Conmemoración de un ídolo en Centroamérica

 

Arístides fue un estadista ateniense del siglo V a. C. que vivió entre el año 530 a. C. y el 468 a. C., arconte y estratego durante las Guerras Médicas. Obtuvo el sobrenombre de «el Justo». El antiguo historiador Heródoto, lo citó como «el mejor y más honorable hombre de Atenas», y un tratamiento parecido le dispensó el filósofo Platón en sus escritos.

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Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Arístides Calvani, figura gigantesca, legendaria, benéfica. Hay ya una buena cantidad de artículos sobre su significación y legado. Acá me ocuparé de agrupar recuerdos de nuestra interacción personal, siempre estimulante para mí.

Estuve ante él por primera vez en junio de 1958; Pérez Jiménez había caído y los estudiantes universitarios tendían a verse como héroes de la resistencia final, que comenzara con la carta pastoral de Mons. Rafael Arias Blanco, XI Arzobispo de Caracas, del 1º de mayo de 1957. (Ese documento ejerció un impacto considerable, siendo seguido por comunicados de prensa crecientemente críticos; éstos incluyeron los de profesores de la Universidad Central de Venezuela y su Federación de Centros Universitarios). A mediados de 1958, los estudiantes mayores de bachillerato ya reivindicábamos parte de la gloria, y se formó el Frente Estudiantil, una suerte de federación de centros de estudiantes de secundaria que iba a reunirse en los auditorios del Liceo Andrés Bello o el Instituto Pedagógico Nacional. En el auditorio del Colegio San Ignacio de La Castellana, Jenaro Aguirre S. J., quien presidía la Asociación Venezolana de Educación Católica, y el ya para entonces mítico Arístides Calvani hablaron a más de un centenar de prebachilleres de colegios católicos, y allá fui en representación del Colegio La Salle de La Colina. Mi recuerdo es muy vago: sólo registro que Calvani me impresionó fuertemente, que me pareció harto más interesante que Aguirre, que conocí en ese acto a Eduardo Fernández y Guillermo Betancourt, loyoleros y copeyanos, y que comencé amistad con ellos.

Mi posterior acercamiento a COPEI resultaba natural:

Por accidente biográfico había sido un insólito copeyano, pues mis padres me inscribieron en el colegio de La Salle en La Colina cuando tenía seis años de edad. Allí estudié hasta egresar como bachiller en 1959. Es así como a los quince años cobro conciencia política con el derrocamiento de Pérez Jiménez, mientras me encuentro en un ambiente naturalmente inclinado a adoptar la perspectiva socialcristiana. Siendo yo un “extremista del centro”, como años más tarde trataba de explicar a compañeros de universidad, la equidistancia copeyana del liberalismo y del marxismo convenía a mi temperamento. Así, pues, desde 1958 había tenido una episódica y semiclandestina simpatía o militancia verde. Para 1983 no me había separado del Partido Socialcristiano COPEI. (Krisis: Memorias Prematuras).

Y estando en COPEI o en sus cercanías—mi infancia y primera juventud transcurrieron en Las Delicias de Sabana Grande, a cuadra y media de Puntofijo, la casa de Rafael Caldera, con cuyos hijos mayores hice amistad—, resultaba imposible no oír frecuentemente el nombre de Arístides Calvani, tenido por una de las figuras más influyentes del socialcristianismo venezolano y continental. A cada rato se le nombraba.

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De regreso de Mérida, donde estudié los primeros tres años de Medicina entre 1959 y 1962, participé en el Movimiento Universitario Católico de la Universidad Central de Venezuela, donde cursé el primer año de Estudios Internacionales. Para alejarme de la política (?) y tratar de completar alguna carrera, me inscribí en Sociología, la principal especialidad de la Escuela de Ciencias Sociales que fundara Calvani en lo que yo suponía era el tranquilo monasterio de la Universidad Católica Andrés Bello. El Dr. Calvani, Director de la escuela, conducía el Seminario en días sábados para los alumnos de primer año; no pasó mucho tiempo sin que debiéramos acostumbrarnos a sus frecuentes regaños: «Ustedes no han tenido infancia. Ustedes no leen. Debieran leer a Blas Pascal», mientras nos machacaba la máxima «El corazón tiene razones que la razón ignora». Calvani iniciaba sus clases con una rutina invariable; colocaba un crucifijo que sacaba de un bolsillo sobre el escritorio del profesor y se santiguaba antes de iniciar su clase.

El 3 de diciembre de ese mismo año, lo escuché en el Hotel Tamanaco, donde presentó a la audiencia de la Asamblea Plenaria del Seminario Internacional de Ejecutivos el Instituto para el Desarrollo Económico y Social que había fundado y presidía. (Se supuso que el IDES funcionaría como el «Cordiplán» del Dividendo Voluntario para la Comunidad, la organización ideada por Eugenio Mendoza Goiticoa para consolidar y concentrar recursos de las empresas afiliadas para iniciativas de acción social). Pero es que Calvani ya había fundado para entonces el Movimiento Familiar Cristiano, el Instituto de Estudios Sindicales, el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) que ahora lleva su nombre y organiza el homenaje centenario, la Escuela de Ciencias Sociales ya mencionada, amén de fungir como Consultor Jurídico de COPEI (partido en el que no estaba inscrito) y desempeñarse como Diputado al Congreso de la República por el Estado Táchira (antes, en 1947, lo fue por el Distrito Federal, y más tarde—1979-83—Senador por el Estado Sucre); su firma calza al pie de la Constitución de 1961. (Seguramente se me olvida alguna otra ocupación de este hombre increíble). Por aquella época, me reclutó junto con Alejandro Suels para que hiciéramos análisis de contenido en publicaciones venezolanas, en búsqueda seudo kremlinológica de señales de actividad marxista preocupante, lo que dio lugar a una publicación periódica—al estilo de la revista Este-Oeste—cuyo consejo editorial se reunió por un tiempo en el apartamento de Pierre Paneyko, el fundador de la Librería Médica París. De esas reuniones recuerdo, además de Calvani y Pierre y María (su esposa), a Pedro Pablo Aguilar y Justino De Azcárate.

Una colección de sabios

En julio de 1964 (13 al 17), el IDES celebró en el auditorio del Colegio de Ingenieros de Venezuela el simposio Desarrollo y Promoción del Hombre, al que Calvani y el Vicepresidente del instituto, José Rafael Revenga, así como el jefe de este último en la Fundación Creole, Alfredo Anzola Montaubán, lograron traer un insólito consorcio de gigantes del desarrollo, incluyendo a los padres Louis Joseph Lebret y Jean Yves Calvez, Alfred Sauvy (el papa de la Demografía), Kenneth Boulding y Jorge Ahumada. La conferencia final del evento, del que no me perdí ninguna de sus sesiones, estuvo a cargo de Calvani: Instauración de las estructuras políticas más favorables al desarrollo del país, donde por ejemplo expuso:

Cuando contemplamos la multitud de cambios tecnológicos y la transformación de toda la instrumentación con la cual se construye el mundo de hoy; y cuando pensamos que, entretanto, las estructuras políticas de las democracias permanecen fundamentalmene sin modificación, nos tenemos que preguntar si esas estructuras políticas incambiadas pueden adaptarse a un proceso de desarrollo. (…) A quien lo quiera comprobar históricamente le bastará leer las primeras constituciones venezolanas y examinar las atribuciones presidenciales. Verá cómo, sustancialmente, salvo algunos pequeños cambios—que no funcionan por cierto—se encuentra uno, hoy, dentro de las estructuras políticas fundamentales de 1830.

Eso, dicho hace casi cincuenta y cuatro años. Al año siguiente, se me encargó la edición del libro que recogió las conferencias del simposio, y en 1966 ingresé a la plantilla del IDES, del que llegué poco después a ser Director.

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De Arístides Calvani siempre recibí luces y bondad; era difícil no venerarlo. También recibí su confianza, de la que me enorgullezco. En 1964, mientras cursaba el segundo año de Sociología en la UCAB de la esquina de Jesuitas, sentado en un pupitre que compartía con Luis Ugalde S. J., Calvani nos encargó a ambos tomar las clases de Historia de las Instituciones mientras durase la convalecencia del profesor, Juan Carlos Rey. (Dimos clases a nuestros compañeros durante más de un mes).

Siempre conté con su consejo, práctico y experimentado. En unas pocas ocasiones compartimos tribuna, como en el ciclo de conferencias sobre Seguridad, Defensa y Democracia que organizaran Luis Castro Leiva y Aníbal Romero para la Universidad Simón Bolívar en 1980. Pero, sobre todo, recibí del irrepetible Dr. Calvani enseñanzas; era un educador nato, y son innumerables quienes pueden reconocer precisamente eso.

Arístides Calvani Silva, venezolano, nació en Puerto España, Trinidad, el 19 de enero de 1918. Su padre, Luis Francisco Calvani Grisanti, era a la sazón Cónsul General de Venezuela en esa isla que una vez fue nuestra, y allí fungió como padrino de bautizo del mío, Pedro Enrique Alcalá Reverón, pues mi abuelo, Pedro José Alcalá Lozano, era gerente de la Compañía Anónima Venezolana de Navegación allí mismo. No supe de esa relación cuasi familiar hasta después de muertos ambos. El Dr. Calvani fue a morir en compañía de su esposa, Doña Adela Abbo Fontana, y dos de sus hijas, a Guatemala, en la Centroamérica que fue motivo de sus desvelos y su crucial ayuda. Aún recuerdo la puntada de dolor que sentí en el alma al conocer la noticia. LEA

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