Ugalde recomienda algo como esto

 

A la memoria de Gustavo Antonio Marturet Machado, inteligencia de Venezuela a la que nunca dejé de admirar y respetar.

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Está enteramente justificado que se equipare con un médico a Luis Ugalde S. J. Así contestaba a comienzos de este año (16 de enero) las preguntas de Alonso Moleiro: “Tenemos el diagnóstico: así está el paciente, como si estuviéramos en una junta médica… Si usted tiene el enfermo en emergencia, tiene que atenderlo. Luego puede ocuparse del régimen de comida o de decirle si puede caminar”. El 22 de este mes tomaba parte en una junta convocada por Emilio Figueredo, Editor de Analitica.com. (Los facultativos restantes: Argelia Ríos, Rodrigo Agudo, Pedro Benítez, Asdrúbal Hernández, Evelyn Rodríguez, Luis Vezga Godoy, Orlando Ochoa, y Fernando Martínez Mottola). Reportó su sitio web:

El padre Luis Ugalde consideró que para que se dé el proceso de la transición hacia la democracia en Venezuela es necesario llegar a un consenso entre el Gobierno y la oposición. (…) El jesuita agregó que lo importante es que el Gobierno o sus representantes entiendan que el país va a seguir empeorando. “No hay ninguna otra fórmula ni externa ni interna, sino crear un consenso más amplio con aquellos que, hasta hoy, yo he considerado bandidos. A eso se llega porque cada día estamos peor y se va a sentir la presión por todos lados. Va a haber un clamor. Aquí estamos cerca del clamor y, por su parte, la oposición tiene que aceptar lo mismo”, aseveró. (…) Añadió que la negociación siempre va a ser odiosa para ambos lados porque se supone que eres un traidor si hablas con alguien del otro bando. “Tiene que haber una visión de transición y que ambas partes se sacrifiquen por algo que vale la pena”, puntualizó. (…) Junto a los panelistas, Ugalde concluyó que es necesario un Gobierno de transición que surja de un consenso entre las partes y, para que haya consenso, es necesario el perdón. … Ugalde señaló que la transición no será ninguna estrella del Gobierno, ni de la oposición porque las negociaciones son odiosas.

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Tal vez convenga algo de glosa y elaboración, como guía para meditar sobre la aplicación concreta de tal receta. A fin de cuentas, el diálogo es únicamente una herramienta y lo importante es tener claro cuál es el aparato que con ella se construiría; el producto es lo que justifica el empleo del instrumento. Dicho de otro modo: si no se conoce de antemano qué es lo que se está dispuesto a acordar, el solo diálogo no garantiza nada:

No puede ser una conversación impreparada

La confusión de la herramienta con el fin explica mucho de los resultados de la política nacional. La discusión pública venezolana se halla a punto de agotar los sinónimos castellanos del término conciliación. Acuerdo, pacto, concertación, entendimiento, consenso, son versiones sinónimas de una larga prédica que intenta convencernos de que la solución consiste en sentar alrededor de una mesa de discusión a los principales factores de poder de la sociedad. Nuevamente, no hay duda de que términos tales como el de conciliación o participación se refieren a muy recomendables métodos para la búsqueda de un acuerdo o pacto nacional. No debe caber duda, tampoco, que no son, en sí mismos, la solución. (…) Por otra parte, el método mismo tiende a ser ineficaz. Los ideales de democracia participativa, la realidad de la emergencia de nuevos factores de influencia y poder, han llevado, es cierto, a la ampliación de los interlocutores de las «mesas democráticas» de las que debe salir el ansiado «acuerdo nacional». Así fue diseñado, por ejemplo, el consejo de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), al combinar en él la presencia tradicional de líderes empresariales y líderes sindicales, con representantes de partidos, de la iglesia, de las organizaciones vecinales, etcétera. Así buscó conformarse el «Encuentro Nacional de la Sociedad Civil» organizado por la Universidad Católica Andrés Bello, cuando su rector tomó el reto que pareció recaer, a mediados de 1992, sobre la Iglesia Católica venezolana, en respuesta a un estado de opinión nacional de gran desasosiego, que buscaba en cualquier actor o institución que pudiera hacerlo la formulación de una salida a la aguda y profunda crisis política. Pro Venezuela, la Mesa Democrática de Matos Azócar, los encuentros que organizó José Antonio Cova, y la constante prédica de los partidos, todos fueron intentos de alcanzar ese ya mítico gran entendimiento nacional. La evidencia es, pues, suficiente. La oposición de intereses en torno a una mesa de discusión difícilmente, sólo por carambola, conducirá a la formulación de un diseño coherente. Es preciso cambiar de método. Y es preciso cambiar el énfasis sobre la herramienta por el énfasis en el producto. (Los rasgos del próximo paradigma político, referéndum #0, febrero de 1994).

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El alfa y el omega de la cosa es la inclusión de un factor primordialísimo en ese diálogo: el Pueblo; el diálogo que Ugalde prescribe debe ser uno que acuerde ponerse en manos del Pueblo. Es en su seno donde el diálogo debe tener lugar, mucho más que en una mesa a la que sólo se sienten el oficialismo y su loyal opposition. Pero, de nuevo, el diálogo debe ser sobre algo concreto y debe incluir la condición de eficacia; esto es, debe diseñarse para que conduzca a una decisión. El uso de la herramienta debe, forzosamente, terminar en un producto.

La forma correcta de esa metamorfosis de un diálogo de cúpulas enemistadas en diálogo del demos es la convocatoria a un referendo consultivo; es al Pueblo al que debe llamarse a decidir. La pregunta clave, por tanto, es ¿qué es lo que se necesita decidir? Y la respuesta es: aquello que esté en el mismo meollo del problema.

Esto no es otra cosa que la insistencia oficialista en la implantación de un régimen socialista en Venezuela porque el gobierno sería, más que eso mismo, una revolución. Es eso lo que justifica todas sus actuaciones, incluyendo las detenciones de políticos y el empleo forzoso de máquinas captahuellas que registren quiénes compran un regulador de la tensión arterial o una batería de automóvil. Todo decreto del Ejecutivo que publica la Gaceta Oficial, así sea para establecer una fábrica de sardinas, lleva ahora este inequívoco encabezado: “Con el supremo compromiso y voluntad de lograr la mayor eficacia política y calidad revolucionaria en la construcción del socialismo…”

Debiera ser obvio que algo así no puede decidirlo Nicolás Maduro por su cuenta, puesto que es un asunto de rango constitucional, lo que sólo puede ser establecido por el Poder Constituyente Originario, es decir, el Pueblo mismo. Ninguna reunión de plenipotenciarios del gobierno y la oposición—pongamos Jorge Rodríguez de un lado y Jesús Torrealba del otro—puede tomar una decisión de tal monta. En cambio, sí podría hacer dos cosas: primera, reconocer que esa cuestión es la médula del problema político nacional; segunda, que sólo el Soberano puede dilucidarla y, en consecuencia, debe solicitársele que lo haga de una vez por todas.

Ambas partes han argumentado que la decisión ha sido tomada, aunque cada una sostiene un sentido opuesto al otro: en la oposición se argumenta que el 2 de diciembre de 2007 se negó el socialismo en referendo constitucional; en el oficialismo que la elección de Hugo Chávez el 7 de octubre de 2012 equivalía a una aprobación del socialismo, dado que el «Plan de la Patria», muy socialista él, era evidentemente su programa de gobierno. Ninguna de las partes tiene la razón: en 2007 se votó en pro o en contra de un atado de 69 artículos, una media docena de los cuales traía el contrabando de menciones del socialismo en su redacción—por ejemplo, la modificación propuesta al Artículo 103 de la Constitución era para introducir una referencia a los «principios humanísticos del socialismo bolivariano»—, pero no se consultó directamente la implantación de un régimen socialista; del otro lado, una cosa así no puede ser decidida en una mera elección presidencial dado que representa un cambio constitucional profundo. Ni todo quien rechazara los proyectos de reforma de 2007 repudiaba el establecimiento de comunas ni todo quien votara por Chávez en 2012 aprobaba el socialismo. Una cosa así sólo puede ser establecida en un referendo explícito que no deje lugar a dudas.* Hay que preguntar al Soberano: «¿Está Ud. de acuerdo con la implantación en Venezuela de un régimen político-económico socialista?» (Ver Doctrina del referendo sobre el socialismo; nótese la fecha).

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Sería lo más sensato y responsable prever una actuación que se derivara de uno de los posibles resultados de la consulta: si el resultado de ella fuere negativo, el presidente Nicolás Maduro debiera renunciar, precisamente porque la justificación de todos sus actos presidenciales es la tal «construcción del socialismo»; el Soberano habría abolido su mismo fundamento. Esto es algo que sí pudieran acordar Torrealba y Rodríguez (autorizado éste por el Presidente para asumir la eventual renuncia como su generoso compromiso).

Y entonces tendríamos, perfectamente encajada dentro del marco constitucional, la transición de la que nos habla Luis Ugalde, dado que una renuncia del Presidente es una de las formas reconocidas en la Constitución de su falta absoluta y ésta, a su vez, conllevaría ineludiblemente una elección presidencial para completar el período. Por el mismo hecho se habría causado una presidencia breve de tres años, más que suficientes como plazo de una «transición», que es, por cierto, una figura que la Constitución no contempla en ningún lado. Es la sucesión de Maduro por alguien que no fuera socialista lo que de suyo conferiría carácter transicional a su período. Y a la predicción catastrofista de Maduro, glosada hoy por Néstor Francia, no debemos entenderla sino como fanfarronada, jamás como amenaza, puesto que es una contradictio in terminis: argumenta que el Pueblo ¡no toleraría lo que él mismo acabara de expresar en las urnas!

En tal elección competirían, previsiblemente, un candidato del PSUV y uno de la MUD, pero debieran participar uno o varios candidatos competentes que respondan con un discurso superior y transideológico a la mayoría del país, no alineada en los extremos de la polarización. Ugalde ha dejado colar la misma idea al construir: «la transición no será ninguna estrella del Gobierno, ni de la oposición». Resuena así con la elocuente medición de Datincorp (mayo 2015, cifras redondeadas): «La solución a los problemas del país vendrá de…»: no supo o no quiso responder 10%, del oficialismo 17%, de la oposición 18%, de un nuevo liderazgo 56%.

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En síntesis: el diálogo que Ugalde avizora como solución debe darse en el seno de un Pueblo que se prepare a dar su veredicto definitivo sobre el socialismo, no en una mesa cupular, mucho menos en otra reunión palaciega televisada. (Ni en componendas en las que Luis Miquilena procure, con José Vicente Rangel y Eduardo Fernández, la maniobra de que se nombre Vicepresidente Ejecutivo de la República a Henri Falcón, para ser luego Presidente chavista light, o al mismo Fernández; ni en otras cocinadas en el seno del oficialismo para conceder la misma posición a Diosdado Cabello, quien probablemente quede cesante a raíz de las elecciones parlamentarias).

Es algo tan simple y obvio como dar al Pueblo la tribuna de oradores lo que debieran acordar gobierno y oposición, es facilitar exactamente eso. Las condiciones están dadas para que la consulta se celebre, en ahorro logístico, financiero y, sobre todo, de angustias, con las elecciones de Asamblea Nacional. Ugalde decía a Moleiro en enero: «Pienso que el país necesita un nuevo gobierno ya. Es una necesidad. Y ya es ya: enero, febrero, marzo». Ese plazo se ha excedido en tres meses; ¿moriríamos si lo extendemos hasta el 6 de diciembre? ¿Será posible que haya ahora manifestaciones callejeras que presionen por tan lógica salida? (Torrealba hizo el lunes este inventario: «Protestas populares, acciones de calle. Hasta compatriotas nuestros tuvieron que declararse en huelga de hambre»). ¿Habrá héroes que ayunen para que hable el Pueblo? ¿Será posible que el Sr. Shannon, el papa Francisco (que ya salió de la redacción de su encíclica ecológica), su compañero Ugalde, Raúl Castro, UNASUR, la OEA, la Unión Europea, Aministía Internacional, el PSUV y la MUD convengan en que la democracia es la palabra y voluntad del Pueblo Soberano y apoyen esta sencilla iniciativa?

Si se piensa la cosa un minuto, se concluye que ella eliminaría de un todo el factor odioso que Ugalde destacara dos veces con razón en su más reciente receta. LEA

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*Hay quien sostiene que no es posible decidir la implantación del socialismo en ninguna sociedad, por cuanto la propiedad sería un derecho humano inalienable. Sin embargo, Venezuela es signataria de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, la que establece como uno de sus principios lo siguiente: «Todo Estado tiene derecho a elegir, sin injerencias externas, su sistema político, económico y social, y a organizarse en la forma que más le convenga, y tiene el deber de no intervenir en los asuntos de otro Estado».

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