Un buen amigo me escribió desde Estados Unidos, y esto suscitó un cruce de correos que reproduzco abajo por creer que hay en él nociones importantes, necesarias para el enfoque correcto, práctico y eficaz en la solución de nuestros problemas políticos. LEA
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El 6 de junio, 11:56 AM:
Hola querido LEA
Como siempre oí tu programa.
Tu cita sobre el líder capaz de unir, no es que sea conveniente, sino que es de carácter imperativo.
Pero veamos el tema en forma algo desagregada.
Cuando el diálogo póstumo con los ex presidentes César Gaviria y Jimmy Cárter, recuerdo que escribí sobre la necesidad de un proceso previo de reflexión profunda y de contar con un garante. Te confieso que con la inveterada manía de ver las cosas de arriba hacia abajo en la estructura política. Hoy en día tenemos un fenómeno de unión de una mayoría del país en torno a algo etéreo como es el descontento frente al gobierno y frente a la oposición. Este fenómeno puede interpretarse como el mestizaje político, que creo haberte citado en otra nota, y que se está produciendo por generación espontánea, tal vez impulsada por lo que se vive de aquí y de allá, puesto que no existe una acción ni comunicacional, ni de estímulo al «ninismo» , más que el rigor del deterioro.
Pienso que de existir esa figura o estructura política con capacidad para articular un discurso de unificación, o por lo menos de funcionamiento político civilizado, debería canalizar su acción en un sentido preponderante de abajo hacia arriba, apoyándose en ese mestizaje de facto que cité al comienzo y utilizando sus habilidades para lograr «leverage» político que funcione de arriba hacia abajo. El nivel de confrontación de poderes que se percibe, necesita muchos más elementos coercitivos que persuasivos. No me refiero sólo al legislativo-ejecutivo como Asamblea o Consejo de Ministros, sino a los distintos factores que los componen, incluyendo las fuerzas armadas.
De esta manera estimo que, de lograrse esa estructura política, puede configurarse ese garante del proceso de reflexión y diálogo, que lo transformaría de una idea cargada de buena intención a algo más concreto y con la contundencia necesaria para vencer la atmósfera de resistencia que claramente se percibe. Por otra parte, estaríamos echando las bases para la superación de esa insuficiencia política que tú tanto mencionas con acierto y que podría sacarnos de esta rutina pendular de mediocridad de un lado a mediocridad del otro.
No pienso que las aseveraciones sobre éste o aquél tiene más que ganar o perder resulten ni convenientes ni prácticas. Pactar significa empatar, lograr el terreno común conveniente a las partes, si partimos de quienes serán los ganadores o perdedores el diálogo muere al nacer.
Como siempre el problema es el tiempo, que en este caso viene configurado por la desesperación, pero estamos en la actual coyuntura porque no hemos seleccionado cursos de acción de mediano plazo debido a que «no tenemos tiempo».
Un abrazo
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Gracias, Orlando, por tus reflexiones.
Desde la perspectiva de la Política Clínica, la categoría que debe prevalecer es la corrección de los tratamientos públicos, no la conciliación de intereses a través de la transacción. Si alguien tiene una infección bacteriana, le convendrá la administración de penicilina, y ésta no es transable; su dosis no debe determinarse en una negociación.
Hace poco recordé, una vez más, a mi maestro y mentor, Yehezkel Dror. En julio de 1972, nos enseñó a varios venezolanos que si quería uno ser eficaz sus valores debían ser transparentes, pero que si se pretendía lograr consenso entonces era mejor que fueran opacos. Tiendo a preferir la eficacia; creo que es mi responsabilidad en tanto político clínico. No procuro caerle bien a todo el mundo, no soy como un conocidísimo dirigente político local (eterno pescueceante); una vez me confió, sin que viniera a cuento: «Creo que Aristóbulo tuvo razón al decirme que yo soy el único político venezolano que es a la vez de los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes». (Acabo de coñacearlo en mi blog; ve Un reconocimiento mezquino).
Sobre el «abajo» y el «arriba». Lo que debiera estar aquí es lo que usualmente se entiende allá; es el Pueblo (los de «abajo») lo que debe entenderse en posición superior; los que se creen «arriba» (Maduro, Ramos Allup) debieran entenderse como los servidores del Pueblo, puesto que éste es el Soberano.
En Venezuela, hay hoy en día más de 16 millones de internautas (80% del registro electoral), y 70% de ellos están ubicados en los estratos D y E; Internet no es algo del Country Club. Esto permite una acción política de bajísimo costo; ya no estamos en época en la que se precise instalar una «casa del partido» en cada caserío de la nación. La inversión inicial es baratísima, y su sostenimiento y expansión viene del mismo mercado político general.
Es pronosticable que la mayoría de los actores con recursos, ante una solicitud de cooperación por parte de un outsider con tratamientos realmente eficaces, se pronunciarían por los términos dilemáticos más conservadores. Pero es concebible que una minoría lúcida entre los mismos pueda proveer los recursos exigidos por una campaña poco costosa en grado suficiente, al menos para cebar la bomba que pueda absorber los recursos totales del mercado político general, pues si la aventura cala en el ánimo del público, una multitud de pequeños aportes puede sustituir o complementar a un número reducido de aportes cuantiosos. (Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela).
Eso fue escrito en septiembre de 1987, 21 años antes de que Obama captara el 70% de los recursos de su campaña de 2008 en donaciones por Internet en promedio de $50 per cápita.
Te dejo con los pasajes cruciales en De héroes y de sabios (junio de 1998):
Una muy buena parte de la resistencia de la política convencional al tema programático es una desconfianza muy arraigada respecto de las posibilidades e intereses del pueblo, de los intereses y capacidades de los Electores.
La inmensa mayoría de la dirigencia nacional, política o privada, alimenta un desprecio básico por el pueblo venezolano. A casi todo proyecto político verdaderamente audaz y significativo se le opone usualmente la idea de que el pueblo no se interesa sino por muy elementales necesidades de supervivencia, por las más egoístas apetencias, por los más triviales objetivos.
O si no, se derrota alguna buena idea con la declaración de que el pueblo no la entendería, de que “no está preparado para eso”.
En un programa de radio dedicado al análisis político, hace pocos años, el conductor del mismo decidió explicar a sus oyentes en qué consistía una “caja de conversión”, cuando esta receta económica empezaba a ser propuesta en Venezuela. Al poco rato recibió la llamada telefónica de un oyente, quien dijo: “Lo que Ud. está explicando es muy interesante, pero ¿no cree que debería hablar Ud. más bien del precio del ajo y la cebolla en el mercado de Quinta Crespo, porque eso no lo entiende el pueblo-pueblo?” Mientras el conductor del programa contrargumentaba para oponerse a la postura del oyente telefónico, un segundo oyente llamó a la emisora. Y así dijo al conductor: “Mire, señor. Yo me llamo Fulano de Tal; yo vivo en la parroquia 23 de Enero; yo soy pueblo-pueblo; y yo le entiendo a Ud. muy claro todo lo que está explicando. No le haga caso a ese señor que acaba de llamar”.
En mi escueta experiencia las personas responden con entusiasmo a un liderazgo que les respeta, que les estima, que piensa que son capaces de entender e interesarse por lo que la prédica convencional asegura que no les importa. En uno de los experimentos comunicacionales de éxito más rotundo que se hayan visto en Venezuela, la más crucial de las causas del mismo fue el concepto que de los lectores se formó un cierto periódico de provincia. Definió de antemano a su lector tipo como una persona inteligente, que preferiría que se le elevase a que se le mantuviese en un nivel de chabacanería. El periódico logró, en contra de cualquier pronóstico, el primer lugar de circulación en su ciudad en el lapso de seis meses desde su aparición, y cuatro meses después se hizo acreedor al Premio Nacional de Periodismo, en competencia con otros dos candidatos de gran peso.
Lo contrario también puede lograrse. Cuando Lyndon Johnson asumió la presidencia de los Estados Unidos, declaró la “Guerra a la Pobreza”, un conjunto de programas en el que el Headstart Program, destinado a proveer instrucción preescolar a niños de sus principales guetos urbanos, era su programa estrella. Al año de la declaración de guerra el Headstart Program había fracasado estrepitosamente.
Naturalmente, la administración Johnson ordenó un estudio que pudiera poner de manifiesto las causas del fracaso. La investigación evaluadora indicó una causa principal entre todos los factores de actuación negativa. Los maestros del programa se disponían a tratar con “niños desaventajados”—todos los instructivos que manejaban se referían a sus futuros alumnos precisamente así: disadvantaged children—y de manera inconsciente transmitían esa noción a los niños. Éstos, a su vez, “internalizaban el rol”, como dicen los sociólogos, de niños desaventajados y se comportaban como tales. Se esperaba de los alumnos un rendimiento deficiente y esto fue exactamente lo que proporcionaron.
Depende, por tanto, de la opinión que el líder tenga del grupo que aspira a conducir, el desempeño final de éste. Si el liderazgo venezolano continúa desconfiando del pueblo venezolano, si le desprecia, si le cree holgazán y elemental, no obtendrá otra cosa que respuestas pobres congruentes con esa despreciativa imagen. Si, por lo contrario, confía en él, si procura que tenga cada vez más oportunidades de ejercitar su inteligencia, si le reta con grandes cosas, grandes cosas serán posibles.
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LEA
Primero que nada muchas gracias por el tiempo que tomas para atender mis inquietudes con respuestas tan completas y valiosas.
No creo que pueda diferir de tus consideraciones y afirmaciones, aún en el campo de la selección entre la eficacia y el consenso, pues precisamente al invocar un leverage del ninismo, bien canalizado, creo que le doy posibilidades a un nuevo liderazgo y su estructura, libre de pasiones e ideologías, para colaborar con eficacia en los diálogos. Además, creo que se abriría un camino para formular una alternativa política real sin caer en la palidez del consenso. Es por esto que escribí: «El nivel de confrontación de poderes que se percibe, necesita muchos más elementos coercitivos que persuasivos». Esto no significa que no se busque adhesión en los cuadros tradicionales, lo que pienso es que el éxito de este proceso la propende de forma automática. Fíjate en el caso de Podemos en España, con una idea bien fundada, unida a una capacidad política fresca y notoria, y utilizando la comunicación moderna, el movimiento de acampados en una plaza, se ha convertido en la segunda fuerza electoral, a cinco puntos del partido popular y prácticamente han roto el bipartidismo. No intento hacer una analogía, sólo una semejanza, por cuanto las dos sociedades no son iguales, pero creo que corresponde al talento político, hacer los ajustes necesarios para hacer calzar la idea.
Por otra parte, el mestizaje político se refiere al proceso que ha surgido, por generación espontánea en gran parte del soberano, porque de la dirigencia, que como bien indicas actúa a espaldas del pueblo, no espero tal comportamiento, no está en su naturaleza y la confrontación menos se lo permite. No pueden ser del Caracas y del Magallanes, aunque así lo predique Eduardo Fernández para simular una imparcialidad o una mutación política.
Creo que la tarea pendiente es cómo convertir esa energía social potencial en algo coordinado que logre cambios extraordinarios. No digo que sea fácil transitar este camino, pero por una parte confío en el talento y la buena voluntad de venezolanos que todavía no han sido absorbidos por la vorágine y por otra, en tu apreciación de que en la actualidad el esfuerzo no es tan costoso como antes y la facilidad técnica para la comunicación es un recurso a la mano.
Gracias de nuevo Luis Enrique.
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Gracias una vez más. No me gusta el ejemplo de Podemos, porque es de nuevo una formación ideologically driven, y precisamente lo que hay que hacer es dejar atrás lo ideológico, establecer una política postideológica o, mejor, transideológica. (Como sabes, he escrito mucho sobre este asunto desde hace 31 años).
No basta, pues, colarse por la fisura abierta entre unos PP y PSOE excedidos, incompetentes. Si eso fuera «la solución», entonces lo que ahora huelen los libertarios en EEUU (que tienen un chance en las elecciones estadounidenses porque el GOP y los demócratas han entrado en rendimientos decrecientes) sería una ruta correcta; pero los libertarios son también ideologizantes.
La cosa no es no ser éste o el otro; la definición no puede ser negativa, en función de terceros actores. Por eso es que tampoco se trata de una oferta de centro, pues tal cosa continuaría referida al eje izquierda-derecha que ya no tiene asiento real. El 12 de mayo de 2012 moría Carlos Fuentes, y en esa fecha Madrid y Ciudad de México publicaron su último artículo (Viva el socialismo. Pero…). Allí pone hacia el final: «¿Cómo responderá François Hollande a este nuevo desafío, el de una sociedad que ya no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha?» En febrero de 1985, con veintisiete años de anticipación, ya yo había escrito:
Las ofertas provenientes de los actores políticos tradicionales son insuficientes porque se producen dentro de una obsoleta conceptualización de lo político. En el fondo de la incompetencia de los actores políticos tradicionales está su manera de entender el negocio político. Son puntos de vista que subyacen, paradójicamente, a las distintas opciones doctrinarias en pugna. Es la sustitución de esas concepciones por otras más acordes con la realidad de las cosas lo primero que es necesario, pues las políticas que se desprenden del uso de tales marcos conceptuales son políticas destinadas a aplicarse sobre un objeto que ya no está allí, sobre una sociedad que ya no existe. (Proyecto SPV).
He dicho esto de muchas formas; por ejemplo, en Retrato hablado (30 de octubre de 2008). Añado énfasis en cursivas:
…la refutación del discurso presidencial debe venir por superposición. El discurso requerido debe apagar el incendio por asfixia, cubriendo las llamas con una cobija. Su eficacia dependerá de que ocurra a un nivel superior, desde el que sea posible una lectura clínica, desapasionada de las ejecutorias de Chávez, capaz incluso de encontrar en ellas una que otra cosa buena y adquirir de ese modo autoridad moral. Lo que no funcionará es “negarle a Chávez hasta el agua”, como se recomienda en muchos predios. Dicho de otra manera, desde un metalenguaje político es posible referirse al chavismo clínicamente, sin necesidad de asumir una animosidad y una violencia de signo contrario, lo que en todo caso no hace otra cosa que contaminarse de lo peor de sus más radicales exponentes. Es preciso, por tanto, realizar una tarea de educación política del pueblo, una labor de desmontaje argumental del discurso del gobierno, no para regresar a la crisis de insuficiencia política que trajo la anticrisis de ese gobierno, sino para superar a ambos mediante el salto a un paradigma político de mayor evolución.
Lo que hay que hacer no podrá determinarse mediante la reiterada atención puesta sobre los factores políticos actuantes, en una castrante fijación sobre ellos; todos hacen política obsoleta e ineficaz, irrelevante. El foco no está en los partidos, en Borges, López o Machado; debe ponerse en el Pueblo. Y la postura requerida es la de políticos que se entiendan como profesionales de la solución de problemas públicos, una postura clínica, una comprensión de la política como arte de carácter médico. Yehezkel Dror, mi amigo y mentor, escribió en enero del año pasado:
In imperial Portuguese statecraft rulers and their advisors often viewed themselves as medical healers of the body politic. Some contemporary thinkers impressively continue this tradition, such as “Dr. Politico” (Dr. Luis Enrique Alcala) in Venezuela.
Me importa un carajo (perdona el latín) lo que digan Iglesias, Almagro o Ramos Allup. La clave no está en ellos. También está en el texto de 1985 lo siguiente (Tiempo de incongruencia):
Ese nuevo actor político, pues, requiere una valentía diferente a la que el actor político tradicional ha estimado necesaria. El actor político tradicional parte del principio de que debe exhibirse como un ser inerrante, como alguien que nunca se ha equivocado, pues sostiene que eso es exigencia de un pueblo que sólo valoraría la prepotencia. El nuevo actor político, en cambio, tiene la valentía y la honestidad intelectual de fundar sus cimientos sobre la realidad de la falibilidad humana. Por eso no teme a la crítica sino que la busca y la consagra.
De allí también su transparencia. El ocultamiento y el secreto son el modo cotidiano en la operación del actor político tradicional, y revelan en él una inseguridad, una presunta carencia de autoridad moral que lo hacen en el fondo incompetente. La política pública es precisamente eso: pública. Como tal debe ser una política abierta, una política transparente, como corresponde a una obra que es de los hombres, no de inexistentes ángeles infalibles.
Más de una voz se alzará para decir que esta conceptualización de la política es irrealizable. Más de uno asegurará que “no estamos maduros para ella”. Que tal forma de hacer la política sólo está dada a pueblos de ojos uniformemente azules o constantemente rasgados. Son las mismas voces que limitan la modernización de nuestra sociedad o que la pretenden sólo para ellos.
Pero también brotará la duda entre quienes sinceramente desearían que la política fuese de ese modo y que continúan sin embargo pensando en los viejos actores como sus únicos protagonistas. Habrá que explicarles que la nueva política será posible porque surgirá de la acción de los nuevos actores.
Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos. Por esto tomará un tiempo aceptar que son los actores políticos adecuados, los que tienen la competencia necesaria, pues, como ha sido dicho, nuestro problema es que “los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía“.
Ni Ramos Allup, ni Almagro ni Iglesias son actores nuevos.
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