Hace justamente una semana, dejé acá constancia—en Historia de la Complejidad—de mi entusiasmo por el libro Complexity: The Emerging Science at the Edge of Order and Chaos, de M. Mitchell Waldrop; acá traduzco dos de sus pasajes (págs. 293-294). La obra es un recuento detallado del nacimiento del Instituto de Santa Fe (Nuevo México), y por tanto de la emergencia de las ciencias de la complejidad («la ciencia del siglo XXI»), relevantes a fenómenos tan aparentemente disímiles como el sistema inmunológico, las avalanchas orográficas o las economías humanas. Esto último fue desde siempre tema prioritario del instituto: de hecho, la narración comienza con el reclutamiento del economista William Brian Arthur para el naciente centro de investigación, que reuniría las mentes más brillantes de la nueva disciplina bajo la presidencia de George Cowan y la dirección académica de Murray Gell-Mann, Premio Nobel de Física. John Reed, Presidente de Citicorp, fue el mecenas inicial del programa de economía en Santa Fe que Arthur instalara y dirigiera. A punto de arrancar con el apoyo de Reed, el economista preguntó a Eugenia Singer, asistente del entusiasta banquero, qué esperaba éste del programa; después de consultarle, Singer contestó: «El Sr. Reed le manda a decir que haga Ud. lo que quiera, con tal de que no sea nada convencional». Ojalá hubiera en Venezuela mecenas lúcidos de una nueva política para el país, visto que lo convencional no funciona. LEA
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Langton* estaba diciendo básicamente que este «algo» misterioso que hace posibles la vida y la mente es una cierta clase de equilibrio entre las fuerzas del orden y las fuerzas del desorden. Más exactamente, estaba diciendo que uno debe ver a los sistemas en términos de cómo se comportan, en vez de cómo están hechos. Y cuando eso se hace, decía, entonces lo que se consigue son los extremos de orden y caos. Se parece mucho a la diferencia entre los sólidos, donde los átomos están fijos en sus sitios, y los fluidos, donde los átomos caen los unos sobre los otros al azar. Pero justo entre ambos extremos, explicó, en un tipo de transición de fase abstracta llamada «el borde del caos», también se encuentra complejidad: una clase de comportamientos en la que los componentes del sistema nunca se fijan en un sitio, pero tampoco se disuelven en la turbulencia. Éstos son los sistemas que son a la vez suficientemente estables como para almacenar información y lo suficientemente evanescentes como para transmitirla. Éstos son los sistemas que pueden organizarse para ejecutar computaciones complejas, reaccionar al mundo, ser espontáneos, adaptativos, vivos.
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Cuando uno tiene algo como un ecosistema o una economía, dice (Farmer**), no es obvio que conceptos como orden, caos y complejidad puedan incluso ser definidos con gran precisión, mucho menos una transición de fase entre ellos. Sin embargo, hay algo acerca del principio del borde del caos que suena bien. Tomemos la antigua Unión Soviética, dice: «Hoy está bastante claro que la aproximación totalitaria, centralizada a la organización de la sociedad no funciona muy bien». En el largo plazo, el sistema que Stalin construyera estaba estancado en exceso, demasiado fijo, controlado de modo demasiado rígido para sobrevivir. O notemos los Tres Grandes fabricantes de carros en Detroit en los años setenta. Habían crecido tanto y estaban tan rígidamente fijados en ciertas maneras de hacer las cosas que ni siquiera pudieron reconocer el creciente desafío de Japón, mucho menos responder al mismo.
Por otro lado, dice Farmer, la anarquía tampoco funciona muy bien, como parecían decididos a demostrar algunos componentes de la antigua Unión Soviética poco después de su disolución. Ni tampoco un sistema de laissez faire sin restricciones, a juzgar por los horrores dickensianos de la Revolución Industrial en Inglaterra o, más recientemente, por la debacle de las entidades de ahorro y préstamo en los Estados Unidos. El sentido común, para no mencionar la reciente experiencia política, sugiere que las economías sanas, al igual que las sociedades sanas, tienen que mantener el orden y el caos en equilibrio, y no se trata tampoco de una clase de equilibrio aguado, promedio, a mitad de camino. Como una célula viva, tienen que regularse a sí mismas con una densa red de retroalimentación y regulación, al tiempo que dejen abundante espacio para la creatividad, el cambio y la respuesta a nuevas condiciones. «La evolución prospera en sistemas con una organización de abajo hacia arriba, que haga surgir la flexibilidad», dice Farmer. «Pero al mismo tiempo, la evolución tiene que canalizar la aproximación de abajo hacia arriba de forma que no destruya la organización. Tiene que haber una jerarquía de control, con información que fluya de abajo hacia arriba y también de arriba hacia abajo». La dinámica de la complejidad al borde del caos, dice, parece ser lo ideal para esta clase de comportamiento.
M. Mitchell Waldrop
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*Cristopher G. Langton, científico de computadores estadounidense, cofundador del campo de vida artificial.
**Doyne Farmer, físico y empresario estadounidense, cofundador (1991) de la compañía Prediction, que aplica principios físicos y matemáticos al sector financiero de la economía.
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«La dinámica de la complejidad al borde del
caos se inspira en lo no convencional: tal vez, es como el caminar de un equilibrista sobre una cuerda cuidadosamente prensada, sin convencionalismos, pues así no se manejan las situaciones.
Me da la impresión, Don Yunis, que el borde del caos es bastante más rico y complejo que una cuerda tensa. Quizás no es feliz la descripción del comienzo del caos en una cierta zona de los sistemas complejos con el término «borde», que ciertamente invita a su analogía de algo agudo o afilado, como una línea.
Por convencional entiendo la acción de los actores políticos que conocemos. En la entrevista que me hiciera en junio el semanario La Razón, el concepto se emplea genéricamente (e incluye naturalmente al chavismo-madurismo): «La política, en tanto profesión, está en crisis en todo el planeta, y la causa de este fenómeno debe buscarse en los marcos mentales obsoletos de los actores políticos convencionales. Más específicamente, está en crisis la política entendida como lucha por el poder que se justifica por una ideología, y todas las ideologías son creaciones del siglo XIX, cuando las sociedades eran bastante menos complejas que las del siglo XXI. Hace falta sustituir ese paradigma por el de una política clínica, una que se entienda como oficio de resolver seria y responsablemente los problemas públicos. Ninguna otra cosa justifica los partidos, ni siquiera al Estado mismo. Hace falta, pues, un espacio organizacional que traiga un código genético distinto del de un partido tradicional, como único modo de alojar el nuevo paradigma clínico».
Más adelante, repetí el adjetivo para referirme a los opositores profesionales: «La MUD es esencialmente una confederación de partidos ideológicamente disímiles. Ramos Allup dijo que en ella no se compartía ideales ni principios, sino propósitos; esto es, salir del chavismo-madurismo. De allí que su protocolo de actuación sea acusar al gobierno, mostrándose incapaz de refutar el discurso oficial en cabeza de los electores, que ha sido siempre la tarea necesaria. Como se trata de actores convencionales, sólo sabe oponerse, cuando lo que se debiera lograr es superponerse, con un discurso de nivel superior del que carece».