LEA #269

LEA

Es admisible pensar que el Bushido—Modo del guerrero—, un código japonés de conducta y de vida basado en el código samurai, contiene enseñanzas válidas para estos tiempos más modernos. Las expresiones más tempranas de este conjunto de prescripciones se encuentran ya en el Kojiki, el primer registro histórico del Japón, escrito en el año 712 de la Era Cristiana.

Pero si de buscar sabiduría ancestral se tratara la cosa, mucho más antiguo es el Libro de los Cambios (I Ching), el más viejo de los textos clásicos de China, cuyos orígenes se remontan a más de 2.700 años antes de Cristo, o una ventaja de 3.400 años sobre el código nipón. En el penúltimo de sus  “hexagramas” (63, Después de completar) advierte la primera de sus “líneas”: “En los tiempos que siguen a una gran transición, todo presiona hacia adelante, luchando en dirección del desarrollo y el progreso. Pero esta presión hacia adelante al comienzo no es buena; rebasa la marca y ciertamente conduce a la pérdida y el colapso. Por consiguiente, un hombre de carácter fuerte no se permite el contagio con la intoxicación general sino que refrena su curso a tiempo. Puede que no permanezca completamente indemne de las desastrosas consecuencias de la presión general, pero recibe el golpe sólo por detrás, como un zorro que habiendo cruzado el agua en el último minuto se moja la cola. No sufrirá real daño, porque su conducta ha sido correcta”.

En cartas recientes de doctorpolítico se ha predicado calma y deliberación, ante un cierto apresuramiento que no puede dar buenos resultados. Por ejemplo, la prisa del samurai Baduel, que continúa presionando por la convocatoria y elección de una asamblea constituyente, como medio de reforzar el “bastión inexpugnable” del 2 de diciembre, reconciliar al país, construir “científicamente” el renombrado “socialismo del siglo XXI” y, sobre todo, destituir al Presidente de la República.

Objetar su idea, por supuesto, no es lo mismo que “satanizar” su persona. Así como el adjetivo “mediático”—esdrújula blandida por el oficialismo como despectivo descalificador, a pesar de su propia abrumadora presencia mediática—ha cobrado moda el verbo “satanizar”. No podría criticarse nada que se oponga a Chávez porque se “sataniza” al proponente. No debiera rechazarse el golpe de Carmona, el paro de 2002-2003, los militares de Altamira o la conducción del infructuoso esfuerzo revocatorio, porque cada uno de estos episodios serían hitos de un aprendizaje. Estas cosas no debieran ser satanizadas.

Sin embargo, este relativismo político impide, precisamente, el aprendizaje que se requiere para evitar la repetición de errores, sobre todo cuando los dirigentes de la equivocación insisten en su protagonismo o dicen no arrepentirse de nada; es decir, que no han aprendido.

Si una idea es políticamente fuerte y bien fundada, no hay crítica que pueda vencerla. Y no podemos decir que defendemos la democracia si se señala como inconveniente la diversidad de opiniones.

Por la época en que el Kojiki se escribía profetizaba un israelita: «La multitud que andaba en tinieblas vio gran luz». (Isaías, 9:2). Eso nos pasó exactamente el 2 de diciembre, pero la iluminación no es lo mismo que el apresto. Todavía no estamos listos.

LEA

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Addenda técnica al #269

Cartas

Estimada suscritora, estimado suscritor: en el número 269 de la Carta Semanal de doctorpolítico, enviado recientemente a su dirección, se dejó de mencionar sobre el tema de la Realpolitik, política “realista”, o política de poder, algunas cosas dichas en tiempos relativamente recientes por algunos científicos políticos actualmente practicantes. (Aunque hubo en él referencias a impresiones científicas de la psicología, la zoología y la teoría de juegos de estrategia). Lo que sigue es una ampliación, seguramente técnica en exceso, de la discusión contenida en el número mencionado.
Esta pesadez, incluida sólo por el prurito de ser exhaustivo, no debe empañar el augurio que le hago llegar de un feliz 2008 para usted y los suyos.

Con un cordial saludo

Luis Enrique Alcalá
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Hallazgos recientes de la ciencia política sobre el paradigma «realista»
La más articulada y metódica de las exposiciones sobre el tema se encuentra, sin duda, en la obra de John A. Vasquez, The Power of Power Politics: From Classical Realism to Neotraditionalism (Cambridge University Press, 1998). Vasquez muestra cómo el valor predictivo y explicativo de los presupuestos de la política “realista” ha entrado, hace mucho, en una fase de rendimientos decrecientes. En Power Politics and Contentious Issues: Realism, Issue Salience, and Conflict Management (2005), Paul R. Hensel describe el hallazgo del siguiente modo: “…Vasquez (1993: 124) argumenta que ‘el paradigma realista no ha considerado la substancia de la política mundial, los problemas contenciosos, como importantes o centrales a la comprensión’, y aboga por un desplazamiento del foco de ‘tratar la política mundial como una lucha por el poder’ a ‘tratarla como el señalamiento y resolución de problemas’. Mansbach y Vasquez (1981) y Vasquez (1998) aducen que la observación de diferencias sistemáticas en el comportamiento internacional a través de diversas áreas problemáticas—particularmente diferencias en el manejo de asuntos territoriales y otros—desafía al realismo”. El propio Hensel aporta, en la última conclusión de su trabajo, el siguiente dictamen: “…si se quiere que las instituciones o los mecanismos legales jueguen un papel significativo en la solución de problemas de alto perfil, su impacto debe sentirse por sobre y más allá de los factores relacionados con el poder que proponen los realistas”.
En The Evolution of International Politics, 1800-2000: A Network Analysis (2003), Z. Maoz, R. D. Kuperman, L. Terris e I. Talmud, de las universidades de Haifa y Tel-Aviv, hacen inventario de las debilidades del paradigma “realista”. Se cita ahora de su trabajo sin traducción:
“There are different types of systemic theories of international politics, but by far the most influential one is structural realism in its various incarnations (Glazer, 2003). This theory finds its most eloquent exposition in Waltzís (1979) classic. At the risk of oversimplification, we note that the key characteristics of this theory are fourfold:
1. It assumes that states are the principal actors in international politics.
2. It assumes that the key characteristic of international politics is the state of anarchy, that is, the absence of a central authority that is capable to enforce rules on the units.
3. It assumes that the principal motivation of units under anarchy is survival. States want to maximize the chances of surviving in an anarchic world.
4. Thus, the principal mechanism that can help state maximize their chances of surviving is the balancing rule: states wish to balance other states.
On the basis of these fairly simple principles, the theory tells us about how, why, and when war and peace are expected in world politics (Waltz, 1964, 1979); who aligns with whom and why (Walt, 1987; Christensen and Snyder, 1990); what would be the relations between major powers and minor powers (Miller, 1994), and so forth.
Yet, it is unclear when states are expected to balance, and what it is that they attempt to put on the balancing scale. Some versions posit that states attempt to balance power (Waltz, 1979). Others argue that states wish to balance threats (Walt, 1987). Some claim that states wish to maximize survival not by balancing but by seeking dominance (Mearsheimer, 2000), other argue that states seek security by trying to deter through balancing processes (Walt, 1987; Glaser, 1994-95). Theorists also differ considerably on the question of what is the relationship between balances and war. Some (e.g., Watlz, 1979; Mearsheimer, 1991) claim that balance creates mutual deterrence and hence reduces the likelihood of war. Others (e.g., Organski and Kugler, 1980; Kugler and Lemke, 2000; Geller and Singer, 1998: 192-193) claim that power parity (i.e., roughly equal balance) increases the likelihood of war.
There are quite a few problems with this approach, however, as elegant as it may appear at first blush. First, on a theoretical level it is reductionist, because it reduces its definition of the key independent variableóthe structure of the international systemto a very narrow concept of the distribution of power between a few major powers. How a state becomes a member of this club of major powers is ambiguous in most studiesó even those that employ highly rigorous measurement criteria. As we argue below, structure is a more complex concept, one that cannot be defined strictly in terms of a single attribute of actors. Second, structural realism is reductionist because it conceives power in strictly material—mostly military—terms. As has been argued over and over (and demonstrated by the collapse of the second ìmost powerfulî poweróthe Soviet Union) material power does not count for much if it is not backed by economic capability and by social and political stability (Keohane and Nye, 1977; Kennedy, 1987).
Third, structural realism is predicated on a “top down” or “outside in” logic. This logic is both empirically problematic and logically flawed (Maoz, 1990: 547-564; Bueno de Mesquita, 2003). It generates seemingly contradictory propositions (e.g., regarding the relationship between polarity and war, or between alliances and war). It is vague on many issues that are not related to power and structure; it does not account for system transformation and is limited in scope (Maoz, 1996: 4-12).
Fourth, and perhaps most importantly, structural realism does not have a great deal of empirical support. It does not appear to be working because it leads to flawed empirical generalizations (Vasquez, 1998), because it generates seemingly contradictory propositions (Vasquez, 1997), and because the discrepancy between the original proposition of this approach and empirical reality leads adherents of structural realism to “changes” that are not in line with the basic ideas of the approach. So that not only does structural realism lend itself to contradictory propositions, but it also loses its parsimonious qualities (Vasquez, 1997)”.

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CS #269 – Reflexión postrimera

Cartas

Un día, en el paseo que va hacia la Porta al Prato, encontré a un amigo escritor, el cual hacía poco tiempo que había publicado una novela. Después de haberme hecho hablar sobre temas sin importancia ni para él ni para mí, me preguntó a quemarropa:

—¿Has leído mi novela? ¿Qué te parece?

—La he leído—le repuse en serio—y el consejo de una persona que te quiere es éste: deberías cortar una mitad del libro, y la otra, rehacerla enteramente.

El amigo no dijo nada, pero se le oscureció el rostro y se me despidió apresuradamente. Desde aquella tarde, y nunca he comprendido del todo por qué, daba la vuelta siempre que me veía o bien, si realmente no podía evitar encontrarme, se mostraba conmigo aún más frío que su prosa […].

Con los amigos escritores es preciso, o bien ser mentirosos, o resignarse a convertirlos en enemigos.

Giovanni Papini. El espía del mundo, 1955.

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El pensamiento dicotómico permite una manera poco complicada de ir por la vida. La cosa es fácil: o se es blanco o se es negro. Pobre, rico. Revolucionario, reaccionario. Bolivariano, yanqui. Bueno, malo. Amo, esclavo; señor, siervo; patrono, obrero. O estás conmigo o estás contra mí. El mundo, visto con los anteojos de la dicotomía, no contiene misterio alguno.

Quien trabaja sus contenidos mentales en organización dicotómica tiene, como todo el mundo, sus propias posiciones ante las cosas; pero quien no sostiene su mismo punto de vista es imaginado en un extremo polar, total y simétricamente opuesto. Si quien difiere de su opinión no es “realista”, por ejemplo, debe ser romántico o iluso. No hay gradaciones: en el mundo cortado por el dicótomo no hay grises ni estados intermedios.

La lógica formal—la más desarrollada matemáticamente—lo ayuda, puesto que es binaria. Sus “tablas de verdad” sólo pueden contestarse, como en un referéndum, con un sí o un no. La digitalización moderna de la información refuerza aquella base, pues es asimismo binaria, un mundo en el que todo puede expresarse en términos de ceros y unos, prendido o apagado, alto o bajo voltaje. Es sólo muy recientemente que una “lógica difusa” (fuzzy logic), que escapa al encierro binario, ha sido asumida por los ingenieros para construir dispositivos más refinados e inteligentes.

La dicotomización es conveniente, además, porque permite construir afirmaciones invulnerablemente verdaderas, una clase de proposiciones que la lógica conoce como tautologías. (El significado original del término es retórico: una declaración redundante que no añade información).

Consideremos, por ejemplo, la siguiente proposición: “O llueve o no llueve”. En cualquier sitio de cualquier universo, existente, imaginable o por existir, esa afirmación es verdadera tomada en conjunto. O está lloviendo o no está lloviendo. O eres bolivariano o no lo eres, o eres realista o no lo eres.

A veces la dicotomía se expresa bajo la admisión de sólo dos posibles explicaciones para un fenómeno cualquiera. Digamos el fenómeno humano, el hombre. En El espía del mundo, Giovanni Papini (1881-1956) sólo admite dos conceptos del hombre: o es un ángel caído, es decir, una esencia originalmente celestial que añora su antigua elevación, o una bestia engreída que a fuerza de vanidad consigue erguirse sobre sus patas posteriores. No habría otra posibilidad.

Pero otras veces lo dicotómico se hace monotómico, monótono, si se quiere. Habría sólo una especie de hombre, una sola especie de venezolano, una única especie de político. El venezolano sería así: flojo, indisciplinado, poco serio. Con él no podría construirse un verdadero partido de izquierda, pues éste requiere organización, constancia y estudio, y “el venezolano” no sería organizado, ni tenaz ni estudioso. El hombre no sería otra cosa que un manojo de condicionados reflejos egoístas. No habría político en Venezuela que no se mueva por un único motivo: absolutamente todos los políticos venezolanos lo que en verdad querrían es ponerle la mano a una bolsa de treinta mil millones de dólares. No habría en el planeta un político que no sea maquiavélico. (A ver, nómbrame uno que no lo sea).

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La respuesta a esta última petición, por supuesto, es que absolutamente todos son capaces de actuar en formas no maquiavélicas. Hasta el dictatorial Dr. Mugabe, en alguna calurosa madrugada de desvelo, habrá imaginado que su actuación corresponde a un sacrificado deber con el pueblo de Zimbabwe. (No te nombro uno, te nombro a todos). El mismo Papini escribía: “Quien no ha deseado por lo menos una vez en su vida ser un santo, es, todo lo más, una bestia”. Su formulación aquí es estadística: por lo menos una vez en la vida, no toda la vida, que es lo que parece exigir la postura cínica. (La opinión de quienes mantienen que el propio interés es el motivo primario de la conducta humana, y rehúsan confiar en la sinceridad, la virtud o el altruismo en tanto motivaciones). En confirmación de su aproximación estadística al problema del comportamiento de los seres humanos, Papini nos ofrece: “Todo hombre paga su grandeza con muchas pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su riqueza con múltiples quiebras”. O sea, cada hombre es capaz de hospedar la grandeza y al mismo tiempo de alojar múltiples miserias. Simplemente, llamamos grande, o virtuoso, o santo, a aquél cuya normalidad se caracteriza por una marcada infrecuencia de vileza y una presencia constante de elevación. Quienes son así no son muchos. Hay una Madre Teresa de Calcuta y un Al Gore por planeta; también, por fortuna, no muchos Hitlers o Pol Pots.

Pero Papini era, naturalmente, un literato, esto es, un artista. Como tal, no debe exigírsele, por más aguda que sea su mirada sobre la humanidad, el rigor de la visión científica. Cuando estaba de vena sarcástica—en su ensayo sobre el Diablo, por caso—escribía: “Como es difícil ser santo, sólo nos queda llegar a ser satánico, que es el otro extremo”, en pleno uso de costumbre polar y dicotómica. Otro italiano antes que él, no tan radical, recomendaba: “Es mejor ser a la vez temido y amado; sin embargo, si uno no puede ser ambas cosas es mejor ser temido que amado”. (Nicolás Maquiavelo. El príncipe).

No puede ser entonces Papini el cicerone requerido para dilucidar el tema aquí discutido; tampoco Maquiavelo: aunque derivaba sus recomendaciones a Lorenzo de Médicis de la observación empírica de gobiernos concretos—sólo principados; advirtió que no consideraría las repúblicas—y aunque uno que otro lo tenga por el “padre de la teoría política moderna”, escribió El príncipe en 1513, cuando faltaban veintinueve años para el nacimiento de su compatriota, Galileo Galilei, el primer hombre que hizo ciencia rigurosa y confiable. Maquiavelo era empírico, pero también precientífico. (E igualmente interesado. Si el filtro a través del que todo debiera colarse fuese cínico, entonces debería considerarse que los consejos de Maquiavelo, reunidos en su más famoso opúsculo, escrito de prisa, tenían por objeto conseguir que Lorenzo lo contratase, para lo que resultaba conveniente avisarle que no reprobaría por inmoralidad alguna que otra crueldad del gobernante de Florencia. Claro, descubrir esta motivación egoísta en Maquiavelo no equivale a refutarlo, ni a describirlo monotómicamente como persona carente de la complejidad y riqueza que son evidentes en su abundante obra de tratadista, poeta y dramaturgo).

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No basta la actitud empírica. El protagonista de ¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes? (por Enrique Jardiel Poncela) se propuso, con ánimo de naturalista de lo más empírico, una exploración que pudiera rebatir la noción de que alguna vez hubiera once mil vírgenes. Su método: yacer con toda mujer que tuviese a tiro. Después de una catalogación sexual que le llevó años y a muchos sitios, después de una dilatada carrera de fornicador, jamás encontró una virgen. Así, razonó, nunca hubo once mil vírgenes, pues si alguna vez las hubiera habido debería haber quedado aunque fuera una.

Respecto de la existencia de un himen, sin embargo, es fácil pensar dicotómicamente. O una mujer lo tiene o no lo tiene, es tautología que se insinúa de inmediato. O es virgen o no lo es. O está preñada o no lo está; no puede estar medio preñada. Pero los políticos no son categorizables de modo tan elemental, a pesar de que, con autocomplaciente vulgaridad, admirados de su propia y pretendida astucia, haya quienes digan con frecuencia que a Perencejo le hace falta mucho burdel político. Implícita en una caracterización tal, está la idea de que cierta inmoralidad es imprescindible para ejercer la política, que la conducta inmoral o amoral es consustancial a la política.

Atendamos, entonces, a lo que las ciencias, sociales y biológicas, tienen que decir sobre este asunto, pues, quiéralo o no el cínico, es deber moral del político ser responsable y serio, puesto que se entromete en la vida de un amplio contingente humano, y no puede hacer eso con seriedad o responsabilidad si no procura abrevar de lo científico.

Una primera constatación, evidente, es que ciertamente hay conductas observables que responden a motivaciones egoístas, que hay comportamientos que se rigen por la suspensión de otra moralidad que no sea el propio interés o beneficio. La palabra “maquiavelismo” ha llegado a ser un término técnico; los psicólogos sociales y de la personalidad lo emplean para describir la tendencia de una persona a engañar y manipular a otras personas para fines de ganancia personal, y también aluden a “inteligencias maquiavélicas”. De hecho, Richard Christie y Florence Geis diseñaron un test destinado a medir el nivel de maquiavelismo presente en una persona cualquiera. El test MACH-IV, desarrollado hacia 1960, se ha convertido en la herramienta estándar de los psicólogos para la evaluación cuantificada de la presencia de maquiavelismo. Algunos, bastante interesantemente, han creído encontrar una correlación entre maquiavelismo y desórdenes psicopáticos o sociopáticos y, más específicamente, con el desorden narcisista de la personalidad, de indudable importancia política en Venezuela. Sobre todo los sociópatas se caracterizan, como las personalidades maquiavélicas, por la maquinación astuta. Estos tipos de personalidad no son, por fortuna, los más frecuentes.

Una segunda fuente científica mana de la Biología, y crea un río que corre en dirección distinta. Escribiendo para The New York Times (Científicos hallan inicios de la moralidad en comportamiento de primates, 20 de marzo de 2007), Nicholas Wade reporta:

Algunos animales son sorprendentemente sensitivos a peligros que acosan a otros. Los chimpancés, que no saben nadar, han llegado a ahogarse en estanques en zoológicos tratando de salvar a otros. Ante la posibilidad de obtener comida halando una cadena que también administra una descarga eléctrica a un compañero, los monos rhesus pasan hambre durante días enteros. Los biólogos arguyen que éstas y otras conductas sociales son las precursoras de la moralidad humana… El año pasado Marc Hauser, un biólogo de la evolución en Harvard, propuso en su libro Mentes morales que el cerebro tiene un mecanismo, conformado genéticamente, para la adquisición de reglas morales, una gramática moral universal similar a la maquinaria neural para el aprendizaje del lenguaje. En otro libro reciente, Primates y filósofos, el primatólogo Frans de Waal defiende, contra filósofos críticos, su punto de vista de que las raíces de la moralidad pueden encontrarse en la conducta social de monos y simios… La vida social requiere empatía, la que es especialmente obvia entre los chimpancés, así como sus métodos para terminar las hostilidades internas. Toda especie de simio o mono tiene su propio protocolo para la reconciliación después de las peleas, según hallazgo del Dr. de Waal. Si dos machos no logran reconciliarse, los chimpancés hembras a menudo reúnen a los rivales, como si sintieran que la discordia empeora a la comunidad y la hace más vulnerable al ataque de vecinos. Incluso llegan a evitar una pelea arrebatando piedras de las manos de los machos. El Dr. de Waal cree que estas acciones son emprendidas para el mayor bien de la comunidad, distinto de las meras relaciones entre individuos, y son un precursor significativo de la moralidad en las sociedades humanas.

Pero es que hasta en disciplinas más abstractas, como la Teoría de los Juegos (John von Neumann y Oskar Morgenstern), es posible asistir a la emergencia de la cooperación. El famoso “dilema del prisionero” es un juego de estrategia matematizable—inventado en la Corporación RAND, el más grande think tank del mundo—, que modela cómo es posible llegar a un resultado que daña a todos los jugadores cuando éstos siguen una estrategia perfectamente racional que se cierra a la cooperación. Llevado a computadores que juegan entre sí, y a pesar de sembrar en ellos una estrategia inicial de retaliación (tit for tat), al cabo de numerosas repeticiones los computadores típicamente “aprenden” a cooperar.

El altruismo, pues, es tan real como el egoísmo, por lo que cualquier esfuerzo serio y responsable de entender el comportamiento social, y de hacer política, debe tomarlo en cuenta.

En febrero de 1985 escribía el suscrito: “Si se piensa en la distribución real de la ‘honestidad’—o, menos abstractamente, en la conducta promedio de los hombres referida a un eje que va de la deshonestidad máxima a la honestidad máxima—es fácil constatar que no se trata de que existan dos grupos nítidamente distinguibles. Toda sociedad lo suficientemente grande tiende a ostentar una distribución que la ciencia estadística conoce como distribución normal de lo que se llama corrientemente ‘las cualidades morales’: en esa sociedad habrá, naturalmente, pocos héroes y pocos santos, como habrá también pocos felones, y en medio de esos extremos la gran masa de personas cuya conducta se aleja tanto de la heroicidad como de la felonía… Tan imposible como hacer que una población esté compuesta por genios, es lograr que sea toda de idiotas. Tan imposible como hacer que toda sea una población de santos es obtener que sea íntegramente conformada por delincuentes, y, por tanto, en una sociedad económicamente justa, no podrá ser que todos sus habitantes sean ricos o que todos sus habitantes sean pobres”.

Una “Política Clínica”, pues, no cree que “el maestro es el apóstol de la juventud”, como titulaba Luis Beltrán Prieto Figueroa uno de sus recordados artículos, ni tampoco que la universidad es “fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”, como reza nuestra Ley de Universidades. (1970). Ese lenguaje hiperbólico no es bueno para fundar repúblicas, y ya Bolívar alertaba contra las que llamaba “aéreas”. Para ser político clínico no es necesario chuparse el dedo.

Pero una aberración contraria, si queremos hacer dicotomías, es desconocer el altruismo en política. El político profesional serio debe ser, sin duda, realista. Esto no conduce a tener el realismo como sinónimo de cinismo. Nadie menos que Federico el Grande de Prusia quiso escribir un breve ensayo—corregido y ampliado por el cáustico Voltaire, su protegido—para refutar a Maquiavelo. En Anti-Maquiavelo (1740), Federico expuso que el italiano había ofrecido un punto de vista parcial y sesgado del arte del estadista. Además de reivindicar un lugar para un genuino interés por la prosperidad de los ciudadanos, el gran monarca apuntó agudamente cómo Maquiavelo había escamoteado la evidencia del término infeliz o desastroso de más de un gobernante malhechor por él alabado.

Y es que, asimismo, no es nada difícil recabar comprobación empírica de que la bondad es eficaz. La bondad funciona en la práctica. Los expertos en gerencia de personal ya abrazaban, a fines de los años sesenta del siglo pasado, la “Teoría Y”, que se oponía a una “Teoría X” que contemplaba cínicamente las motivaciones de los empleados de las empresas privadas. Sin darse cuenta de lo que hacían, eran, como Federico el Grande, antimaquiavélicos. Habían descubierto que, con mucho, era preferible ser amado que temido.

El líder temido, no cabe duda, puede ser muy eficaz; con frecuencia logra sus propósitos. Pero para lograr metas más elevadas es necesario ser líder amado. No se puede convocar a grandes cosas desde el miedo.

Es en este sentido práctico, plenamente realista, que Don Pedro Grases, el gran catalán venezolano, afirmaba en su septuagésimo quinto cumpleaños: “La bondad nunca se equivoca”. Para quien había logrado escapar de la muy real y concreta tragedia de la Guerra Civil Española, eso no era poesía, sino constatación práctica.

Una política fundada en ese sentimiento, a pesar de su hermosura, es perfectamente posible. (Y muy necesaria). LEA

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FS #176 – Ofertorio en China

Fichero

LEA, por favor

En más de una ocasión doctorpolítico ha traído, a sus cartas o fichas, textos y referencias de Pierre Teilhard de Chardin, una de las figuras señeras del siglo XX. Sacerdote jesuita de pensamiento audaz, penetrante y hermoso, planteó una visión del sentido del hombre que incomodó a la ortodoxia católica de su tiempo. La Santa Sede llegó a prohibir en los centros de formación religiosa la lectura de sus obras. Bajo el papado de Juan XXIII la Congregación del Santo Oficio (antaño conocida como la Santa Inquisición), emitió una advertencia (monitum) el 30 de junio de 1962, que fuera reconfirmada en 1981. Allí se lee: “Prescindiendo de juzgar aquellos puntos que conciernen a las ciencias positivas, es suficientemente claro que las… obras [de Teilhard] abundan en tales ambigüedades y, de hecho, incluso serios errores que ofenden a la doctrina Católica. Por esta razón, los muy eminentes y reverendos Padres del Santo Oficio exhortan a todos los Ordinarios así como a los superiores de los institutos Religiosos, rectores de seminarios y presidentes de universidades, para que efectivamente protejan las mentes, particularmente de los jóvenes, contra los peligros presentados por las obras de Fr. Teilhard de Chardin y de sus seguidores”. Teilhard murió, por decirlo así, en el exilio al que fue destinado en Nueva York. (El día de Pascua de Resurrección de 1955).

Una faceta muy importante en Teilhard fue su profesión de paleontólogo, la que sin duda contribuyó a formar su particular punto de vista sobre la aparición y evolución de la vida. Así, mucho tiempo pasó con ropas seglares en sitios de excavación en áreas remotas, desprovisto de los instrumentos del oficio sacerdotal, cuando era más astringente que ahora la obligación del sacerdote de oficiar misa cada día. (Y rezar el Breviario Romano, también diariamente). Es tal circunstancia, repetida muchas veces, lo primero que menciona en el texto reproducido acá en traducción castellana del original francés. Escrita en 1923 en el Desierto de Ordos (en la porción suroccidental del Desierto de Gobi, en China), La Misa sobre el Mundo fue publicada con otros textos (1961) en un volumen que tuvo por título Himno al universo. Corresponde al Ofertorio de una misa que pudiera muy bien llamarse cósmica, en virtud de la grandeza del sacrificio que describe y ofrece, por el que toma por ara el planeta entero y consagra allí la hostia de “le travail et la peine du Monde”.

Teilhard de Chardin estuvo varias veces en China, y allí formó parte del equipo que encontró (1929) los restos fósiles del llamado “Hombre de Pekín” (Sinanthropus pekinensis, clasificado hoy en día como Homo erectus pekinensis). Su labor científica, sin embargo, no lo alejó de la experiencia espiritual; más bien lo hizo, amén de fenomenólogo, un escritor místico que se revela en poéticos trozos como el reproducido acá o en su obra El medio divino (1926-27).

Sea el texto sobrecogedor de La Misa sobre el Mundo lectura oportuna para el día en que se conmemora el nacimiento del Salvador Jesús, a quien Pierre tanto amó. LEA

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LA MISA SOBRE EL MUNDO

Puesto que, una vez más, Señor, ya no en los bosques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos justo hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y la pena del Mundo.

El sol viene de iluminar, allá abajo, la franja extrema del primer Oriente. Una vez más, bajo la capa móvil de sus fuegos, la superficie viviente de la tierra se despierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremenda labor. Yo colocaré sobre mi patena, oh Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Verteré en mi cáliz la savia de todos los frutos que hoy serán molidos.

Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, van a elevarse desde todos los puntos del Globo y a converger hacia el Espíritu. ¡Que vengan a mí, pues, el recuerdo y la mística presencia de aquellos a quienes la luz despierta para una nueva jornada!

Uno a uno Señor, veo y amo a aquellos a quienes tú me has dado como sostén y como encanto naturales de mi existencia. También uno a uno voy contando los miembros de esa otra y tan querida familia que se han ido juntando poco a poco en torno a mí, a partir de los elementos más dispares, las afinidades del corazón, la investigación científica y el pensamiento. Más confusamente, pero a todos sin excepción, evoco a aquellos cuya multitud anónima constituye la masa innumerable de los vivientes; a aquellos que me rodean y me sostienen sin que yo los conozca; a aquellos que vienen y aquellos que se van; a aquellos que, sobre todo, en la verdad o a través del error, en su despacho, en su laboratorio o en la fábrica, creen en el progreso de las Cosas y hoy buscarán apasionadamente la luz.

Quiero que en este momento mi ser resuene con el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa o diferenciada, cuya inmensidad nos sobrecoge; de ese Océano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones introducen la turbación en los corazones más creyentes.

Todo lo que va a aumentar en el Mundo, en el transcurso de este día, todo lo que va a disminuir—todo lo que va a morir, también—, he allí, Señor, lo que me esfuerzo en concentrar en mí para ofrecértelo; he allí la materia de mi sacrificio, el único sacrificio que Te complace.

Otrora se depositaban en tu templo las primicias de las cosechas y la flor de los rebaños. La ofrenda que verdaderamente esperas, aquélla de la que misteriosamente tienes necesidad todos los días para saciar tu hambre, para calmar tu sed, es nada menos que el acrecentamiento del mundo arrastrado por el devenir universal.

Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída por tu gracia, te presenta en esta nueva aurora. Este pan, nuestro esfuerzo, lo sé, no es más que una desagregación inmensa. Este vino, nuestro dolor, no es todavía—¡ay!—más que un brebaje disolvente. Pero tú has puesto en el fondo de esta masa informe—estoy seguro de ello, porque lo siento– un irresistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos, tanto al impío como al fiel: “¡Señor, haznos uno!”.

Porque a falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus Santos, tú me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura—porque, irremediablemente, reconozco en mí, más que a un hijo del Cielo, a un hijo de la Tierra—, subiré esta mañana, con mi pensamiento, a los lugares altos, cargado con las esperanzas y las miserias de mi madre, y allí—fortalecido con un sacerdocio que sólo tú, estoy seguro, me has dado,—invocaré al Fuego sobre todo lo que, en la Carne humana, está pronto para nacer o para perecer bajo el sol que asciende.

Pierre Teilhard de Chardin

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LEA #268

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Hablando en plural—¿colectivo o mayestático?—Hugo Chávez ha dicho, en advertencia al gobierno estadounidense que es su fijación y coartada principal: “No nos obliguen a acciones violentas en Bolivia”. Chávez presta de este modo a Evo Morales su excusa favorita, para explicar las crecientes dificultades del mandatario de Bolivia. Luego volvió con su acostumbrado ladrido amenazante: la comparación de la guerra de Vietnam con una teórica guerra asimétrica contra los Estados Unidos en territorio sudamericano. Esta declaración ya ha suscitado manifestaciones de repudio de parte de dirigentes bolivianos. En el país que presidiera por primera vez Antonio José de Sucre, crece el rechazo a la figura de Chávez y sus prácticas intervencionistas.

De Montevideo, donde asistiera a una reunión de Mercosur, el presidente venezolano dio un brinquito hasta Cuba, para almorzar y conferenciar con Fidel Castro. Allí hablaron, sin duda, del tema de los rehenes secuestrados por sus amigos, los guerrilleros terroristas y narcotraficantes de las FARC.  La noticia de la próxima liberación de algunos de esos “retenidos” fue capturada por Reuters en una primicia obtenida por Prensa Latina, la agencia de noticias cubana. (“Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, dijeron que habían ordenado que Clara Rojas, su hijo Emmanuel y Consuelo González fueran liberados y entregados a Chávez o su contacto, de acuerdo con la agencia cubana de noticias Prensa Latina, que obtuvo el comunicado de los rebeldes). No puede haber señal más clara de la connivencia de Castro y Chávez con la guerrilla de Colombia, que busca alisarle a éste el traje ajado por el despido que Uribe Vélez le infligiera.

Pero el intento de los guerrilleros por atribuir a las gestiones de Chávez el “gesto humanitario” de esta liberación unilateral, sólo lo confirma como su cómplice y encubridor, y lo que se ha revelado recientemente del trato inhumano de los prisioneros lo marca como amigo de quienes para nada respetan los derechos humanos.

Ni esto, ni su maniática búsqueda de presuntos asesinos de Bolívar, sin embargo, logran disolver el brete en que se encuentra por causa del affaire Antonini. Desde Argentina se informa ahora que este ciudadano norteamericano-venezolano, al concluir la retención de los dólares que introdujo ilegalmente en ese país, enderezó de inmediato sus pasos hacia la Casa Rosada, seguramente para reportar el serio inconveniente de la pérdida monetaria. Con la protección de Kirchner pudo evadirse hacia Uruguay primero y los Estados Unidos después.

Tales, pues, los más recientes logros de Chávez en la escena internacional. Cada vez aumenta más su aislamiento. Hasta Amahdinejad se apresta a una reconciliación con los Estados Unidos, a raíz del último National Intelligence Estimate, que certifica que Irán dejó de lado la procura de armas nucleares hace cinco años. Pronto quedará Chávez ladrando solo al “imperio”.

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