al partido zuliano, la Mesa de la Unidad Democrática no le daba cabida a él, aunque sí a UNT. A continuación discrepó de las decisiones de la MUD para la determinación de las candidaturas parlamentarias por consenso, exhibiéndose como tenaz partidario del método de primarias, pero cuando su candidato, Carlos Del Vecchio, resultó derrotado precisamente en primarias, entonces ¡rogó a la MUD su incorporación en las planchas por consenso! Poco después hablaba de sus «Redes Populares» y, finalmente, terminó formando «Voluntad Popular». Muy consistente y popular el muchacho, como COPEI, que ahora ya no es Partido Socialcristiano sino Partido Popular en agradecimiento a la organización homónima de José María Aznar—lo que explica su metamorfosis de partido de centro-izquierda en uno de centro-derecha—, y como la Alianza Popular de Oswaldo Álvarez Paz, que no tiene nada de alianza y menos de popular, como el corno inglés, que ni es inglés ni es corno.
Si Ud., estimado Jokin, analiza su propia sentencia («de este galimatías debería salir una fuerza»), probablemente se percate de su imposibilidad. Ni siquiera el campo socialcristiano (COPEI, Proyecto Venezuela, Convergencia, Primero Justicia) ha podido recomponerse, como tampoco el social-demócrata (AD, Un Nuevo Tiempo, Podemos, etc.) Es sólo un milagro físico el que puede obtener del caos, de un estado de entropía máxima, uno ordenado. La Coordinadora Democrática y su hija, la Mesa de la Unidad Democrática, más bien evocan la definición de bote salvavidas que ofrecía Enrique Jardiel Poncela: «Lancha que sirve para que se ahoguen juntos los que se iban a ahogar por separado».
No es en ese tropel donde debe buscarse el liderazgo que pueda superar al decimonónico chavismo.
Mi razón de ser es una república de ciudadanos, una sociedad del conocimiento y una democracia del siglo XXI. Chávez es un desgraciado accidente que hay que superar con una oferta hacia el futuro. Digo en las primeras ideas del programa de gobierno que iré sobre la visión de país, en estos tres puntos, lo que ya he desarrollado en varios libros.
No me creo infalible. Oigo y proceso. Aquí no se trata de un hombre o de una mujer. Aquí se trata de un país asumiendo un destino.
Teódulo López Meléndez
Es mentalmente sano que no te creas infalible. Habría que encontrar tiempo para leer tus libros y discernir qué quieres decir por república de ciudadanos, sociedad del conocimiento y democracia del siglo XXI. Esto último suena a oposición intencional a socialismo del siglo XXI; imagino que sociedad del conocimiento es algo con lo que estaría de acuerdo; república de ciudadanos parece redundante—DRAE: república. Organización del Estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un período determinado—, pero creo entrever lo que sugieres y también presumo nuestro acuerdo. Una lectura útil sobre este tema—Las elecciones como acto de gobierno ciudadano, de Dolf Sternberger—puede ser hecha en este blog: Democracia sin demócratas.
Y como se trata—es lo que tú mismo has planteado—de ocupar la Presidencia de la República, por supuesto que se trata de un hombre o una mujer. El país entero no puede asumir ese cargo.
A pesar de que podamos considerarnos una república, creo que no la hemos consolidado todavía porque, como dices, la república presupone la existencia de ciudadanos. Nos hace falta cultura ciudadana para presumir de tales. Hemos avanzado mucho porque los valores democráticos necesarios para hacer ciudadanía han sido adquiridos en estos últimos 50 años, porque hasta este régimen con sus deseos de suprimir las libertades públicas ha generado anticuerpos en la mayoría de la población y, gracias a eso, ha comenzado a valorarse la importancia de vivir en un régimen de libertades. La juventud de hoy ha asumido un compromiso político que la anterior generación había desdeñado. La ciudadanía requiere que seamos responsables, no sólo demandantes de nuestra parte de la piñata petrolera, pero también, como bien has señalado alguna vez, adquirir la competencia o la formación política para ejercer el gobierno, pero fundamentalmente para exigir a los que ejercen el poder cumplir con su responsabilidad y exigir la rendición de las cuentas de su gestión. A un pueblo formado y responsable no se le puede robar su democracia.
Es por lo que apuntas que la lectura que recomendé de Sternberger es tan útil: «Los electores de Hitler eliminaron, al elegirlo, no sólo el texto y el sentido de la Constitución de Weimar—esto no sería lo peor—sino que renunciaron a su calidad de ciudadanos, y esto es lo que importa, de acuerdo con nuestra definición del concepto de pueblo constitucional. Renunciaron a su calidad de ciudadanos, se autoeliminaron como sujetos políticos. Su voto no estaba destinado a encomendarle a Hitler el cargo dirigente sino a dejar el Estado en sus manos. Tan sólo actuaron como electores, se disfrazaron de electores, pero no lo fueron».
Apreciado LEA:
Tu extenso y denso análisis saca a flote algunas inconsistencias radicales en el esquema conceptual, organizativo y operativo que solemos etiquetar como «unidad». La unidad es indispensable y lo son también tanto las primarias como la Mesa.
No obstante, el resultado de una contienda electoral para elegir un abanderado pre-presidencial está muy lejos de generar una nueva unión del total de las fuerzas democráticas. Más aún, el resultado electoral primario no es necesariamente vinculante para quienes decidan participar por su propia cuenta a posteriori.
Es fácil imaginar un candidato ganador que no logre generar el apoyo irrestricto y entusiasta de sus rivales personales y partidistas. Igualmente, en nuestra historia electoral abundan casos en los que un candidato que lucía imbatible a los 12 meses del «clásico», termina por desfallecer meses antes de la contienda magna. Algunos lo han llamado el efecto Titanic.
Se me ocurre el siguiente ejemplo práctico: ¿cómo manejar una dinámica en la cual el ganador en la primaria, con un tercio de los electores que concurran a ella, supere a quien ocupe el segundo lugar por pocos puntos y después, por su desempeño en cuanto «candidato único», se venga abajo en las mediciones?
Diría un amigo hípico: «El traqueo en la madrugada no fija el orden de llegada en el clásico».
Si el candidato ganador en la primaria no concibe, organiza y le da vida a un esquema multipartidista e integrador de factores con una amplísima significación civil, terminará preso de su propio comando sin poder generar la resonancia popular deseada.
Unidad es mucho más que oposición. Es unión. Hay que convocarla e instrumentarla.
Tu delicadeza hizo que te abstuvieras de delatarme: muy bien recuerdas que por la época de la película de Cameron se hundía verticalmente la candidatura de Irene Sáez, a quien entonces apodé Miss Titanic.
El escenario que dibujas de la mínima diferencia entre dos o más contendientes en las primarias es perfectamente posible, y al mismo tiempo es alarmante. Antes supe un ángulo de tu análisis de esa situación. ¿Se avendría el segundo en llegar a renunciar a sus aspiraciones? Recuerdo cómo señalaste que Chávez y Salas Römer, en diciembre de 1997, cuando la candidatura Sáez apenas comenzaba su descenso y no había caído aún por debajo de 40%, aquellos no superaban la cota de 6 a 8%. Quien llegara de segundo muy cercano podría pensar que puede remontar esa diferencia poco tiempo después, en lo que llamas «el clásico».
Pero no estoy seguro acerca del concepto de unidad. No se sigue del trabajo de reunir factores políticos disímiles y hasta cacofónicos—Rosales lo logró en 2006—que se tiene una candidatura ganadora. La reunión que hay que hacer es la de los ciudadanos, no la de partidos y, como hemos comentado muchas veces, la mayoría del país no está alineada ni con el PSUV ni con los partidos de la MUD. En épocas de la mamá de ésta, la fallecida Coordinadora Democrática, se repetía, como uno de los mantras automáticos de la oposición, que era preciso construir una «organización de organizaciones», cuando lo que se requería era establecer una «organización de ciudadanos».
El esquema de la MUD es feudal: aliar a un conjunto de señores de menor cuantía para derrotar al rey. Por eso estoy muy de acuerdo con tus últimas sentencias: «Unidad es mucho más que oposición. Es unión. Hay que convocarla e instrumentarla».
Hola LEA
Creo que el examen más importante que debe aprobar quien aspire a realmente llevar al país para mejor, es que sea capaz, ahora, de acabar con las islas y los islotes y crear un continente político con vocación de permanencia y capacidad para enfrentar y resolver la problemática y no con los vanos acentos de la espuma.
Más claro no pudo estar en el párrafo de JRR:
«Unidad es mucho más que oposición. Es unión. Hay que convocarla e instrumentarla».
Saludo OJAS
Gracias, Orlando, por el saludo.
Como dice el Evangelio de Mateo: «Buscad el Reino de Dios; lo demás se os dará por añadidura». Se acabará con las islas y los islotes cuando esto no sea el propósito.