En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar. (…) Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y “profundo”, y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan.
Pedro Emilio Coll – El diente roto
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La emisora Costa del Sol FM ha asumido un servicio diario de noticias con el que puede obtenerse un pulso de la opinión política nacional, usualmente muy mediocre. Hay en sus envíos los artículos rituales de opinadores oficialistas y opositores—Néstor Francia o Gustavo Tovar Arroyo, por ejemplo—, y con fecha de ayer trajo lo que pretende ser una excepción a esa polarización, una nota de Nicmer Evans con título escuetísimo: El 1S. Éstas son sus primeras líneas:
La polarización en Venezuela, cuando giró en torno al desplazamiento del pensamiento único imperante antes de 1998 basado en la doctrina de que la democracia representativa era la única manera de entender la democracia, y que la visión neoliberal era el único modelo económico viable, cobró sentido al tratar de brindar un enfoque alterno, basado en la democracia participativa y protagónica y la construcción del socialismo bolivariano. Pero cuando la discusión pasó del plano ideológico y político, para permear en la intersubjetividad, dañando tejidos sociales de convivencia y respeto, es cuando la polarización pierde sentido.
Bueno, son términos vistosos de apariencia técnica frecuentes en el articulista, como el de «intersubjetividad», los que han servido para que algunas almas fácilmente impresionables lleguen a creer que el pensamiento de Evans es algo profundo. No hay tal cosa; la «tesis» de Evans, expuesta en el párrafo precedente, es un condensado babiecal tan simplista como históricamente falso, una intrasubjetividad que se vomita a través de una dentadura dañada.
Antes de 1998, Sr. Evans, no había en Venezuela un «pensamiento único». Tampoco lo hay ahora, a pesar de los bien financiados y abundantísimos intentos de propaganda fide por imponer uno del chavismo, la heterogénea corriente política a la que Ud. pertenece. Por ejemplo, en 1993, cinco años antes de que se venciera el plazo que Ud. ha delimitado, se midieron en elecciones presidenciales cuatro candidatos que pensaban muy distinto: Rafael Caldera, Oswaldo Álvarez Paz, Claudio Fermín y Andrés Velásquez. (Sólo el segundo poseía una «visión neoliberal»; Fermín es socialdemócrata, Velásquez heredó la socialista Causa R del excomunista Alfredo Maneiro y el ortodoxo socialcristiano Caldera no era muy bien visto por Fedecámaras). Algunos ni siquiera pensábamos en términos ideológicos, explícitamente, desde 1985.
¿Democracia representativa como «única manera de entender la democracia»? El «pensamiento único» del Congreso Nacional de 1997 abrió las puertas a la democracia participativa con la inclusión de un nuevo título (VI. De los referendos) en su reforma a la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política de diciembre de ese año. (Antes de Chávez, note usted). En la misma Constitución de 1961 se contemplaba ya una consulta referendaria:
Art. 246. Esta Constitución también podrá ser objeto de reforma general… (…) El proyecto aprobado se someterá a referéndum en la oportunidad que fijen las Cámaras en sesión conjunta, para que el pueblo se pronuncie en favor o en contra de la reforma. El escrutinio se llevará a conocimiento de las Cámaras en sesión conjunta, las cuales declararán sancionada la nueva Constitución si fuere aprobada por la mayoría de los sufragantes de toda la República.
Y tal cosa se contemplaba, Sr. Evans, veintiún años antes de que el futurólogo (del «Imperio») John Naisbitt anunciara en Megatendencias (1982):
Hemos creado un sistema representativo hace doscientos años, cuando ésa era la manera práctica de organizar una democracia. La participación ciudadana directa simplemente no era factible… Pero sobrevino la revolución en las comunicaciones y con ella un electorado extremadamente bien educado. Hoy en día, con una información compartida instantáneamente, sabemos tanto acerca de lo que está pasando como nuestros representantes y lo sabemos tan rápidamente como ellos. (…) La democracia participativa está revolucionando la política local en América y borbotea hacia arriba para cambiar también la dirección del gobierno nacional. Los años 70 marcaron el comienzo de la era participativa en política, con un crecimiento sin precedentes en el empleo de iniciativas y referenda… Políticamente, estamos en un proceso de desplazamiento masivo de una democracia representativa a una democracia participativa… El hecho es que hemos superado la utilidad histórica de la democracia representativa y todos sentimos intuitivamente que es obsoleta… Esta muerte de la democracia representativa también significa el fin del sistema de partidos tradicionales.
De nuevo note, Sr. Evans: el autor de esas líneas no era un tal John Chávez. Y en el año mencionado de 1993, en la Carta de Intención con El Pueblo de Venezuela del candidato Caldera, podía leerse:
El referéndum propuesto en el Proyecto de Reforma General de la Constitución de 1992, en todas sus formas, a saber: consultivo, aprobatorio, abrogatorio y revocatorio, debe incorporarse al texto constitucional. La previsión de la convocatoria de una Constituyente, sin romper el hilo constitucional, si el pueblo lo considerare necesario, puede incluirse en la Reforma de la Constitución, encuadrando esa figura excepcional en el Estado de Derecho.
La Constitución de 1999 se contrajo a plasmar en su texto exactamente ese programa delineado con seis años de antelación. Ni Chávez ni Ud., Sr Evans, ni ningún otro marxista protagónico (histórico, endógeno, biométrico, en fin, esdrújulo) inventaron el agua tibia.
Me resta por comentar su mención del bodrio que se hace llamar «socialismo bolivariano»; me es cómodo hacerlo evocando una controversia entre Miguel Pérez Pirela y el suscrito (Reivindicación de la clínica, 18 de octubre de 2012):
Miguel Pérez Pirela empleó reiteradamente durante su intervención, que precedió inmediatamente a la mía, una terminología dicotómica: “bolivarianos” y “opositores”. A esto me referí más o menos con las siguientes palabras: El nombre Bolívar y el adjetivo bolivariano no son marcas o franquicias al estilo de McDonald’s; hay un sentido en el que todo venezolano es asimismo bolivariano, y el adueñarse de esas denominaciones para un exclusivo uso sectario es una apropiación indebida. Puedo entender la manipulación buscada por el gobierno, cuando pretende que Bolívar era socialista. Pero el Libertador dijo a Francisco Iturbe al término de la Campaña Admirable (1813): “No tema Ud. por las castas; las adulo porque las necesito. La democracia en los labios y la aristocracia aquí”, poniendo la mano en el corazón. No había entonces ningún socialismo bolivariano. Más allá de eso, personalmente estoy harto de Bolívar. Nuestro Código Civil dice que a la mayoría de edad la gente se emancipa de sus padres, aunque los siga queriendo; pues bien, hace rato que hemos debido emanciparnos del Emancipador, del Padre de la Patria. Pérez Pirela dijo que la oposición no debía “enfrascarse en marcos mentales de los ochenta o los noventa”, y le doy toda la razón. Pero mucho peor es enfrascarse en marcos del siglo XIX. “O inventamos o erramos” es la frase más manida de Simón Rodríguez, figura del panteón chavista, e inventar es dejar atrás al pasado. No se debe «entrar en el futuro mirando al espejo retrovisor».
Pérez Pirela no acertó a oponer réplica ninguna; al final del intercambio vino a tenderme la mano y me dijo: «Muchas gracias, Maestro». Confío en que Ud. no hará lo mismo. La exaltación de lo «bolivariano» por el chavismo es una adulteración histórica manipuladora, grosera y abusiva, aparte de una falsificación cuando se le aparea con la ideología socialista, así sea una que se exprese como débil olita cuya calificación como «marea» es una obvia exageración.
¿Tendría razón Jean-François Revel cuando afirmaba, justo al inicio de El conocimiento inútil (1988): «La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira»? LEA
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