La emisión #198 de Dr. Político en RCR desmontó la idea de modelos o proyectos de país, al argumentar que los países se hacen a sí mismos. También cupo ofrecer la lectura relativamente optimista de que no vivimos en un infierno sino en un purgatorio, que debo a ocurrencia de Mauricio Báez Cabrera. Al inicio, se criticó el desvarío de Luis Reyes Reyes, Vicepresidente del PSUV, acerca de militantes de ese partido que se prepararía como «milicianos» para defender «la Patria»; luego se citó a José Ignacio Hernández para desmentir que la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia hubiera autorizado el ejercicio de la Presidencia de la República a quien tuviese más de una nacionalidad. En onda argentina, escuchamos El día que me quieras, de Carlos Gardel, y A fuego lento, el más famoso de los tangos de Horacio Salgán. Acá abajo, el archivo de audio de esta transmisión:
LEA
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Muy acertada tu recomendación de evitar definir modelos de país porque cada quien tiene el suyo. Me imagino que por eso es que recomiendas que sòlo definamos principios de conducta. Ańado, tu recomendación es particularmente muy válida para una sociedad moderna, caracterizada por su creciente diversidad de posiciones e intereses
Recordarás seguramente que a mediados de los ochenta se pronunciaba en todo sarao más o menos ilustrado la idea de moda: «El modelo de desarrollo venezolano está agotado». Recomiendo sobre el punto la lectura de Mitología proyectiva (26 de abril de 2011). Allí puse, entre otras cosas:
Los países tienen la mala costumbre de construirse a sí mismos, sin requerir un “proyecto” intencional y explícito. Nunca ha existido un proyecto para los Estados Unidos, por ejemplo. Aun en los países de economía de planificación central, como lo fuera la Unión Soviética, lo que a lo sumo pueden hacer los gobiernos más totalitarios que el mundo haya conocido es imponer una camisa de fuerza a la actividad económica, la que tarde o temprano revienta por efecto de las realidades que termina por imponer la vida social. Claro que a la pretensión de que a los países se les puede asemejar a proyectos arquitectónicos o corporativos le es muy útil la condición autoritaria.
Es una de mis citas favoritas ésta de Will Durant, en Los placeres de la filosofía:
Quizás la causa de nuestro pesimismo contemporáneo es nuestra tendencia a ver la historia como una turbulenta corriente de conflictos—entre individuos en la vida económica, entre grupos en política, entre credos en la religión, entre estados en la guerra. Éste es el lado más dramático de la historia, que captura el ojo del historiador y el interés del lector. Pero si nos alejamos de ese Mississippi de lucha, caliente de odio y oscurecido con sangre, para ver hacia las riberas de la corriente, encontramos escenas más tranquilas pero más inspiradoras: mujeres que crían niños, hombres que construyen hogares, campesinos que extraen alimento del suelo, artesanos que hacen las comodidades de la vida, estadistas que a veces organizan la paz en lugar de la guerra, maestros que forman ciudadanos de salvajes, músicos que doman nuestros corazones con armonía y ritmo, científicos que acumulan conocimiento pacientemente, filósofos que buscan asir la verdad, santos que sugieren la sabiduría del amor. La historia ha sido demasiado frecuentemente una imagen de la sangrienta corriente. La historia de la civilización es un registro de lo que ha ocurrido en las riberas.
No hay proyectos o modelos de civilización. Se construyen con el trabajo innumerable de innumerables actores en innumerables circunstancias. Eso no se deriva de un plan previamente diseñado. Mi recomendación no se produce porque cada país tenga su propio modelo de desarrollo, sino porque ninguno tiene uno. Naturalmente, las naciones asumen políticas de desarrollo, que en esencia son reglas de conducta de los Estados o preferencias explícitas en materia de concentración de inversiones o incentivos en unas pocas áreas. Ayuda a digerir esta incómoda noción de que eso del «país que todos soñamos» (mantra opositor) no pasa de ser una entelequia, cotejar Consenso bobo (20 de noviembre de 2003), acerca del fenecido «consenso-país» de la Sra. Coordinadora Democrática, también fenecida. (Su hija única está asimismo a punto de expirar).