El acta de defunción

Con algún retraso me llegó—fue publicado en Colombia el año pasado—el utilísimo libro de la Dra. Dinorah Carnevali: El hundimiento de los partidos políticos tradicionales venezolanos: El caso COPEI. Éste es un paciente (¿cadáver?) al que la Dra. Carnevali ha seguido clínicamente desde hace ya un buen tiempo. (Por ejemplo, a comienzos de los noventa ya había escrito Araguatos, Avanzados y Astronautas. COPEI: conflicto ideológico y crisis política en los años sesenta). El nuevo volumen contiene el trabajo académico de su doctorado.

Con abundancia informativa, con el acceso directo a los más connotados responsables del colapso copeyano, la obra revela con crudeza la fisiopatología de uno de los más importantes partidos de la democracia venezolana. La dimensión del desplome es registrada fielmente en esta sintética frase de sus conclusiones: «Copei (…) obtuvo el 40% de la votación en los comicios presidenciales de 1988 (…) diez años más tarde solamente logró el 2,15%». (Pág. 291). Toda una implosión.

En más de un sentido, la crisis de COPEI es la misma que sufre la profesión política en todos los países del mundo, al esclerosarse los paradigmas fundamentales de los partidos: la idea de una tal «cuestión social moderna» derivada de la Revolución Industrial, a la que las ideologías de fines del siglo XIX intentaron dar cada una su respuesta:

A second-wave party provided THE ANSWER: socialism, capitalism, Marxism, fascism, assuming that if everyone followed its dictates all the world’s problems would be solved. Needless to say, all of the above agendas didn’t bring about the utopian era they heralded. (…) If in the past, the social movements offered a comprehensive total world view that promised an end to poverty, war, and social injustice, parties representing these ideas could muster peoples’ support around the world. People were willing to go to Spain and join the International Brigade or participate in the massive social revolutions of the first half of the century. Now parties in all the industrialized nations are witness to a decline in party membership and a deep mistrust by the body politic of the political system and its politicians. (Amos Davidowitz, The Internet and the Transformation of the Political Process: MAPAM, a Case Study, 1996).

Naturalmente, las trayectorias particulares de cada partido en crisis contienen su propio anecdotario, y en esto es abundante el libro de la Dra. Carnevali. Además del registro de noticias relevantes, que marcan los hitos del deterioro, la obra echa mano de información privilegiada, obtenida en conversaciones y entrevistas con los principales caminantes de la procesión verde. Por ejemplo, lee uno acerca de la extrañeza de Oswaldo Álvarez Paz ante la conducta de Rafael Caldera en 1993, cuando compitiera con él en las elecciones de ese año: «…Alvarez Paz, quien logró la nominación interna en las elecciones primarias en abril de 1993, nunca imaginó tener que enfrentar posteriormente a Rafael Caldera en la carrera presidencial. Desestimó su potencial político, así como su ambición de poder y determinación en lograr su objetivo». (Pág. 292). Bueno, lo de «ambición de poder» es un modo de describir lo que también movía a Álvarez Paz y éste tiene mala memoria, pues no se acordaba de lo que él mismo había propuesto en 1986:

En verdad, hasta fines de 1992 Álvarez Paz dijo a quien quisiera oírlo que Caldera era quien debía convertirse en el próximo Presidente de la República y lo excitaba a que se lanzara como candidato de COPEI. Luego se rasgó las vestiduras porque Caldera optó por hacerlo afuera del partido que fundara, postulado por el aparato ad hoc de Convergencia y una federación de pequeños partidos izquierdistas, el famoso “chiripero”. Álvarez Paz olvidaba que en 1986, cuando se veía venir la confrontación entre Rafael Caldera y Eduardo Fernández y se temía la inminencia de una división copeyana, él mismo declaró: “Prefiero una división a una hemiplejia”. Luego añadió: “Caldera debe ponerse al frente de un movimiento nacional que trascienda los partidos”. Es decir, siete años antes recomendaba exactamente lo que después usaría como excusa para oponerse a su mentor. (Las élites culposas).

Más de una vez compartí con la Dra. Carnevali impresiones acerca del proceso degenerativo del partido socialcristiano, fundado en 1946; más de una vez la he citado, pues su agudo ojo de historiadora ilumina, como lo hace su más reciente aporte, el insólito trance de una organización que antaño pudo llevar a la Presidencia de la República a dos de sus principales dirigentes. Ahora nos ha transmitido el informe de una autopsia, aunque Roberto Enríquez—el más entusiasta representante de la mediocridad lograda en COPEI—, no se haya percatado de que sólo preside un organismo en irreversible descomposición.

LEA

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