El triunfo de la negación en Colombia cayó como sorpresa inesperada sobre las expectativas del mundo; hace tan sólo cuatro días, The Guardian reportaba desde Inglaterra: «La mayoría de las encuestas recientes muestra que un 66% de los votantes aprobará el acuerdo». El importante medio británico no esperaba que los colombianos protagonizaran lo que pareció inicialmente ser su propio Brexit. Ban Ki Moon, John Kerry y el papa Francisco no se esperaban el resultado, que en los primeros segundos parecía colocar a Colombia en un despeñadero.
Pero, rápidamente, el liderazgo colombiano reaccionó con mensajes esperanzadores de las principales partes involucradas. En brevísima y concreta alocución, el presidente Juan Manuel Santos se apresuró en ser “el primero en reconocer este resultado donde una mitad del país dijo Sí y la otra mitad del país ha dicho que No. Como Jefe de Estado soy el garante de la estabilidad de la Nación y esta decisión democrática no debe dañar dicha estabilidad; como presidente conservo intactas mis facultades y mi intención de buscar la paz”. Y luego de prometer que la procurará hasta «el último minuto» de su mandato, anunció: «El cese del fuego y de hostilidades bilateral y definitivo sigue vigente y seguirá vigente». Sobrepuesto a la derrota después de cuatro años de laboriosas negociaciones, ofreció: «Mañana mismo (lunes) convocaré a todas las fuerzas políticas, en particular a las que se manifestaron por el ‘No’, para escucharlas y abrir espacios de diálogo para determinar el camino a seguir. Vamos a decidir entre todos cuál es el camino que debemos tomar para que esa paz sea posible».
Después de esa alocución presidencial, Álvaro Uribe habló con igual altura: “Queremos aportar a un gran pacto nacional. Nos parece fundamental que en nombre de la paz no se creen riesgos a los valores que la hacen posible: la libertad, la justicia institucional, el pluralismo, la confianza en el emprendimiento privado, acompañado de una educación universal, de calidad, como cabeza de la política social. Queremos contribuir a un acuerdo nacional, que nos escuchen las razones. Sabemos que nuestros compatriotas del ‘Sí’, al recibir el mensaje de nuestra buena voluntad, nos escucharán y los escucharemos; pedimos lo mismo al Gobierno, a sus negociadores y a la comunidad internacional”. Y sintetizó su agenda: “Pedimos que no haya violencia, que se les dé protección a las FARC y que cesen todos los delitos, incluidos el narcotráfico y la extorsión”.
La guinda: desde La Habana, transmitió Rodrigo Londoño (Timochenko), el máximo jefe guerrillero, la postura de su organización: «Las FARC mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro. Al pueblo colombiano que sueña con la paz, que cuente con nosotros. ¡La paz triunfará!»
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El pueblo de Colombia ha hablado, reído y, sobre todo, llorado; sobre su pronunciamiento, sus líderes han encontrado base para la constancia pacificadora en una lección al mundo y, especialmente, a la dirigencia política venezolana, enredada en una diatriba ritual—»el gobierno lo que quiere», «lo que busca la oposición», etc.—que en nada sirve a la solución de nuestros numerosos y agudos problemas.
Una lección más fundamental aún es ésta: es preciso confiar en el Pueblo; si tan portentoso consenso dirigencial fue posible, ello se debe a que los políticos colombianos optaron por remitir la cuestión al arbitrio popular. «Las heridas venezolanas son tantas y tan lacerantes, que no hay modo de curarlas sin una apelación perentoria al poder fundamental y originario del Pueblo, a través de un Gran Referendo Nacional«. (5 de febrero de 2003. Ver también ¿Qué espera la Asamblea Nacional?, 8 de marzo de 2016, y Plantilla del Pacto, 25 de abril de 2016).
Los pueblos pueden ciertamente equivocarse; no es verdad que la voz del Pueblo sea la voz de Dios. Hasta las más maravillosas «creaciones divinas»—un cerebro humano, por caso, enfermo de Mal de Alzheimer o simplemente preso de la pasión—pueden decidir cosas incorrectas. Pero ningún otro sistema que no sea la democracia se equivoca menos.
…la más moderna y poderosa corriente del pensamiento científico en general, y del pensamiento social en particular, ha debido admitir esta realidad de los sistemas complejos: que éstos –el clima, la ecología, el sistema nervioso, la corteza terrestre, la sociedad– exhiben en su conjunto “propiedades emergentes” a pesar de que estas mismas propiedades no se hallen en sus componentes individuales. En ilustración de Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química: si ante un ejército de hormigas que se desplaza por una pared, uno fija la atención en cualquier hormiga elegida al azar, podrá notar que la hormiga en cuestión despliega un comportamiento verdaderamente errático. El pequeño insecto se dirigirá hacia adelante, luego se detendrá, dará una vuelta, se comunicará con una vecina, tornará a darse vuelta, etcétera. Pero el conjunto de las hormigas tendrá una dirección claramente definida. Como lo ponen técnicamente Gregoire Nicolis y el mismo Ilya Prigogine en Exploring Complexity (Freeman, 1989): “Lo que es más sorprendente en muchas sociedades de insectos es la existencia de dos escalas: una a nivel del individuo y otra a nivel de la sociedad como conjunto donde, a pesar de la ineficiencia e impredecibilidad de los individuos, se desarrollan patrones coherentes característicos de la especie a la escala de toda la colonia”. Hoy en día no es necesario suponer la racionalidad individual para postular la racionalidad del conjunto: el mercado es un mecanismo eficiente independientemente y por encima de la lógica de las decisiones individuales. Es esta característica natural de los sistemas complejos el más poderoso fundamento de la democracia y el mercado. A pesar de la imperfección política de los ciudadanos concretos, la democracia sabe encontrar el bien común mejor que otras formas de gobierno; a pesar de la imperfección económica de los consumidores el mercado es preferible como distribuidor social. (Marcos para la interpretación de la libre empresa en Venezuela, 9 de enero de 2004).
Allende nuestros Andes, podemos aprender. LEA
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