El suscrito no tiene modo de evaluar las condiciones atmosféricas en ambientes oficialistas. Prácticamente todo aquél que conoce y trata habitualmente es partidario de Capriles Radonski y se propone votar por él cuando llegue el próximo domingo 7 de octubre. Sólo puedo certificar, por consiguiente, que la campaña del candidato de oposición ha logrado crear entre sus seguidores una atmósfera de triunfo a punta de los datos de una encuestadora (Consultores 21), la ambigüedad de otra—Datanálisis: «Pueden ocurrir cambios», después de reportar una ventaja de 10 puntos para Chávez—, cálculos de las implicaciones del «voto oculto» de 2,4% reportado por la primera, y todo género de argumentos cualitativos: «Soy el único caraquista que ha llenado el estadio del Magallanes».
Esto es en sí un éxito; que el capriloradonskismo haya logrado suscitar ese clima triunfal es un logro considerable. La campaña de Capriles ha ganado momentum en las últimas semanas, y ya estima que puede considerársele Presidente electo. Puede ser, pero si llegare a ganar el candidato del gobierno, como parece medir la mayor parte de las encuestadoras de cierta reputación, la depresión post partum (¿post abortus?) del 8 de octubre será mayor en la medida en que esa climatología opositora se consolide y crezca más todavía.
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Ciertamente, Hugo Chávez ha desarrollado la peor de sus campañas, y no sólo por sus limitaciones físicas; ha sido repetitiva, lamentablemente ideológica y por eso mismo anacrónica. Vuelve a prometer lo prometido con redoblada cursilería: «Construir esta Patria para que tú, compatriota, hombre, mujer, madre, padre, joven, niña, niño venezolano y venezolana puedas vivir bien, con justicia y dignidad es lo que anima mi lucha y es una de las principales razones que tengo para vivir, junto a mis seres más queridos, mi hijo, mis hijas, mis padres». (Propuesta del Candidato de la Patria Comandante Hugo Chávez para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019).
Pero quien se le enfrenta dice cosas parecidas; quiere consagrar las misiones en una ley y asegura que no sacaría a Venezuela del pacto chavista del ALBA (tal vez no le cambiaría el nombre al antiguo hotel Hilton), y dice: «Yo quiero ser Presidente para construir un país, no un partido». (Ñapa: sin insultar).
Ambos candidatos debieran percatarse de que los países o patrias tienen la mala costumbre de construirse a sí mismos, muchas veces a pesar de los gobiernos: «…mujeres que crían niños, hombres que construyen hogares, campesinos que extraen alimento del suelo, artesanos que hacen las comodidades de la vida, estadistas que a veces organizan la paz en lugar de la guerra, maestros que forman ciudadanos de salvajes, músicos que doman nuestros corazones con armonía y ritmo, científicos que acumulan conocimiento pacientemente, filósofos que buscan asir la verdad, santos que sugieren la sabiduría del amor». (Will Durant, Los placeres de la filosofía).
Es eso tarea del enjambre ciudadano, no del Estado; lamentable es que los presidentes y candidatos se entiendan de modo tan poco modesto, como jefes del país, como épicos «conductores de pueblos». («Porque aquel que pretenda gobernar sobre un país…»; Henrique Salas Römer, diciembre de 1997). La misión de un presidente es la de dirigir la administración pública nacional para resolver o aliviar los problemas públicos de su ámbito; el Presidente de la República no es nuestro jefe; somos nosotros quienes debemos mandarle.
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Tengo rato sintiendo que un eventual triunfo de la candidatura «socialista» será por una diferencia relativamente moderada. («…si, como parece irremediable, Chávez ganare el 7 de octubre, sería más sano que no sacara demasiada ventaja a Capriles y que su propia votación resultara disminuida mientras la abstención, signo de inconformidad con los dos polos, fuese de proporción cercana a la que los candidatos recaben. Por ejemplo, Chávez 38%, Capriles 32%, abstención 30%». ¿Una tragedia inescapable?, 5 de julio de 2012). Esto es, quisiera ver a Chávez por debajo de 40% y una manifestación vigorosa de insatisfacción con ambas versiones de la película en blanco y negro con la que la polarización pretende retratar a Venezuela.
Puedo equivocarme, por supuesto: «Consideraré mis apreciaciones y dictámenes como susceptibles de mejora o superación, por lo que escucharé opiniones diferentes a las mías, someteré yo mismo a revisión tales apreciaciones y dictámenes y compensaré justamente los daños que mi intervención haya causado cuando éstos se debiesen a mi negligencia». (Código de conducta, 24 de septiembre de 1995). Pero si llegare a producirse el resultado que mi ojo clínico me permite presumir, habrá comenzado un tiempo de trabajo más arduo y mejor encaminado.
Creo que después del 7 de octubre habrán mejorado las condiciones para una necesaria distensión. Hace rato que ya no oímos «¡Exprópiese!» Apartando la disminución de sus fuerzas físicas, el Presidente de la República ha comenzado a notar que no cuenta con gerentes capaces en número suficiente dentro de su gobierno, que cada estatización—después del millar que ha ordenado—es un nuevo escaparate en un lomo recargado, que hasta Cuba se abre tímidamente a la iniciativa privada, que su socialismo no puede funcionar y sólo le queda definirlo de otra manera menos marxista para preservar la etiqueta en la que tanta propaganda ha invertido.
En cualquier caso, Venezuela no se extingue el 7 de octubre, y los que se han fajado en la aventura capriloradonskista también serán mejores si son humildes:
Hace unos días, en un sorprendente ejercicio de lucidez, por lo demás habitual en él, el Dr. Ramón J. Velásquez dibujó con hábil pincel grueso el trayecto histórico que nos ha traído a este insólito momento. Con toda la intención trazó la rúbrica de cierre: “El resultado de todo esto es que el país está dividido”. ¿Unir a “la oposición”, cuando la mitad de la nación no le está afiliada, sería la estrategia adecuada? Tal vez, pero la tarea política profunda es la de unir a ese país dividido. Es imposible completarla con altanería. (Principal virtud. Carta Semanal #320 de doctorpolítico, 19 de febrero de 2009).
Sería verdaderamente sorpresivo que Capriles resultase electo el 7 de octubre pero, como decía mi mentor y amigo Yehezkel Dror, en el mundo actual «la sorpresa se ha hecho endémica». Ya es parte del cambio climático. LEA
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