He aquí un reproductor con el archivo de audio de una versión leída del estudio que sigue, el que puede también ser descargado a su disco duro desde el enlace señalado.
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En vano el suscrito ha buscado identificar al autor de una frase poderosa. Perdí su nombre hace ya varios años, y aunque he trasegado el Diccionario Oxford de Citas—sé, al menos, que el autor es inglés—y otras colecciones similares, no logro dar con su identidad. Por eso no puedo darle crédito por haber acuñado lo siguiente: “La propaganda del vencedor es la historia del vencido”. Es una terrible frase y es un pensamiento muy certero. Quien cuenta la historia es quien ha ganado.
Carta Semanal #172 de doctorpolítico
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Ésta es la última: Diosdado Cabello, registra el diario El Universal, «afirmó que la rebelión cívico militar del 4 de febrero de 1992 evitó un golpe de estado de derecha y la instauración de una dictadura en el país». Hay gente que sabe de cabellos (Helene Curtis), hay la que sabe lavar dinero; Cabello, al menos, sabe de lavar crimen con argumentos que, apropiadamente, hala por los pelos.
Si hubiera habido por aquellos días una conspiración de derecha, ¿no habría sido lo indicado que Cabello corriera lealmente a denunciarla? Nos habríamos ahorrado el abuso y la sangre del 4 de febrero. Creo, por lo demás, que desde que somos república no ha habido un minuto de nuestra historia en el que no haya habido una conspiración. En septiembre de 1987 escribí en Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela: «En todo tiempo, en todo sistema político, subsiste una fracción de personas, muy reducidas las más de las veces, que piensan en un golpe de Estado por la fuerza como solución a los problemas. Hay conspiradores por vocación, que necesitan la excitación del secreto y la urdimbre de siniestros planes para hacerse con el poder». Cabello, por tanto, y quienes pudieran estar conspirando en 1991 o 1992 para establecer una dictadura derechista, no hacían otra cosa que repetir una larga historia de abuso militarista en el país.
Pero es que, seguramente, las asonadas de 1992, ambas fracasadas, sirvieron para todo lo contrario de lo que Cabello dice. En 1993, después del abuso del 4 de febrero, hubo un amago derechista de golpe de Estado, cuyo líder era el Vicealmirante Radamés Muñoz León, quien por aquellos días decía: “Yo me voy a encargar personalmente de llevar preso a Caldera a Fuerte Tiuna, desnudo y amarrado en un camión de estacas, si se niega a reconocer el triunfo de Oswaldo Álvarez Paz”. Si acaso, entonces, la aventura golpista de 1992 sirvió para excitar el golpismo de derecha.
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Cabello ha aportado también, inadvertidamente, una admisión invalorable. En sus declaraciones a Venezolana de Televisión, dijo: «El 4 de febrero nosotros salimos solos. No nos dio tiempo de que saliera el pueblo». Por supuesto; los conspiradores no sólo no tenían la autorización del pueblo para sublevarse, sino que jamás lo tomaron en cuenta. El régimen establecido en febrero de 1999, que se llena la boca con la palabra pueblo, en verdad no lo toma en cuenta para decidir ni sus aciertos ni sus atropellos. En 1998, el Movimiento Quinta República anunció que introduciría una convocatoria a referendo sobre la elección de una constituyente por iniciativa popular; así lo permitía el Artículo 181 de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política, luego de la reforma de diciembre de 1997. A mitad de camino de la campaña electoral, el MVR entendió que Chávez ganaría la Presidencia con los votos, según pronosticaban todas las encuestas, y entonces se dejó de eso. ¿Para que molestarse en movilizar la iniciativa popular si Chávez podría fácilmente convocar el referendo mediante un simple decreto, como finalmente ocurrió? Más de una vez durante la última década, Chávez ha recibido de miembros del pueblo, en alguno de sus innumerables espectáculos, algún reclamo; entonces se molesta y bloquea la petición diciendo que él es el líder de la revolución, que él sabe lo que hace. El pueblo no debe cuestionar su conducción del «proceso».
El pueblo es el titular del derecho de rebelión. La Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776) lo formuló con precisión: “…cuando cualquier gobierno resultare inadecuado o contrario a estos propósitos—el beneficio común y la protección y la seguridad del pueblo, la nación o la comunidad—una mayoría de la comunidad tendrá un derecho indudable, inalienable e irrevocable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, del modo como sea considerado más conducente a la prosperidad pública”. (Sección Tercera). Cuarenta días antes de los hechos del 11 de abril de 2002, escribí en un artículo que me solicitara la revista Zeta:
…el sujeto del derecho de rebelión, como lo establece el documento virginiano, es la mayoría de la comunidad. No es ése un derecho que repose en Pedro Carmona Estanga, el cardenal Velasco, Carlos Ortega, Lucas Rincón o un grupo de comandantes que juran prepotencias ante los despojos de un noble y decrépito samán. No es derecho de las iglesias, las ONG, los medios de comunicación o de ninguna institución, por más meritoria o gloriosa que pudiese ser su trayectoria. Es sólo la mayoría de la comunidad la que tiene todo el derecho de abolir un gobierno que no le convenga. El esgrimir el derecho de rebelión como justificación de golpe de Estado equivaldría a cohonestar el abuso de poder de Chávez, Arias Cárdenas, Cabello, Visconti y demás golpistas de nuestra historia, y esta gente lo que necesita es una lección de democracia.
No hay modo, pues, de justificar el alzamiento del 4 de febrero de 1992, cuya celebración se prepara con insolentes, peligrosos y costosísimos vuelos de aviones de combate, desde hace varios días, sobre la capital de la República. Chávez y sus compinches no eran la mayoría de la comunidad; de hecho, las encuestas de la época mostraban un rechazo mayoritario a Carlos Andrés Pérez, pero también, muy explícitamente, un repudio a cualquier acto de fuerza para resolver el problema de su gobierno. La asonada de febrero del 92 no fue más que un intento fallido de usurpación del sagrado derecho popular.
Hugo Chávez recordará un desayuno en las oficinas de la agencia publicitaria J. Walter Thompson, al que fuera invitado por Roberto Coimbra durante la campaña de 1998. Luego de concluir su resbaladiza retórica, tomé la palabra para señalarle que no era de él, ni de sus camaradas delincuentes, el derecho de rebelarse. En esa ocasión optó por eludir mi planteamiento («Águila no caza moscas») y se me acercó al término de la reunión en compañía de William Izarra, quien le servía entonces como edecán de seguridad. Me entregó una tarjeta con un número de teléfono celular y me dijo que quería conversar conmigo. Ya le dije en aquel momento que, si persistía en la glorificación de su abuso, no teníamos nada que conversar.
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Cabello ha procurado añadir, dos décadas después de la intentona en la que participó y le ha valido poder y riqueza, un nuevo argumento. Así ha sido la explicación del criminal hecho; cada cierto tiempo, los golpistas de 1992 ofrecen una nueva coartada.
En su innecesario artículo semanal (Las líneas de Chávez, que ya no escribe), el Presidente de la República reincidió el 28 de marzo de 2010 en su particular interpretación de los acontecimientos del 27 y 28 de febrero de 1989. Así escribió: “En 1989 se cometió el más grande genocidio de la historia de Venezuela del siglo XX. El más sistemático y criminal ejercicio de terrorismo de Estado se desarrolló en los primeros días de marzo, luego de que la rebelión se había apagado. El genocida mayor es Carlos Andrés Pérez, pero no el único: reos de genocidio serán, por toda la eternidad, los personeros de su Gobierno, los cogollos de AD y Copei, los integrantes del Alto Mando Militar para aquella fecha, las cúpulas de Fedecámaras y Consecomercio, los dueños de los latifundios mediáticos y pare usted de contar”. José Vicente Rangel sostuvo antes, por cierto, una versión enteramente opuesta: “Más allá de fallas, errores e incluso abusos, la posición de las FF. AA., institucionalmente hablando, con motivo de los acontecimientos del 27 de febrero, ha sido altamente positiva. Fue el único organismo del Estado que respondió cuando imperaba el caos. Y respondió con espíritu democrático, encarnando un liderazgo responsable, reivindicando no sólo la noción de orden público, sino de justicia y honradez”. Eso escribía el 20 de marzo de 1989.
Como siempre, Chávez distorsiona los hechos para acomodarlos a su conveniencia. Una descripción análoga a la citada le servía, luego de su salida del Penal de Yare, para justificar su alzamiento del 4 de febrero de 1992. Chávez dijo reiteradamente, en entrevistas, en reuniones, en declaraciones, que él y sus compañeros habían intentado derrocar al gobierno de Venezuela porque Carlos Andrés Pérez había ordenado al Ejército volver sus fusiles contra el pueblo en febrero de 1989, contra la explícita condena del Libertador, que había declarado la posibilidad abominable. Para la época de su prisión en Yare, sin embargo, Hugo Chávez ya había admitido que “su grupo” conspiraba desde hacía al menos nueve años (desde el bicentenario de la muerte de Bolívar; de allí el nombre de su club de maquinaciones: MBR 200, Movimiento Bolivariano Revolucionario 200). Por tanto, para el 27 y 28 de febrero de 1989, la intención de tomar el poder por la fuerza ya estaba formada varios años antes. Mal podía presentarse, como pretexto para el golpe fallido del 4 de febrero de 1992, algo que no pudo tener nada que ver con la conformación de su logia conspirativa.
Antes había ofrecido otras explicaciones. El ex comandante Chávez argumentaba a la revista Newsweek a comienzos de 1994 que el artículo 250 de la Constitución Nacional prácticamente le mandaba a rebelarse. Lo que el artículo 250 estipulaba es que en caso de inobservancia de la Constitución por acto de fuerza o de su derogación por medios distintos a los que ella misma disponía, todo ciudadano, independientemente de la autoridad con la que estuviera investido, tendría el deber de procurar su restablecimiento. Pero con todo lo que podíamos criticar a Carlos Andrés Pérez en 1992, y aun cuando estábamos convencidos de que lo más sano para el país era su salida de Miraflores, ni Pérez había dejado de observar la Constitución en acto de fuerza, ni la había derogado por medio alguno. Todas las cosas que le eran censurables a Pérez tenían rango subconstitucional. Si hubiera tenido Chávez algún respeto por la Constitución de 1961, habría debido observar escrupulosamente sus artículos 119 y 120, que decían: “Toda autoridad usurpada es ineficaz, y sus actos son nulos”, y “Es nula toda decisión acordada por requisición directa o indirecta de la fuerza, o por reunión de individuos en actitud subversiva”. Aquella declaración a la revista estadounidense fue uno de los primeros intentos de manipulación y distorsión que Chávez ofreciera; el mismo artículo 250 que aducía para justificar su abuso de poder rezaba: “Esta Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza…”
También dijo Cabello algo realmente descarado. Reporta El Universal: «Sostuvo que no hubo ambiciones personales entre los motivos de quienes participaron en la rebelión militar del 4 de febrero de 1992». Por supuesto que no; gobernar hasta 2021 o 2031 no es una ambición, sino el desprendimiento de las almas generosas que se alzaron hace veinte años.
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Uno de los más graves errores del segundo gobierno de Rafael Caldera fue dictar el sobreseimiento de la causa penal contra los cabecillas del 4 de febrero, recluidos en Yare. Lo correcto desde el punto de vista legal hubiera sido que los golpistas de 1992 hubieran purgado la condena exacta que las leyes prevén en materia de rebelión. Su liberación fue una lección retorcida y terrible: “No se preocupe; álcese usted, mate a unos cuantos venezolanos. Después de un breve confinamiento lo pondremos en la calle. Si quiere, hasta le daremos un puesto en el gobierno”. (Rafael Caldera confió a Francisco Arias Cárdenas la dirección del Programa Materno-Infantil, un proyecto asistencial de su segundo gobierno).
En estricto sentido, el ex comandante Chávez y sus compañeros de la cuarta madrugada de febrero abusaron de nosotros. El ex comandante Chávez actuó como cirujano. La imagen del 4 de febrero como acto quirúrgico ha entrado hace tiempo en nuestras cabezas, pero el pequeño grupo de militares que participaron en la acción, independientemente de la pasión que lo animaba, abusó del pueblo venezolano. Porque es que ningún cirujano tiene derecho a intervenir sin el consentimiento del paciente, a menos que éste se encuentre inconsciente y, por tanto, privado de su facultad de decidir si se pone en las manos del cuchillero. Y el pueblo venezolano no estaba inconsciente y el ex comandante Chávez no nos consultó sobre la operación y nosotros no le autorizamos a que lo hiciera. Chávez, Arias Cárdenas y Cabello quisieron resolver quirúrgicamente la remoción del tumor, sin autorización de nadie e ignorando, a pesar de que había sido dicho bastantes veces, que todavía existían los medios clínicos, los procedimientos médicos para el mismo objetivo.
Hace exactamente veinte años (3 de febrero de 1992) que el diario El Globo, veinticuatro horas antes del golpe, publicara mi artículo Basta:
Basta de paquete. Basta de financiarle sus campañas extranacionales. Basta de mermas al territorio. Basta de megaproyectos, sociales o económicos. Basta de megaocurrencias. Basta de megalomanía. Usted, señor Pérez, que hace no mucho ha tenido la arrogancia de autotitularse patrimonio nacional, tiene toda la razón. Usted sí es patrimonio nacional, historia nacional, cruz y karma nacionales. Por tanto es a nosotros a quienes corresponde decidir qué hacer con Ud. Por de pronto, no queremos que siga siendo Presidente de la República.
Desde el 21 de julio de 1991, cuando El Diario de Caracas publicara mi Salida de estadista, procuré convencer en unos tres o cuatro artículos más acerca de la conveniencia de una renuncia de Carlos Andrés Pérez, una salida civil:
El Presidente debiera considerar la renuncia. Con ella podría evitar, como gran estadista, el dolor histórico de un golpe de Estado, que gravaría pesadamente, al interrumpir el curso constitucional, la hostigada autoestima nacional. El Presidente tiene en sus manos la posibilidad de dar al país, y a sí mismo, una salida de estadista, una salida legal.
No es verdad que la única solución era el alzamiento inconsulto y criminal. Desde entonces tengo una culebra personal con Chávez y sus secuaces; bastante sacrificio personal y privaciones a mi familia representó mi prescripción de la renuncia de Pérez, a la que se sumaron, sólo después de la cuarta madrugada de febrero, Rafael Caldera, Arturo Úslar Pietri y Miguel Ángel Burelli Rivas, entre otros.
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Los militares tienen, como todos nosotros, cuarenta y seis cromosomas en su dotación genética. Son gente, como todos nosotros. Como entre nosotros, algunos de ellos son excepcionales personas, nobles, heroicos. Como entre nosotros, se encuentra en ellos alguna personalidad delincuente, inmoral, enferma. La mayoría de ellos, como la mayoría de nosotros, es gente común, ni santa ni delictiva.
Tengo amigos militares y hasta un compadre militar. Entiendo la importancia de su función y la defiendo—así lo hice en el seminario Seguridad, Defensa y Democracia de la Universidad Simón Bolívar, en 1980—cuando se trata de protegernos de agresiones exteriores, como la de Cuba en los años sesenta. Fui conferencista invitado en el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Militar, así como en la Escuela Superior de Guerra y en la Escuela Superior de Guerra Naval. Me cupo el honor de ser nombrado asesor ad honorem en dos secretarías del incipiente Consejo Nacional de Seguridad y Defensa (1976-1979). No tengo nada en contra de la actividad militar. Me opongo al militarismo, no a los militares; me opongo a su salida de los cuarteles para entrometerse en la función civil. De esto hemos tenido demasiado en Venezuela, y es de la mayor importancia corregir la viciosa distorsión que Hugo Chávez ha producido en la noble tarea castrense. Hay que indignarse ante esta aberración.
Ahora vuelve a celebrar su abuso de 1992, ahora vuelve a una glorificación que no es otra cosa que autobombo, alimentador del más asqueroso culto a la personalidad que haya ocurrido en Venezuela. Ahora continúa en su distorsión de la historia para que su crimen sea absuelto.
El historiador Will Durant escribió en The Pleasures of Philosophy lo siguiente:
Quizás la causa de nuestro pesimismo contemporáneo es nuestra tendencia a ver la historia como una turbulenta corriente de conflictos—entre individuos en la vida económica, entre grupos en política, entre credos en la religión, entre estados en la guerra. Éste es el lado más dramático de la historia, que captura el ojo del historiador y el interés del lector. Pero si nos alejamos de ese Mississippi de lucha, caliente de odio y oscurecido con sangre, para ver hacia las riberas de la corriente, encontramos escenas más tranquilas pero más inspiradoras: mujeres que crían niños, hombres que construyen hogares, campesinos que extraen alimento del suelo, artesanos que hacen las comodidades de la vida, estadistas que a veces organizan la paz en lugar de la guerra, maestros que forman ciudadanos de salvajes, músicos que doman nuestros corazones con armonía y ritmo, científicos que acumulan conocimiento pacientemente, filósofos que buscan asir la verdad, santos que sugieren la sabiduría del amor. La historia ha sido demasiado frecuentemente una imagen de la sangrienta corriente. La historia de la civilización es un registro de lo que ha ocurrido en las riberas.
Eso es lo que hace un pueblo. Hugo Chávez, con todas sus pretenciosas ínfulas de una intelectualidad de la que carece, es alérgico a la civilización. LEA
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Para descargar este artículo en .pdf: Celebración de un abuso homicida
LEA:
Tus análisis y comentarios, que contrarían el común aforismo “no existe aquello de lo que no se habla”, me incitan las siguientes consideraciones:
1) Hacer uso de un apellido personal para adjetivar a una institución fundamental y profesional como son las FF.AA. es provocar una distorsión conceptual y operacional de su razón de ser.
2) El intento de militarizar al Poder Ejecutivo, a los otros poderes constitucionales y al partido del gobierno no puede resultar sino en trágicas situaciones, tal como la ocurrida en Port Said, Egipto, a principios de esta semana. En ella, el enfrentamiento entre los fanáticos de dos equipos de fútbol degeneró en una masacre con 74 víctimas y más de mil heridos. La tragedia, a su vez, propició nutridas manifestaciones públicas en Cairo y Suez, las cuales tuvieron como eje central la acusación contra el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de ser el instigador directo de la violencia, al tener en la mira a los partidarios de uno de los dos equipos, quienes fueron protagonistas de las manifestaciones en la Plaza Tahrir durante 2011 contra el entonces presidente general Mubarak.
3) Detrás del diseño de la militarización de la sociedad, pienso encontrar trazas del fantasioso e incoherente—pero no por eso menos cautivador para algunos—pensamiento del sociólogo argentino Norberto Ceresole. En efecto, ahora que me viene a la mente su trayectoria personal e intelectual, no puedo dejar de referirme a la carta enviada, a principios del siglo 21, a un diario caraqueño, por la máxima líder de las “Madres de la Plaza de Mayo”, Hebe de Bonafini, en la cual su autora acusaba a Ceresole de haber sido colaborador de la Junta Militar argentina.
4) Como bien señalas, con tenacidad ininterrumpida, que el ejercicio de la política amerita un diagnóstico y tratamiento clínico, sugiero a tus lectores la relectura, como una nueva dosis de vacuna, del libro de Ceresole titulado «Caudillo, Ejército y Pueblo» (1999)
(http://www.vho.org/aaargh/espa/ceres/Venezuela2000.html)
Reflexionar sobre el concepto ceresoliano de la “posdemocracia”, más que contribuir a intoxicarnos con el mismo, puede servir como conjunto de antígenos, los cuales, una vez ingeridos intelectualmente, provoquen la generación de anticuerpos como defensa ante amenazas patógenas.
Tu mención de Ceresole en el contexto de la celebración oficialista de mañana, junto con la ocurrencia presidencial de bautizar a los militares venezolanos con su apellido, es de un todo pertinente. Uno pudiera esperar que, de seguir en el poder, la Presidencia de la República introduciría un nuevo proyecto de enmienda para referirse a nuestro Estado como la República Chaviana de Venezuela, al haberse igualado de un todo con el Libertador. A fin de cuentas, es de Ceresole la receta Caudillo, Ejército y Pueblo. El caudillo es acá chavista, y asegura que el ejército lo es; sólo falta consagrar constitucionalmente que la nación también.
En efecto, Ceresole era un militarista de larga data, un neofascista de la peor calaña. Defendía por escrito en 1995, por supuesto, el golpe del 4 de febrero de hace veinte años, como antes asesoró al golpista peruano Velasco Alvarado y a su compatriota Aldo Rico, entre otros. Era, naturalmente, peronista, pero aquí Chávez tiene que representar él solo los dos papeles de Juan Domingo y Evita, al no tener consorte.
No es de extrañar que Ceresole negociara con la Junta Militar de Argentina, la de las decenas de miles de muertos, torturados y desaparecidos. Eric Hoffer describió con precisión—The True Believer, 1951—cómo los fanáticos mudan fácilmente de causa con tal de preservar su fanatismo.
Al concluir los trabajos de la Asamblea Constituyente de 1999, se le conminó a abandonar nuestro país. Él dijo haber sido amenazado por Jesús Urdaneta, entonces Director de la DISIP, pero por propia admisión se fue con diez mil dólares que le diera Luis Miquilena. Murió a sus sesenta años en Argentina, entre los primeros de una ristra de chavistas notables que han venido falleciendo. Quizás muera pronto otro.
Creo, como tú, que contemplar la locura es una actividad profiláctica.
De los temas más escabrosos en la Venezuela de estos tiempos, digamos de 1992 a la fecha, es el militar. Lo sucedido el 4 de Febrero fue también una respuesta al sentido de poder político del Ejército, más que las otras ramas o componentes. Chávez y sus conmilitones golpistas habían sido egresados de la promoción Simón Bolívar 2, y eran los primeros en obtener el título de Licenciado en Ciencias y Artes Militares, nombre rebuscado por cuanto en lo militar no hay ni ciencia ni arte, es la barbarie educada. Esta promocion es el resultado de haberse acordado en el gobierno de Rafael Caldera, siendo Enrique Perez Olivares Ministro de Educación, el Programa Andrés Bello, como respuesta a la solicitud de crear la Universidad Militar. Se optó por otorgar a los egresados de la Academia Militar un título universitario, para lo cual fue requerido para ingresar el título de bachiller, bien en humanidades o ciencias. Ello implicaba un nuevo programa académico con un fuerte contenido militarista y de realce de la figura de Simón Bolívar. El Ejército adopta el lema FORJADOR DE LIBERTADES, y asume la Direccion de la Academia Militar un General Osorio, el cual Chávez recuerda con mucho afecto. (Creo que lo nombró embajador en Canadá). Los profesores civiles fueron paulatinamente retirados de la Academia y sólo hoy día pueden ser profesores militares activos. En todo caso, se ha venido conformando una línea de pensamiento en el cual el poder civil es subsidiario del militar. Chávez ha intentado llevar a la práctica esta idea. Y ademas la Constitucion de 1999 tiene un gran sesgo militarista, segun confesó Herman Escarrá, connotado miembro de la ASAMBLEA CONSTITUYENTE, en un Foro en IFEDEC.
Chávez les entregó a los militares a PDVSA, donde tienen el mando gerencial medio, CADIVI, FONDENE, la Empresas de Guayana, y en innumerables cargos públicos. Y ahora la Asamblea Nacional. El tema militar, sea hoy día quizás el principal problema político del país, al cual hay que enfrentarlo en el terreno de las elecciones y de más y mejor democracia. ¿Podrá el Gobierno de la MUD desmontar este esanmble? Veremos……
La Constitución comentada por Escarrá es aquella de la que dice la Mesa de la Unidad Democrática (Lineamientos para el Programa de Gobierno de Unidad):
La base normativa fundamental para el nuevo gobierno es la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la cual calificamos como una Constitución democrática, respetuosa del Estado de Derecho y de los derechos humanos. Ella representa no sólo el punto de partida ineludible desde la perspectiva de la validez y vigencia formal de las normas, aunado ello a su ratificación popular, sino también una plataforma jurídica aceptable para el despliegue de las políticas de un gobierno democrático. Permite el funcionamiento de instituciones democráticas y garantiza los derechos humanos.
De modo que no esperes que un gobierno de la MUD, que de todos modos no es en ningún caso probable, desmontaría la armazón militarista impuesta por Chávez, si es que el Escarrá sobreviviente tuviese razón.
Tengo, sí, más estima que la que muestras por la formación militar. La mayoría de los militares de carrera es gente culta, y hay mucho de ciencia y de arte en lo militar. Las técnicas de programación del camino crítico (CPM y PERT), por mencionar sólo un ejemplo, fueron desarrolladas en el ámbito militar antes de extenderse a la gerencia civil. Una cosa son los militares y lo militar (una actividad tan necesaria como digna) y otra cosa es la patología del militarismo.
Como señalas al inicio, normalmente la versión más difundida de la «verdad» es la del vencedor y agregaría: aquella que surge desde el poder.
Es una burla muy grande y descarada el calificar al atropello del 4 de febrero del 92 como un movimiento cívico-militar, cuando fue dirigido por una minoría que movilizó tropas bajo engaño y sin contar con ningún apoyo o respaldo civil ni popular.
Es una deshonra para las FFAA que los alzados nos impongan celebrar la traición de su juramento de servir a la patria y de respetar a la constitución y las leyes y que produjo la muerte de más de 100 personas (un delito que no ha sido juzgado TODAVÍA, «perdonados», pero no sometidos a juicio, cometido por quienes disponían del monopolio de las armas de guerra, en contra de poderes públicos y de un pueblo indefenso, lo que constituye un acto de cobardía).
Hoy pretenden cumplir con el objetivo que se fijaron los alzados del 4 de febrero y es el de instituir una dictadura militar a la cubana. Nosotros, los ciudadanos de este país, tenemos la palabra para seguir impidiendo el logro de ese objetivo de encadenar la voluntad, el pensamiento y la felicidad de un pueblo, tal y como lo ha hecho la dinastía Castro en Cuba por más de 50 años.
La versión oficial de la historia debe ser vista con desconfianza, y más una que utiliza técnicas goebbelianas de desinformación, que le permite la hegemonía comunicacional y de sobresaturación y abuso, por las interminables cadenas y propagandas que hacen apología de hechos delictivos y de violación de DDHH fundamentales.
Es un deber ciudadano, y más si se tiene un compromiso democrático, el divulgar los hechos que realmente sucedieron y escribir una versión de la historia independiente de la interesada que se promueve desde el poder. Esta posibilidad de disenso del ciudadano de la versión oficial es lo que permite calificar a una sociedad de civilizada y democrática.
Te felicito por esta labor formativa y de registro histórico que has realizado en este blog.
Te he oído decir que la única forma de contrarrestar la historia que se hace desde el poder es hacerla desde la voz del ciudadano. Ésa es la fórmula precisa. Gracias por el aprecio y el estímulo.
Mencionas a Fidel Castro; debo a Alicia Sanz el texto de una nota recibida por Carlos Andrés Pérez, la que fuera publicada por el diario 2001 el 5 de febrero de 1992, al día siguiente de la asonada:
Estimado Carlos Andrés:
Desde horas tempranas del día de hoy cuando conocimos las primeras informaciones del pronunciamiento militar que se está desarrollando, nos ha embargado una profunda preocupación que empezó a disiparse al conocer de tus comparecencias por la radio y la televisión y las noticias de que la situación comienza a estar bajo control.
En este momento amargo y crítico, recordamos con gratitud todo lo que has contribuido al desarrollo de las relaciones bilaterales entre nuestros países y tu sostenida posición de comprensión y respeto hacia Cuba.
Confío en que las dificultades sean superadas totalmente y se preserve el orden constitucional, así como tu liderazgo al frente de los destinos de la hermana República de Venezuela.
Fraternalmente,
Fidel Castro Ruz
De esto no quieren acordarse ni el mantenedor ni el mantenido.