El cognomento del título es justificado con orgullo en el generalmente benévolo artículo de Wikipedia en Español sobre Diego Arria: «Su gestión contra las construcciones ilegales en el DF, con sus respectivas demoliciones inmediatas sin mediar tribunales y su rigidez en el manejo del poder entonces le dio el sobrenombre de ‘Diego Mandarria’. El juego de palabras es por Manda-Arria, pero en Venezuela se conoce como mandarria a un tipo de mazo de hierro pesado usado para demoler paredes». En ocasión de candidatearse por segunda vez a la Presidencia de la República, parece venir con todos los hierros. (La primera vez lo hizo en 1978, aunque anunció privadamente su intención a un pequeño grupo reunido en su casa en noviembre de 1974, cuando el gobierno al que servía como Gobernador del Distrito Federal no había cumplido siquiera un año. De los 5.332.712 votos emitidos en aquella oportunidad, Arria obtuvo 90.060, o 1,69% de la votación. Todavía no se había mudado «a vivir con su familia a la ciudad de Nueva York en donde se convierte en socio de negocios de Donald Trump»).
De los seis candidatos a las elecciones primarias de la Mesa de la Unidad Democrática es Arria, sin duda, el político de más cartel: ex gobernador, ex presidente del Centro Simón Bolívar, ex ministro, ex candidato presidencial, ex embajador ante la Organización de las Naciones Unidas. En este organismo destacó como Asesor Especial de su Secretario General (Kofi Annan), y como hábil negociador en el Consejo de Seguridad, donde la «Fórmula Arria» designaba un exitoso mecanismo de consultas informales que se empleó durante la más reciente guerra en los Balcanes. Siempre ha sido un negociador eficaz: de las mazmorras del mismísimo Augusto Pinochet, Arria liberó a Orlando Letelier, ex ministro de Salvador Allende. Es una capacidad que puso de manifiesto tempranamente en la década de los sesenta, cuando era funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo.
Pero también es el candidato que Hugo Chávez preferiría confrontar, su más cómodo enemigo. Chávez no tendría problemas al catalogarlo como representante destacado de «la Cuarta República», y seguramente sacaría a relucir la estela de cuestionamientos que Arria dejó a su salida del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1978: «Su gestión como gobernador no está ausente de polémicas, entre éstas se cuenta el hecho denunciado que la adquisición de los autobuses importados no fué bajo licitaciones por ley, una adquisición por parte del CSB de unos terrenos en Antímano y otra con respecto a unas obras realizadas en el balneario de Camurí» (Wikipedia). Arria, el más redondo y experimentado de los precandidatos de la MUD, es también el más vulnerable.
………
Ahora Arria quiere lograr tres cosas: la Presidencia, por supuesto; una nueva asamblea constituyente; sentar a Hugo Chávez en el banquillo de los acusados de la Corte Penal Internacional de La Haya, por presuntos «crímenes de lesa humanidad». Ya elevó su denuncia ante la comisión del tribunal encargada de procesar estos delitos, y la prueba principal que aduce es un conjunto de grabaciones del Presidente de la República en intervenciones por televisión: “Introducimos la denuncia en defensa de los miles de niños venezolanos que han sido afectados por Chávez (…) Nosotros no somos acusadores; eso le corresponde al fiscal. Nosotros venimos como defensores de los venezolanos». Bueno, eso tiene sus reglas y su proceso. Ya veremos si los magistrados de La Haya encuentran méritos para el enjuiciamiento y condena de Chávez según la pretensión de Arria, que es persona de fama internacional y contactos importantes.
Pero es otra cosa el asunto ese de una nueva constituyente. Arria se añade a la lista de proponentes de esa panacea: Herman Escarrá, Raúl Isaías Baduel, Ángel Lombardi, Teódulo López Meléndez… Cada uno—Arria también—concibe a ese mecanismo como el indicado para anular políticamente al régimen chavista que sería, en principio, derrotado electoralmente. Los procesos constituyentes, sin embargo, son para otra cosa: para redactar el proyecto de una constitución enteramente nueva. Quienes proponen la constituyente para realizar una teórica limpieza política indican un uso equivocado de un organismo tal. Cuando se discutía en 1998 el tema de la constituyente, varios errores de concepto salieron a relucir en el debate; entonces, escribí el 10 de septiembre de ese año un artículo (Contratesis, para el diario La Verdad de Maracaibo) con el peregrino propósito de enderezar las ideas. Uno de sus fragmentos es éste: «La constituyente tiene poderes absolutos, tesis de Chávez Frías y sus teóricos. Falso. Una asamblea, convención o congreso constituyente no es lo mismo que el Poder Constituyente. Nosotros, los ciudadanos, los Electores, somos el Poder Constituyente. Somos nosotros quienes tenemos poderes absolutos y no los perdemos ni siquiera cuando estén reunidos en asamblea nuestros apoderados constituyentes. Nosotros, por una parte, conferiremos poderes claramente especificados a un cuerpo que debe traernos un nuevo texto constitucional. Mientras no lo haga, la Constitución de 1961 continuará vigente en su especificación arquitectónica del Estado venezolano y en su enumeración de deberes y derechos ciudadanos. Y no renunciaremos a derechos políticos establecidos en 1961. Uno de los más fundamentales es, precisamente, que cuando una modificación profunda del régimen constitucional sea propuesta, no entrará en vigencia hasta que nosotros la aprobemos en referéndum».
Tan sencillos conceptos no fueron atendidos. La oposición a Chávez permitió que éste lograra un carácter «originario» para la Constituyente de 1999, que decapitó al Congreso de la República cercenándole el Senado—sin que Henrique Capriles Radonski, entonces Presidente de la Cámara de Diputados, protestara la barbaridad, pues su oficina permanecía incólume—en acto abusivo que dio en llamarse «la Preeliminación del Senado». (Los dirigentes de oposición parecían actuar en aquellos momentos desde una vergüenza y una conciencia culpable que permitió estas cosas. Henry Ramos Allup, por ejemplo, se postuló como candidato a diputado constituyente, con la intención de que su condición adeca pasara desapercibida, ¡como independiente por el estado Apure!)
Ahora quieren los opositores que propugnan una constituyente que ésta siga el equivocado modelo chavista. Arria ha señalado, por supuesto correctamente, que un candidato opositor triunfante en 2012 tendría que encargarse del gobierno en condiciones de muy difícil gobernabilidad: la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, la Contraloría General de la República, el Consejo Nacional Electoral, etc., estarían en manos de chavistas. Es por esto que propone la constituyente como modo de arrasar con ese dominio.
Pero, en cualquier caso, la elección de diputados a una nueva constituyente tendría que efectuarse según las reglas de la Ley Orgánica de Procesos Electorales promulgada en agosto de 2009, y ella estableció una estructura de distritos electorales que permitiría, de nuevo, que el Partido Socialista Unido de Venezuela obtuviera una cómoda mayoría en la hipotética constituyente, como pudo lograr la mayoría operativa en la Asamblea Nacional en las elecciones de 2010. (Con una diferencia a su favor que no llegó a 1% de los votos, el PSUV logró 98 diputados contra 65 de la MUD). Es un espejismo, por consiguiente, el control de una constituyente por la MUD, por la que se pronunció el 27,4% de los consultados por IVAD entre el 27 de octubre y el 3 de noviembre, frente a 37,1% que expresó preferencia por el PSUV.
Claro, el espejismo previo es la elección misma de Diego Arria como Presidente de la República. Ni siquiera ganará las primarias del 12 de febrero, lo que hace de esta nota, en verdad, un ejercicio innecesario. Posicionado como el más radical antichavista, como agente justiciero que quiere ver a Chávez en el lugar de Milosevic, ha optado deliberadamente por cortejar el apoyo de la minoría más furibunda. Así no se gana elecciones. LEA
_________
Hola, Luis Enrique.
Absolutamente de acuerdo con este artículo. Diego Arria, como el más avezado y experimentado político de los cinco precandidatos, supo atraer hacia él la mirada de los más frustrados por un lado y de los más inocentes por el otro. (Llama la atención la opinión de mucho estudiante universitario que esa noche descubrió con agrado la existencia de Arria). Varios estudiantes opinan que, si bien Arria no ganaría, debería éste pertenecer al futuro gobierno.
Vienen dos encuentros televisados más; amanecerá y veremos. Las ideas, tanto buenas como malas, requieren de tiempo para calar en las mentes. Esperemos que la sensatez haga su trabajo. El enredo es muy grande y está plagado de trampas.
Luis Mazziotta
Gracias, Luis, por tu participación. En verdad, son muy escasos los jóvenes que pueden tener una noción ajustada a la realidad en lo tocante a la trayectoria de Arria, quien se alejó del país durante tres décadas.
Soy estudiante de la Universidad de Los Andes. No estudio ciencias políticas y mi interés por la política ha sido por razones de supervivencia. En realidad estudio Física pura.
Sé que es tarde para cualquier cosa, pero acabo de descubrir este artículo y me pareció muy interesante. Tengo 27 años y había oído hablar poco de Diego Arria. Sabía de la fórmula Arria y de su trayectoria como diplomático. Pero lo había estado escuchando desde antes que se lanzara de candidato a las primarias y su discurso me parece muy razonable. Me da la sensación que, de todos, era el mejor estadista y más adecuado para manejar un país con poca gobernabilidad.
También me llamó la atención que dejaba claro sus planes de gobierno en caso de ganar y manifestaba sus intenciones sin apelar mucho a mi pasión sino más a mi razón. Esa ha sido mi crítica perpetua a Capriles. No tengo ni idea de cuáles son sus planes de gobierno. Conozco sus promesas políticas, pero no su plan para lograr cumplirlas, no puedo estar ni de acuerdo ni en desacuerdo con él. Con Arria era distinto; puede que algunas de sus posturas no me gustaran, pero el menos tenía posturas con las que podía estar en desacuerdo.
¿Qué me ofrece Capriles? No tengo idea. No sé sus planes, posturas, ideología. Progresista es una palabra muy vaga, que puede ser interpretada de manera relativa. Es lo mismo que decir patria bonita. ¿Eso con qué se come?.
Me gustaría ser optimista, pero si hay un camino, lamento eso: que sólo haya un camino.
Puede Ud. encontrar varios de los programas de gobierno introducidos por el candidato Capriles. En el sitio web de El Universal (sección De interés) podrá descargar sus proposiciones en materia de seguridad y empleo. La ideología de Capriles, podemos suponer, es socialcristiana, puesto que pertenece a un partido que realizó un congreso ideológico (Primero Justicia) y aprobó unos principios que son idénticos a los de COPEI. Primero Justicia es una formación política que se ubica ideológicamente en una posición de centro-derecha.
Los programas de gobierno son importantes para gobernar, no para ganar elecciones. En esto último es mucho más importante el carácter del candidato, y me temo que el de Capriles deja mucho que desear.
Quizás quiera explorar también, en este blog, el artículo Por la tapa de la [b]arri[g]a, que comenta la ignorancia de Arria en mayeria constitucional venezolana.
Hola: muy interesante el análisis. En La Hojilla de Mario Silva señalaron en estos días que los simpatizantes del PSUV iban a votar por Arria porque era el candidato más fácil de vencer en las elecciones de octubre. Es evidente que el discurso de Arria no resulta nada atractivo para un chavista desilusionado, ni para un ni ni, porque la gran mayoría de la población quiere paz, tranquilidad y reconciliación. Cuando el mismo Presidente se pone demasiado agresivo pierde simpatías en los moderados. También esto afecta a María Corina, a quien también perciben como agresiva, aunque en el debate estuvo muy bien. La constituyente parece apresurada, aunque entiendo el argumento de que no habría gobernabilidad con los demás poderes en contra. Pero el riesgo más grande, si toma posesión un presidente de signo contrario al PSUV, es que haya un golpe de Estado. Si resuelve ese asunto y logra que los militares vuelvan a asumir su rol constitucional, lo demás llegará más fácilmente. Sobrarán las cabras para brincar.
Creo que la narrativa debe buscar la reconciliación del país, debe convencer de que los programas sociales más sentidos de la población se mantendrán y se mejorarán, y en especial las tortas en ejecución de este gobierno, en lo que a inseguridad y vivienda se refiere, serán mejoradas de forma importante, mostrando un plan creíble de acción. Lo que no me parece correcto es que ni se nombre al Presidente; la gente no es estúpida y sabe que el señor ha tenido el poder completo, ninguna limitación en el manejo de recursos, todas las instituciones arrodilladas a su pies y que es el principal responsable de todo lo malo que ha sucedido y de lo bueno también. Una cosa es rebajarse al nivel del discurso gubernamental, que comienza con descalificar a la persona y ha toreado por 13 años discutir de manera inteligente una idea. La gestión ha sido la más desastrosa en Latinoamérica, hay un responsable y hay que decirlo, pero hay que establecer la crítica desde los hechos y las razones y no con calificativos. Lo más importante es que el que quiera ser Presidente debe estar convencido de lo que dice, debe estar profundamente identificado con la necesidad de un pueblo y debe mantenerse cerca de la gente, escucharla, no oírla solamente. En fin, poner más corazón en esta empresa, porque de lo contrario no logrará la conexión emocional que se requiere. Esperamos que el próximo debate dé la oportunidad de entrar en contenidos y propuestas concretas, no sólo en retórica.
Pues entonces estoy en la buena compañía del Sr. Silva, un tratadista político de gran prestigio internacional. Si el 12 de febrero llegare a darse el desenlace imposible del triunfo de Arria en las primarias, eso será señal de que, en efecto, el chavismo fue a votar en ellas.
Si algo he aprendido desde que leo y escucho a mi apreciado amigo LEA, ha sido su visión de un recto ejercicio de la Política como la eficaz actitud profesional del medico ante el ‘enfermo’, en este caso, Venezuela.
Si estoy enfermo, o lo está mi esposa, hijos o seres queridos, poco me importaría cómo piensa el doctor en política o religión, o la historia personal de quien confío va a devolvernos la salud.
Mucho hablamos de candidatos, de mensajes políticos, de estrategias, tácticas, programas de gobierno, proyectos de país, y el enfermo sigue peor, agonizando, sin esperanza cierta de curación, convalecencia y menos salud plena. Se quedaron atrás, en los errores del pasado.
Pareciera que a muy pocos «líderes» les preocupan como algo muy importante, además de la dignidad humana y de la libertad de expresión, los estados financieros de Venezuela y de PDVSA. Y siguen comprometiéndose con promesas mesiánicas, que jamás cumplirán.
En 1979, un conocido Presidente electo (ya fallecido) expresó en su discurso inaugural: «Recibo un país hipotecado». Pero el gobierno que se inaugure en 2013, recibirá no sólo la hipoteca, sino la «ejecución hipotecaria» de títulos de deuda, muy posiblemente en moratoria, que desde ahora estimamos serán más de 200 mil millones de «lechugas» sino reclamos nacionales e internacionales de conflictos, expropiaciones y confiscaciones, daños a la propiedad y a las personas, y pare de contar… unos 100 mil millones más. (Cinco años de renta petrolera a valor actual).
Nos llenamos la boca de agua diciendo que tenemos las reservas petroleras más grandes del mundo, pero ¿es eso cierto? He visto otras cifras distintas en fuentes tanto o más serias que la palabra de nuestros actuales líderes petroleros.
¿Somos mejores que Grecia, Irlanda, Italia, Portugal, España y otros que a duras penas pueden vender su deuda a precios razonables y mantienen altos índices de desempleo?
¿Tenemos otras áreas industriales competitivas no sujetas a proteccionismo estatal?
¿Qué podemos exportar, además de petróleo? ¿Qué podemos producir, sin tener que importar?
Termino así: sólo saldremos adelante, como país soberano, a base de un esfuerzo largo, sostenido sobrehumano, monolítico, del trabajo de muchos venezolanos, con líderes honestos, eficientes, realistas, y con la ayuda indispensable de la comunidad internacional, a lo cual añadiríamos que esas nuevas inversiones y créditos, nacionales e internacionales, lleven el sello de la doctrina expresada por el gran Pontífice Paulo VI en 1967:
«A quienes proporcionen los medios financieros se les podrá dar garantías sobre el empleo que se dará al dinero, según el plan convenido y con una eficacia razonable, puesto que no se trata de favorecer ni a los PODEROSOS ni a los PARASITOS». Cfr. Populorum Progressio, 54.
Te agradezco, Jorge, el enjundioso comentario. En verdad, como tú dices, necesitamos líderes serios que se conduzcan como médicos, responsablemente. Es Bárbara Tuchman una de mis historiadoras preferidas, y en el epílogo de su monumental The March of Folly dice: «Aware of the controlling power of ambition, corruption and emotion, it may be that in the search for wiser government we should look for the test of character first. And the test should be moral courage».
Las reservas petroleras de Venezuela están razonablemente bien estimadas. No es de ahora que sabe el mundo de las ingentes cantidades de crudo en la Faja Petrolífera (antes llamada Bituminosa) del Orinoco. Han sido admitidas como reales por la OPEP y la Agencia Internacional de Energía. Hablamos de 296.500 millones de barriles; claro está, de esta cantidad las tres cuartas partes son de crudos extrapesados, aunque menos viscosos que las arenas bituminosas (shale oils) de Atabasca en Canadá. (La ventaja de los canadienses es que su más difícil petróleo—el nuestro se trata exitosamente con Orimulsión y otros procedimientos—está localizado en la superficie, mientras que los hidrocarburos de la Faja están sumidos profundamente).
Aciertas al hablar de los estados financieros de Venezuela. Te copio de un texto mío de diciembre de 1997 (Si yo fuera Presidente):
…creo que es de la mayor importancia la generación y publicación de un nuevo estado financiero de la nación venezolana. Nuestras cuentas nacionales—responsabilidad exclusiva del Banco Central—son, como en la mayoría de los países, cuentas de resultados. (Equivalen, en la administración privada, a los estados de ganancias y pérdidas de las compañías). Hay países, sin embargo, que producen también un estado de situación o balance general. Uno entre ellos es Nueva Zelandia.
Un Balance General de la República, con su exposición de los activos y pasivos de la Nación, puede tener muy positivos efectos. En verdad, los activos públicos de los venezolanos tienen una magnitud enorme, muy superior a la de los pasivos o deudas. Por tanto, un estado financiero de esa clase mostraría un patrimonio público de considerables proporciones. Ya no sólo un estado de ingresos y egresos, sino un estado de situación que coteje los activos de la Nación contra sus pasivos y registre el patrimonio resultante. No hay duda de que un ejercicio de contabilidad de este tipo cambiaría radicalmente la percepción más o menos generalizada acerca de la situación económica venezolana. Deducidos los pasivos de la Nación de los inmensos activos que posee, las cuentas mostrarían un patrimonio verdaderamente gigantesco. Así la discusión pasaría a centrarse sobre el problema de qué hacer con ese patrimonio.
Una tal perspectiva permitiría tomar gruesas decisiones de conversión en liquidez de la sólida solvencia venezolana. Siempre y cuando se cumplieran dos condiciones complementarias, casi equivalentes: que la liquidación de activos fuese repuesta con posterioridad por una nueva capitalización y que el sector público ofreciera convincentes indicios de un propósito de enmienda en materia de gasto público, pues hasta ahora, a pesar de innumerables declaraciones de intención, el presupuesto nacional no hace otra cosa que crecer desbocadamente. No ha habido hasta ahora la formulación y presentación al país de un esquema y una cronología para la reducción del recrecido tamaño del gobierno central. Si hay algo en lo que debiera buscarse uno de esos “grandes acuerdos nacionales” que se proponen recurrentemente en Venezuela, es en este punto del redimensionamiento del Estado.
El presidente al que aludes era Luis Herrera Campíns, quien añadió una hipoteca en segundo grado, al aumentar la deuda pública en 50%. De paso, su frase revela un generalizado error conceptual que no debemos aceptar más. Los presidentes no reciben países; reciben el Poder Ejecutivo Nacional. No son los jefes del país. Los países tienen la sana costumbre de hacerse a sí mismos, y sus gobiernos deben promover su actividad, regular lo que pueda desbocarse—como en los EEUU en 2008 o Grecia e Italia en 2011—y, de resto, estorbar lo menos posible.
Diego Arria, con todos su pasivos a la vista, ha resultado una sorpresa por su manera fácil de expresar sus ideas. Demuestra que es un experimentado político y negociador. Cuando CAP I fue, sin lugar a dudas, la estrella de ese entonces. Llamo la atención por sus posiciones pragmáticas y sin lugar a dudas dejó huella. Ya desde Caldera I, en Corpoturismo—Conahotu, como se conocía en esa época—marcó igualmente una diferencia con la manera de gobernar tradicional de esas épocas.
Nunca lo apoyé en sus gestiones por razones de enfoque conceptual, pero reconozco su habilidad. Creo que su participación en el debate introdujo un lenguaje de denuncia, al que los competidores Pérez y Capriles no se atreven por prudencia o temor. Vaya usted a saber por qué. Pero le dio contenidos a una disputa, que hasta ahora es unísona y monótona por lo repetitivo del discurso. No creo que el debate haya sido malo, sino ineficaz a los propósitos de conmover a la población a votar. Claro está que sus posibilidades de ganar son muy limitadas. Quizás María Corina pueda ser una sorpresa. ¡Ya veremos!
Cuando Caldera fue su jefe, Arria tuvo a su disposición dos cargos que combinados le permitieron destacarse: el político, de Director de Turismo del Ministerio de Fomento y, simultáneamente, el de Presidente de Conahotu, la Corporación Nacional de Hoteles y Turismo que venía de la época de Pérez Jiménez y era el agente promotor y financiero. La misma dualidad la obtuvo de Pérez, quien lo nombró Gobernador del Distrito Federal y Presidente del Centro Simón Bolívar, el ente de desarrollo.
Un tiempo después, puedo decir que la candidatura de Diego Mandarria me otorgó el placer de votar con gusto, a favor de alguien, y no en contra de alguien, como se ha hecho costumbre.
Independientemente de sus contras y sus bemoles, el contraste que presentaba con respecto a los demás candidatos era casi vergonzoso. Ninguno supo ofrecer propuestas claras más allá de la retórica y del demagógico juego con las emociones del elector. Solamente Arria supo presentar claramente su descabellada idea de disolver los poderes públicos y refundar al país, cosa que se oye muy bonito pero que en la práctica no resulta tan sencillo ni tan bello.
En fin, cada país tiene el gobernante que se merece. Hoy es Chávez, mañana será Capriles, y Venezuela seguirá preguntándose por qué esos superhombres a los que ponemos de presidentes no nos solucionan todos los problemas a los ciudadanos—porque para eso son los presidentes según nuestra óptica: para resolverme los problemas a mí, dame casa, comida y de ser posible, caña, como no—.
Los países democráticos, obviamente, tienen los gobernantes por los que votan, pero ellos no determinan la baraja de opciones. Ésta es compuesta por los factores políticos profesionales, por los partidos. No puedo estar de acuerdo con su visión acerca de nuestro pueblo elector, por razones que expuse en el artículo Este piazo’e pueblo, que puede leer en este blog.
Apostaría a que Ud. no pretende que un presidente le resuelva sus problemas personales; yo tampoco, y no creo que ni Ud. ni yo seamos excepcionales.
Gracias por su participación.
Lamentablemente no comparto su optimismo con respecto al electorado venezolano. En un primerísimo lugar, deben llegar al poder líderes que «reten» a la inteligencia y a las aptitudes de la ciudadanía, y para que ello suceda deberán competir electoralmente contra la opción populista.
Lo siento, pero un señor que llama del 23 de Enero no es una muestra representativa, y eso es algo que seguramente conoce. La mejor muestra que puede haber en este caso son los resultados electorales, y el hecho de que el único candidato en esas primarias que mostraba algo de coherencia en sus argumentos haya obtenido el irrisorio porcentaje que recibió, dice bastante.
La opinión de un señor que llama del 23 de Enero es tan representativa como la opinión suya o la mía; son opiniones individuales. Debe Ud. aludir a una anécdota contenida en el artículo cuya lectura sugerí. Para que los lectores de este blog sepan de qué discutimos, reproduzcámosla aquí:
En un programa de radio dedicado al análisis político el conductor del mismo decidió explicar a sus oyentes en qué consistía una “caja de conversión”, cuando esta receta económica empezaba a ser propuesta en Venezuela. Al poco rato recibió la llamada telefónica de un oyente, quien dijo: “Lo que Ud. está explicando es muy interesante, pero ¿no cree que debiera hablar Ud. más bien del precio del ajo y la cebolla en el mercado de Quinta Crespo, porque lo otro no lo entiende el pueblo-pueblo?” Mientras el conductor del programa empezaba a contrargumentar para oponerse a la postura del oyente telefónico, un segundo oyente llamó a la emisora. Y así dijo al conductor: “Mire, señor. Yo me llamo Fulano de Tal; yo vivo en la parroquia 23 de Enero; yo soy pueblo-pueblo; y yo le entiendo a Ud. muy claro todo lo que está explicando. No le haga caso a ese señor que acaba de llamar”.
No es esa anécdota el único argumento del artículo Este piazo’e pueblo, y Ud. deja de referirse al resto de su conjunto de 39.928 caracteres. En cualquier caso, el episodio narrado ocurrió en 1995, por lo que difícilmente pudo aludir a las elecciones primarias de la Mesa de la Unidad Democrática, acaecidas diecisiete años después. Ud. opina—con baja representatividad, pues Ud. mismo señala que el Sr. Arria recibió una magra votación—que Diego Arria era «el único candidato en esas primarias que mostraba algo de coherencia en sus argumentos». Otros opinamos que la Sra. Machado exhibió un discurso muy articulado e informado, superior al del Sr. Arria y los restantes candidatos. Pero son muchos los factores que concurren en la formación de los votos; por ejemplo, que el Sr. Capriles pertenece a un partido organizado del que el Sr. Arria no dispone, o que ganó las elecciones de la Gobernación del estado Miranda (el Sr. Arria ya obtuvo una bajísima votación en la única elección a la que se ha presentado, en 1978, cuando sus ejecutorias estaban frescas en el recuerdo de los venezolanos).
Lo que Ud. llama mi visión optimista—¿debiéramos llamar a la suya pesimista?—acerca del electorado venezolano tiene otros fundamentos, derivados de la comprensión que nos permiten las modernas teorías de la complejidad y el caos. Por ejemplo, escribí en Marcos para la interpretación de la libre empresa en Venezuela:
Para la economía clásica la mano misteriosa del mercado estaba basada en la eficiencia del decisor individual. Se lo postulaba como miembro de la especie homo œconomicus, hombre económicamente racional. Los modelos del comportamiento microeconómico postulaban competencia perfecta e información transparente. El mercado era perfecto porque el átomo que lo componía, el decisor individual, era perfecto. La propiedad del conjunto estaba presente en el componente.
En cambio, la más moderna y poderosa corriente del pensamiento científico en general, y del pensamiento social en particular, ha debido admitir esta realidad de los sistemas complejos: que éstos—el clima, la ecología, el sistema nervioso, la corteza terrestre, la sociedad—exhiben en su conjunto “propiedades emergentes” a pesar de que estas mismas propiedades no se hallen en sus componentes individuales. En ilustración de Ilya Prigogine, Premio Nóbel de Química: si ante un ejército de hormigas que se desplaza por una pared, uno fija la atención en cualquier hormiga elegida al azar, podrá notar que la hormiga en cuestión despliega un comportamiento verdaderamente errático. El pequeño insecto se dirigirá hacia adelante, luego se detendrá, dará una vuelta, se comunicará con una vecina, tornará a darse vuelta, etcétera. Pero el conjunto de las hormigas tendrá una dirección claramente definida. Como lo ponen técnicamente Gregoire Nicolis y el mismo Ilya Prigogine en “Exploring Complexity” (Freeman, 1989): “Lo que es más sorprendente en muchas sociedades de insectos es la existencia de dos escalas: una a nivel del individuo y otra a nivel de la sociedad como conjunto donde, a pesar de la ineficiencia e impredecibilidad de los individuos, se desarrollan patrones coherentes característicos de la especie a la escala de toda la colonia”. Hoy en día no es necesario suponer la racionalidad individual para postular la racionalidad del conjunto: el mercado es un mecanismo eficiente independientemente y por encima de la lógica de las decisiones individuales.
Es esta característica natural de los sistemas complejos el más poderoso fundamento de la democracia y el mercado. A pesar de la imperfección política de los ciudadanos concretos, la democracia sabe encontrar el bien común mejor que otras formas de gobierno; a pesar de la imperfección económica de los consumidores el mercado es preferible como distribuidor social.
En el artículo del que Ud. entresaca la anécdota transcrita al comienzo, puse otros ejemplos antes de ofrecer una conclusión; por caso:
Las personas responden con entusiasmo a un liderazgo que les respeta, que les estima, que piensa que son capaces de entender e interesarse por lo que la prédica convencional asegura que no les importa. En uno de los experimentos comunicacionales de éxito más rotundo que se haya visto en Venezuela, la más crucial de las causas del mismo fue el concepto que de los lectores se formó un cierto periódico relanzado en Maracaibo. Definió de antemano a su lector tipo como una persona inteligente, que preferiría que se le elevase a que se le mantuviese en un nivel de chabacanería. Lo trataría, además, como ciudadano del mundo, ya no como un habitante sometido al régimen de un poder central y lejano radicado en Caracas, del que tendría que quejarse en alguna gaita lastimera, sino, conectado informativamente con el resto de la Tierra, como habitante con derecho en el mundo y con influencia y responsabilidad por su estado, como ciudadano del planeta.
El habitante de Maracaibo se dio cuenta de que verdaderamente era una parte del cerebro del mundo. En cuanto pudo entrever esa verdad, en cuanto pudo tener esa imagen de sí mismo, dio su decidido apoyo a quien también le entendía de ese modo. El periódico logró, en contra de cualquier pronóstico, el primer lugar de circulación en la ciudad en el lapso de seis meses desde su reaparición, superando localmente al inveterado dueño del patio, que jamás había sido excedido a pesar de una previa emulación verdaderamente reiterada y formidable. Cuatro meses después el periódico que creyó en los lectores se hizo acreedor al Premio Nacional de Periodismo, en competencia con otros dos candidatos de gran peso. La idea que se había impuesto del lector nunca fue explicada al público, pero la misma había permeado a toda la redacción, y de algún modo ese implícito respeto fue percibido por los lectores, que premiaron con generosa lealtad al medio que se molestaba en explicarles los temas más complejos, porque apostaba a que serían entendidos.
Quizás podamos convenir en que la elección de 49.000 lectores del diario La Columna en febrero de 1990, año en el que ganó el Premio Nacional de Periodismo antes de cumplir un año de publicación, sí sea una muestra representativa. La conclusión del trabajo, después de una argumentación de 6.429 palabras en 13 páginas, era ésta:
Depende, por tanto, de la opinión que el líder tenga del grupo que aspira a conducir, el desempeño final de éste. Si el liderazgo nacional continúa desconfiando del pueblo venezolano, si le desprecia, si le cree holgazán y elemental, no obtendrá otra cosa que respuestas pobres congruentes con esa despreciativa imagen. Si, por lo contrario, confía en él, si procura que tenga cada vez más oportunidades de ejercitar su inteligencia, si le reta con grandes cosas, grandes cosas serán posibles.
Gracias por su nueva participación.