A M. G.*

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Un gran pequeño libro

El título de esta entrada es el lema de otra feliz iniciativa de TED—Technology, Entertainment, Design—, la magnífica organización de estimulantes conferencias que obliga al más pintado de los Premios Nobel a exponer un tema importante para la persona 21—»aquella que es capaz de entender y navegar el siglo en el que vive»—en no más de veinte minutos. Tengo en mis manos The Great Questions of Tomorrow de David Rothkopf, el ejecutivo jefe de Foreign Policy, en edición de TED Books. Es un libro de formato pequeño y sólo ciento diez páginas que nos abre la mente al futuro multidimensional que llueve sobre nosotros, en lo que el autor llama «el día antes del Renacimiento».

El epígrafe, que Rothkopf certifica ha sido atribuido a Albert Einstein, es la guía de la obra:

Si tuviera una hora para resolver un problema y mi vida dependiera de eso, emplearía los primeros cincuenta y cinco minutos en la determinación de la pregunta adecuada que habría que hacer, porque una vez que supiera la pregunta adecuada podría resolver el problema en menos de cinco minutos.

Rothkopf—ver de él en TED.com una presentación relacionada—hace preguntas muy pertinentes a nuestra adaptación al tsunami que se avecina por causa de la era digital: ¿Quién soy? (¿Quiénes somos?), ¿Quién gobierna? ¿Qué es el dinero? ¿Qué es un trabajo? ¿Qué es la paz? ¿Qué es la guerra? Todas estas cuestiones, que creíamos ya definidas para siempre, adquieren con la explosión digital significados inéditos y complejos, que el autor anticipa y explica. Por ejemplo: «¿Necesitan los gobiernos grandes equipos en sus embajadas cuando tantas comunicaciones ya no pasan de persona a persona y, de hecho, a menudo sobrepasan a los diplomáticos por completo (cuyo papel, después de todo, era fundamentalmente el de correveidiles que llevaban formas de comunicación hoy pasadas de moda)?» O esta noticia: «Sólo el 12% de los miembros del Congreso [de los EEUU] tiene un adiestramiento en ciencia o tecnología, según un estudio del Instituto de Políticas de Empleo en 2011». O, por caso: «Ya existen flujos de datos que mostrarán las fluctuaciones económicas en tiempo real con un increíble nivel de detalle: por comunidades, por cuadras, por familias, por negocios, comoquiera que querramos medirlas. Con el uso de estas herramientas y las nuevas fuentes de datos, el mundo será capaz de encontrar correlaciones jamás imaginadas». Etcétera.

La lectura del libro me produjo algo cercano al vértigo, que potenció algo que me dijo (hablando de otra cosa) quien me lo trajera de regalo: «Ya nosotros estamos de salida; lo que nos toca hacer es para los jóvenes». Terminada la lectura, sentí que el cambio es tan descomunal que tal vez nuestros nietos, ni siquiera nuestros hijos, podrán comprenderlo por completo.

Leer la poderosa obrita de Rothkopf fue a la vez para mí causa de maravilla y sobrecogimiento, y eso que ya yo había planteado en el Coloquio El Comunicador Necesario (19 de mayo de 1994): «Cuando aprendíamos historia universal en la escuela primaria nos enseñaban a dividirla en dos eras, la prehistórica y la histórica, y a dividir a la vez a ésta en cuatro edades: Antigua, Media, Moderna, Contemporánea. Pues bien, es tiempo de que tomemos conciencia de que estamos, no ya cerrando un siglo, no ya cerrando un milenio y abriendo otro, sino en el mismo comienzo de una nueva edad de la historia, la que me atreveré, en este auditorio de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia, a bautizar con un nombre: la Edad Compleja». No hace mucho reincidí en la cosa (El medio es el medio, 29 de abril de 2015):

Las ideologías han perdido su poder de producir soluciones. El registro de la Organización Internacional del Trabajo hace tiempo que superó el millón de oficios diferentes en el mundo. ¿Cómo puede un partido representar en la única categoría de trabajadores una riqueza así, una complejidad de esa escala? Ya no vivimos la Revolución Industrial, cuando toda ideología se inventara; ahora vivimos la de la Internet, la telefonía móvil, las tabletas, las interacciones instantáneas, las enciclopedias democráticas, las apps. La de la biogenética, la cirugía mínimamente invasiva, la posibilidad de introducir al planeta especies vegetales o animales nuevas. La de una sonda espacial posada sobre un cometa, la comprobación experimental de la partícula de Dios o Bosón de Higgs, la fotografía cada vez más extensa y detallada de los componentes del cosmos, la materia oscura, la geometría fractal y las ciencias de la complejidad. La de la explosión de la diversidad cultural, la del referendo, del escrutinio inmisericorde de la privacidad de los políticos y el espionaje universal. La del hiperterrorismo, las agitaciones políticas a escala subcontinental, el cambio climático. Nada de esta incompleta enumeración cabe en una ideología, en la cabeza de Stuart Mill, Marx, Bernstein o León XIII. Cualquier ideología—la pretensión de que se conoce cuál debe ser la sociedad perfecta o preferible y quién tiene la culpa de que aún no lo sea—es un envoltorio conceptual enteramente incapaz de contener ese enorme despliegue de factores novísimos y revolucionarios. Ésta es una revolución de revoluciones.

Es mi más decidida y entusiasta recomendación conseguirse una copia del librito de Rothkopf y leerlo. Algún editor inteligente en lengua española debiera publicarlo inmediatamente traducido al castellano. LEA

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* MG era una marca de automóviles deportivos que algunos pavos de los años 50 admirábamos, junto con los Austin Healey, los Triumph, los AC Bristol…

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