Cualquiera puede enfurecerse; eso es fácil. Pero enfurecerse con la persona correcta, hasta el grado correcto, en el momento correcto, para el propósito correcto y del modo correcto, no le es posible a todo el mundo y no es fácil.
Aristóteles
La furia habita en el pecho de los tontos.
Albert Einstein
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Eduardo Fernández dijo el 5 de julio de 1987: «El pueblo está bravo». Tenía razón; casi dos años más tarde, esa furia contenida explotaba en el Caracazo. En el mismo año trágico de 1989, se elegía por primera vez a los gobernadores de estado; en su campaña hacia la Gobernación del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz ofrecía combatir con inmisericorde plomo a la delincuencia. No es nueva la idea de la política como arrechera. (DRAE: 2. f. vulg. Ven. Indignación violenta).
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El rasgo más prominente del chavismo es, precisamente, un lenguaje constantemente agresivo:
Desde que entró, en mala hora, Hugo Rafael Chávez Frías a la política venezolana, el 4 de febrero de 1992, este ciudadano se ha conducido, constantemente, como un modelo agresivo. Por supuesto, por sus actos de esa fecha, que fueron armados para la agresión. Pero también en su campaña electoral de 1998, cuando ofrecía freír cabezas de adecos y copeyanos; también el 4 de febrero de 1999—cuarenta y ocho horas después de haber jurado sobre una constitución a la que declaró, frente a su padre, moribunda, en revelación de su carácter despiadado—cuando emplazó a la Presidenta de la Corte Suprema de Justicia para que aceptara el robo por necesidad; también cuando sugirió a Marcel Granier que su vida corría peligro; también cuando escribía cartas, en plan de colega revolucionario, al terrorista criollo Illich Ramírez Sánchez, alias “El Chacal”; también cuando incitó agresiones de otros, como las de la banda de Lina Ron, a la que declaraba luchadora meritoria; también cuando despidió con sorna a los ejecutivos de PDVSA; también cuando insulta a mandatarios extranjeros e instituciones públicas y organizaciones no gubernamentales en cualquier parte del globo; también cuando excita las invasiones de propiedades privadas, como él mismo hace en aplicación del “método Chaz”; también cuando amenaza a quienes se le opongan con el empleo de la fuerza armada; también cuando compra armas—fusiles, helicópteros, submarinos—y establece contingentes de reservistas más grandes que el ejército regular; también cada vez que golpea la palma de su mano diestra con el puño siniestro; también cuando no cesa de hablar de guerra, de magnicidio, de guerrilla, de resistencia; también cuando ofrece la expropiación a cuanto factor social no se alinee con su voluntad; también cuando acuña el lema de “patria, socialismo o muerte”. (En Nocivo para la salud (mental), Carta Semanal #244 de doctorpolítico, 5 de julio de 2007).
La explicación que aduce el oficialismo para el grave desarreglo económico del país es una supuesta guerra económica, que los empresarios de la nación habrían desatado contra el gobierno y de la que nunca ha presentado pruebas, pero quien emitió el decreto de guerra a muerte, el inventor de esa noción fue el mismísimo Hugo Chávez. He aquí una nota en El Universal del 2 de junio de 2007:
El presidente Hugo Chávez se declaró en «guerra económica» contra la burguesía, incluyendo a Fedecámaras y Consecomercio, así como a las Empresas Polar.
«Me declaro en guerra económica. A ver quién puede más, ustedes, burgueses de pacotilla, o los que quieren la patria», dijo en cadena nacional desde la planta de la empresa Diana, en Carabobo.
Chávez llamó a los trabajadores a dignificar la clase obrera y a no dejarse manipular por los empresarios. Retó al presidente de las Empresas Polar, Lorenzo Mendoza, a «ver quién aguanta más (…) tú con tu riqueza y yo con mi moral y mi pueblo».
«Mendoza: te acepto el reto. Tú con tus millones y yo con mi moral, porque tú eres un ricachón, para el cielo no vas (…) éste es el reino del pueblo. Vamos a ver quién aguanta más, si tú con tu Polar y tu riqueza, y yo con mi pueblo y mi dignidad. Sigan manipulando a los trabajadores y poniéndole números en el pecho, que lo que da es vergüenza», expresó.
Dirigiéndose a Fedecámaras, Consecomercio, Cavidea, Polar y compañía, Chávez les advirtió, «guerra es guerra, compadre, después no se estén quejando». Según el jefe de Estado, «ustedes no entienden qué es esto, ellos sólo entienden de biyuyo (dinero)».
Destacó el rol del control obrero para el rescate de las empresas y criticó nuevamente a los trabajadores de la Polar que han protestado la medida expropiatoria de los galpones de la Polar en la Zona Industrial I de Barquisimeto, para la construcción de viviendas. «Defendiendo al burgués, defendiendo a quienes los explotan, deles vergüenza, si es que la tienen. Pero yo invoco a la verdadera clase obrera a la guerra económica contra la burguesía», les expresó el primer mandatario.
Los obreros aludidos por Chávez habían tenido una ocurrencia que lo irritó: señalar que las empresas expropiadas por su gobierno funcionaban muy mal. Pero la retórica chavista es siempre la misma: desde una pretendida superioridad ética, promueve el desprecio contra quienes osen rebatirla. Sería el chavismo el monopolio de la «dignidad» y la «moral»; el pueblo sería suyo y nadie más que los chavistas querría a la patria la que, por supuesto, no habría existido antes de 1999.
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Pero también hay ira del otro lado de la polarización. En Autoungidos furibundos—Ficha Semanal #44 de doctorpolítico, del 3 de mayo de 2005—, me vi obligado a contestar a un defensor de Oswaldo Álvarez Paz, el mismo que creyó posible eliminar la delincuencia zuliana a punta de plomo, pues sostuvo que sólo daba yo «rienda suelta a mis pasiones» al formular observaciones a un artículo de su defendido, que en abril de ese año había escrito en su columna semanal: “Ya basta de pensar sólo en elecciones. La verdadera naturaleza del problema no es electoral. Algo está por nacer”. (¿Suena conocido?) Como obrero de Polar, se me había ocurrido comentar: “Esperaremos, entonces, que Álvarez Paz y otros que como él andan en lo mismo, expliquen cuál es esa ruta no electoral—insurreccional o intervencionista, suponemos—que no depende por tanto de los Electores, del Pueblo mismo, sino del arrojo de autoungidos furibundos que nos resolverán todo”. En mi contestación a quien me reconvenía, expliqué qué quería decir con furibundo:
En el caso de “furibundo” he querido describir un cierto estilo practicado por algunos de nuestros políticos, que estiman consustancial a su profesión el perorar en un estado de constante iracundia. (Para el DRAE “furibundo” denota “Airado, muy propenso a enfurecerse”). Creo que Álvarez Paz es cultor de este estilo desde hace tiempo, bastante antes de que la presente autocracia entrara en funciones, y que forma parte de un grupo estilístico al que pueden ser adscritas personalidades como las de, por ejemplo, Andrés Velásquez, Alberto Franceschi o el recientemente fallecido Jorge Olavarría. Antes de que te convirtieras en suscritor de mi carta escribí, respecto del estilo de Franceschi, en el número 104 del 16 de septiembre del año pasado: “Su discurso no se hace inválido porque parezca un ejemplar genuino de esa clase de políticos iracundos, atrabiliarios (de bilis negra) que, como Jorge Olavarría, Alfredo Peña, Andrés Velásquez, José Vicente Rangel, Oswaldo Álvarez Paz, y tantos otros, creen que es preciso mostrar constantemente un rostro disgustado, al borde del enfurecimiento”.
Los enumerados en ese trozo componen una lista obviamente incompleta; en ella cabrían muy holgadamente Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Iris Varela, la difunta Lina Ron, Jorge Rodríguez y, del otro lado, Leopoldo López, María Corina Machado, Gustavo Coronel, Antonio Sánchez García y Teodoro Petkoff. Ofrezco mis excusas a un buen número de políticos y formadores de opinión que he dejado de mencionar.
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La idea de la política como lucha por el poder—los militantes del MEP se saludan como combatientes—, cuya justificación o coartada es una ideología pretendidamente superior, es la base de esta conducta disfuncional. Es una política arrogante, soberbia, autosuficiente, perdonavidas, fanfarrona. (DRAE: Que se precia y hace alarde de lo que no es, y en particular de valiente). Quienes procuran un trámite sosegado y sensato de los problemas públicos son despreciados por ella:
“La cobardía moral predomina entre los venezolanos sentados en la barrera, asistiendo inexplicablemente al espectáculo de su propia destrucción, exhibiendo una cobardía mezclada con indiferencia y masoquismo”. (…) “Pronto tendrá que llegar la chispa que prenda la resistencia civil en Venezuela, una acción continuada en el tiempo, no una protesta esporádica. Y esa chispa la encenderá un venezolano (a) con coraje moral”. (Gustavo Coronel, citado en la Carta Semanal #329 de doctorpolítico, 30 de abril de 2009. En ella puse: «Estas declaraciones de Coronel, emitidas desde la segura distancia que desde hace años lo separa de esta atribulada tierra, son injustas y constituyen una falta de respeto hacia quienes permanecemos en ella para dar la batalla cotidiana y la más profunda y penetrante. (…) Si, como parece ser su implicación, es él alguien con la estatura moral que haría falta ¿por qué no deja de vivir en los Estados Unidos y se radica de nuevo en Venezuela a guiarnos con su superioridad?»).
Volví a ocuparme de él—Suma contra gentiles abstencionistas—el 1º de enero de 2012:
Ya en 1998 decía cierto abogado tremendista que la solución al problema era “pegarle un tiro a Chávez”. ¿Por qué él no lo ha hecho desde entonces? ¿Por qué no ha organizado un golpe de Estado? ¿Por qué no busca garantizar que Obama envíe helicópteros que retiren quirúrgicamente a Chávez, como se hizo en Panamá con Manuel Antonio Noriega? (Marta Colomina sugirió hace unos días por Twitter que Chávez se mirara en el espejo de Noriega). En marzo de 2006, María Corina Machado proponía el récipe de crear “una crisis de gobernabilidad” que acabara con el régimen. (Ella predicaba entonces que el candidato presidencial debía ser determinado por elecciones primarias, para que su candidatura fuera oportunamente retirada con 45% y no con 15% de apoyo). ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se garantiza el control del caos? Hay indignados héroes de pacotilla que se la pasan emitiendo proclamas moralizantes y exhortaciones arrogantes que echan en falta la hombría de los venezolanos, en particular la de sus militares, porque no tendrían el “valor de los militares hondureños”. Uno de ellos—Gustavo Coronel—escribe desde la tierra norteamericana, donde vive hace un buen número de años, para acusar a los venezolanos de “falta de coraje moral”. ¿Por qué no se viene a conducir el movimiento insurreccional que, según él, haría falta?
El tremendista abogado es la misma persona que pretendió regañarme porque llamé furibundo a Álvarez Paz.
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El principal responsable de la crispación política que neurotiza al pueblo venezolano, la causa primera de su desasosiego, es claramente el gobierno chavista. No sólo por sus torpes acciones que generan escasez e inflación, sino por su permanente agresividad. Hace poco declaré a Mario Villegas: «Si yo fuera malandro, estaría feliz con este gobierno, que es un modelo agresivo y además desprecia la propiedad privada. O sea, si ser rico es malo, cuando robo o mato a un rico estoy eliminando la maldad». (En 2001). Antes escribí en la Carta Semanal #244 de doctorpolítico, ya citada:
Cualquier cosa positiva que Chávez haya podido traer a su pueblo es anulada por esta permanente modelación de la violencia, por cuanto aquí el daño que infiere es a lo psíquico de nuestra sociedad. No hay, pues, nada que pueda salvar a las administraciones de Chávez en el registro de la historia, y esto debe ser explicado a sus partidarios en nuestra ciudadanía. Uno pudiera invitarles a que hicieran una lista de los aciertos de Chávez, pues por más larga que fuese sería reducida a la insignificancia al cotejarla con su perenne modelación de la violencia y la agresión, que deja cicatrices en el espíritu de la Nación. ¿Cómo puede disminuir la delincuencia en un país cuyo presidente la modela, exacerbando el azote que lacera por igual a sus partidarios y sus opositores? ¿Qué asaltante no se sentirá “dignificado” por la conducta presidencial, cuya agresividad y cuyo desprecio por la propiedad puede tomar por modelos?
Este rasgo terrible y definitivo del modo de gobernar de Hugo Chávez se complementa con una “desconexión moral”—moral disengagement, otro concepto de Bandura—que le impele a fabricar excusas para su mala conducta, eludir la responsabilidad de sus consecuencias y culpar a sus víctimas. Las razones de Chávez son, mayormente, coartadas.
Y esta espantosa modelación, más gravemente, es amplificada en el más obsceno culto a la personalidad que haya conocido Venezuela. No hay agencia oficial que no le adule, no hay programa que no se atribuya a sus méritos, no hay pieza publicitaria del gobierno que no infle su ego megalómano y tóxico.
La propaganda cala, y distorsiona el juicio de más de un ciudadano. Menos de veinte segundos tomó a un oyente para exponer, en la emisión #81 de Dr. Político por Radio Caracas Radio, la peregrina tesis de que si un comerciante nos «asalta sin pistola, acapara, etcétera ¿con qué moral le vamos a pedir al malandro que no lo haga?» El ponente formuló tan retorcida pregunta luego de declarar que «el problema de Venezuela es de moral, de principios, de valores».
Así se pervierte la psiquis nacional, y eso es el resultado de un persistente clima pugnaz creado por el oficialismo. El Presidente de la Asamblea Nacional ha creído útil al país inaugurar anoche un programa de opinión política bajo el nombre de Con el mazo dando; el felizmente extinto programa que tuvo en Venezolana de Televisión el señor Mario Silva—denunciante de Cabello como conspirador y corrupto—se llamaba La hojilla, y la más conocida web del chavismo escogió llamarse Aporrea. Las imágenes chavistas sugieren mazazos, cortadas, aporreos.
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La descarga que antecede fue suscitada por una frase del presidente Maduro; anoche le escuché en su evaluación de la parálisis de la planta cumanesa de Toyota, cuando se refirió a un hipotético «gerentico tecnócrata» con altanero desprecio. En la quincuagésima emisión de Dr. Político por Radio Caracas Radio, sugerí al presidente Maduro la utilidad de verse en el espejo egipcio, cuatro días antes de que los militares depusieran el gobierno de Mohamed Morsi, escasamente un año después de haber sido electo. Diecisiete millones de egipcios protestaron su gobierno en muchas de las ciudades de Egipto, y ese enorme enjambre ciudadano forzó su término y la transición en circunstancias que mucho preocupan. Wael Ghonim, un respetado ícono cívico en Egipto que había apoyado a Morsi hacía un año, lo acusó de polarizar y paralizar al país, y opinó así: “Ningún país avanza cuando la sociedad está dividida de este modo, y el principal papel del Presidente de la República es unir, pero, desafortunadamente, el Dr. Morsi, el Presidente de la República, ha fracasado miserablemente en este objetivo”.
Bueno, el mismo Eduardo Fernández del comienzo proponía, en diciembre de 2012, que se concediera al entonces Vicepresidente “el beneficio de la duda”; según él, había demostrado ser “proclive al diálogo”. Ruego porque de nuevo tuviera razón, y porque Nicolás Maduro no prefiera ser recordado como un presidentico arrechócrata. LEA
Para descargar como archivo .pdf: La arrechocracia
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