El papa Francisco es jesuita, primero que nada. Luego, como papa moderno, se comporta como influencer, como un Schwarzenegger cualquiera que no puede pasar mucho tiempo sin declarar por las «redes sociales». Por ejemplo, esta reciente y aduladora ingeniosidad:
En el Día Internacional de la Mujer, pienso en todas las mujeres. Les agradezco su compromiso en la construcción de una sociedad más humana, por su capacidad de captar la realidad con mirada creativa y corazón tierno.
¿Están todas las mujeres comprometidas en eso? O consideremos esta respuesta a juicio de Elisabetta Piqué, quien le entrevistara para el periódico argentino La Nación:
Y habló de mala administración y malas políticas y eso allá, en la Argentina, fue interpretado como un ataque a Alberto Fernández y a su ministro de Economía, Sergio Massa.
Fernández es presidente desde hace cuatro años. Pero desde el ‘55 para acá hay más de cuatro años. Todos, de una u otro manera, tienen que cargarse de mucho ego. Del ‘55 a acá dije. «Lo que pasó en el medio, hubo gobiernos más buenos y menos buenos…»
¿Mejores y peores? Si no lo hubiera dicho ¿creeríamos que desde 1955 no hay más de cuatro años en lugar de sesenta y ocho?
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La doctrina de la Iglesia Católica prescribe que un papa es infalible en materia de «fe y costumbres», según la definición del primer Concilio Vaticano (1870), cuando el papado estaba en manos de Pío IX:
«…con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por lo mismo, las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por razón del consentimiento de la Iglesia. De esta manera, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de contradecir ésta, nuestra definición, sea anatema».
La constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, ratifica esta doctrina, para aclarar la definición de la infalibilidad papal, en su párrafo 18:
Este santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña y declara a una con él que Jesucristo, eterno pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus apóstoles como él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn., 20,21), y quiso que los sucesores de estos, los obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores en su Iglesia. Pero para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de la fe y de comunión. Esta doctrina de la institución perpetuidad, fuerza y razón de ser del sacro primado del romano pontífice y de su magisterio infalible, el santo concilio la propone nuevamente como objeto firme de fe a todos los fieles y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de los obispos, sucesores de los apóstoles, los cuales junto con el sucesor de Pedro, vicario de Cristo y cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa de Dios vivo.
Pero los jesuitas estadounidenses, cofrades de Francisco I, destacaban en su revista America para la época del Segundo Concilio Vaticano (Juan XXIII) que nada de lo que apruebe un concilio tiene poder definitorio sin la anuencia del Papa. Así, concluyeron que lo que ocurrió en el siglo XIX equivalía a que Pío IX se levantara a escribir en un pizarrón: «Yo soy infalible».
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Richard Dawkins, en El gen egoísta, introdujo los conceptos de memes (no confundir con memez) y memética. También asentó alguna vez:
Cuán considerado de Dios arreglar las cosas de forma tal que, dondequiera que uno haya nacido, la religión local siempre resulte ser la verdadera.
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Diccionario de la Lengua Española:
anatema Del lat. tardío anathĕma, y este del gr. ἀνάθεμα anáthema ‘ofrenda votiva’, ‘objeto maldito’, ‘maldición, anatema’, infl. en su acentuación por el lat. tardío anathēma ‘ofrenda, don’, del gr. ἀνάθημα anáthēma.
- m. excomunión (‖ acción de excomulgar). Era u. t. c. f.
- m. Maldición, imprecación. Era u. t. c. f.
- m. En el Antiguo Testamento, condena al exterminio de las personas o cosas afectadas por la maldición atribuida a Dios. Era u. t. c. f.
- m. Persona o cosa anatematizada.
1. m. Rasgo cultural o de conducta que se transmite por imitación de persona a persona o de generación en generación.
2. m. Imagen, video o texto, por lo general distorsionado con fines caricaturescos, que se difunde principalmente a través de internet.
memez
1. f. Cualidad de memo.
2. f. Dicho o hecho propio del memo.
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