Carisma

El llanto de un pueblo

 

    No llores por mí, Argentina – Paloma San Basilio

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La editorial Libros Marcados concibió, a mediados de 2005, un libro a construir de colaboraciones de varios autores; su nombre fue Chávez es derrotable. Fui invitado a someter uno de sus capítulos y lo llamé Tío Conejo como outsider. (Más tarde, el 20 de julio de 2006, reproduciría su texto como artículo principal de la Carta Semanal #195 de doctorpolítico). Allí dije de Hugo Chávez:

…ha adquirido una estatura mundial que, independientemente de su corrección, es superior a la de cualquier candidato emergido o emergente y a la de cualquier otro presidente venezolano de la historia, en verdad segunda sólo tras la de Bolívar. Si Chávez muriera mañana, habrá dejado un hondo y extenso recuerdo en el mundo entero, y una empatía global con su trayectoria y sus posturas se convertiría en una amplificación y diseminación de ellas. A Chávez hay que mantenerlo vivo.

Volví a citar esas palabras el 30 de junio de 2011, minutos después de que el presidente Chávez anunciara a Venezuela y el mundo, desde La Habana, que padecía la enfermedad de los cancerosos. Impulsado por una admiración urgente, opiné entonces en Chapeau, Monsieur le President:

El discurso que transmitiera hoy desde La Habana es posiblemente el mejor discurso de su vida; con seguridad, el mejor que le he escuchado. Fuerte, franco, sintético, convincente, elegante. Con él habrá galvanizado a su favor a una holgada mayoría de venezolanos. Si las elecciones presidenciales fueran mañana, las ganaría de calle.

Y es que había visto a un hombre valeroso admitir con sobria seriedad la gravísima dificultad que enfrentaba. Por supuesto, la simpatía con el líder enfermo no llegaba a anular mis diferencias con su concepción política, de modo que así cerré mi reconocimiento:

…me sumo a quienes le han hecho llegar con sinceridad mensajes que auguran su recuperación. Desde mi mayor honestidad le deseo salud. Prefiero tenerlo vigoroso cuando se exhiba eficazmente, con la mayor claridad, lo equivocadas que son sus concepciones. Usted está en el error, pero sería mezquino si no admitiese que su equivocación es hermosa.

………

Hugo Chávez Frías fue un hombre equivocado: «el gobierno presidido por el ciudadano Hugo Rafael Chávez Frías se ha mostrado evidentemente contrario a tales fines [la prosperidad y la paz de la Nación], al enemistar entre sí a los venezolanos, incitar a la reducción violenta de la disidencia, destruir la economía, desnaturalizar la función militar, establecer asociaciones inconvenientes a la República, emplear recursos públicos para sus propios fines, amedrentar y amenazar a ciudadanos e instituciones, desconocer la autonomía de los poderes públicos e instigar a su desacato, promover persistentemente la violación de los derechos humanos, así como violar de otras maneras y de modo reiterado la Constitución de la República e imponer su voluntad individual de modo absoluto». (Proyecto de Acta de Abolición, 5 de marzo de 2002).

No es la primera vez en la historia que la hermosura de una causa digna se acompaña del error, que un conductor puede entusiasmar multitudes con una prédica despistada. Con frecuencia, está motivada por una pasión genuina. Girolamo Savonarola (1452-1498) predicaba fieramente y con razón en Florencia, contra la corrupción de la iglesia y las costumbres. Patrullas de jóvenes organizadas por él fueron casa por casa para recoger ostentosos objetos, que iban desde cosméticos hasta obras de arte, pasando por vestidos, libros e instrumentos musicales. Los quemarían luego en una inmensa hoguera de las vanidades en la plaza principal. Era Savonarola un orador mesiánico y carismático, que creía que Dios le hablaba y le pedía que hiciera cosas, y pretendió instaurar una democracia teocrática y un modo de vida en extremo puritano. Para él era malo ser rico, pero la bondad compulsiva no fue aceptada por la mayoría, y él no sabía que no se puede restaurar la moral de la noche a la mañana y que no se la puede forzar mediante decreto. La misma ciudad que dominó a partir de 1492—el mismo año en el que, sin intención, Colón descubría un mundo desconocido—lo llevó a la hoguera cuando el genovés hizo el viaje que lo trajo a Macuro y las bocas del Orinoco.

Tal vez Chávez escapó a un riesgo análogo con su enfermedad. Poco antes de anunciar su deceso, Nicolás Maduro sugirió que su mortal dolencia había sido inducida por mano enemiga, y ya la especie ha sido recogida y repetida por Mahmoud Ahmadinejad. Es muy irresponsable vocear esa sospecha—como la del envenenamiento de Bolívar y la detonación del terremoto de Haití por arma secreta—y quejarse antes de la siembra de rumores que surgieron en una sociedad desinformada y tensa. Sin duda, Chávez suscitó enemistades acérrimas, capaces de conspirar contra él, recomendar que se le diera un tiro y procurarlo. Ayer se celebró con júbilo en Doral, suburbio de Miami, la muerte de Chávez. Nada más execrable que ese horroroso festejo, nada más idiota; además de su bajísima humanidad, provee munición a Maduro que justifica su línea dura. Entre todos los mandatarios del mundo que ayer expresaron su luto por Chávez, Barack Obama destacó con un mensaje cicatero, quizás porque el Vicepresidente de la República, poco antes de participarnos la muerte de su jefe, anunció la expulsión inmediata de un agregado militar de la embajada de los Estados Unidos. Es de la dinámica de una radical enemistad la causación simétrica de profecías autocumplidas.

El 21 de junio de 2000, atendí la petición de British Petroleum Exploración de Venezuela; sus directivos querían entender a Chávez y solicitaron mi interpretación. Ya entonces les propuse:

The appearance of an unforeseen mutant and sterile powerful leader (The Mule), in the second volume of Isaac Asimov’s trilogy Foundation, can serve as a metaphor for understanding Chávez’ phenomenon. It may be sterile in the sense of not being able to produce a successor with his same features.

En Chapeau, Monsieur le President, expresé la misma idea: «…no logro ver el hombre o mujer que dentro de sus filas pudiera ser el primer albacea de su herencia, así que el término de su revolución sería sólo asunto de tiempo más bien breve, aunque se pusiera en práctica la usurpación violenta del poder que el hermano mayor ha previsto como posible camino». Nicolás Maduro no calza los zapatos de su líder; él mismo no lo pretende. Hasta ahora se ha mostrado como émulo de Chávez en sus más iracundas expresiones, que fueron la raíz de su equivocación. Anoche recibió, por fin en tono conciliatorio, los buenos deseos del comunicado opositor que leyera Henrique Capriles Radonski.

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En 1992, como aún ahora, había una pobreza desmedida en Venezuela. La había en 2002, cuando Fedecámaras y la Confederación de Trabajadores de Venezuela firmaron un pacto para el gobierno que sucedería al derrocamiento de Hugo Chávez. El 14 de junio de ese último año, completé unos apuntes sobre la gesta deforme de Pedro Carmona (Tragedia de abril). Allí se lee:

Mucho se ha dicho que Chávez ha sido el gran aglutinante de la oposición, y algunos comentaristas extienden este benéfico efecto hasta los confines de la “sociedad civil”. Pero lo cierto es que el efecto neto de Chávez ha sido divisivo. No en balde el segundo objetivo del acuerdo Fedecámaras-CTV rezaba: “Queremos una sociedad unida e inclusiva”. Esto es, el diagnóstico revelaba con alarma la existencia de una profunda división de la sociedad venezolana: de un lado, la mayoritaria masa empobrecida; del otro, el “escuálido” segmento favorecido con recursos y afluencia. No hay nada nuevo en este diagnóstico. Cuando Lech Walesa llegó a Caracas para asistir a la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en 1989, observó, como primera cosa que vino a su mente tras el recorrido de la autopista desde el aeropuerto, que en su opinión Venezuela era en realidad no uno sino dos países. Le había bastado ver los cerros tapizados de ranchos a la entrada de nuestra capital. El nuevo elemento, en realidad, es la prédica de lucha de clases que Chávez ha introducido. Es ésta la división que el acuerdo Fedecámaras-CTV denuncia como peligrosa.

Por cierto que Walesa ostenta rasgos que Chávez exhibe. En reciente entrevista para el diario La Nación de Buenos Aires declaraba: “Sirvo más para la revolución que para la democracia”, y la periodista destacaba cómo es que el líder polaco “está lejos de hacer gala de la elegancia o del lenguaje políticamente correcto que a sus pares les surge casi naturalmente. Podrá vestirse de traje azul marino y llevar en la muñeca un reloj de oro, pero sus gestos y modales son los mismos que cuando se calzaba el overall de los astilleros y de su solapa aún pende la muy polaca imagen de la Virgen Negra… El polaco es un pueblo sofisticado que se muere por entrar en el primer mundo de la Unión Europea. El estilo paisano de Walesa no es algo que quieren ver en la presidencia”.

Es la existencia de dos Venezuelas, evidente a los ojos del visitante ocasional como Walesa, presente en innumerables discursos electorales, problema irresuelto del país, lo que pasa con Chávez a primer plano, sin que tampoco él tenga solución eficaz.

Chávez, entonces, no ha traído ninguna gran innovación a la política venezolana. Sus paradigmas políticos distan mucho de la modernidad, y son una mezcla cacofónica de autores que pertenecen a un pasado histórico en gran medida irrelevante. Ya no hace tanta referencia a Simón Rodríguez, por ejemplo, pero antes era éste patrono predilecto de su personal santuario: Bolívar, Zamora, Maisanta (porque era guerrero y era su antepasado), Rodríguez. Tanta referencia al pasado le habría merecido una reconvención del maestro del Libertador. En la frase más citada de Simón Rodríguez se advierte: “O inventamos o erramos”. Y evidentemente no es inventar la fijación con el pasado.

Lo que no obsta para reconocer que ciertas presencias antaño desconocidas se han hecho realidad con el gobierno de Chávez. La indígena, por ejemplo, aunque en este caso es más probable que tenga más que ver con su concepción geopolítica, teñida por su propio nacimiento llanero, con su obsesión por el Apure y el Orinoco, cacareado “eje estratégico” que no se ha materializado en nada concreto.

Pero buena parte de la “revolución” de Chávez es puramente terminológica. Cree que es un gran logro decir Tribunal Supremo de Justicia en lugar de Corte Suprema, o Asamblea Nacional en vez de Congreso de la República, o República Bolivariana en sustitución de República a secas. Sus soluciones son superficiales, episódicas, demagógicas: el Banco del Pueblo, el Correo del Presidente (periódico rápidamente fenecido, luego de considerable dilapidación de recursos), el Plan Bolívar 2000. Elegido en gran medida, como otrora Luis Herrera Campíns, al proyectarse como paladín de una cruzada contra la corrupción, no ha logrado otra cosa que hacerla más grande y más impune.

En el fondo, Hugo Chávez no es otra cosa que la exacerbación del mismo modelo agotado de la política “realista”, esa Realpolitik predominante en Venezuela, idea según la cual la política consiste en obtener el poder, acrecentarlo e impedir, por cualquier medio, que el adversario se haga con el poder. Él lo ha dicho, al comparar innumerables veces el ejercicio político con el de la guerra. En esto tampoco es un innovador, pues ya Caldera se ubicaba alguna vez en las “arenas de la lucha política”, y Pérez se definía como “luchador político” y los miembros del Movimiento Electoral del Pueblo se saludan, no como compañeros o camaradas, sino como “combatientes”.

Al emerger como una última consecuencia de esta conceptualización, Chávez soslaya, de nuevo, la solución de los problemas públicos. Ni la pobreza, ni la inseguridad, ni el desempleo, ni la dependencia excesiva del petróleo, han moderado significativamente sus efectos negativos sobre Venezuela durante la jefatura de Chávez.

Pero Chávez representa la exigencia, ahora locuaz y amenazante, de los pobres venezolanos, y ha tenido éxito en articular un discurso falaz pero persuasivo. Es por tal razón que la oposición a Chávez, expresada tan sólo como negación de Chávez, se ha revelado como particularmente ineficaz. La oposición a Chávez que tendría éxito sería una superposición, un trascenderlo, un ir más allá de él, con modernidad y sensatez, con ciencia del gobierno, hacia la invención política que el país requiere. No es comportándose como perros que ladran tras el automóvil como será posible superar a Chávez—un Savonarola, un Robespierre, un McCarthy o un Hitler como los que surgen de cuando en cuando en el seno de las mejores repúblicas—que, demagogo como ellos, es el resultado irracional e intenso de un largo proceso de deterioro. A Chávez lo inventó la “Cuarta República”.

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Sería necio negar logros tangibles de las administraciones de Hugo Chávez. La Carta Semanal #188 de doctorpolítico (1º de junio de 2006) registraba mediciones no oficialistas del impacto de sus misiones, a tres años de su inicio:

¿Ha significado el gobierno de Hugo Chávez un progreso real para los venezolanos menos dotados de recursos y oportunidades?

A juzgar por las muy confiables y serias mediciones de Datos (Encuesta «Pulso Nacional»), hay progreso evidente. En reciente presentación a VenAmCham—cuyo actual Presidente es Edmond Saade, también Presidente de Datos—se reporta la mejoría apuntada: más de la mitad de los venezolanos está satisfecha de su «situación actual de bienestar». Para el año 2000, sólo 21% de los venezolanos manifestaba que su situación personal había mejorado o era igual de buena con respecto al previo ejercicio. A las alturas de 2005 este indicador había subido a 45%, nivel en el que se ha mantenido durante el primer trimestre de 2006.

Estas son cifras generales; si se indaga por esta dinámica en los sectores D y E, se mide un progreso del ingreso real por hogar. Entre 2003 y 2006 este incremento es de 137% para el Nivel E. (En bolívares corrientes ha pasado de Bs. 286.022 a Bs. 680.419 mensuales). La clase D experimentó en el mismo lapso una mejoría de sólo 17%, mientras que la clase C menos (clase media baja) progresó en 31%. Conclusión oficial de Datos: «Hay una clara mejoría en el nivel de ingreso por hogar de los venezolanos, especialmente en quienes representan la mayoría del país». (Datos reporta la siguiente composición poblacional: Nivel socioeconómico ABC+, 4%; Nivel C-, 15%; Nivel D, 23%; Nivel E, 58%).

Naturalmente, también señala la encuestadora déficits en varios renglones: el progreso ocurre en «alimentación y cierta ampliación en los servicios de salud y educación». Rubros como vivienda, seguridad y empleo—a pesar de una mejora en la composición de éste: entre 2003 y 2004 el empleo formal, según cifras que Datos toma del Instituto Nacional de Estadísticas, habría pasado de 47% a 53%—no satisfacen las expectativas de la mayoría. Pero en términos generales la gente ubicada en los niveles más bajos está económicamente mejor que antes. Si sumamos a esto que también hay una mejora en el reconocimiento social de clases antes muy diferidas o poco tomadas en cuenta ¿qué razones puede ofrecerse al 81% de los electores (niveles D y E) para cambiar de gobierno?

También, por supuesto, hubo aciertos en la dimensión estrictamente política, como se reconoció en la vigésima quinta emisión de Dr. Político por Radio Caracas Radio, el 29 de diciembre pasado:

Dr. Político del 29/12/12

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Chávez no puede haber ocurrido en vano. A su sacrificio, el pueblo de Venezuela le debe su aprendizaje. No es sabio suponer que gobernó catorce años y que éstos no dejarán en nosotros profunda huella. Es preciso extraer la lección de su poderoso paso, ahora detenido. La visibilidad de la pobreza venezolana ya es, gracias a él, irreversible; también su orgullosa dignidad.

Llegó al poder con indignación. Derrotado cuando intentó tomarlo a la fuerza, no dejó de afincarse en su resentimiento. A los directivos de British Petroleum todavía propuse hace trece años una segunda metáfora. Chávez era hombre de escarmiento, como el Lobo de Gubbio, cuya leyenda inmortalizó Rubén Darío en Los motivos del lobo, aquel que el santo Francisco de Asís había domesticado:

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintiose el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote—dijo—, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
Hermano Francisco, no te acerques mucho…
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.

El 5 de julio de 1987, Eduardo Fernández, apacible caballero, había dicho en el Congreso de la República: «El pueblo está bravo». Dos años después, esa realidad se manifestaría con elocuente violencia.

………

La creencia en que una ideología, sea ella socialista o liberal o intermedia, prescribe la solución eficaz y definitiva a los sufrimientos de una sociedad es una postura ingenua, independientemente de su honestidad. Para justificar su dominación, Hugo Chávez creyó y propaló una fe defectuosa: que sólo él era mandatario que se doliera con el pueblo. Fernández había señalado en 1987:

“El complejo de Adán” padecido por algunos de nuestros gobernantes, que se empeñaron en sentirse los primeros habitantes de esta tierra ignorando todos los antecedentes y alegando que comenzaban todo de nuevo a partir de cero, debe ser erradicado de todos los que aspiramos gobernar a Venezuela.

Carlos Andrés Pérez, a quien primero recomendé y luego exigí su renuncia a partir de 1991, se había convencido honestamente de que para que un pueblo alcanzara el bienestar general de los países más desarrollados tenía que comportarse como ellos, lo que si a ver vamos no es pensamiento tan descaminado. Al adoptar, sin embargo, el catecismo simplista del Consenso de Washington—hoy repudiado por los mismos que lo recomendaban—, desató la ira popular y metió al país en un rumbo reactivo e insensato. A su primera gestión se le debe la nacionalización de la industria petrolera y la creación de Petróleos de Venezuela, la empresa que ha sostenido al sistema chavista de gobierno. Quien lo precedió, Rafael Caldera, logró que se aprobara la Ley de Reversión de las Concesiones Petroleras y denunció el tratado de comercio entre Venezuela y los Estados Unidos. Antes de Chávez, hubo una serena defensa de nuestra independencia como nación y como economía. Todo lo que obtuvo hubiera podido alcanzarlo sin estridencia o agresividad.

Claro que Chávez encarnó el discurso salvaje, como apuntara Francisco Toro Ugueto al comentar El laberinto de los tres minotauros (1977-1982), la importante obra de José Manuel Briceño Guerrero:

«…explica no sólo por qué existe el chavismo, sino también por qué tiene éxito. La atracción política de Chávez está basada en el lazo emocional que su retórica crea con una audiencia que resiente profundamente su marginalización histórica. Funciona al hacerse eco de la profunda resaca de furia de los excluidos, una furia que Briceño Guerrero explica poderosamente. La retórica de Chávez está basada en una comprensión intuitiva profunda del discurso no occidental/antirracional en nuestra cultura, un discurso que ha sido alternadamente atacado, descontado y negado por generaciones de gobernantes de mentalidad europea. Chávez valida el discurso salvaje, lo refleja y lo afirma. Lo encarna. En último término, transmite a su audiencia un profundo sentido de que el discurso salvaje puede y debe ser algo que nunca ha sido antes: un discurso de poder».

Tío Conejo como outsider adelantaba en 2005 una conjetura estratégica:

En «El laberinto de los tres minotauros» [Briceño Guerrero] sostiene que en América coexisten y se combaten un discurso salvaje—el de los primeros pobladores y las razas sojuzgadas que Chávez reivindica—uno mantuano, el del privilegio aristocrático u oligárquico, y el discurso racional occidental, limitado por el rigor lógico y por la verdad. En nuestro teatro político actual sólo han actuado suficientemente los dos primeros, con abrumadora ventaja reciente del salvaje sobre el mantuano. La dilucidación del problema sólo podrá ser aportada desde un discurso racional.

La mayoría nacional, sabedora de que ya no es invisible o descartable, está ávida de reconciliación. Un nuevo liderazgo, ni oficialista ni opositor, deberá emerger para reunificar a un país dividido. Pero si una semana antes de la muerte de Chávez dije de la de Luis Penzini Fleury que había muerto un gigante, ahora es lo justo decir que ha muerto un coloso. LEA

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