Lo que sigue es una traducción no autorizada de un trabajo en The Interpreter (un servicio de The New York Times) con fecha de hoy: The Global Protest Wave, Explained. Sus autores son Max Fisher y Amanda Taub, y ofrecen una importante interpretación del fenómeno de protestas generalizadas en el planeta. (Hace exactamente tres semanas, se trajo a este blog un conjunto de citas—La médula del problema—de las que bastará refrescar el comienzo de una, tomada de Una especie política nueva—11 de marzo de 2015—: «Es evidente la proliferación de crisis políticas en el mundo en estos tiempos, y tal cosa sugiere que más que sólo eso estamos ante una crisis planetaria de la Política en tanto profesión»).
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Ni es la imaginación de Ud. ni los últimos meses han sido atípicos: las protestas masivas están aumentando en todo el mundo. Se han vuelto más comunes año tras año desde el final de la Segunda Guerra Mundial y ahora alcanzan un nivel de frecuencia sin precedentes. Y si pudiera parecer difícil encontrar un hilo conductor—manifestaciones anticorrupción en el Líbano, manifestaciones separatistas en España, marchas en favor de la democracia en Hong Kong, protestas contra la desigualdad en Chile y los resultados electorales en Bolivia, por nombrar solo los más recientes—, eso no es una coincidencia. Porque todo esto está siendo impulsado por algo más que las causas inmediatas de cada alzamiento individual. El mundo está cambiando de tal forma que hace que las personas sean más propensas a buscar cambios políticos radicales saliendo a la calle.
Antes de explicar esos cambios y cómo han creado una era de descontento global, hay otra tendencia que Ud. debiera conocer. Las protestas también se están volviendo mucho más propensas al fracaso. Hace solo 20 años, el 70 por ciento de las protestas que exigían un cambio político sistémico lo obtuvieron, una cifra que había estado creciendo constantemente desde la década de 1950. A mediados de la década de 2000, esa tendencia se revirtió de repente. En todo el mundo, la tasa de éxito de los manifestantes se ha desplomado a solo el 30 por ciento, según un estudio de Erica Chenoweth, una científica política de la Universidad de Harvard que calificó el descenso como «asombroso». «Realmente, algo ha cambiado», nos dijo Chenoweth, quien estudia los disturbios civiles. Para comprender ese cambio, consideremos cuatro transformaciones principales tras nuestra nueva normalidad de protesta global masiva y lo que revela acerca del mundo.
(1) La democracia se está estancando
Lo que antes era un crecimiento constante de la democracia en todo el mundo se ha estancado, y tal vez esté comenzando a revertirse. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el número de países que avanzan hacia el autoritarismo supera el número de los que avanzan hacia la democracia, según un estudio reciente de Anna Lürhmann y Staffan Lindberg de la Universidad de Gotemburgo en Suecia.
Las causas de este cambio son complejas y aún están en disputa. Las actitudes nacionalistas están aumentando, y los votantes eligen cada vez más a posibles hombres fuertes. Las presiones internacionales en pro de la democratizción se han relajado. La corrupción global ha ayudado a afianzar los sistemas políticos rotos.
Cualquiera que sea la causa, hay algo que no ha cambiado. Las presiones de abajo hacia arriba que generalmente se manifiestan como demandas públicas o al menos un deseo de democracia, como el crecimiento de las clases medias, todavía están acumulándose, como lo han hecho a lo largo de la era moderna. Pero ahora que la gente no está obteniendo democracia, es como si se hubiera cerrado una válvula de escape. Esa presión acumulada se está liberando en forma de explosiones de indignación masiva. Y debido a que las vías de cambio dentro del sistema, como votar en las elecciones o presionar a los funcionarios electos, son consideradas cada vez menos confiables, la gente busca el cambio desde fuera del sistema, con protestas masivas.
Mientras que antes los dictadores solían surgir de la noche a la mañana, en golpes de Estado o auto-coronaciones, ahora emergen gradualmente, acumulando poder poco a poco en un proceso que puede desencadenar ciclos de protesta de muchos años. Pero la mayoría de los gobiernos está estancada en algún punto intermedio entre los sistemas democráticos y los autoritarios—países como el Líbano o Irak—, que tienen elecciones pero también partidos que no responden. Esos países intermedios, donde los ciudadanos tienen suficiente libertad para esperar y exigir un cambio pero no para obtenerlo, pueden ser los más susceptibles a una repetida revuelta popular. Tales países pudieran quedar «atrapados en una trampa de equilibrio de bajo nivel» entre los disturbios y la reforma, escribió Seva Gunitsky, politóloga de la Universidad de Toronto, en un artículo reciente. Estas «democracias superficiales», escribió, pueden ser «lo suficientemente receptivas como para subvertir o adelantar protestas sin verse obligadas a emprender reformas liberales fundamentales o aflojar su monopolio sobre el control político», lo que asegura un ciclo tras otro de indignación y decepción pública.
(2) Las redes sociales hacen que las protestas sean más propensas a iniciarse, más probable que aumenten de tamaño y más probable que fracasen
Inicialmente recibidas como una fuerza de liberación, ahora las redes sociales «realmente aprovechan la represión en la era digital mucho más que la movilización», dijo Chenoweth. Una teoría desarrollada por Zeynep Tufekci, un académico de la Universidad de Carolina del Norte, postula que las redes sociales facilitan a los activistas la organización de protestas y alcanzar rápidamente números que antes eran impensables, pero que esto es realmente un pasivo. Chenoweth dijo que la facilidad con que las redes sociales permiten a los activistas atraer a los ciudadanos a las calles, «puede dar a las personas una sensación de falsa confianza; 200.000 personas hoy no es lo mismo que 200.000 personas hace 30 años, porque están menos comprometidas».
Ella aludió, en comparación, al Comité No Violento de Coordinación de Estudiantes, o SNCC, un grupo estudiantil de derechos civiles que jugó un papel importante en el movimiento de derechos civiles. En esa era anterior a los medios sociales, los activistas tuvieron que pasar años movilizándose a través del alcance comunitario y la construcción de organizaciones. Los activistas se reunían casi a diario para ensayar, elaborar estrategias y resolver desacuerdos. Pero esas tareas hicieron que el movimiento fuera más duradero, asegurando que se constituyera en redes populares del mundo real. Y eso significó que el movimiento tenía la organización interna, tanto para perseverar cuando las cosas se ponían difíciles como para traducir victorias callejeras en resultados políticos cuidadosamente planificados.
Las redes sociales permiten que los movimientos salten muchos de esos pasos, poniendo más personas en las calles más rápidamente, pero sin la estructura subyacente para ayudar a obtener resultados. Esto prepara a las sociedades para ciclos recurrentes de protestas masivas, seguidas de un fracaso para lograr el cambio, seguido de más protestas impulsadas por las redes sociales.
Al mismo tiempo, los gobiernos han aprendido a cooptar las redes sociales, utilizándolas para difundir propaganda, movilizar a sus simpatizantes o simplemente difundir la confusión. Rara vez es eso suficiente para que los gobiernos anulen toda disidencia, pero no es necesario que lo sea. Para prevalecer, solo necesitan crear suficiente duda, división o desconexión cínica para que los manifestantes no logren una masa crítica de apoyo. Las campañas progubernamentales de redes sociales ni siquiera necesitan ser tan sofisticadas; para compensar, los gobiernos tienen bolsillos muy profundos.
(3) Una polarización social recrecida
Hay un hecho acerca de los movimientos de protesta que a menudo se pasa por alto. Frecuentemente pensamos que las protestas masivas representan a «la gente». Así es como los participantes las describen, y eso le da a sus protestas un cierto grado de legitimidad democrática. Pero la verdad, en casi todos los casos, es que están impulsadas principalmente por una clase social particular o un grupo de clases sociales.
Eso no hace que las protestas sean menos legítimas. Sí, sin duda tendrán asistentes de todos los estratos sociales, y los manifestantes podrían tener razón al posicionar sus demandas al servicio de toda la sociedad, pero cualquier movimiento, especialmente al principio, está generalmente animado por una clase social que colectivamente exige cambios que servirán a esa clase o, tal vez con la misma frecuencia, que exige revertir los cambios que la han perjudicado. (Cuando se unen suficientes clases sociales, particularmente los estratos más pobres que son históricamente menos propensos a protestar, se produce una revolución).
En Hong Kong, por ejemplo, el movimiento en verdad intenta principalmente proteger la democracia y el estado de derecho ante la invasora influencia autoritaria de Beijing. Pero ese movimiento es impulsado principalmente por estudiantes y profesionales de clase media, que han visto afectada su ubicación en la sociedad por los cambios en la estructura de la economía de Hong Kong—por ejemplo, el drástico aumento en los precios de alquiler a personas demasiado ricas para calificar como receptoras de subsidios—y por la rápida inmigración de China continental. He aquí por qué eso es importante para comprender la avalancha de disturbios mundiales: la polarización social está aumentando en todo el mundo. La gente está más polarizada a lo largo de líneas raciales, de clase y partidistas. Como resultado, es más probable que se aferre a su sentido de identidad grupal y vean a su grupo como asediado, obligándola a levantarse colectivamente.
Al igual que con el estancamiento de la democracia, probablemente hay muchas razones para ese aumento de la polarización social: la considerable alteración de la economía, el aumento de la inmigración en todo el mundo, las reacciones contra los ideales liberales de la multiculturalidad y la igualdad posteriores a la Segunda Guerra Mundial… Pero a medida que las personas solidifican su sentido de identidad grupal, se enfocan mucho más en las diferencias percibidas entre «nosotros» y «ellos». El resultado es a menudo una sensación de conflicto entre «la gente» y «el sistema»—lo que es una receta de violentas reacciones populistas en países en los que la gente aún confía lo suficiente en las instituciones para lograr cambios a través de las elecciones, con alzamientos antisistema en otros lugares.
(4) Aprendizaje autoritario
Los hombres fuertes del mundo, los posibles hombres fuertes y los francamente dictadores parecen haber notado el aumento de los disturbios civiles, y especialmente el éxito de los manifestantes en forzar el cambio. Las protestas no violentas se convirtieron, para los autoritarios del mundo, en una amenaza tan peligrosa como cualquier ejército extranjero, si no más.
A mediados de la década de 2000, comenzaron a luchar con lo que la Sra. Chenoweth llamó, en un documento de 2017, «esfuerzos conjuntos para desarrollar, sistematizar e informar sobre técnicas y mejores prácticas para contener tales amenazas». Las prácticas y herramientas de análisis de redes, por ejemplo, ayudan a los gobiernos a identificar el puñado de activistas y organizadores que actúan como nodos en un movimiento social. El encarcelamiento o amenaza de esas personas puede ser incluso más eficaz que una represión a gran escala, con menos riesgo de provocar una reacción violenta más amplia. Y, dijo la Sra. Chenoweth, los gobiernos aprendieron a observarse mutuamente para obtener lecciones acerca de herramientas y tácticas, e incluso a compartirlas abiertamente.
Este intercambio directo e indirecto de lecciones tiene un nombre: aprendizaje autoritario. Estas estrategias de gato y ratón, para frustrar y redirigir el disenso popular sin aplastarlo, son una de las principales razones por las que el grado de éxito de las protestas se ha desplomado. Pero tales estrategias tampoco derrotan directamente a la disidencia, por lo que pudieran estar ayudando a garantizar futuros ciclos de protestas, manteniendo alta la tasa global.
Los movimientos de protesta no logran de manera confiable un cambio político rápido y transformador en la forma en que solían hacerlo. Pero la Sra. Chenoweth encontró que ya no son aplastados violentamente con tanta frecuencia. Sus agravios subyacentes permanecen, al igual que su capacidad y su disposición para inundar las calles con indignación, en ciclos recurrentes de disturbios perturbadores pero no transformadores. No es el resultado ideal para ningún gobierno, pero en última instancia es una victoria. Entonces, si bien esto pudiera parecer la era del poder de la gente, tal vez sea más preciso describirlo como una era de frustración enojada.
Max Fisher & Amanda Taub
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En la primera sección del análisis de Fisher y Taub se encuentra esta afirmación: «Las presiones de abajo hacia arriba que generalmente se manifiestan como demandas públicas o al menos un deseo de democracia, como el crecimiento de las clases medias, todavía están acumulándose, como lo han hecho a lo largo de la era moderna». A propósito de eso, Daniel Zovatto, politólogo, jurista y Director regional de IDEA, ofrece pedagógicas observaciones acerca del caso chileno en esta recentísima entrevista.
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