Por estos días se tropieza uno con noticias como ésta (destacado en cursivas de este blog):

Los científicos están revisando un modelo peculiar que intenta cuantificar y medir la conciencia. El modelo, conocido como Teoría Integrada de la Información (IIT), ha sido controvertido durante mucho tiempo porque viene con una peculiaridad inusual. Cuando se aplica a cosas no vivas como máquinas, partículas subatómicas e incluso el universo, afirma que ellos también experimentan conciencia, informa New Scientist. «Este podría ser el comienzo de una revolución científica», dijo el matemático del Centro de Filosofía Matemática de Munich, Johannes Kleiner, a la revista.

Bueno, en El Fenómeno Humano, la obra fundamental del jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin—escrita entre 1938 y 1940 y publicada póstumamente en 1955 *—, se sostiene que aun la materia más elemental tiene una «hoja de conciencia». Fue por nociones como ésa que Teilhard fuera criticado por científicos y su obra proscrita en seminarios y colegios católicos como rayana en la herejía. (Para no mencionar opiniones como la que escribiera a Emile Licent, un colega jesuita: “El siglo XX fue probablemente más religioso que cualquier otro. ¿Cómo pudiera no serlo, con tantos asuntos por resolver? El único problema es que todavía no ha encontrado un Dios que pueda adorar”). ** A partir del papa Juan Pablo II, el formidable sacerdote y paleontólogo comenzó a ser reivindicado, y fuera de la Iglesia Católica se reconoce cada vez más su penetrante visión, que adelantó cosas tales como una conciencia universal, una «conciencia del mundo» expresada ahora en la creación y desarrollo de Internet.

Teilhard trabajó más de veinte años en Asia, principalmente en China. Su presencia en esta nación le permitió ser co-descubridor del “Hombre de Pekín” (Sinanthropus pekinensis), al que determinó, junto con Henri Breuil, como un verdadero Homo faber, constructor de herramientas y conocedor del fuego. Subsiguientes viajes lo llevarían a India, Java y África. También escribió textos místicos, como El Medio Divino o el Himno al Universo, del que se reproduce a continuación su primera parte: La Misa sobre el Mundo. Es un texto poderoso, luminoso; es una palo’e misa, como corresponde al sacerdote que afirmara: «No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual. Somos seres espirituales que tienen una experiencia humana». LEA

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La Misa sobre el Mundo

 

Puesto que, una vez más, Señor, ya no en los bosques del Aisne sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré sobre los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y la pena del Mundo.

El sol viene de iluminar, allí abajo, las explosiones extremas del primer Oriente. Una vez más, bajo la hoja móvil de sus fuegos, la superficie viva de la Tierra se despierta, tiembla y comienza nuevamente su tremenda labor. Colocaré en mi patena, oh Dios mío, la cosecha esperada de este nuevo esfuerzo. Verteré en mi cáliz la savia de todas las frutas que serán trituradas hoy.

Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, se elevarán desde todos los puntos del Globo y convergerán hacia el Espíritu. ¡Que vengan a mí el recuerdo y la presencia mística de aquellos a quienes la luz despierta para un nuevo día!

Uno por uno, Señor, los veo y los amo, aquellos que me has dado como apoyo natural y encanto de mi existencia. Uno por uno, también, los cuento, los miembros de esta otra familia tan querida que gradualmente se han reunido a mi alrededor, desde los elementos más dispares, las afinidades del corazón, de la investigación científica y del pensamiento. Más confusamente, pero a todos sin excepción, los evoco, aquellos cuya tropa anónima forma la innumerable masa de los vivos: los que me rodean y me apoyan sin que yo lo sepa; los que vienen y los que se van; especialmente aquellos que, en verdad o por error, en su escritorio, en su laboratorio o en la fábrica, creen en el progreso de las cosas y hoy perseguirán la luz apasionadamente.

Esta multitud agitada, inquieta o distinta, cuya inmensidad nos aterroriza; este océano humano, cuyas oscilaciones lentas y monótonas causan problemas en los corazones más creyentes… quiero que mi ser resuene en este momento con su profundo murmullo.

Todo lo que aumentará en el mundo, en el curso de este día, todo lo que disminuirá—también todo lo que morirá—, he allí, Señor, lo que trato de reunir en mí para ofrecértelo; es ése el material de mi sacrificio, el único que quieres.

En el pasado, los primeros frutos de la cosecha y la flor de los rebaños fueron arrastrados a través de tu templo. La ofrenda que realmente esperas, la que misteriosamente necesitas cada día para saciar tu hambre, para saciar tu sed, es nada menos que el crecimiento del Mundo que carga el devenir universal.

Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, movida por tu atracción, te presenta al amanecer del día. Este pan, nuestro esfuerzo, es en sí mismo, lo sé, sólo una inmensa desintegración. Este vino, nuestro dolor, aún no es, ¡ay!, más que un brebaje disolvente. Pero, en el fondo de esta masa informe, tú has puesto, estoy seguro de ello porque lo siento, un deseo irresistible y santificador que nos hace gritar a todos, desde los impíos hasta los fieles: «Señor ¡haznos uno!»

Porque, en ausencia del celo espiritual y la sublime pureza de tus Santos, me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura—porque, irremediablemente, reconozco en mí, más que un hijo del Cielo, un hijo de la Tierra—esta mañana subiré, pensativo, a los lugares altos, cargado de las esperanzas y miserias de mi madre; y allí, fortificado por un sacerdocio que sólo tú, creo, me has dado, sobre todo lo que, en carne humana, está por nacer o perecer bajo el sol que sale, convocaré al Fuego.¶

Pierre Teilhard de Chardin

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*Con escasos ocho días de diferencia, y muy cercanos el uno del otro, morían en 1955 dos titanes del pensamiento occidental. El 18 de abril, en el Hospital de Princeton, Nueva Jersey, expiraba Albert Einstein, de quien es difícil decir algo original que al mismo tiempo sea justo. El primero en despedirse, el 10 del mismo mes—Domingo de Resurrección—en Nueva York, fue Pierre Teilhard de Chardin. Dejaba tras de sí una poderosa y persuasiva visión acerca del sentido del mundo y su evolución, que tenía por eje fundamental la aparición del fenómeno humano. Einstein era el escenógrafo, Teilhard el dramaturgo. Alberto había revelado la estructura y comportamiento del teatro; Pedro narró el drama. (Lecciones disponibles, 25 de octubre de 2007).

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** Puede que sea un importantísimo subproducto de la actividad científica moderna el de proporcionar imágenes para la meditación sobre un Dios al que ya resulta difícil imaginar bajo la forma de un anciano, ataviado con antigua túnica mientras descansa en una nube; un Dios informático para una Era de la Información. (…) Necesitamos, para la Edad Compleja que se ha iniciado, un Dios que pueda comportarse como un ingeniero fractal. La geometría fractal es el territorio de los modelos matemáticos del caos y la complejidad. Como enseñara Benoît Mandelbrot, las estructuras más complejas, como el conjunto que lleva su nombre, pueden ser generadas a partir de ecuaciones simplísimas. (Ver en este blog El dios de Mandelbrot era el de Borges). Bastaría a la superinteligencia de Fredkin desatar el Big Bang con instrucciones de un programa fractal que desplegara la descomunal complejidad del universo. No tendría necesidad de venir al sexto día para hacer una creación especial de la especie humana. Luego, en su colosal memoria, nos preservaría en la condición descrita por Hick: con todas nuestras vivencias, sufrimientos y alegrías, odios y amores. Entonces existiríamos por siempre en alguna de sus divinas neuronas. (Proyecto Fénix: Teología conjetural, 22 de febrero de 2012).

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