En la misma semana que alojó el matrimonio real inglés y la beatificación de Karol Wojtyla, Barack Obama ha anunciado la muerte violenta de Osama bin Laden, el primer hiperterrorista de la historia. (No faltará gente supersticiosa que atribuya el hecho a marcado milagro de Juan Pablo II). Se cierra, por fin, un ciclo que comenzara el 11 de septiembre de 2001, justamente al comienzo del milenio tercero, en año que ha debido estar reservado para la celebración de la humanidad. (Como en nuestro febrero de 1992, cuando un irresponsable intento golpista aguó la fiesta de los quinientos años del Descubrimiento de América). El Presidente de los Estados Unidos informó que el cadáver del hombre más buscado del mundo está en poder de efectivos militares de ese país. Una fuente de inteligencia que emergió en agosto pasado permitió ubicar al alienado líder de al Quaeda y atacarlo en las afueras de Islamabad, Pakistán, donde murió sin que hubiera bajas estadounidenses. Una rica mansión, no una cueva del desierto, fue el contexto del fin de sus días.
Obama, quien autorizó personalmente la operación que culminó en tiroteo, dijo: «Se ha hecho justicia», y el ex presidente George W. Bush, que inició las guerras de Afganistán e Irak a raíz de los ataques de 2001, hizo eco en declaración escrita: «La lucha contra el terror continúa, pero esta noche América ha enviado un mensaje inequívoco: sin importar el tiempo que tome, se hará justicia».
Los crímenes de bin Laden, por supuesto, fueron horrendos en magnitud desconocida en la historia, pero no es tampoco bueno que la muerte sea la justicia. El 3 de julio de 2003, escribía algo que quiero recordar con ocasión del deceso de bin Laden (en la Carta Semanal #43—Bushit—de doctorpolítico):
El gobierno mundial no puede ser impuesto por los Estados Unidos. Es posible y admisible que, como se daba con frecuencia en la Alta Edad Media, se reconozca que los Estados Unidos, entre los barones del planeta, ostente la distinción de primus inter pares. Lo que no puede aceptarse es su impunidad. Un esquema justo de polis planetaria requerirá, sin embargo, la cesación del gobierno del segundo Bush. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington fueron sin duda brutales, salvajes, psicopáticos. No pueden ser asimilados, sin embargo, a una dinámica bélica. Se trató, a escala hiperterrorista, de actos delictivos que debieron ser castigados como tales, mediante la acción policial—de una policía mundial que no tenemos todavía—y una corte penal—que ahora sí tenemos. Jamás con la brutalidad de un gigante militar y tecnológico que descarga su abrumadora ventaja sobre pueblos y naciones incapaces de defenderse.
LEA
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Hola. La justicia es un derecho humano (derecho natural) de toda persona que, en aras de la civilización, fue cedido a una autoridad común dentro de cada localidad, pueblo, ciudad, estado o nación. Esta renuncia buscó que la aplicación de la justicia no se extralimitara y que, en aras del respeto a los derechos del acusado, fuera juzgado por sus jueces naturales, con la garantía de la presunción de inocencia, el respecto al debido proceso y al derecho a la defensa. Otro más modernos incluirían el derecho a la vida por considerar que nadie puede ser condenado a muerte. En el derecho internacional público las personas jurídicas relevantes (tradicionalmente) son los estados y por el momento sólo existen renuncias parciales al citado derecho natural, en cuanto a los aspectos referido a la violación de derechos humanos fundamentales de los individuos, que se ha extendido en casos que hemos conocido recientemente de protección de las inversiones extranjeras (inversionistas frente a los estados) y entre los estados, en casos en que los estados han accedido a que una instancia internacional medie en casos de conflictos limítrofes, por ejemplo, mediante la firma de un convenio previo en el cual se comprometen las partes a acatar el resultado (laudo arbitral).
No creo que con las normativas actuales hubiere sido posible ponerle la mano a bin Laden y no sería nada raro que haya sido Islamabad quien haya soplado el lugar del individuo para no ganarse la animadversión de los radicales paquistaníes.
Algunos pensamos que ese derecho natural puede ser recuperado, por los individuos o la sociedad, cuando el Estado es ineficaz, negligente e indolente en el ejercicio de esa potestad.
A nivel planetario, una impunidad a todo trapo, en los últimos 10 años por las muertes del 11 de septiembre, es suficiente para legitimar la acción de Estados Unidos.
Gracias, Gonzalo, por tu participación: una lección compacta del derecho relevante al caso.
Por supuesto que no se cuenta con la normativa necesaria al tratamiento policial, en lugar del tratamiento bélico, en el caso de bin Laden y sus crímenes, de los que los ataques del 11 de septiembre de 2001—el mismo día de la aprobación de la Carta Democrática Interamericana, por cierto—son sólo una parte. Por eso escribí: «Se trató, a escala hiperterrorista, de actos delictivos que debieron ser castigados como tales, mediante la acción policial—de una policía mundial que no tenemos todavía—y una corte penal—que ahora sí tenemos».
Pero el punto es que la carencia del mecanismo policial (el indicado para tratar delitos, independientemente de su escala), no autorizaba una invasión militar de Afganistán, donde se presumía refugiado a bin Laden, o de Irak, predicada esta última sobre mentiras (la posesión de armas de destrucción masiva por el régimen de Saddam Hussein). Los ataques al Centro Mundial de Comercio impactaron de modo descomunal la psiquis del planeta entero, pero no eran un casus belli. Tú mismo has destacado que en derecho internacional son los estados las personas jurídicas pertinentes, y al Quaeda no es un estado, sino una banda de espantosos terroristas. Falta mucho desarrollo del derecho internacional—ius gentium—para que la polis planetaria tenga instituciones para el manejo del crimen internacionalizado y a gran escala, como en los casos del terrorismo, el narcotráfico y el tráfico de mujeres forzadas a prostituirse, para los que no bastan las policías nacionales, limitadas por fronteras, ni la incipiente Interpol.
Otra cosa es el caso puntual de la muerte de bin Laden. El incidente fue un tiroteo entre fuerzas estadounidenses y bin Laden y quienes lo acompañaban (incluyendo una mujer usada como escudo humano). Se habría hecho justicia si bin Laden hubiera sido capturado y juzgado a continuación por el tribunal adecuado (el Tribunal Internacional de La Haya), con las garantías que tú mismo enumeraste. Hubo, claro, justicia en el sentido más genérico: el responsable de crímenes espantosos ha muerto.
No discuto, pues, la legitimidad de la operación, aunque hubiera preferido la captura del gran asesino. Me limito a señalar los excesos de George W. Bush y los que en otras ocasiones, demasiadas, han sido protagonizados por los EEUU (en Vietnam, por ejemplo). Los EEUU siempre cazan peleas con ventaja; predican que invaden a un país para garantizar los derechos humanos o con otro pretexto en su lugar, pero lo hacen contra naciones que le son militarmente inferiores. (Conozco a un político venezolano, en apariencia todo un gentleman, que por propia voluntad refirió a una audiencia considerable, como una gracia, que cuando niño procuraba pelear con los más pequeños, para estar siempre seguro de ganar). ¿Por qué los EEUU no invaden a China, por caso, que tiene un récord poco envidiable en la materia de recursos humanos? ¿Por qué no bombardearon a Beijing, a raíz de la masacre de Tiananmén? En cambio, invaden a Grenada, Haití, Panamá, República Dominicana, Vietnam, Corea, etcétera.
Por último, las informaciones disponibles señalan que la información acerca de la ubicación de bin Laden no provino de fuentes pakistaníes. Las declaraciones indican que los políticos de Islamabad ignoraban por completo la operación.